jueves, 6 de marzo de 2014

Supermán (Cielo cromado: 6)

Llevaba demasiado tiempo callado. Marianne echó un vistazo por el retrovisor del interior para saber qué era aquello que estaba haciendo su hijo y que requería tanto silencio por su parte. El pequeño estaba sentado en el asiento de atrás, tranquilo y atento, sin apartar la mirada ni un segundo de la ventanilla de la puerta.


Qué calladito estás esta tarde, ¿no? ―dijo Marianne, para animar a su hijo a entablar una conversación.



Kare no respondió. Prefirió tragar la saliva que se le había acumulado en la boca, seguir callado y continuar vigilando por la ventanilla.



De pronto, el limpiaparabrisas se activó automáticamente cuando el cristal detectó las primeras gotas de lluvia sobre su superficie. El suave zumbido repetitivo del mecanismo y el roce de las escobillas contra el cristal rompieron la monotonía ambiental dentro del vehículo. Marianne suspiró, encendió el indicador de la izquierda y esperó en el stop hasta que tuvo vía libre para girar. La tarde era cada vez más oscura y el asfalto humedecido empezaba a reflejar las luces de los vehículos que circulaban en sentido opuesto por el carril de al lado. Poco después, lo que reflejó el asfalto ya encharcado fue el color rojo del semáforo. Marianne perdió la vista en la multitud de destellos rojos que se formaban en el suelo delante de ella. Su mente divagó y reflexionó sobre si estaba haciendo lo correcto. Un nuevo vistazo por el retrovisor hizo que descubriera que Kare se había desabrochado el cinturón de seguridad y ahora miraba hacia arriba a través de la luna trasera. Daba la impresión de que su cuello no le ofrecía todo el ángulo de articulación con el que quería levantar la mirada.



Kare, ¿qué estás haciendo? Siéntate bien, y vuelve a ponerte el cinturón inmediatamente, ¿me has oído? ―le ordenó su madre, girando ligeramente la cabeza, pero sin llegar a apartar la vista de la carretera al reemprender la marcha.



Sí, mamá ―respondió resignado el niño, quien acertó a abrocharse al tercer intento.



No hizo falta que Marianne le preguntase, pues sabía qué era lo que su niño estaba mirando. De hecho, todo el mundo miraba hacia el cielo desde el suelo desde hacía ya más de dos meses. Y de momento nadie llegaba a comprender exactamente qué era aquello que todos miraban pasmados. Cada cual había elaborado su propia teoría al respecto, algunas más descabelladas que otras. Lo único que compartían todos era la sensación de confusión y el temor que les embargaba al contemplar algo totalmente ajeno a este mundo, algo nuevo jamás visto antes y algo completamente fuera de todo control o conocimiento humano. Durante un instante, Marianne se puso en la piel de su hijo de nueve años y se imaginó el miedo que debía de sentir al ver aquel objeto extraño flotando muy por encima de los edificios.



No tienes que mirarlo todo el rato, Kare ―intentó tranquilizarlo su madre―. Es solo un globo muy grande, muy grande, muy grande que se ha quedado ahí atascado, en el cielo. Igual que en aquella peli que viste el otro día... La de la casa con globos que salía volando. ¿Te acuerdas?



―”Up” ―puntualizó el niño, levantando una mirada tan pura y azul como asustada y compungida.



¿Cómo?



La películo se titula “Up”, mamá. Y no es un globo.



¿Qué no es un globo? ―Marianne echó otro vistazo por el retrovisor―. ¿Eso de ahí arriba? ¡Claro que es un globo! Un globo grande y brillante.



Pues Nagore dice que no.



Nagore se cree muy lista”, pensó Marianne, resentida.



Ah, ¿no?



No, mamá. Ella dice que es la casa de Supermán.



Ah, ¿sí? Bueno, pues a lo mejor es verdad. A lo mejor Supermán vive en ese globo.



¡Que no es un globo, mamá! Es la casa de Supermán. Y la casa vuela. Y Supermán va con la casa para ayudar a la gente, y va por las casas, y ayuda a la gente y lucha con los ladrones ―Kare enumeraba contando con los dedos al tiempo que pensaba en todas las cosas que podía hacer Supermán por los demás.



¡Ah! Ya lo entiendo. ¿Entonces estás mirando porque quieres ver a Supermán?



Sí..., pero no lo he visto todavía.



Un media sonrisa apareció disimuladamente en la cara de Marianne. Su hijo seguía mirando de vez en cuando por la luna trasera, esta vez sin atreverse a desabrocharse el cinturón.



¡Vaya! ―gritó de pronto Marianne― ¿Has visto eso, Kare?



¿Qué? ¿¡Qué!?



¡Por tu ventanilla! Seguro que pasa ahora volando. ¡Fíjate en el cielo!



El pequeño obedeció y pegó las palmas de las manos en el cristal. Las gotas de lluvia discurrían al otro lado y el vaho de la respiración pronto empañó el cristal. Kare lo limpió con la palma y siguió vigilando el cielo por encima de las azoteas.



Ya está oscuro. ¡Y solo hay nubes, mamá! ¿Tú lo viste? ¿Viste a Supermán?



Sí, Kare, lo vi. ¡Lo acabo de ver volando! Iba volando muy rápido a su casa y creo que entró en ella. A lo mejor se va a dormir ya, porque hay que irse a la cama prontito hoy para descansar para mañana.



¿¡Y cómo era!? ¿Era como en las películas?



Pasó muy rápido, Kare. Pero si sigues mirando, a lo mejor lo ves tú, porque puede que vuelva a pasar por ese mismo lado.



Kare mantuvo sus ojos esperanzados fijos en el cielo encapotado. Su madre lo vigilaba de vez en cuando a través del espejo. Suspiró aliviada. Su hijo había cambiado el miedo de sus ojos, por la ilusión. Ilusión por una mentira, pero, ilusión al fin y al cabo. Kare era demasiado pequeño como para comprender que en realidad nunca iba a ver a Supermán surcando el cielo y aún era demasiado inocente como para sospechar que, si las cosas iban mal, no había absolutamente nadie sobrevolando la ciudad para ayudarlo. Aun así, en aquel preciso momento, Kare era feliz y se sentía despreocupado. Marianne lo envidió, y deseó que algún día ella también pudiera sentir lo mismo de nuevo. Aunque solo fuese durante unos segundos. Aunque solo fuese por una mentira.



Marianne aminoró la marcha y aparcó el coche. Ya había llegado a casa de su exmarido. El pequeño Kare pasaría ese fin de semana con su padre y con Nagore.

No hay comentarios:

Publicar un comentario