jueves, 22 de diciembre de 2016

Eugenesia

La sociedad había cambiado. Pero el constante paso de los años provocó que nadie se diese cuenta de ello hasta que el cambio ya era irreversible. Se estableció la dictadura de la falta de opciones. Elecciones tras elecciones, los ciudadanos de Vangla acudían a las urnas para terminar obteniendo luego el mismo resultado de siempre. Daba igual el color de la ideología en el poder, todos los presidentes abordaron de la misma manera el problema de los constantes ataques desde fuera de las fronteras. Los líderes se escudaron, primero, en la falta de seguridad del pueblo y, luego, esgrimieron el miedo como arma para aprobar leyes que en otro tiempo hubiesen sacado las protestas a las calles.

Ya casi nadie estaba seguro de cómo había comenzado la opresión gubernamental. Algunos dicen que el pistoletazo de salida fue la aprobación del toque de queda, mientras que otros defienden que, antes incluso del toque, ya se habían aprobado el control de la prensa y la censura en la red. El caso es que ya daba igual. El daño ya estaba hecho, y el camino hacia el frío y gris presente de hormigón y vigilancia constante ya había empezado a empedrarse con la supresión de libertades individuales y colectivas. No tardó en llegar el acta de registro de ciudadanos y, poco después, el levantamiento del muro de acero alrededor de la ciudad. Los ancianos del lugar que habían luchado toda su vida en aquel país contemplaron cómo la sombra del muro se alzó para nublar sus ojos llorosos, encerrándolos junto a sus familias en un estado que aprisionaba a su población por su propia seguridad.

Sin embargo, el miedo y la paranoia de todo un país aumentaron exponencialmente constreñidas dentro de aquellas murallas aceradas y asfixiantes. Y comenzaron las protestas, los altercados, las revueltas... Y hubo muertos. Ante la desolación y el descontento, el gobierno actuó con mano dura, localizó a los rebeldes alborotadores y los expulsó al Inhóspito, fuera del muro, donde solo sobreviven los más fuertes. Aun así, y para evitar posibles futuras insurrecciones, se aprobó un plan de depuración de la población. A cada individuo se le asignaría un trabajo de por vida según sus aptitudes. Todos servirían al bien común de la sociedad y, a cambio, disfrutarían de la firme protección de los muros y del ocio monitorizado que les brindaba el hecho de vivir en una sociedad civilizada.

A pesar de los denodados esfuerzos del poder por acallar las voces contrarias, todavía se manifestaban algunos retazos de disconformidad. Pintadas en edificios públicos, panfletos de propaganda rebelde... De modo que el gobierno fue un paso más allá y se propuso mejorar la misma especie humana con el fin de garantizar la seguridad social dentro de su burbuja de acero. El estado supervisaría la creación de toda una nueva generación de mujeres y hombres: fuertes, saludables, productivos, dóciles y obedientes. Se llevó así a cabo el “Programa Futuro” de selección de individuos aptos y se les reunió en los llamados Edificios del Mañana. A estos jóvenes, de veintidós años, sanos y, sobre todo, con un perfil psicológico libre de toda mácula de rebelión, se les instaba a procrear con el fin de conseguir una descendencia mejor para todos.

Janice, no obstante, no compartía el entusiasmo de los gobernantes. “Enhorabuena”, le había dicho el agente uniformado que había tocado en su casa hacía dos días. “Has sido seleccionada para el Programa Futuro”. La joven no tuvo tiempo ni de reaccionar cuando los guardas armados la sacaron en volandas de su domicilio y la metieron en un furgón junto con los demás jóvenes escogidos de su barrio.

Ahora, Janice recorría un pasillo mortecino y monótono acompañada de un doctor y una enfermera. El médico no paraba de examinar los datos en su tableta, mientras la enfermera recitaba de memoria frases hechas y vacías para tranquilizar a Janice. Al final del pasillo, esta vio la puerta a la que se dirigían, con el número 075 grabado en una chapa metálica sobre la madera.

Esta es tu sala ―le dijo el doctor, antes de detenerla delante de la puerta―. Dentro ya te está esperando tu compañero compatible.

La muchacha no daba crédito a lo que estaba sucediendo. Se limitó a asentir, nerviosa. El doctor, a pesar de que detectó su nerviosismo claramente, lo ignoró. A esas alturas, ya estaba cansado de acompañar a los sujetos y había automatizado el proceso a su manera, de una forma más robótica y menos humana.

Recuerda ―le comentó el médico cuando ya se marchaba por el pasillo―, cuando termine el acto, que uno de los dos pulse el interruptor que hay al lado del cabecero de la cama y alguien vendrá a recogeros. El líder te agradece tu servicio.

La enfermera arrugó una fría y cínica sonrisa en su rostro y abrió la puerta de la sala 075. Janice titubeó delante del umbral, así que la enfermera la empujó dentro y cerró la puerta detrás de ella. La muchacha dio un respingo por el portazo y se encontró de pronto en medio de una pequeña habitación gris sin ventanas iluminada solamente por la luz sin vida del fluorescente del techo. Sentado al borde de la cama, la esperaba un chico, que la miraba asustado por debajo de las cejas. Janice reconoció su mismo miedo en los ojos de aquel muchacho.

Me... me llamo Erik ―tartadumeó él, agobiado.

Janice ―respondió ella, examinando con el ceño fruncido el entorno.

Nos han dejado esto ―y Erik sacó una tableta digital de detrás de su espalda―. Se supone que aquí podemos leer consejos para hacer que esto sea más...

¿Más qué?

Más normal, supongo.

Esto no tiene nada de normal, E...

Erik.

Esto no tiene nada de normal, Erik. No te conozco de nada, y se supone que debemos acostarnos.

El joven se mostró muy preocupado de repente y le indicó a Janice que guardara silencio llevándose el índice a los labios.

Pueden tener micros ―le aconsejó a ella entre susurros.

Mejor. Así me escucharán y me sacarán de aquí.

Pareces una tía dura ―se aventuró a decir Erik, cruzándose de piernas sobre la cama―. Pensaba que para el programa futuro solo cogían a personas obedientes. ¿No te han hecho las pruebas de perfil psicológico?

¡Yo qué sé! ―respondió Janice, cruzándose de brazos―. Creo que no. Desde que vieron que estaban en mi ciclo fértil, me metieron en este asco de edificio. ¿Y qué pasa contigo? ¿A ti sí te hicieron las pruebas esas? ¿Tú eres obediente?

Yo solo me mantengo fuera de los problemas.

O sea, que sí lo eres

Oye, a mí tampoco me gusta estar aquí. Créeme, ojalá no me hubiesen elegido para esto. Pero... aquí estoy. Y si no cumplimos, ya sabes lo que toca.

No, no sé lo que toca.

¿No te lo han explicado?

¡Qué me van a haber explicado! Me sacaron hace dos días de mi casa y me han tenido todo el rato de una prueba médica a otra. Nadie me ha explicado nada.

¡Dos días! ¡Vaya! Debes de tener unos genes envidiables si te han metido aquí con tanta prisa y sin pruebas mentales. A mí me eligieron la semana pasada, y han tendido tiempo de explicarme alguna cosa que otra... A los que se nieguen a colaborar, se les expulsará al Inhóspito.

Pues me las apañaré ahí fuera. No puede ser peor que esto.

Te expulsarán a ti y a toda tu familia.

¿¡Qué!? ―Janice lo miró con incredulidad―. No pueden hacer eso.

¿Que no pueden hacer eso? Estamos hablando de los mismos que levantaron un muro alrededor de todo el país. Los mismos que deciden en qué trabajas, cómo te entretienes y a qué hora te vas a la cama. Hazme caso, pueden hacer lo que les dé la gana con nosotros. Ellos mandan.

Nadie manda en mí.

Si... si te soy sincero, Janice, a mí tampoco me entusiasma la idea de tener un crío. Sé que lo criará el estado luego y eso, pero tener descendencia no entraba en mis planes. Aunque nunca es que yo haya hecho planes para nada... Pero es eso o ir preparándome para vivir en el desierto de ahí fuera.

Tiene que haber otra salida.

Pues nos quedan cuarenta minutos para encontrarla. En la tableta he leído que tenemos ese tiempo antes de que entren para limpiar y preparar la sala para la próxima pareja.

¿Y si no hacemos nada? Simplemente esperamos a que pase el tiempo.

Podría ser. Pero seguro que has visto que este edificio está plagado de médicos. Seguro que nos harán pruebas en cuanto salgamos y detectarán si hemos hecho algo o no. Eso si no suponemos que tienen cámaras ocultas por aquí para grabarnos en acción.

¿Crees que pueden tener cámaras aquí dentro?

Erik se encogió de hombros.

Puede ser. Yo ya me creo cualquier cosa.

Janice asintió, enfadada ante la posibilidad de que lo que decía Erik fuese cierto. Mientras, una idea, en principio disparatada y peligrosa, comenzó a configurarse como la única salida plausible para Janice. Empezó a deambular en círculos por la estancia sin dejar de asentir con la cabeza.

Se han equivocado conmigo ―dijo ella de pronto.

Desde luego ―reconoció Erik―. No encajas para nada con el perfil que buscan. A lo mejor si hablas con ellos...

Pulsa el botón.

Pero si no hemos hecho nada todavía.

Ni lo vamos a hacer, Erik. Pulsa el botón. Quiero que venga el médico... o la enfermera. Que venga alguien.

Erik obedeció y pulsó el interruptor al lado de la cama. Una bombilla roja se encendió encima del marco de la puerta. No tardaron en escucharse los tacones de la enfermera acercándose por el pasillo. Antes de que abriera la puerta, Janice compartió una mirada con Erik, que la miraba atento sin la menor idea de qué se disponía a hacer

Justo entonces, la enfermera abrió la puerta. Janice se irguió delante de ella, con las manos cogidas en la espalda con actitud obediente. La enfermera le sonrió forzosamente y los miró mientras Janice se acercaba cada vez más a ella hasta que la tuvo a un palmo de distancia de su nariz. La enfermera, incómoda por el acercamiento excesivo, compartió una mirada con Erik.

¿Ya habéis terminado?

Ha habido un error conmigo ―empezó a decir ella―. Me han metido aquí sin hacerme las pruebas mentales previas. Y está claro que no encajo en el perfil que buscan para el futuro mejor de Vangla. Me gustaría...

El sistema no se equivoca, jovencita ―la interrumpió la enfermera―. Somos plenamente conscientes de que no te hemos sometido a las mismas pruebas de los demás, pero confía en la sabiduría del líder. Tiene grandes planes para tus pequeños.

La enfermera le colocó la mano en el vientre y le señaló con la barbilla hacia Erik para que se dirigiese a la cama.

Cumple con tu deber, jovencita. Por el bien de Vangla.

Janice no dudó y le propinó una sonora bofetada a la enfermera. Esta recibió el impacto con un giro brusco de la cara y una sacudida que casi la hace perder el equilibrio.

¿¡Qué haces!? ―le gritó la enfermera llevándose la palma de la mano a su mejilla sonrosada por el golpe.

Como ve, yo no soy tan obediente como ustedes quieren. No valgo para esto ―continuó diciendo Janice, que flexionó las piernas y separó los brazos a la espera de un contraataque de la enfermera.

¿Acaso piensas que voy a pelear contigo?

Pero Janice no respondió, cerró los ojos y cogió fuerzas para hacer lo que se había dispuesto a hacer llegado el caso. Sin previo aviso, se abalanzó sobre la enfermera y la tiró al suelo mientras la arañaba y la golpeaba. Erik salió de su asombro inicial y trató de apartarla de encima de la sanitaria. Tiró con todas sus fuerzas de la joven, que no dejaba de intentar hacer llegar su dentadura hasta la oreja derecha de la enfermera, quien gritaba pidiendo socorro. Erik tiró de Janice de nuevo para separarla de su víctima hasta que, por fin, Janice cedió en su empeño y cayó sobre Erik con la boca manchada de sangre. La enfermera, entre chillidos de dolor, salió a gatas de la sala pidiendo ayuda.

Janice, tumbada de espaldas sobre Erik, lo miró con ojos tristes y llorosos.

Se han equivocado conmigo... Ahora ya no querrán que les dé un niño ―le confesó a él con una voz baja a punto de quebrarse por el llanto.

Erik la abrazó con fuerza, mientras Janice rompía a llorar, horrorizada por lo que se había visto obligada a hacer.

Una semana después y una sentencia después, el sol del Inhóspito dio de lleno en el rostro de Janice por primera vez y los portones metálicos de Vangla se cerraron para siempre a sus espaldas. Su explosión de locura violenta le había granjeado el calificativo de “persona inestable e impredecible”. Su perfil había establecido un nuevo modelo que los supervisores evitarían en futuras selecciones de individuos. A causa de ello, no solo se modificaron los exámenes del Proyecto Futuro, sino que el castigo por su agresión había recaído únicamente en ella. No era apta para el programa, de modo que los padres de Janice pudieron continuar viviendo a salvo dentro de la muralla.

Pero la vida de Janice ya no volvería a ser la mima. Y ahora comenzaba su andadura en el Inhóspito en busca del asentamiento humano más próximo.

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