―Realmente; dime, Cornelio;
¿crees que nuestra existencia se merece tanto sufrimiento? ¿Tanta...
pérdida? ―preguntó lord Adelpho, sentado al borde de la cama, con
un tono de clara consternación quebrando cada una de sus palabras.
Cornelio, su criado, escuchó la
pregunta con gesto calmado y sin alterar ni un milímetro su erguida
postura servicial. Estaba de pie, justo delante de la puerta cerrada
del dormitorio. Su aspecto formal y pulcro contrastaba claramente con
la mancha de sangre aún caliente que le goteaba por la barbilla.
―No se martirice, lord
―contestó, saboreando cómo cada palabra se mezclaba con la sangre
que danzaba de un lado a otro de su lengua―. Solo es comida.
Existen solamente para que podamos alimentarnos.
Pero a Adelphos la respuesta no
lo reconfortó en absoluto. La visión de su hijo de ocho años
desangrado sobre la alfombra parecía habérsele clavado en el
corazón como una estaca. Entonces, alzó la mirada y contempló la
cortina que impedía entrar la luz del sol del amanecer. Cornelio
adivinó los pensamientos de su amo y se adelantó a la absurda idea
que estaba a punto de expresar lord Adelphos.
―Es algo que lleva haciendo
cientos de años, lord. El alimento de hoy no es en nada diferente al
que recibimos hace diez años. Ni al que recibimos diez años antes,
ni a ninguno de los anteriores. Y así podría continuar hasta
remontarme al momento en el que mi lord tuvo a bien convertirme para
ser su servidor.
Adelphos no dejaba de mirar la
cortina. La luz del sol parecía cálida, acogedora. Purificadora de
pecados. El lord negó levemente con la cabeza.
―Para ti es diferente,
Cornelio. Te alimentas con lo que te doy, pero soy yo quien tiene que
segar la vida de mis seres queridos. Innumerables vástagos míos,
fuertes y rectos, han caído en todos estos años aciagos, presas de
mis colmillos sedientos. ¿Y todo para qué, Cornelio? ¿Para vivir
eternamente solo? Mi existencia se limita a destruir a las personas
que quiero para yo poder seguir existiendo. ¿Crees acaso que esa es
una manera válida de vivir?
―Es una manera válida de
sobrevivir, lord. Y es su manera de sobrevivir. Si tolerara cualquier
otro alimento, tengo la certeza absoluta de que usted no causaría
daño alguno a los suyos. Pero usted solamente puede beber la sangre
de su descendencia. Seguro que no necesita que le recuerde a mi lord
cómo se le agrietó la piel cuando se arriesgó a morderme, en aquel
duro momento de hambre absoluta. Debe seguir alimentándose de los
suyos, mi lord, pues la alternativa a ese camino es el hambre, la
degeneración, y la desaparición final.
―Existe otro camino, Cornelio
―lo corrigió Adelphos, acercando la punta de sus dedos al fino
hilo de luz que se colaba entre las grandes cortinas del ventanal.
Cornelio se apresuró a acercarse
hasta su lord y, con gentileza, apartó la mano de su lord de la luz,
y se apresuró a limpiar con un pañuelo de tela la sangre que
todavía manchaba la comisura de sus labios.
―Me miró con unos ojos... ―se
lamentó Adelphos―. No lo comprenderías, Cornelio. Esa pobre
criatura...
―Tranquilícese, lord. Es el
momento de reponerse y mirar a la eternidad que tenemos delante.
Hemos de aprovechar el vigor que hemos recibido hoy y empezar a
preparar el alimento para los próximos años. Debe levantarse,
recomponerse y empezar a buscar una nueva esposa. Esa debe ser su
única preocupación, lord ―Adelphos mantenía el ceño fruncido,
mientras Cornelio trataba de animarlo―. Yo me encargaré del
corazón del pequeño, lord, para que no comparta nuestra desdichada
existencia.
―¡No! ―respondió Adelphos,
con toda las fuerzas recobradas tras haber asimilado toda la sangre
tomada.
―Pero, ¿mi lord...?
―Este pequeño se convertirá.
Y me acompañará de ahora en adelante como hijo mío que es.
―Pero, lord... Necesitaremos
entonces más alimento. Llamaremos la atención de...
Adelphos lanzó repentinamente el
dorso de la mano contra Cornelio y lo lanzó por los aires contra la
puerta. El criado atravesó la madera y cayó sobre la piedra fría
del pasillo entre una lluvia de astillas. Por el boquete de la
puerta, el sobresaltado Cornelio vio aparecer el grandioso porte de
Adelphos, con todo su vigor recuperado tras superar la hambruna de
diez años. Cornelio se revolvió en el suelo y, esta vez, saboreó
su propia sangre en la boca. El criado comenzó a temblar cuando vio
que la silueta del pequeño se alzaba tambaleante por detrás del
lord.
―Mi hijo existirá, Cornelio.
Este vez, compartiré la eternidad con este vástago mío, Cornelio.
Y su primer alimento..., serás tú..., Cornelio.
¡Me ha encantado! :)
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