jueves, 7 de agosto de 2014

Encuentro bajo el agua

Bajo el agua del lago, todo estaba tranquilo y en paz. Tenía la sensación de estar inmerso en un mundo paralelo y ajeno, al que apenas llegaba el alboroto de la batalla que se libraba en la superficie. Miró hacia arriba, más allá de las ondulaciones del agua. Los cuerpos escaldados caían por la borda de las barcas unos tras otros, con cada pasada de la sombra negra del dragón alado distorsionada por las aguas agitadas. Las bajas del combate empezaban a hundirse muy por encima de él, como una lluvia submarina de muerte y de pérdida. Entre los cadáveres que caían lentamente a su alrededor, encontró el suyo propio, con la piel derretida y el gesto marcado por una mueca de dolor. Al principio, no le resultó extraño: estaba observando cómo la gravedad tiraba de su propio cuerpo inerte arrastrándolo hasta su tumba de limo sumergido. Sin embargo, pronto se percató de lo antinatural que resultaba observarlo desde fuera.

Es una pesadilla, nada más”, pensó. Y esperó a despertarse. Pero la visión de su propio cuerpo sumiéndose en las profundidades abisales del lago no le permitía limitarse a esperar pacientemente. De modo que lanzó brazos y piernas con todo el impulso que pudo para llegar nadando hasta su cuerpo y rescatarlo. A pesar de sus denodados esfuerzos, no consiguió avanzar lo más mínimo, y para cuando quiso volver a mirar su cadáver, ya solo logró ver negrura. Las profundidades oscuras ya se lo habían tragado. Asustado, trató de dirigirse a la superficie, pero de nuevo no consiguió progreso alguno. Empezó a agobiarse y sentía que ya llevaba demasiado tiempo sin respirar. Pataleó, y dio manotazos desesperadamente, hasta que no pudo aguantarlo más y, en un acto reflejo involuntario, engulló todo el agua que le cupo en el pecho, cuando en realidad lo que ansiaban sus pulmones era aire.

No sufrió dolor alguno. Nada había llegado a sus pulmones. Ni agua, ni aire.

Fue entonces cuando bajó la mirada y se contempló a sí mismo para descubrir que allí no había nada. No porque no pudiera verse a causa de la oscuridad húmeda, sino porque allí no había absolutamente nada que ver. Carecía de piernas, brazos, pecho... Tras su fallecimiento, había quedado reducido a una nada consciente anclada en las profundidades negras del lago del dragón.

¿No he... sobrevivido?”, pensó.

No lo has hecho”, le respondió una voz profunda, muy cerca de él y, al mismo tiempo, de más allá de cualquier límite de la realidad.

Aunque también carecía de ojos, logró mirar, y se encontró con que a su lado tenía un pequeño pez flotando, estático mientras contrarrestaba con sus aletas semitransparentes los vaivenes de las aguas. Aquel pequeño ser acuático reflejaba con sus escamas en listas blancas y negras la poca luz que se aventuraba a llegar a semejantes profundidades. Las escamas blancas parecían destellar con cada coletazo, y las negras eran densas y profundas, auténticos sumideros negros que parecían engullir la existencia oscura a su alrededor. Coronando a aquel terror diminuto, estaban sus dos ojos de color rojo sangre, que atravesaban a aquel a quien mirasen ensartando su corazón con una punzada de sobrecogimiento.

¿Eres tú la...? ―se atrevió a pensar él.

Pero no pudo terminar la pregunta. El pez había desparecido sin que él se diese cuenta. Miró en todas direcciones, y ya no pudo encontrarlo por ninguna parte. Alzó la mirada, y tampoco encontró la superficie, ni tampoco los cadáveres que se estaban hundiendo en el agua hacía unos segundos. Todo a su alrededor se había vuelto oscuridad.

¿Qué va a ser de mí ahora?”, pensó en voz alta, llegando a escuchar su propio pensamiento.

La aterradora figura que apareció delante de él ya no era un pez, pero le estaba tendiendo su siniestra mano. Sintió miedo.

¿Dónde me vas a llevar?”.

Su acompañante sombrío no contestó.

Pensó en cómo iba a poder darle la mano, si ni siquiera tenía cuerpo. Pero, tan pronto lo pensó, su mano apareció y pudo tenderla sobre la del visitante oscuro.

Y su peor pesadilla empezó, cuando ya creía que todo había acabado.

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