―Aquella tía no nos quita ojo
de encima ―comentó Vince, entre sorbo y sorbo de su cubata.
Sin dejar de apoyar los codos
sobre la barra, Joel miró sin ganas hacia el lado indicado. Vio a un
corro de chicas muy arregladas que conversaban entre risitas
despreocupadas. A Joel no le pareció que ninguna mostrase el más
mínimo interés en ninguno de ellos. Aun así, le siguió la
corriente a su amigo.
―A lo mejor te miran a ti. Esta
noche estás arrebatador ―bromeó Joel.
―Déjate de paridas. Ahora
justo cuando has mirado, ella no miró. Pero es aquella, la rubia del
vestido escotado.
Joel volvió a mirar y, esta vez,
localizó a la chica en cuestión, totalmente ajena a la existencia
de Joel y de Vince.
―Vince, sinceramente macho, no
creo que una chica como esa se fije en tíos como nosotros.
―Pues te digo que ya ha mirado
en esta dirección al menos siete veces.
―Tío, estamos sentados a la
barra. Todo el mundo mira hacia aquí, Vince. No es que nosotros
atraigamos las miradas de todo el mundo.
―Con esa actitud, no me extraña
que no se te acerque ninguna, colega ―Vince volvió a humedecer los
labios con su bebida, esperando la reacción de su amigo Joel al
osado comentario que acababa de decir.
―Yo al menos soy realista. No
voy por ahí creyéndome una gilipollez de teoría que anda por la
red.
―Tú di lo que quieras, pero lo
que dicen es verdad. Incluso hay hasta vídeos.
―Ya... ¿Y cómo sabes que no
son montajes?
―Te digo yo que sí. Tengo
colegas que me han dicho que es verdad, Joel. Te lo prometo. Desde
que apareció esa nave, las tías andan como locas. Es como si
pensasen que el mundo se fuese a acabar o algo así, y de repente
todas andan como locas y están mucho más salidas que antes.
―Tío, ¿pero cómo te puedes
creer eso? Es una gilipollez, te lo digo yo.
―Vale... Si es una gilipollez,
¿qué haces tú aquí entonces? Si no recuerdo mal, tú detestas
salir por la noche de copas. Y no pusiste muchas pegas para venir...
Joel bebió un poco de su
refresco, mientras pensó rápidamente una respuesta satisfactoria.
―Mejor estar aquí hablando
contigo, que en casa viendo el tarot.
―Ya, seguro. Seguro que estás
aquí por eso y no porque querías comprobar esos rumores...
―Pero, Vince, escúchate.
¿Desde cuándo los rumores de internet son fiables? Lo más probable
es que sea una soberana estupidez que se inventó un niñato aburrido
para reírse de la gente crédula como tú. ¿Cómo va esa cosa del
cielo a afectar solo a las mujeres?
―Te digo yo que sí, joder. Tú
eres el que no escucha, tío. ¿No afecta la luna también a los
ciclos esos de las tías o qué? Y la luna está más lejos todavía
que esa nave de ahí arriba.
―Tío, empiezo a pensar que no
solo eres algo cortito.
―De acuerdo, señor sensato. Tú
quédate aquí, con tu celibato, vigilando la barra para que no se la
lleve nadie. Yo voy a ir a hablar con esa rubia.
―Ándate con ojo, no se te vaya
a abalanzar encima y tenga que ir a separaros ―ironizó Joel, pero
su amigo no lo pudo escuchar. Ya se estaba alejando entre el gentío,
y la música estaba demasiado alta.
Joel negó para sí mismo,
asombrado de lo maleable que resultaba ser la actitud de su amigo.
Bastaba un rumor infundado para que, de repente, se sintiese todo un
donjuán. Aun así, en el fondo, envidió su arrojo para poder
acercarse y hablar con una chica guapa desconocida. Joel apretó los
labios y miró alrededor.
Había muchas chicas hermosas,
pero ninguna era la que él había amado una vez, la que todavía
amaba en secreto. La misma chica que recordaba todas las madrugadas,
en la oscuridad silenciosa de su dormitorio, y no lo dejaba dormir.
Todas las noches revivía su memoria en un momento íntimo, doloroso
y diario, que ocultaba del conocimiento de los demás bromeando e
inventándose la historia de que siempre dormía tan mal, porque a
esas horas veía los adivinos del tarot por la tele.
En la discoteca, Joel se sintió
rodeado y empequeñecido hasta la micra. La mayor parte de clientes
del local bailaban sin complejos, algunos otros intentaban hablar
gritando al oído del de al lado y otros pocos sostenían su bebida
mientras seguían el ritmo de la música con movimientos de cabeza.
“¿Qué rayos hago yo aquí?”,
pensó. De pronto, echó de menos el “tarot”. “Aquí no voy a
encontrar a quien quiero”, reconoció Joel. Se dio media vuelta y
buscó a Vince con la mirada. Entre la multitud danzante, lo encontró
hablando con la chica rubia. Sorprendentemente, la chica parecía
divertirse con las tonterías que seguramente estaba soltando su
amigo. Joel prefirió no interrumpir. Sacó el móvil del bolsillo y
escribió un mensaje a Vince.
“Me aburro. Me voy a casa.
Suerte con tu nueva amiga. Ya hablamos”.
Al salir, el fresco aire de la
madrugada le acarició el rostro. Atrás, había dejado el alboroto
de la gente y de la música, que ahora resonaba como un murmullo
silenciado y lejano. Metió las manos en los bolsillos y empezó a
caminar de vuelta a casa. Su cabeza aturullada por el jaleo agradeció
escuchar solamente el eco de sus pasos retumbando en la calle vacía.
El reloj del campanario dio las tres de la madrugada y la noche
estaba tranquila y serena. Tan solo encontró gatos tomando su
tentempié nocturno en los cubos de basura de los callejones.
Miró arriba y encontró la
silueta del objeto flotante, resaltada contra el brillo de la luna
llena que debía de estar brillando mucho más arriba. Sonrió al
recordar la descabellada teoría de internet que se había tragado
Vince. Sin embargo, aquella tontería le había servido a Vince para
atreverse y hablar con aquella chica atractiva. “Ojalá le vaya
bien y no diga ninguna barbaridad”.
Joel nunca había conocido
ninguna novia seria de Vince, y deseó que le fuese bien aquella
noche para que surgiera algo estable, que lo hiciese feliz y lo
alejara de rumores estúpidos que le comían la cabeza. Justo
entonces, Joel recordó a su amada perdida y volvió a mirar hacia
arriba. “Quizás la mía haya tenido que venir desde el espacio y
esté ahí dentro”, bromeó para sí mismo.
Joel continuó caminando de
camino a casa. Seguramente, vería algo del tarot antes de poder
quedarse dormido.
*Cuenta atrás: Tres
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