jueves, 8 de diciembre de 2016

Príncipe azul

El príncipe, con aires de derrota, cruzaba el bosque con el sol naranja del atardecer a su espalda. Caminaba delante de su corcel, de nombre Veloz, llamado así tanto por la presteza de su galope como por la inmediatez de sus reflejos en la batalla. El príncipe, contrariado, sujetaba las riendas de su fiel compañero de fatigas y negaba para sí mismo sacudiendo la cabeza de un lado a otro.

Me ha rechazado”, le dijo a su caballo. “¿Puedes creerlo? Después de atravesar la ciénaga únicamente con lo puesto, después de pasar noches al raso siempre con la mano sobre la espada por si los saqueadores..., escapamos milagrosamente de la emboscada troll en este mismo bosque seco y marchito, e incluso después de escalar los muros del castillo de la hechicera... Justo después de todas esas penurias y después de abrir el portón de su celda, me encuentro con la princesa a punto de escabullirse por un hueco en el muro que había abierto al lado de su lecho. Y me pregunta que qué hago allí. ¡Que qué hago yo allí! ¿Te lo puedes creer? Y cuando le digo que había venido a rescatarla, va y monta en cólera en mi contra. “Que no hacía falta que viniese”, me reprochó. “Que ella sabe cuidarse de sí misma”. Y yo: “no lo pongo en duda, pero al menos permite que te ayude a escapar”. Y ella que no, que ella es fuerte e independiente y que no necesita a nadie que la rescate, que soy un chapado a la antigua y un símbolo de opresión. ¿Pero es que te lo puedes creer, Veloz? “Un símbolo de opresión”. ¿Yo? ¡Pero si había ido a sacarla de allí!

Y se escapó, Veloz. No sin antes advertirme de que no la siguiera. Así que no me quedó más remedio que dar media vuelta, descender por el muro que había escalado y salir de los jardines de la hechicera mientras oía detrás de mí cómo la princesa libraba su justa batalla contra la magia de su enemiga.

No me malinterpretes, Veloz. Me siento orgulloso del arrojo y de la firme decisión de la princesa. Pero, de repente, me siento como si el verdadero villano de esta historia fuese yo en lugar de la hechicera que la encerró. ¿Acaso soy el auténtico malo de esta historia cuando mi única intención era liberarla a ella de cualquier tormento? No lo comprendo, Veloz. Solamente me limito cumplir con mi parte, a hacer lo que me han inculcado desde mi tierna infancia. Hijo del rey, heredero del reino, fui concebido para continuar con el linaje. Desde que apenas levantaba un palmo del suelo me educaron en el arte de la guerra para que en el futuro defendiera el honor de la doncella que quisiera compartir su corazón conmigo. Y, con ella, debía formar una familia y así garantizar nuestro futuro y el de todo el reino. Ese era el único cometido en mi vida: enamorarme y tener familia. Ese ha sido el único propósito en mi vida: encontrar una princesa que me quisiera para poder empezar a vivir. Y ahora, las tornas han cambiado, pues no solo me rechaza la princesa, sino que encima me hace sentir como un malvado villano.

El cuento ha cambiado, Veloz. Y las princesas ya no necesitan caballeros que las rescaten. Quizás... Quizás ha llegado el momento de cambiar también mi cuento. Olvidarme de princesas, rescates, matrimonio y descendencia; y preocuparme por primera vez de mí mismo. Dejar de anteponer el bienestar de la princesa al mío, dejar de sacrificarme por ella cuando no lo necesita, y centrarme en mis propios objetivos y metas.

Te aseguro, fiel amigo mío, que esta decisión mía no gustará en el reino cuando se sepa. No tardarán en alzarse voces que me tilden de egoísta o incluso que duden de mi cordura cuando se percaten de que pasan los años y no encuentro princesa alguna que complete mi vida. Pero es que yo tampoco tengo por qué necesitar a nadie para ser feliz. Disfrutaré de mi libertad igual que cualquiera, igual que ella.

Solo y feliz. ¿Por qué no? Sin ninguna princesa. Independiente y fuerte. Tan solo espada, caballo y sendero. Puede que funcione, Veloz. Puede que yo tampoco necesite a una princesa para sentirme pleno”.

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