jueves, 27 de marzo de 2014

El nuevo feligrés (Cielo cromado: 9)

El templo estaba a rebosar. El último que había conseguido entrar se había tenido abrir paso entre la congregación para encontrar un lugar desde donde poder ver el altar. Se detuvo donde tenía una buena visión, inclinó la cabeza en señal de respeto y se cruzó de brazos para escuchar con toda su atención las palabras del pastor:


Hermanos, fijaos en el flamante aspecto que luce nuestro templo hoy. Mirad a un lado, y luego al otro, y decidme a continuación qué es lo que veis. Adelante, mirad. No tengáis ningún tipo de reparo. Observad con atención y decidme cuál es la diferencia que encontráis entre la reunión de hoy y alguna de hace cuatro meses. Mirad. Fijaos. Comparad. ¿Ya os habéis dado cuenta? ¿Algunos todavía no? Bueno, pues dejad que sea yo quien os diga cuál es la principal diferencia entre el servicio de hoy y cualquiera de hace cuatro meses. Si hoy miráis a los lados y os fijáis, no conseguiréis ver las paredes del templo. Solo veréis los rostros de otros hermanos vuestros, que también han acudido esta noche aquí para saciar su sed espiritual. Permitid que os recuerde que hace tan solo cuatro meses, cualquiera que hubiese entrado en este templo y hubiese mirado alrededor, tan solo hubiese visto a algún que otro feligrés. El resto hubiesen sido muros con imágenes sagradas, columnas y, sobre todo, asientos vacíos.



¿Cuál es la explicación a semejante diferencia? ¿A qué se debe que, en tan poco espacio de tiempo, se hayan encendido los ánimos de tantas personas para acercarse al templo y escuchar los mensajes sagrados? Desde luego, no hace falta ser ningún experto ni ninguna eminencia para encontrar la respuesta, pues esta se encuentra justo fuera de las puertas de este templo. Y para encontrarla, tan solo debemos salir y mirar hacia arriba, hacia el cielo. Todos nosotros ya hasta nos hemos familiarizado con la presencia de ese extraño objeto flotante, ahí arriba, pero ninguno de nosotros sabe a ciencia cierta para qué ha venido a nuestra querida ciudad. Y creedme cuando os digo, hermanos, que yo tampoco lo sé. Desconozco cuáles pueden ser los motivos que se esconden detrás de su aparición. Y, por eso, queridos hermanos, estoy confuso. Exactamente el mismo sentimiento que ha empujado a salir a muchos de nuestros hermanos de sus casas y acercarse hasta este lugar sagrado.



Os comprendo, hermanos, porque también comparto vuestra incertidumbre, vuestra desazón y vuestro temor. Esas emociones nos han unido hoy aquí, en busca de respuestas que nos conduzcan a soluciones rápidas. Queremos encontrar la luz dentro de las tinieblas. Queremos encontrar esa mano que nos ayude a salvarnos. Y hoy nosotros hemos venido al templo a encontrar esa luz que nos guíe, esa mano que nos rescate. Todos deseamos volver a la normalidad cuanto antes y recuperar nuestras vidas anteriores de cuando sabíamos que encima de nuestras cabezas no había ningún objeto extraño.



Sin embargo, os digo que no hay que tener miedo. No hay que temer. Nada. Pues no estamos solos en este camino oscuro. Los Altos siempre están ahí con nosotros, incluso ahora. Y se encuentran exactamente en ese mismo sitio que origina toda nuestra desazón: en las alturas. Pero, a diferencia del objeto, a ellos aún no podemos verlos. Pero que no los veamos no significa que su voluntad no se cumpla. Su voluntad siempre se cumple. No dudéis cuando os digo que han sido ellos mismos quienes han enviado ese objeto, pues nada escapa del control de los Altos. Ellos han sido quienes lo han planificado, y quienes lo han ejecutado. Y solo ellos conocen las verdaderas intenciones de nuestros nuevos visitantes. Puede que los hayan enviado a ayudarnos, o puede que los hayan enviado a castigarnos. Incluso puede que no hayan enviado a nadie en absoluto y solo sea un cascarón brillante y vacío. Sea lo que sea, ya sea una prueba o un regalo, tened bien claro, hermanos, que no estáis solos y, pase lo que pase, hagáis lo que hagáis, no debéis preocuparos, pues todo estará desarrollándose tal y como está escrito por los Altos. Tened fe, hermanos. Y no tengáis miedo, pues la voluntad de los Altos escapa a nuestra comprensión y nosotros, meros mortales, somos incapaces de llegar a comprender el plan que han orquestado hasta el fin de los tiempos. Ya sea que esa cosa nos ataque o nos ilumine, ya sea que vivamos o muramos, no tenéis que temer. Nunca. No abandonéis la fe y estad alegres de formar parte de ese plan de los Altos. Regocijaos y dejad de temer. Alegraos de estar cumpliendo el destino que se ha escrito para cada uno de nosotros.



Por otro lado, quizás, durante estos días tumultuosos y llenos de confusión, hayáis escuchado en los medios algunas voces oportunistas que no han perdido tiempo en alzarse y vociferar sus opiniones a los cuatro vientos. Estoy seguro de que los habéis escuchado en más de una ocasión. Algunos de ellos, que se hacen llamar a sí mismos hombres de ciencia, incluso tienen la desfachatez de aparecer emocionados con lágrimas en los ojos, porque dicen que por fin tienen la prueba irrefutable de que el hombre no está solo en la inmensidad del universo. “Universo”, dicen, cuando deberían hablar de creación. A esos hombres no les falta osadía cuando se atreven a proclamar que existen seres vivos más allá de nuestro querido planeta, que existen otras formas de vida diferentes a las que conocemos y que; como sabemos, hermanos; fueron creadas por los Altos. Os advierto, hermanos, de que las palabras de esos llamados hombres de ciencia no están carentes de intenciones malintencionadas. Tan solo pretenden desprestigiar de un plumazo los cincuenta mil años de historia de nuestra orden, tan solo porque se han encontrado con algo que no comprenden. ¿Cómo están tan seguros de que esa nave, objeto o lo que sea demuestra cualquier cosa? ¿Cómo tienen la osadía de afirmar que hay algo vivo más allá de lo que los Altos han creado? Ellos no saben más que nosotros. Quizás, dentro de esa cosa, tan solo se encuentren otros hermanos nuestros. Iguales a nosotros que quizás han vagado por las sendas de la creación en busca de otros iguales a ellos. Me gustaría saber qué dirían esos hombres de ciencia si eso llegara a ocurrir, me pregunto qué dirían si dentro de esa nave, objeto o lo que sea se encontrase la prueba irrefutable de que los Altos existen.



Por el momento, hermanos, no os dejéis engañar y seguid con vuestras vidas. Los Altos proveerán. Y pase lo que pase, sea lo que sea, sucederá según su voluntad.



Marchad y vivid, por los Altos.



Así sea”.



El último feligrés que había entrado en el templo fue uno de los primeros en salir. Se detuvo antes de bajar la escalinata hasta la calle, mientras la congregación se dispersaba a su alrededor. Miró arriba y encontró el objeto flotante en el cielo. La punzada de miedo volvió a aparecer en su estómago. La idea de acudir a un servicio en el templo no había conseguido calmar su miedo. Confuso, bajó la mirada y se miró las palmas. Se preguntó si los Altos también habían preestablecido que él haría ese movimiento en aquel preciso momento.



A aquel nuevo feligrés no le gustó la idea de no ser dueño de su propio destino. Así que decidió que, pasara lo que pasara, él decidiría de ahora en adelante.



* Cuenta atrás: 2

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