jueves, 12 de junio de 2014

Querida Nozomi

Hoy he visto el primer cadáver, Nozomi. No estoy muy seguro de por qué te estoy contando esto a ti. No debería hacerlo. Se supone que debería escribirte sobre lo mucho que te echo de menos y que estoy deseando volver a tu lado, cosas que son tan ciertas como que ahora está atardeciendo y que lo único que me da calor en esta estrecha y húmeda trinchera es mirar tu foto de vez en cuando, mientras escribo esta carta. Espero que puedas perdonar que te haga partícipe de este horror por el que me ha tocado transitar, pero el terrible recuerdo de ese cuerpo acribillado y tirado sobre el alambre me está atormentando, y en este lugar no hay nadie dispuesto a escuchar mi pesar. Todo el mundo a mi alrededor actúa como si no pasara nada. Los demás de la compañía ya llevan tiempo en el frente y parecen estar insensibilizados a toda la tragedia que se despliega a nuestro alrededor. Para ellos, aquel solamente era un cuerpo más abatido en el campo. Pero, para mí, era el primero.

Fue ayer cuando sucedió. Avanzábamos en dirección a nuestra posición actual y, en el trayecto, tuvimos que atravesar uno de los campamentos abandonados y arrasados. Desde lejos, divisé los cuerpos sembrados por todas partes. Parecían bultos uniformados, como sacos, tirados y quietos en el barro, a los pies de las tiendas, abrazados al fusil que no pudo salvarles la vida. A la vista de tal horror, recé para mis adentros, con la esperanza de que el líder de la compañía rodease el lugar de la masacre. Pero, para mi desgracia, no fue así. “Permaneced juntos y estad atentos”, nos ordenó cuando entramos por el acceso cercado de alambre de espino. El grupo se mantuvo junto y empezamos a avanzar despacio entre las tiendas de campaña, salpicadas de lluvia y de sangre.

Mantuve la cabeza alta, Nozomi. No sé cómo pude hacerlo, pero mantuve la cabeza alta y seguí al soldado que tenía delante. Me daba miedo mirar abajo, por si veía una mano retorcida o un rostro con ojos apagados. Me negaba a bajar la mirada, mientras el corazón me latía como si tuviese más ganas que yo de salir huyendo de aquel maldito lugar ensangrentado. No sé cuánto tiempo pasaría, pero, para mi alivio, pronto encontré la salida con la mirada, justo delante. El líder de la compañía ya la atravesaba cuando me di cuenta de que, a un lado de la salida, había un cuerpo enredado entre los filos cortantes del alambre de espino. La mayoría de la compañía ya estaba fuera y, sin darme cuenta, tuve que haber reducido el paso. “No te quedes atrás”, me gritó alguien, no sé quién.

Intenté mirar hacia otro lado, disimular, actuar como hacían los demás, impasibles e imperturbables. Pero, cuanto más me acercaba al cuerpo, más miedo sentía. Al principio, fue extraño. Allí, a unos pasos de distancia, había una persona. Parecía una persona. Pensaba que de un momento a otro se movería, reaccionaría o advertiría mi presencia. Pero no fue así. No se movió. No se inmutó. Permaneció quieto e inalterable. Ni siquiera su cabello empapado por la lluvia se mecía lo más mínimo. Al aproximarme más, los detalles se volvieron tan claros como trágicos. La espalda estaba acribillada y el alambre se había enredado en sus extremidades, destrozando por igual tanto la tela de su uniforme como...

No, ya basta. Es suficiente, Nozomi. No sé si me arrepentiré de contarte todo esto. Pero eres la única que me ha escuchado nunca, y todo esto es, simplemente, demasiado para mí. Los días se me hacen eternos y tengo la terrible sensación de que de buenas a primeras una bala perdida me alcanzará y me privará del regalo de volver a verte. O quizás simplemente me hiera y no vuelva a ser el mismo para ti. Tengo miedo, Nozomi. Miedo de morir, miedo de que me hagan daño, miedo de volver y no ser el mismo, miedo de mirarte a la cara cuando vuelva tras haber presenciado el lado más salvaje y desgarrador del hombre. Y parece que yo soy el único aquí que todavía puede sentir cosas así.

Algunos soldados perciben mi miedo, mis dudas, mi cobardía. Noto que cuando caminamos, se alejan de mí, como si a mi alrededor anidara la muerte próxima. No lo manifiestan, pero saben lo que siento, saben lo que pienso... Y saben que no duraré mucho si continúo de este modo.

Cuando te reclutan, dejas el miedo en casa y coges un fusil en las manos”, eso me dijo el sargento cuando bajé del helicóptero el primer día. Y eso es lo que tengo que hacer, Nozomi. Por ti. Y por eso, he decidido escribirte esta carta para explicarte que, si quiero salir de aquí de una pieza, tengo que hacer frente a mi miedo, olvidar mis titubeos y empezar a actuar resolutivamente e, incluso, cruelmente. No puedo dudar cuando me disparan, no puedo estremecerme con el olor a sangre, no puedo temblar cuando alguien quiere matarme por encima de todo. Tendré que levantarme, y luchar. Tendré que resistir y contraatacar. Tendré que sobrevivir, y matar, si hace falta.

Nozomi, para sobrevivir a esto, tengo que dejar de ser yo. Esta es la última carta que te escribe el que una vez conociste, y del que un bendito día te enamoraste. Espero que puedas reconocerme si vuelvo a casa.

Hasta entonces, te querré hasta que me muera. Y mataré hasta que vuelva.

Te quiero mucho.

Senso”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario