jueves, 28 de agosto de 2014

Otra eternidad por delante

Realmente; dime, Cornelio; ¿crees que nuestra existencia se merece tanto sufrimiento? ¿Tanta... pérdida? ―preguntó lord Adelpho, sentado al borde de la cama, con un tono de clara consternación quebrando cada una de sus palabras.

Cornelio, su criado, escuchó la pregunta con gesto calmado y sin alterar ni un milímetro su erguida postura servicial. Estaba de pie, justo delante de la puerta cerrada del dormitorio. Su aspecto formal y pulcro contrastaba claramente con la mancha de sangre aún caliente que le goteaba por la barbilla.

No se martirice, lord ―contestó, saboreando cómo cada palabra se mezclaba con la sangre que danzaba de un lado a otro de su lengua―. Solo es comida. Existen solamente para que podamos alimentarnos.

Pero a Adelphos la respuesta no lo reconfortó en absoluto. La visión de su hijo de ocho años desangrado sobre la alfombra parecía habérsele clavado en el corazón como una estaca. Entonces, alzó la mirada y contempló la cortina que impedía entrar la luz del sol del amanecer. Cornelio adivinó los pensamientos de su amo y se adelantó a la absurda idea que estaba a punto de expresar lord Adelphos.

Es algo que lleva haciendo cientos de años, lord. El alimento de hoy no es en nada diferente al que recibimos hace diez años. Ni al que recibimos diez años antes, ni a ninguno de los anteriores. Y así podría continuar hasta remontarme al momento en el que mi lord tuvo a bien convertirme para ser su servidor.

Adelphos no dejaba de mirar la cortina. La luz del sol parecía cálida, acogedora. Purificadora de pecados. El lord negó levemente con la cabeza.

Para ti es diferente, Cornelio. Te alimentas con lo que te doy, pero soy yo quien tiene que segar la vida de mis seres queridos. Innumerables vástagos míos, fuertes y rectos, han caído en todos estos años aciagos, presas de mis colmillos sedientos. ¿Y todo para qué, Cornelio? ¿Para vivir eternamente solo? Mi existencia se limita a destruir a las personas que quiero para yo poder seguir existiendo. ¿Crees acaso que esa es una manera válida de vivir?

Es una manera válida de sobrevivir, lord. Y es su manera de sobrevivir. Si tolerara cualquier otro alimento, tengo la certeza absoluta de que usted no causaría daño alguno a los suyos. Pero usted solamente puede beber la sangre de su descendencia. Seguro que no necesita que le recuerde a mi lord cómo se le agrietó la piel cuando se arriesgó a morderme, en aquel duro momento de hambre absoluta. Debe seguir alimentándose de los suyos, mi lord, pues la alternativa a ese camino es el hambre, la degeneración, y la desaparición final.

Existe otro camino, Cornelio ―lo corrigió Adelphos, acercando la punta de sus dedos al fino hilo de luz que se colaba entre las grandes cortinas del ventanal.

Cornelio se apresuró a acercarse hasta su lord y, con gentileza, apartó la mano de su lord de la luz, y se apresuró a limpiar con un pañuelo de tela la sangre que todavía manchaba la comisura de sus labios.

Me miró con unos ojos... ―se lamentó Adelphos―. No lo comprenderías, Cornelio. Esa pobre criatura...

Tranquilícese, lord. Es el momento de reponerse y mirar a la eternidad que tenemos delante. Hemos de aprovechar el vigor que hemos recibido hoy y empezar a preparar el alimento para los próximos años. Debe levantarse, recomponerse y empezar a buscar una nueva esposa. Esa debe ser su única preocupación, lord ―Adelphos mantenía el ceño fruncido, mientras Cornelio trataba de animarlo―. Yo me encargaré del corazón del pequeño, lord, para que no comparta nuestra desdichada existencia.

¡No! ―respondió Adelphos, con toda las fuerzas recobradas tras haber asimilado toda la sangre tomada.

Pero, ¿mi lord...?

Este pequeño se convertirá. Y me acompañará de ahora en adelante como hijo mío que es.

Pero, lord... Necesitaremos entonces más alimento. Llamaremos la atención de...

Adelphos lanzó repentinamente el dorso de la mano contra Cornelio y lo lanzó por los aires contra la puerta. El criado atravesó la madera y cayó sobre la piedra fría del pasillo entre una lluvia de astillas. Por el boquete de la puerta, el sobresaltado Cornelio vio aparecer el grandioso porte de Adelphos, con todo su vigor recuperado tras superar la hambruna de diez años. Cornelio se revolvió en el suelo y, esta vez, saboreó su propia sangre en la boca. El criado comenzó a temblar cuando vio que la silueta del pequeño se alzaba tambaleante por detrás del lord.

Mi hijo existirá, Cornelio. Este vez, compartiré la eternidad con este vástago mío, Cornelio. Y su primer alimento..., serás tú..., Cornelio.

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