La sociedad había cambiado. Pero
el constante paso de los años provocó que nadie se diese cuenta de
ello hasta que el cambio ya era irreversible. Se estableció la
dictadura de la falta de opciones. Elecciones tras elecciones, los
ciudadanos de Vangla acudían a las urnas para terminar obteniendo
luego el mismo resultado de siempre. Daba igual el color de la
ideología en el poder, todos los presidentes abordaron de la misma
manera el problema de los constantes ataques desde fuera de las
fronteras. Los líderes se escudaron, primero, en la falta de
seguridad del pueblo y, luego, esgrimieron el miedo como arma para
aprobar leyes que en otro tiempo hubiesen sacado las protestas a las
calles.
Ya casi nadie estaba seguro de
cómo había comenzado la opresión gubernamental. Algunos dicen que
el pistoletazo de salida fue la aprobación del toque de queda,
mientras que otros defienden que, antes incluso del toque, ya se
habían aprobado el control de la prensa y la censura en la red. El
caso es que ya daba igual. El daño ya estaba hecho, y el camino
hacia el frío y gris presente de hormigón y vigilancia constante ya
había empezado a empedrarse con la supresión de libertades
individuales y colectivas. No tardó en llegar el acta de registro de
ciudadanos y, poco después, el levantamiento del muro de acero
alrededor de la ciudad. Los ancianos del lugar que habían luchado
toda su vida en aquel país contemplaron cómo la sombra del muro se
alzó para nublar sus ojos llorosos, encerrándolos junto a sus
familias en un estado que aprisionaba a su población por su propia
seguridad.
Sin embargo, el miedo y la
paranoia de todo un país aumentaron exponencialmente constreñidas
dentro de aquellas murallas aceradas y asfixiantes. Y comenzaron las
protestas, los altercados, las revueltas... Y hubo muertos. Ante la
desolación y el descontento, el gobierno actuó con mano dura,
localizó a los rebeldes alborotadores y los expulsó al Inhóspito,
fuera del muro, donde solo sobreviven los más fuertes. Aun así, y
para evitar posibles futuras insurrecciones, se aprobó un plan de
depuración de la población. A cada individuo se le asignaría un
trabajo de por vida según sus aptitudes. Todos servirían al bien
común de la sociedad y, a cambio, disfrutarían de la firme
protección de los muros y del ocio monitorizado que les brindaba el
hecho de vivir en una sociedad civilizada.
A pesar de los denodados
esfuerzos del poder por acallar las voces contrarias, todavía se
manifestaban algunos retazos de disconformidad. Pintadas en edificios
públicos, panfletos de propaganda rebelde... De modo que el gobierno
fue un paso más allá y se propuso mejorar la misma especie humana
con el fin de garantizar la seguridad social dentro de su burbuja de
acero. El estado supervisaría la creación de toda una nueva
generación de mujeres y hombres: fuertes, saludables, productivos,
dóciles y obedientes. Se llevó así a cabo el “Programa Futuro”
de selección de individuos aptos y se les reunió en los llamados
Edificios del Mañana. A estos jóvenes, de veintidós años, sanos
y, sobre todo, con un perfil psicológico libre de toda mácula de
rebelión, se les instaba a procrear con el fin de conseguir una
descendencia mejor para todos.
Janice, no obstante, no compartía
el entusiasmo de los gobernantes. “Enhorabuena”, le había dicho
el agente uniformado que había tocado en su casa hacía dos días.
“Has sido seleccionada para el Programa Futuro”. La joven no tuvo
tiempo ni de reaccionar cuando los guardas armados la sacaron en
volandas de su domicilio y la metieron en un furgón junto con los
demás jóvenes escogidos de su barrio.
Ahora, Janice recorría un
pasillo mortecino y monótono acompañada de un doctor y una
enfermera. El médico no paraba de examinar los datos en su tableta,
mientras la enfermera recitaba de memoria frases hechas y vacías
para tranquilizar a Janice. Al final del pasillo, esta vio la puerta
a la que se dirigían, con el número 075 grabado en una chapa
metálica sobre la madera.
―Esta es tu sala ―le dijo el
doctor, antes de detenerla delante de la puerta―. Dentro ya te está
esperando tu compañero compatible.
La muchacha no daba crédito a lo
que estaba sucediendo. Se limitó a asentir, nerviosa. El doctor, a
pesar de que detectó su nerviosismo claramente, lo ignoró. A esas
alturas, ya estaba cansado de acompañar a los sujetos y había
automatizado el proceso a su manera, de una forma más robótica y
menos humana.
―Recuerda ―le comentó el
médico cuando ya se marchaba por el pasillo―, cuando termine el
acto, que uno de los dos pulse el interruptor que hay al lado del
cabecero de la cama y alguien vendrá a recogeros. El líder te
agradece tu servicio.
La enfermera arrugó una fría y
cínica sonrisa en su rostro y abrió la puerta de la sala 075.
Janice titubeó delante del umbral, así que la enfermera la empujó
dentro y cerró la puerta detrás de ella. La muchacha dio un
respingo por el portazo y se encontró de pronto en medio de una
pequeña habitación gris sin ventanas iluminada solamente por la luz
sin vida del fluorescente del techo. Sentado al borde de la cama, la
esperaba un chico, que la miraba asustado por debajo de las cejas.
Janice reconoció su mismo miedo en los ojos de aquel muchacho.
―Me... me llamo Erik
―tartadumeó él, agobiado.
―Janice ―respondió ella,
examinando con el ceño fruncido el entorno.
―Nos han dejado esto ―y Erik
sacó una tableta digital de detrás de su espalda―. Se supone que
aquí podemos leer consejos para hacer que esto sea más...
―¿Más qué?
―Más normal, supongo.
―Esto no tiene nada de normal,
E...
―Erik.
―Esto no tiene nada de normal,
Erik. No te conozco de nada, y se supone que debemos acostarnos.
El joven se mostró muy
preocupado de repente y le indicó a Janice que guardara silencio
llevándose el índice a los labios.
―Pueden tener micros ―le
aconsejó a ella entre susurros.
―Mejor. Así me escucharán y
me sacarán de aquí.
―Pareces una tía dura ―se
aventuró a decir Erik, cruzándose de piernas sobre la cama―.
Pensaba que para el programa futuro solo cogían a personas
obedientes. ¿No te han hecho las pruebas de perfil psicológico?
―¡Yo qué sé! ―respondió
Janice, cruzándose de brazos―. Creo que no. Desde que vieron que
estaban en mi ciclo fértil, me metieron en este asco de edificio. ¿Y
qué pasa contigo? ¿A ti sí te hicieron las pruebas esas? ¿Tú
eres obediente?
―Yo solo me mantengo fuera de
los problemas.
―O sea, que sí lo eres
―Oye, a mí tampoco me gusta
estar aquí. Créeme, ojalá no me hubiesen elegido para esto.
Pero... aquí estoy. Y si no cumplimos, ya sabes lo que toca.
―No, no sé lo que toca.
―¿No te lo han explicado?
―¡Qué me van a haber
explicado! Me sacaron hace dos días de mi casa y me han tenido todo
el rato de una prueba médica a otra. Nadie me ha explicado nada.
―¡Dos días! ¡Vaya! Debes de
tener unos genes envidiables si te han metido aquí con tanta prisa y
sin pruebas mentales. A mí me eligieron la semana pasada, y han
tendido tiempo de explicarme alguna cosa que otra... A los que se
nieguen a colaborar, se les expulsará al Inhóspito.
―Pues me las apañaré ahí
fuera. No puede ser peor que esto.
―Te expulsarán a ti y a toda
tu familia.
―¿¡Qué!? ―Janice lo miró
con incredulidad―. No pueden hacer eso.
―¿Que no pueden hacer eso?
Estamos hablando de los mismos que levantaron un muro alrededor de
todo el país. Los mismos que deciden en qué trabajas, cómo te
entretienes y a qué hora te vas a la cama. Hazme caso, pueden hacer
lo que les dé la gana con nosotros. Ellos mandan.
―Nadie manda en mí.
―Si... si te soy sincero,
Janice, a mí tampoco me entusiasma la idea de tener un crío. Sé
que lo criará el estado luego y eso, pero tener descendencia no
entraba en mis planes. Aunque nunca es que yo haya hecho planes para
nada... Pero es eso o ir preparándome para vivir en el desierto de
ahí fuera.
―Tiene que haber otra salida.
―Pues nos quedan cuarenta
minutos para encontrarla. En la tableta he leído que tenemos ese
tiempo antes de que entren para limpiar y preparar la sala para la
próxima pareja.
―¿Y si no hacemos nada?
Simplemente esperamos a que pase el tiempo.
―Podría ser. Pero seguro que
has visto que este edificio está plagado de médicos. Seguro que nos
harán pruebas en cuanto salgamos y detectarán si hemos hecho algo o
no. Eso si no suponemos que tienen cámaras ocultas por aquí para
grabarnos en acción.
―¿Crees que pueden tener
cámaras aquí dentro?
Erik se encogió de hombros.
―Puede ser. Yo ya me creo
cualquier cosa.
Janice asintió, enfadada ante la
posibilidad de que lo que decía Erik fuese cierto. Mientras, una
idea, en principio disparatada y peligrosa, comenzó a configurarse
como la única salida plausible para Janice. Empezó a deambular en
círculos por la estancia sin dejar de asentir con la cabeza.
―Se han equivocado conmigo
―dijo ella de pronto.
―Desde luego ―reconoció
Erik―. No encajas para nada con el perfil que buscan. A lo mejor si
hablas con ellos...
―Pulsa el botón.
―Pero si no hemos hecho nada
todavía.
―Ni lo vamos a hacer, Erik.
Pulsa el botón. Quiero que venga el médico... o la enfermera. Que
venga alguien.
Erik obedeció y pulsó el
interruptor al lado de la cama. Una bombilla roja se encendió encima
del marco de la puerta. No tardaron en escucharse los tacones de la
enfermera acercándose por el pasillo. Antes de que abriera la
puerta, Janice compartió una mirada con Erik, que la miraba atento
sin la menor idea de qué se disponía a hacer
Justo entonces, la enfermera
abrió la puerta. Janice se irguió delante de ella, con las manos
cogidas en la espalda con actitud obediente. La enfermera le sonrió
forzosamente y los miró mientras Janice se acercaba cada vez más a
ella hasta que la tuvo a un palmo de distancia de su nariz. La
enfermera, incómoda por el acercamiento excesivo, compartió una
mirada con Erik.
―¿Ya habéis terminado?
―Ha habido un error conmigo
―empezó a decir ella―. Me han metido aquí sin hacerme las
pruebas mentales previas. Y está claro que no encajo en el perfil
que buscan para el futuro mejor de Vangla. Me gustaría...
―El sistema no se equivoca,
jovencita ―la interrumpió la enfermera―. Somos plenamente
conscientes de que no te hemos sometido a las mismas pruebas de los
demás, pero confía en la sabiduría del líder. Tiene grandes
planes para tus pequeños.
La enfermera le colocó la mano
en el vientre y le señaló con la barbilla hacia Erik para que se
dirigiese a la cama.
―Cumple con tu deber,
jovencita. Por el bien de Vangla.
Janice no dudó y le propinó una
sonora bofetada a la enfermera. Esta recibió el impacto con un giro
brusco de la cara y una sacudida que casi la hace perder el
equilibrio.
―¿¡Qué haces!? ―le gritó
la enfermera llevándose la palma de la mano a su mejilla sonrosada
por el golpe.
―Como ve, yo no soy tan
obediente como ustedes quieren. No valgo para esto ―continuó
diciendo Janice, que flexionó las piernas y separó los brazos a la
espera de un contraataque de la enfermera.
―¿Acaso piensas que voy a
pelear contigo?
Pero Janice no respondió, cerró
los ojos y cogió fuerzas para hacer lo que se había dispuesto a
hacer llegado el caso. Sin previo aviso, se abalanzó sobre la
enfermera y la tiró al suelo mientras la arañaba y la golpeaba.
Erik salió de su asombro inicial y trató de apartarla de encima de
la sanitaria. Tiró con todas sus fuerzas de la joven, que no dejaba
de intentar hacer llegar su dentadura hasta la oreja derecha de la
enfermera, quien gritaba pidiendo socorro. Erik tiró de Janice de
nuevo para separarla de su víctima hasta que, por fin, Janice cedió
en su empeño y cayó sobre Erik con la boca manchada de sangre. La
enfermera, entre chillidos de dolor, salió a gatas de la sala
pidiendo ayuda.
Janice, tumbada de espaldas sobre
Erik, lo miró con ojos tristes y llorosos.
―Se han equivocado conmigo...
Ahora ya no querrán que les dé un niño ―le confesó a él con
una voz baja a punto de quebrarse por el llanto.
Erik la abrazó con fuerza,
mientras Janice rompía a llorar, horrorizada por lo que se había
visto obligada a hacer.
Una semana después y una
sentencia después, el sol del Inhóspito dio de lleno en el rostro
de Janice por primera vez y los portones metálicos de Vangla se
cerraron para siempre a sus espaldas. Su explosión de locura
violenta le había granjeado el calificativo de “persona inestable
e impredecible”. Su perfil había establecido un nuevo modelo que
los supervisores evitarían en futuras selecciones de individuos. A
causa de ello, no solo se modificaron los exámenes del Proyecto
Futuro, sino que el castigo por su agresión había recaído
únicamente en ella. No era apta para el programa, de modo que los
padres de Janice pudieron continuar viviendo a salvo dentro de la
muralla.
Pero la vida de Janice ya no
volvería a ser la mima. Y ahora comenzaba su andadura en el
Inhóspito en busca del asentamiento humano más próximo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario