La mirada temblorosa de Trish se
iluminó con destellos de alivio cuando por fin vio aparecer a Gille.
Sintió que el alma le volvía al cuerpo cuando comprobó que su
amado había mantenido su promesa un año más, a pesar del toque de
queda. El joven caminaba a paso rápido y echando vistazos en todas
direcciones, por si alguien lo había visto salir de su escondite
entre los setos del parque. Los dos llevaban sin verse desde su
despedida tras las clases de ese día, pero, para ambos, la tarde que
había transcurrido desde entonces se había convertido en una
eternidad insoportable. La enamorada Trish, por mucho que se
esforzaba en encontrar algún defecto, fue incapaz de localizar una
sola pega al aspecto de su amado. El corazón se le desbocó y los
labios le temblaron, tratando de acomodar las palabras que se
disponía a pronunciar delante de él dentro de unos minutos.
Y además, debería hacerlo
pronto, pues ya eran las nueve, y el toque de queda había quedado
establecido a las ocho. Desde que había aparecido aquel objeto
flotando en el cielo, no se permitía la presencia en la calle de
nadie no autorizado una vez pasada esa hora.
A pesar de ello, Gille había
logrado sortear las patrullas para llegar hasta el parque. Su
intención era reunirse con ella, tal y como llevaban haciendo desde
hacía tres años, momento en el que su idilio comenzó en ese mismo
parque y en ese mismo banco al que se dirigía. La muchacha apretó
entre sus manos el regalo que hacía unas horas había envuelto con
todo el cariño que una chica de dieciséis años era capaz de
soportar.
―¡Gille! ―llamó ella,
conteniendo sus ganas de gritar su nombre a los cuatro vientos―.
Tenía miedo de que no vinieras al final.
―Pues casi me pillan ―dijo,
antes de dejarse caer en el banco y reposar la cabeza en el regazo de
ella―. Había unos polis con perros por el sendero, pero al final
me di prisa y atajé por los parterres.
Trish acarició la mejilla del
chico tumbado.
―¿Estás bien? ¿Te han visto
o te han hecho algo?
―Estaré bien si te gusta ―y
alzó su mano para colocar justo delante de los ojos de Trish una
cajita con forma de corazón―. Feliz San Valentín, Trish.
Ella apenas pudo ver bien el
regalo, solo vio lágrimas empañando la imagen. Por un instante se
volvió torpe y no supo si dejar a un lado el regalo que ella le iba
a dar, si dárselo y abrir los dos al mismo tiempo o si abrir el que
ella había recibido sin demora.
―Es una caja de bombones ―se
adelantó a decir Gille, ante la indecisión de ella―. Bueno..., en
realidad, como no tenía mucho dinero, es un solo bombón pequeño
dentro de una caja pequeña. Y además es un bombón con relleno de
crema de cacahuete...
―¡Déjalo ya! ―reaccionó
ella, con tono juguetón.
―Tranquila, ya tengo claro lo
de tu alergia al cacahuete. No se volverá a repetir lo del verano
pasado...
―Más te vale... ―dijo ella,
siguiendo la broma, mientras abría con extremo cuidado el regalo,
como si el papel que lo envolvía fuese a chillar de dolor en
cualquier momento. Poco después, ya contemplaba la joya del
interior, reflejada en sus pupilas titilantes: dos anillos de plata
coronados cada uno con un corazón horizontal.
―Mira ―empezó a explicar él
tras incorporarse―. Uno es para ti ―y se lo puso a ella con
cuidado―, y otro, para mí ―y se lo puso en su dedo anular―.
Así cuando...
De pronto, un ruido lo
interrumpió. Los guardias se estaban aproximando.
―Creo que vienen, Gille. Abre
tu regalo y vámonos. No quiero que te pase...
―Da igual Trish, mira ―e
indicó hacia abajo con la barbilla.
Ambos enamorados habían cruzado
sus manos sin darse cuenta y los corazones horizontales de ambos
anillos formaron el símbolo del infinito sobre sus dedos.
―Siempre te querré, Trish. Me
da igual lo que me pase o lo que me hagan. Pueden poner uno o mil
toques de quedas o pueden venir una o mil naves. Pero nadie nunca va
a prohibirme decirte que te quiero, Trish. Hoy y siempre. Te quiero y
te protegeré de lo que sea que vaya a pasar.
La joven agachó la cabeza, se
sonrojó y miró fijamente su regalo, aún sobre las tablas del
banco.
―Mi regalo no es tan caro como
el tuyo...
―¡De eso nada! ―exclamó
Gille, esbozando media sonrisa y despedazando el papel de regalo―.
¡Vaya! ¡Una caja! ¿Cómo sabías que necesitaba una?
Gille no permitió que los
ladridos de los perros de las patrullas que se acercaban hicieran
aflorar la creciente inquietud que empezaba a sentir. No estaba
dispuesto a mostrarse débil ante ella.
―¡Ábrela pronto! Déjate de
bromas y date prisa, por favor ―el ceño de Trish se arqueaba sobre
sus grandes ojos. Sabía que pronto llegarían los policías y su
reencuentro de San Valentín llegaría a su forzoso fin. Gille
obedeció, y la abrió.
―¿Qué es esto? ¿Es...? ¿Es
una foto de tu mochila? ¿Me has regalado una foto de tu mochila?
Fue entonces cuando Gille alzó
la mirada y contempló la expresión ilusionada y esperanzada de
Trish.
―Hay gente que dice que el
mundo está a punto de acabarse, amor mío ―confesó ella―. Y si
es así, quiero pasar los días que me queden contigo. Quiero
fugarme, Gille. Contigo.
Gille miró mejor alrededor y
encontró la mochilla de Trish, repleta hasta reventar, apoyada
detrás del banco. Los ladridos de los perros ya se oían demasiado
cerca, y ya se distinguían las conversaciones de los guardias.
―Ven conmigo, aquí no estamos
seguros ―se apresuró a decir Gille, tomándola de la mano.
―¿Adónde vamos?
―Trish, escucha, mi amor, y
escucha bien, ¿vale?, porque puede puede que no entiendas esto que
voy a hacer. Te quiero demasiado como para dejarte cometer un error.
Prometí protegerte, y no pienso quedarme cruzado de brazos mientras
cometes esta locura, porque es una locura, Trish. No tenemos dinero,
ni sitio donde pasar la noche, ni... ni nada. Te voy a llevar a casa,
Trish, pero nuestro momento llegará. Te lo prometo. Por ahora, lo
único que yo puedo hacer es llevarte adonde estarás más segura y a
salvo, aunque en ese sitio no estés conmigo. Es lo mejor para ti. No
te apures y confía en mí. Todo nos irá bien.
Sin pensárselo dos veces, Gille
cogió de la mano a su amor infinito y salieron corriendo. Mientras
huían de las patrullas bajo las mortecinas luces amarillas de las
farolas, el enorme objeto plateado seguía quieto y estático sobre
el cielo oscuro de la ciudad.
Esperando.
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