Y ahí estaba Sekai, de pie, sola y con la barbilla bien alta, en una
falsa señal de orgullo que apenas podía esconder el temblor de su
miedo. Había alcanzado el borde mismo de la existencia. Muchos de
los que se habían hecho eco del propósito de su viaje le habían
hecho saber, sin ningún tipo de amable cortapisa, que estaba loca de
remate, que su periplo iba a ser un despropósito catastrófico y que
se abocaba directamente a su propia muerte guiada por unos ideales
erróneos. Sin embargo, ella se mantuvo firme, firme y sola. Hasta
que alcanzó su meta y se quedó de pie contemplando el objetivo
alcanzado. Había demostrado que, desde el principio, había estado
en lo cierto, pero ya no quedaba nadie a su lado para verlo. Allí
estaba ella, de pie y sola, orgullosa y sola, asustada y sola, en el
fin imposible de su mundo plano.