“Hoy he visto el primer
cadáver, Nozomi. No estoy muy seguro de por qué te estoy contando
esto a ti. No debería hacerlo. Se supone que debería escribirte
sobre lo mucho que te echo de menos y que estoy deseando volver a tu
lado, cosas que son tan ciertas como que ahora está atardeciendo y
que lo único que me da calor en esta estrecha y húmeda trinchera es
mirar tu foto de vez en cuando, mientras escribo esta carta. Espero
que puedas perdonar que te haga partícipe de este horror por el que
me ha tocado transitar, pero el terrible recuerdo de ese cuerpo
acribillado y tirado sobre el alambre me está atormentando, y en
este lugar no hay nadie dispuesto a escuchar mi pesar. Todo el mundo
a mi alrededor actúa como si no pasara nada. Los demás de la
compañía ya llevan tiempo en el frente y parecen estar
insensibilizados a toda la tragedia que se despliega a nuestro
alrededor. Para ellos, aquel solamente era un cuerpo más abatido en
el campo. Pero, para mí, era el primero.
Fue ayer cuando sucedió.
Avanzábamos en dirección a nuestra posición actual y, en el
trayecto, tuvimos que atravesar uno de los campamentos abandonados y
arrasados. Desde lejos, divisé los cuerpos sembrados por todas
partes. Parecían bultos uniformados, como sacos, tirados y quietos
en el barro, a los pies de las tiendas, abrazados al fusil que no
pudo salvarles la vida. A la vista de tal horror, recé para mis
adentros, con la esperanza de que el líder de la compañía rodease
el lugar de la masacre. Pero, para mi desgracia, no fue así.
“Permaneced juntos y estad atentos”, nos ordenó cuando entramos
por el acceso cercado de alambre de espino. El grupo se mantuvo junto
y empezamos a avanzar despacio entre las tiendas de campaña,
salpicadas de lluvia y de sangre.
Mantuve la cabeza alta, Nozomi.
No sé cómo pude hacerlo, pero mantuve la cabeza alta y seguí al
soldado que tenía delante. Me daba miedo mirar abajo, por si veía
una mano retorcida o un rostro con ojos apagados. Me negaba a bajar
la mirada, mientras el corazón me latía como si tuviese más ganas
que yo de salir huyendo de aquel maldito lugar ensangrentado. No sé
cuánto tiempo pasaría, pero, para mi alivio, pronto encontré la
salida con la mirada, justo delante. El líder de la compañía ya la
atravesaba cuando me di cuenta de que, a un lado de la salida, había
un cuerpo enredado entre los filos cortantes del alambre de espino.
La mayoría de la compañía ya estaba fuera y, sin darme cuenta,
tuve que haber reducido el paso. “No te quedes atrás”, me gritó
alguien, no sé quién.
Intenté mirar hacia otro lado,
disimular, actuar como hacían los demás, impasibles e
imperturbables. Pero, cuanto más me acercaba al cuerpo, más miedo
sentía. Al principio, fue extraño. Allí, a unos pasos de
distancia, había una persona. Parecía una persona. Pensaba que de
un momento a otro se movería, reaccionaría o advertiría mi
presencia. Pero no fue así. No se movió. No se inmutó. Permaneció
quieto e inalterable. Ni siquiera su cabello empapado por la lluvia
se mecía lo más mínimo. Al aproximarme más, los detalles se
volvieron tan claros como trágicos. La espalda estaba acribillada y
el alambre se había enredado en sus extremidades, destrozando por igual
tanto la tela de su uniforme como...
No, ya basta. Es suficiente,
Nozomi. No sé si me arrepentiré de contarte todo esto. Pero eres la
única que me ha escuchado nunca, y todo esto es, simplemente,
demasiado para mí. Los días se me hacen eternos y tengo la terrible
sensación de que de buenas a primeras una bala perdida me alcanzará
y me privará del regalo de volver a verte. O quizás simplemente me
hiera y no vuelva a ser el mismo para ti. Tengo miedo, Nozomi. Miedo
de morir, miedo de que me hagan daño, miedo de volver y no ser el
mismo, miedo de mirarte a la cara cuando vuelva tras haber
presenciado el lado más salvaje y desgarrador del hombre. Y parece
que yo soy el único aquí que todavía puede sentir cosas así.
Algunos soldados perciben mi
miedo, mis dudas, mi cobardía. Noto que cuando caminamos, se alejan
de mí, como si a mi alrededor anidara la muerte próxima. No lo
manifiestan, pero saben lo que siento, saben lo que pienso... Y saben
que no duraré mucho si continúo de este modo.
“Cuando te reclutan, dejas el
miedo en casa y coges un fusil en las manos”, eso me dijo el
sargento cuando bajé del helicóptero el primer día. Y eso es lo
que tengo que hacer, Nozomi. Por ti. Y por eso, he decidido
escribirte esta carta para explicarte que, si quiero salir de aquí
de una pieza, tengo que hacer frente a mi miedo, olvidar mis titubeos
y empezar a actuar resolutivamente e, incluso, cruelmente. No puedo
dudar cuando me disparan, no puedo estremecerme con el olor a sangre,
no puedo temblar cuando alguien quiere matarme por encima de todo.
Tendré que levantarme, y luchar. Tendré que resistir y
contraatacar. Tendré que sobrevivir, y matar, si hace falta.
Nozomi, para sobrevivir a esto,
tengo que dejar de ser yo. Esta es la última carta que te escribe el
que una vez conociste, y del que un bendito día te enamoraste.
Espero que puedas reconocerme si vuelvo a casa.
Hasta entonces, te querré hasta
que me muera. Y mataré hasta que vuelva.
Te quiero mucho.
Senso”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario