―¿De dónde ha salido toda esa
sangre?
Aunque el vaivén de la luz de la
sirena iluminaba los árboles de los lados de la carretera de
montaña, en el interior del vehículo tan solo alumbraba el débil
bombillo de la luz del techo. Desde el asiento trasero del coche
patrulla, el detenido esposado miraba a través del espejo retrovisor
a su interrogador. Su mirada era tímida y fija, estática por debajo
de las cejas empapadas de sangre. Aquellos ojos celestes del muchacho
desprendían una inocencia inusitada para alguien con multitud de
lamparones de sangre en cada centímetro de su ropa, empapada por
doquier de un color rojo oscuro, ya casi marrón. El joven dejó que
pasaran los segundos y se limitó a seguir guardando silencio y a
continuar observando al agente por el espejo.