Mi castillo está indefenso y manchado de sangre. Mi castillo está
sólo en una llanura inabarcable. Y yo me encuentro en medio de dos
infinitos, entre la nada de un yo que no se encuentra y mi castillo
destartalado. Sentado con las piernas cruzadas, lo contemplo desde la
distancia. Destrozado, humeante, roto y partido. Me gusta mi
castillo, me gusta cómo lo has dejado.
Mi castillo antes llegaba hasta el cielo. Antes sus torres
desgarraban las nubes en jirones. Antes sus muros resistían vientos,
vendavales, tormentas y ciclones. Ahora apenas consigue tenerse en
pie, con bloques agrietados que dudan si caer o seguir tambaleándose
eternamente, con nubes de polvo que giran y giran sin que sople una
corriente. Me gusta mi castillo, me gusta cómo lo has dejado.
Mi castillo llora sangre por sus rendijas, lamenta el dolor de sus
heridas. No se le oye, no se le siente, pero sus raíces bajo tierra
se resienten, sus cimientos se aquejan de tanta pena. El pesar es
demasiado y se agita, sacudiendo mi ánimo con cada embestida.
Tirita, se inclina y me susurra: “¿quién tendrá para mí la
cura?”. Me gusta mi castillo, me gusta cómo lo has dejado.
Mi castillo me encoge el ánimo. Me desconsuela recordar cómo fue y
cómo ahora es decrépito, sucio y presa del pánico. “Castillo
mío, yo te protegeré desde ahora. Y con los mismos bloques caídos
alzaré una muralla sin demora. Recta, alta y segura, que proteja tu
tierno corazón con un caparazón de piedra dura”. Me gusta mi
castillo, no dejaré que nadie lo destruya.
Mi castillo se tranquiliza. Apacigua su latido a medida que la
muralla como una vela se iza. Día a día, un bloque cada vez. Piedra
blanca, una sobre otra, filas recias de gran solidez. Mis manos se
endurecen, mi espíritu se endurece, las piedras contagian su
constitución, las rocas anidan en el corazón. Me gusta mi castillo,
no volveré a dejar que nadie lo destruya.
Mi castillo ya apenas puede ver, la muralla es alta y lo rodea de
pared a pared. Un nuevo día, una nueva pieza, y ya el muro es más
alto que su cabeza. Muralla de protección o muro de su prisión, el
castillo duda de si será la mejor solución. Pero la muralla yo
construyo, temeroso de un posible ataque futuro. Me gusta mi
castillo, no volveré a dejar que le hagan daño.
Mi castillo ya está bajo el amparo de la muralla que ya casi he
terminado. Me enjugo el sudor y siento la piel dura y fría. En
piedra me he convertido, en aquello que tanto temía. “Ya no podrán
herirme”, pensé. “Con la muralla y con mi piel resistiré”.
Orgulloso y seguro, miré al horizonte desde la altura de mi muro; el
castillo protegido, encerrado y oscuro. No supe si llorar o reír, y
sentí que el buitre de la locura daba círculos sobre mí. Me gusta
mi castillo, ahora está a salvo.
Mi castillo, resignado al porvenir enclaustrado. Mirada comprensiva y
suspiro profundo: “así te protejo yo de la gente mala de este
mundo”. Pero la sombra se alarga y proviene del horizonte. El
recuerdo del pasado salió de dónde se esconde. Figura femenina de
caricias suaves, besos dulces y palabras cariñosas, trae consigo el
terremoto que hace temblar hasta las últimas losas. Todo se agita y
tambalea, mientras ella solamente está allí lejos para que la vea.
Eso basta para que todo se derrumbe, eso basta para que me caiga al
suelo y me tumbe. Me gusta mi castillo, tu recuerdo lo destruye.
Mi castillo grita asustado, y la muralla cae en peso a su lado. Yo me
arrastro, gateo y repto, en busca de una salida de la lluvia de
restos. Los piedras caen, el castillo sangra y ella mira, el recuerdo
de su amor todo lo tira. A duras penas consigo salir con vida, y
corro a su encuentro, para abrazarla y poner fin a la sacudida. La
veo y corro hacia ella, la siento y mi corazón late hacia ella. Me
acerco y en el aire desaparece ella. El recuerdo solo es un recuerdo,
y no se puede abrazar, la sacudida es real, y sí te hace llorar. Me
doy la vuelta y veo mi castillo. Destrozado de nuevo. Roto de nuevo.
Me siento y lo contemplo, en medio entre dos infinitos: un yo que no
se encuentra y mi castillo destartalado.
Me gusta mi castillo, me gusta cómo lo has dejado.
¡Hola Aio! :)
ResponderEliminarQué relato más bonito. No sé si lo he entendido bien, pero diría que tu protagonista construye un muro para proteger su corazón, destrozado por una pérdida. Y que cuando creía que por fin estaba a salvo de sufrir, convertido en piedra, el simple recuerdo de ella derrumba de nuevo su muro, el muro que alzó para no sentir.
Me ha encantado, la verdad. Triste. Pero a la vez bonito. Una metáfora de la vida misma ;)
De nuevo, me vuelves a sorprender jejeje ¡Muy bien! ^^ ¡Ah! Y para mí, estos ratitos de lectura, son mis momentos favoritos :) Así que no me tienes que dar las gracias por leerte. Tus escritos lo merecen.
¡Un abrazo muy fuerte y hasta la próxima! ^^
Eso es precisamnte lo que trataba de transmitir, y el hecho de que levantar un muro a veces no es la mejor manera de solucionar el problema, aunque a veces uno no pueda evitarlo.
EliminarY sigo agradeciendo tus palabras, y mucho. ^^
¡Un abrazo muy fuerte para ti también, Carmen! ¡Muaks!