jueves, 14 de abril de 2016

Llanto sexto: Sirena

Desde su barca, “La Gran Jane”, el Gran Joe lanzó la línea de la caña lo más lejos posible y dejó caer el cebo en el agua del lago. Luego, encajó la caña en el soporte y se sentó plácidamente en la silla mientras abría una lata de cerveza. Ahora solo tendría que esperar a que picasen. Aunque el panorama a su alrededor sobrecogía a causa de la belleza natural realzada por los intensos colores de un atardecer de otoño, el Gran Joe ya tenía aquel sitio más que visto. Dejó la cerveza a un lado y se puso las gafas de cerca, que llevaba colgadas al cuello, con el propósito de descifrar cómo se manejaba aquella tableta que le había regalado su ahijado. Según este, con aquel aparato tan delgado y fino como una lámina de cartón, el Gran Joe podría hacer de todo, incluso escuchar la radio, que era lo que le pedía su robusto cuerpo en aquel momento. Entornó los ojos cuando deslizó el índice sobre la pulida superficie para desbloquear la pantalla. Asintió satisfecho cuando se desplegó toda una serie de iconos coloridos, y llenaron la pantalla de detalles y de animaciones vistosas. Hora, fecha, temperatura, brújula... Su dedo sobrevoló la pantalla en busca de la palabra “radio”, pero no la encontraba por mucho que recorriese una y otra vez la interminable serie de iconos que aparecían pantalla tras pantalla. De pronto, encontró la aplicación que buscaba y pulsó sobre ella. “Error de conexión”, fue el mensaje que pudo leer justo a continuación. El Gran Joe dibujó una mueca de decepción en su cara y, de reojo, miró a su fiel radio portátil aguardándole justo al lado de la nevera portátil, en la que había traído las cervezas. Sin dudarlo ni un segundo más, encendió su radio, tomó un nuevo sorbo de la cerveza y colocó la lata sobre la pantalla de la tableta, que se apagó para volver al estado de reposo. “Sí que sirve para todo el chisme ese”, concluyó el Gran Joe al usar el aparato como posavasos. Tomó aire, fresco y limpio, y dejó que su vista vagara, primero, por la arboleda que bordeaba el lago y, luego, se zambulló en sus pensamientos al suave compás de las notas de la música clásica de la emisora sintonizada. El cebo seguía intacto en el agua, y el Gran Joe se quedó dormido sin darse cuenta.


Un chapoteo lo despertó de pronto. La noche había caído, y el Gran Joe se frotó la cara con las manos para terminar de desperezarse. Apagó la radio que se había caído y consultó el reloj de pulsera. Eran las diez de la noche. Ya llegaba una hora tarde a la sesión de póquer en el bar. Se puso de pie y se apresuró a recoger la caña, pero se encontró con el soporte vacío. Se asomó por la borda y miró en todas direcciones, pero solo tenía oscuridad ante él. Maldijo en voz baja y recordó el aparato multiusos que le habían regalado. Cogió la tableta y su dedo recorrió rápidamente todas las opciones hasta que encontró la aplicación de la linterna. Una intensa luz blanca salió despedida por el otro lado del aparato, y el Gran Joe fue a inspeccionar los alrededores de la barca en busca de su querida, y cara, caña de pescar.

Su embarcación no era demasiado grande, y no tardó en darle la vuelta por completo. Miró por todas partes, dentro y fuera, haciendo danzar la luz blanca de un lado para otro sobre el oscuro lago. “¡Joder!”, maldijo en voz alta, ya dando su caña por perdida. “¡Mierda de soporte!”. Cuando se acercó a él y lo examinó, vio que los anclajes habían sido arrancados de cuajo, dejando atrás tan solo la madera astillada.

“¿Qué coño es eso?”, se preguntó en voz alta. De buenas a primeras empezó a escucharse un ruido. Se cercioró de que la radio estaba apagada y de que la tableta no estaba emitiendo sonido alguno. Pero el Gran Joe seguía escuchándolo, aquel sonido extraño e imposible, aquella respiración entrecortada... Era como si alguien estuviese llorando. Era un llanto tímido y agudo, como el de una chica joven. El Gran Joe no daba crédito a lo que estaba percibiendo. No había nadie en kilómetros a la redonda, y se encontraba a solas en medio del lago. Sin embargo, el llanto parecía provenir justo de la popa. Con paso decidido, se acercó e iluminó con la tableta. “¿Pero qué cojo...?”, se preguntó cuando se topó con una extraña piel escamosa hundida tan solo unos centímetros por debajo de la embarcación. El Gran Joe acercó despacio la luz al pez que estaba atrapado ahí. Quizás, con un poco de suerte, se había enredado en el sedal y su caña seguía estando ahí abajo. Se agarró bien a la borda y trató de agarrar aquel extraño pez, pero este se agitó de repente y desenroscó su cola escamosa como la de un dragón submarino con prisas para sumergirse lo más rápidamente posible. En su agitación, el voluminoso pez golpeó la embarcación, y el Gran Joe perdió el equilibrio. Por suerte, estaba bien agarrado y evitó la caída por la borda, pero la tableta no tuvo tanta suerte. El aparato cayó en el agua y se hundió emitiendo destellos de luz blanca bajo el agua. La luz a veces se topaba con algunos cuerpos extraños que nadaban bajo el agua. El Gran Joe frunció el ceño. Al principio había dado por hecho que se trataba de peces, pero luego le pareció ver turgentes torsos desnudos, formas femeninas, melenas sumergidas...

Resopló. No pensaba que se iba a coger semejante borrachera con tan solo media cerveza. Pero un nuevo golpe hizo que la embarcación se tambaleara aún más y, esta vez, el desprevenido Gran Joe fue a parar al agua. Todo era oscuridad y burbujas a su alrededor, hasta que se recompuso, distinguió arriba de abajo, y braceó con fuerzas hasta alcanzar la superficie. Tomó aire y miró en busca de la barca. Estaba cerca. Ni siquiera le prestó atención a los extraños toqueteos que no dejaban de palparle las piernas. Él empezó a nadar para acercarse a su barca, pero no dejaba de sentir que algo le palpaba de cintura para abajo, de manera obscena y poco decorosa, con fuerza y violencia. Apartó de su cabeza la idea de que posiblemente ya estuviera sangrando. El Gran Joe no creía lo que le estaba sucediendo, pero era real. Tan real como la barca que trataba de alcanzar. Por fin, su recia mano se agarró firmemente al borde de la barca, y nadó con fuerza con las piernas para coger impulso para subirse. Pero algo chapoteó justo tras su nuca y empujó su cabeza fuertemente contra la embarcación.

Dejó una mancha de sangre justo al lado del nombre de la barca, y el Gran Joe empezó a hundirse, consciente, pero incapaz de moverse. A medida que se hundía, empezó a sentir el ansia por la necesidad de oxígeno. Trató con todo su empeño mover los brazos o las piernas, pero no le respondían. Chilló bajo el agua y las burbujas danzaron a su alrededor, incapaces de ofrecerle ayuda alguna.

Y entonces, ella se iluminó delante de él. Y los ojos de el Gran Joe vieron lo imposible. Aquella mujer no tenía piernas. Una larguísima cola de pez se extendía de cintura para abajo y se contoneaba hasta perderse en las sombras. Todo su cuerpo era radiante y luminoso. Emitía destellos de luces azules y rosadas de manera intermitente, casi juguetona, al tiempo que su rostro permanecía oculto tras una melena pelirroja que se mecía en el agua. Al Gran Joe le quedaba poco tiempo. Le quedaba poco oxígeno, y la visión se fue desvaneciendo, hasta que, aquella criatura, nadó hacia él, y su rostro quedó al descubierto. Un rostro espantoso con ojos redondos como los de un tiburón y blancos como perlas puras, y con una boca grotesca sin labios y abarrotada de dientes agudos como agujas. El Gran Joe trató de huir, pero seguía inmovilizado. La criatura lo agarró firmemente y posó su boca sobre la de él. El Gran Joe gritó con el último aliento que le quedaba. Pensaba que le iba a devorar la cara. Pero, sin que apenas se diera cuenta, el Gran Joe estaba respirando de nuevo gracias a aquel horripilante beso. A través de la melena de la criatura, vio que otras luces se encendían alrededor, otros cuerpos femeninos y sinuosos que nadaban hacia él.

Entonces notó el tirón, y las criaturas se arremolinaron en torno a él para hundir al Gran Joe cada vez más y más.

Las sirenas usarían la semilla del Gran Joe para engendrar a su nueva prole. Las sirenas usarían el cuerpo del Gran Joe para alimentar a toda su nueva prole.

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