El templo estaba a rebosar. El
último que había conseguido entrar se había tenido abrir paso
entre la congregación para encontrar un lugar desde donde poder ver
el altar. Se detuvo donde tenía una buena visión, inclinó la
cabeza en señal de respeto y se cruzó de brazos para escuchar con
toda su atención las palabras del pastor:
“Hermanos, fijaos en el
flamante aspecto que luce nuestro templo hoy. Mirad a un lado, y
luego al otro, y decidme a continuación qué es lo que veis.
Adelante, mirad. No tengáis ningún tipo de reparo. Observad con
atención y decidme cuál es la diferencia que encontráis entre la
reunión de hoy y alguna de hace cuatro meses. Mirad. Fijaos.
Comparad. ¿Ya os habéis dado cuenta? ¿Algunos todavía no? Bueno,
pues dejad que sea yo quien os diga cuál es la principal diferencia
entre el servicio de hoy y cualquiera de hace cuatro meses. Si hoy
miráis a los lados y os fijáis, no conseguiréis ver las paredes
del templo. Solo veréis los rostros de otros hermanos vuestros, que
también han acudido esta noche aquí para saciar su sed espiritual.
Permitid que os recuerde que hace tan solo cuatro meses, cualquiera
que hubiese entrado en este templo y hubiese mirado alrededor, tan
solo hubiese visto a algún que otro feligrés. El resto hubiesen
sido muros con imágenes sagradas, columnas y, sobre todo, asientos
vacíos.
¿Cuál es la explicación a
semejante diferencia? ¿A qué se debe que, en tan poco espacio de
tiempo, se hayan encendido los ánimos de tantas personas para
acercarse al templo y escuchar los mensajes sagrados? Desde luego, no
hace falta ser ningún experto ni ninguna eminencia para encontrar la
respuesta, pues esta se encuentra justo fuera de las puertas de este
templo. Y para encontrarla, tan solo debemos salir y mirar hacia
arriba, hacia el cielo. Todos nosotros ya hasta nos hemos
familiarizado con la presencia de ese extraño objeto flotante, ahí
arriba, pero ninguno de nosotros sabe a ciencia cierta para qué ha
venido a nuestra querida ciudad. Y creedme cuando os digo, hermanos,
que yo tampoco lo sé. Desconozco cuáles pueden ser los motivos que
se esconden detrás de su aparición. Y, por eso, queridos hermanos,
estoy confuso. Exactamente el mismo sentimiento que ha empujado a
salir a muchos de nuestros hermanos de sus casas y acercarse hasta
este lugar sagrado.
Os comprendo, hermanos, porque
también comparto vuestra incertidumbre, vuestra desazón y vuestro
temor. Esas emociones nos han unido hoy aquí, en busca de respuestas
que nos conduzcan a soluciones rápidas. Queremos encontrar la luz
dentro de las tinieblas. Queremos encontrar esa mano que nos ayude a
salvarnos. Y hoy nosotros hemos venido al templo a encontrar esa luz
que nos guíe, esa mano que nos rescate. Todos deseamos volver a la
normalidad cuanto antes y recuperar nuestras vidas anteriores de
cuando sabíamos que encima de nuestras cabezas no había ningún
objeto extraño.
Sin embargo, os digo que no hay
que tener miedo. No hay que temer. Nada. Pues no estamos solos en
este camino oscuro. Los Altos siempre están ahí con nosotros,
incluso ahora. Y se encuentran exactamente en ese mismo sitio que
origina toda nuestra desazón: en las alturas. Pero, a diferencia del
objeto, a ellos aún no podemos verlos. Pero que no los veamos no
significa que su voluntad no se cumpla. Su voluntad siempre se
cumple. No dudéis cuando os digo que han sido ellos mismos quienes
han enviado ese objeto, pues nada escapa del control de los Altos.
Ellos han sido quienes lo han planificado, y quienes lo han
ejecutado. Y solo ellos conocen las verdaderas intenciones de
nuestros nuevos visitantes. Puede que los hayan enviado a ayudarnos,
o puede que los hayan enviado a castigarnos. Incluso puede que no
hayan enviado a nadie en absoluto y solo sea un cascarón brillante y
vacío. Sea lo que sea, ya sea una prueba o un regalo, tened bien
claro, hermanos, que no estáis solos y, pase lo que pase, hagáis lo
que hagáis, no debéis preocuparos, pues todo estará
desarrollándose tal y como está escrito por los Altos. Tened fe,
hermanos. Y no tengáis miedo, pues la voluntad de los Altos escapa a
nuestra comprensión y nosotros, meros mortales, somos incapaces de
llegar a comprender el plan que han orquestado hasta el fin de los
tiempos. Ya sea que esa cosa nos ataque o nos ilumine, ya sea que
vivamos o muramos, no tenéis que temer. Nunca. No abandonéis la fe
y estad alegres de formar parte de ese plan de los Altos. Regocijaos
y dejad de temer. Alegraos de estar cumpliendo el destino que se ha
escrito para cada uno de nosotros.
Por otro lado, quizás, durante
estos días tumultuosos y llenos de confusión, hayáis escuchado en
los medios algunas voces oportunistas que no han perdido tiempo en
alzarse y vociferar sus opiniones a los cuatro vientos. Estoy seguro
de que los habéis escuchado en más de una ocasión. Algunos de
ellos, que se hacen llamar a sí mismos hombres de ciencia, incluso
tienen la desfachatez de aparecer emocionados con lágrimas en los
ojos, porque dicen que por fin tienen la prueba irrefutable de que el
hombre no está solo en la inmensidad del universo. “Universo”,
dicen, cuando deberían hablar de creación. A esos hombres no les
falta osadía cuando se atreven a proclamar que existen seres vivos
más allá de nuestro querido planeta, que existen otras formas de
vida diferentes a las que conocemos y que; como sabemos, hermanos;
fueron creadas por los Altos. Os advierto, hermanos, de que las
palabras de esos llamados hombres de ciencia no están carentes de
intenciones malintencionadas. Tan solo pretenden desprestigiar de un
plumazo los cincuenta mil años de historia de nuestra orden, tan
solo porque se han encontrado con algo que no comprenden. ¿Cómo
están tan seguros de que esa nave, objeto o lo que sea demuestra
cualquier cosa? ¿Cómo tienen la osadía de afirmar que hay algo
vivo más allá de lo que los Altos han creado? Ellos no saben más
que nosotros. Quizás, dentro de esa cosa, tan solo se encuentren
otros hermanos nuestros. Iguales a nosotros que quizás han vagado
por las sendas de la creación en busca de otros iguales a ellos. Me
gustaría saber qué dirían esos hombres de ciencia si eso llegara a
ocurrir, me pregunto qué dirían si dentro de esa nave, objeto o lo
que sea se encontrase la prueba irrefutable de que los Altos existen.
Por el momento, hermanos, no os
dejéis engañar y seguid con vuestras vidas. Los Altos proveerán. Y
pase lo que pase, sea lo que sea, sucederá según su voluntad.
Marchad y vivid, por los Altos.
Así sea”.
El último feligrés que había
entrado en el templo fue uno de los primeros en salir. Se detuvo
antes de bajar la escalinata hasta la calle, mientras la congregación
se dispersaba a su alrededor. Miró arriba y encontró el objeto
flotante en el cielo. La punzada de miedo volvió a aparecer en su
estómago. La idea de acudir a un servicio en el templo no había
conseguido calmar su miedo. Confuso, bajó la mirada y se miró las
palmas. Se preguntó si los Altos también habían preestablecido que
él haría ese movimiento en aquel preciso momento.
A aquel nuevo feligrés no le
gustó la idea de no ser dueño de su propio destino. Así que
decidió que, pasara lo que pasara, él decidiría de ahora en
adelante.
* Cuenta atrás: 2
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