jueves, 27 de febrero de 2014

¿Por qué? (Cielo cromado: 5)

Al principio, solo era un simple grafiti más garabateado sin delicadeza sobre un muro a punto de desplomarse. Nadie le prestó la más mínima atención. “Tan solo se trata de un ejemplo de vandalismo urbano”, pensaba la mayoría, cuando leía aquel mensaje escrito con trazos negros anchos y chorreantes. Ninguno se detuvo a reflexionar sobre su significado. Todos los que pasaban delante estaban demasiado ocupados con su ajetreo diario, y con el miedo reciente e incierto que aceleraba sus pasos por la acera. “¿Por qué?” era la pregunta que se planteaba en aquella pared. Y no había respuesta alguna al lado del último interrogante. Tan solo había bloques de hormigón desnudos asomando por una superficie deteriorada por la humedad.


  A los pocos días, el mensaje se repitió en otros puntos de la ciudad. Paredes diferentes, fachadas nuevas, escaparates abandonados. Misma letra, misma pintura, misma ausencia de respuesta. La memoria colectiva entró en juego e hizo girar las ruedas del siniestro mecanismo. Los transeúntes más atentos empezaron a establecer conexiones. “Esto lo he visto yo en otra parte”, pensaban ahora, satisfechos de creerse lo suficientemente inteligentes como para descubrir el patrón que se estaba repitiendo.



El hecho de las pintadas no pasó desapercibido para las autoridades. Semejante falta de civismo debía ser perseguida y castigada. La policía estableció una ruta de vigilancia desde un grafiti al siguiente, quedando fijado un recorrido que cubría casi la totalidad del área de la ciudad. Los coches patrulla circulaban despacio, de madrugada, iluminando con sus focos las esquinas y callejones oscuros en busca de ese artista ilegal que se había propuesto empeorar las ya de por sí horribles y deprimentes paredes de la urbe. Ellos tampoco se percataron del alcance del mensaje escrito, se limitaban solo a hacer su trabajo: buscar al delincuente. Tan solo veían pintura manchando muros mohosos, que, al parecer, merecían más ser defendidos que las posibles víctimas de robo o asalto de aquel preciso momento.



Vigilaban, patrullaban, buscaban, pero no encontraban a nadie. Sus esfuerzos resultaban tan inútiles como los de tratar de contestar a aquella maldita pregunta. “¿Por qué?”. Durante un tiempo, no hubo nuevas manifestaciones artísticas del escurridizo vándalo callejero. Así, pasaron algunas semanas, hasta que empezaron a aparecer extrañas formaciones de piedras en los parques y en los parterres de la ciudad. Era una multitud de piedrecitas blancas dispuestas ordenadamente sobre el césped, trazando líneas rectas y curvas que formaban el temido mensaje, plasmado en piedra sobre hierba y tierra. “¿Por qué?”. En esta ocasión, era fácil hacerlo desaparecer. Bastaba con un golpe de rastrillo del jardinero de turno. Sin embargo, el mensaje insistente empezó a calar en la población. Y la gente empezó a mirar más allá de las letras, más allá de la pregunta. Y comenzó a buscar la respuesta, alzando la vista hacia el cielo y contemplando el motivo de tanta duda e incertidumbre.



Aquella cosa enorme y plateada seguía allí arriba, flotando sobre las cabezas de todos, levitando sobre los rascacielos más altos. Amenazando con sus intenciones indefinidas. Asustando con su silencio absoluto.



Los medios de comunicación se hicieron eco de los mensajes que se estaban repitiendo por toda la ciudad, con pintura y con piedras. De hecho, ya empezaban a aparecer nuevas caligrafías, nuevas tonalidades, nuevos artistas clandestinos. Pero la pregunta era la misma, el mensaje seguía repitiéndose, la desazón empezaba a contagiarse. La enfermedad de la incertidumbre se propagaba y el vándalo original seguía libre. La presentadora del informativo más visto solicitó la colaboración ciudadana para tratar de localizar al primer instigador del movimiento. Facilitó un número de teléfono, una dirección de correo e incluso un portal web en el que hacer la denuncia de forma anónima. Cualquier esfuerzo era poco para atrapar al que ellos consideraban culpable. Todo el sistema social se puso en marcha en su empeño de capturar a quien simplemente hacía un llamamiento a la reflexión, a quien denunciaba la extraña y desconcertante situación. Se quería linchar al mensajero, obviando el problema real: lo que volaba ahí arriba. “¿Por qué?”.



Multitud de denuncias, multitud de llamadas. “Yo lo he visto haciendo un grafiti en el edificio de enfrente...”. “Pues yo vi a un muchacho corriendo con una bolsa de deporte llena de botes de pintura...”. La policía iba de un lado para otro sin tener una buena pista que seguir. Sin encontrar nada. No había culpable, ni respuesta, ni solución. Solo había un problema enorme que todos se esforzaban en ignorar y en tapar con otro problema mucho menos importante. “¿Por qué?”.



Para la tranquilidad de la mayoría, pronto se encontró un indicio fiable. Sobre el asfalto estaba escrito con tiza: “¿Por qué?”. Y al lado del último interrogante, una flecha que señalaba en dirección este. La patrulla que encontró el mensaje obedeció la indicación escrita y mantuvo la ruta sugerida por la flecha de tiza. No tardaron en encontrar otro mensaje similar, sobre la pared rugosa de una esquina. Esta vez, la flecha les recomendaba que girasen a la izquierda. Así lo hicieron.



Hasta siete indicaciones más encontraron los agentes de patrulla, que llegaron a pensar que les estaba tomando el pelo. De pronto, a la octava indicación, se les sugería que entrasen en el edificio señalado. La novena indicación les aconsejaba que subieran a la novena planta. La décima, que fueran al apartamento 9C y la undécima, que entrasen en el apartamento sin llamar, pues la puerta estaba abierta.



Los agentes informaron a la central, pidieron refuerzos y desenfundaron las armas. Abrieron con precaución. Sus ojos encontraron automáticamente la duodécima indicación. La pregunta, esta vez, estaba escrita con sangre en el suelo. El agente que había tomado la delantera recomendó a su compañero que vigilara la entrada mientras él registraba el lugar. No hizo falta que pensara mucho para saber hacia dónde tenía que dirigirse primero. Siguió el rastro de sangre que conducía hacia el baño. Y allí encontró el último mensaje. “¿Por qué?” estaba escrito de nuevo con sangre en el espejo que reflejaba la imagen del cadáver sumergido en la bañera en una mezcla de agua y sangre. El intenso olor a sangre revolvió las tripas del agente, quien en su huida ni siquiera fue capaz de esquivar el cuchillo tirado en el suelo con el que la víctima había segado su propia vida.



Apresuradamente, el agente salió del cuarto de baño y se dirigió directamente a la ventana abierta del salón. Tomó una bocanada de aire y controló lentamente el mareo que estaba haciendo que todo le diese vueltas. “¿Qué hay ahí dentro?”, le preguntó su compañero desde la puerta. No contestó, solo pulsó el botón de la radio y dejó que su compañero se enterase mientras él hablaba en voz alta. “Hemos encontrado un cuerpo. Probablemente, sea un suicidio. No sé..., puede que se trate de nuestro hombre...”.



El agente no se percataba de lo que estaba mirando por la ventana, solo se concentró en lo que estaba diciendo por radio. Cuando guardó silencio fue el momento en el que se dio cuenta de que tenía su vista clavada en el objeto flotante sobre el paisaje de la ciudad. ¿Por qué?

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