jueves, 11 de abril de 2013

Error

Otra fría y gris mañana de una vida que no conduce a ninguna parte. Desde el espejo, el reflejo de su soledad le devolvía su triste mirada. Con gesto confuso y cansado, se contempló un largo rato mientras en su mente se repetía las mismas preguntas de todos los días: ¿qué me ha pasado?, ¿por qué ya todo me da igual?, ¿dónde está la ilusión que me falta?, ¿dónde está la persona que encienda mis ánimos?... ¿Dónde está ella?
Como todos los días, esas preguntas quedaban siempre sin respuestas. Tan solo dejaban tras de sí el eco de su incógnita. Y él se quedaba allí de pie, solo y desconsolado delante del espejo de su habitación. Con todo el pesar dentro de sí, movió la cabeza con apatía al tiempo que suspiraba profundamente. Perdió la mirada en el vacío del frío espejo y miró más allá de su propio reflejo, intentando observar la esencia misma de su ser. Sin apenas parpadear, dejó que su mente vagara a su antojo. Y en ese momento, su trastornada imaginación lo llevó de viaje. Su mente, caprichosa y retorcida, le mostró el futuro de su vida sin sentido. Un futuro hueco y resquebrajado, un porvenir seco e inerte… Su imaginación le mostró la soledad absoluta a la que se dirigía sin remedio. Su mente le brindaba más dolor que consuelo.

Parpadeó para volver en sí y alejarse de aquella horrorosa visión de su yo futuro. Pero pronto se desengañó y se dio cuenta de que la visión de aquel oscuro mañana tan solo era la prolongación de su sombra presente. Aquel horror imaginario no era nada nuevo, pues ya hacía tiempo que la soledad había anidado en su corazón. De hecho, al intentar recordar la última persona con la que había hablado, tan solo logró recuperar añicos de recuerdos sobre frías mañanas en la cama, noches lúgubres y solitarias, llantos en el baño…

Me faltas tú, y por eso me falto yo”, decía en voz baja sin saber nunca a quién iban dirigidas esas palabras. Jamás conoció el amor. Jamás amó a nadie. Y ésa era la herida que portaba en su interior. Aun así, estaba seguro de que el vacío de su corazón desvalido tan solo podía ser cubierto por una única persona. Una persona capaz de borrar de un plumazo hasta el más mínimo ápice de dolor y soledad de su vida. Pero esta persona parecía rehuir de su encuentro de un modo casi enfermizo. Ya incluso había empezado a pensar que esa persona no solo no aparecía jamás, sino que ésta no deseaba ser encontrada. “Al fin y al cabo, ¿quién va a querer cargar con mis problemas aparte de mí?”, pensaba a veces. Y quizás, movido por la desesperación de la búsqueda sin resultados, había optado por resguardarse de la mirada crítica de los demás y refugiarse en su rincón oscuro hasta el fin de sus días.

Pero ese fin parecía no llegar nunca. Únicamente llegaban días interminables que solo conseguían sumirlo cada vez más en su locura. Mientras el tiempo pasaba despacio, su cordura se desvanecía deprisa. Su rutina se limitaba a vagar por su apartamento, sin comer ni apenas dormir… dedicándose tan solo a llorar la ausencia de una persona que jamás había conocido. Solamente era capaz de contener el llanto cuando se colocaba delante del espejo, momento en el cual, durante un leve instante, lograba ganar algo de control sobre sus emociones.

Pero para su sorpresa, aquel día la promesa de alivio no provendría del espejo, sino de la ventana. Con los ojos aún llorosos del llanto de la noche anterior, miró cómo se mecía suavemente la polvorienta cortina. El aire frío y húmedo de aquella mañana de invierno entraba sin pedir permiso y acariciaba su cuerpo. Poco a poco, como bajo un encantamiento, movió las piernas como si fuese una marioneta del destino, y se fue acercando con pasos tambaleantes hasta la ventana. Cuando llegó hasta ella, se apoyó en el alféizar y bajó la mirada para que sus ojos recorrieran los siete pisos de altura que lo separaban del suelo. El viento fue a saludarlo y sopló para moverle el pelo.

De repente, la macabra idea llegó en forma de lágrima. Pues una gota acuosa de dolor cayó desde su mejilla y se separó del pesar que la había creado. La lágrima, cristalina y titilante, cayó libre al vacío; no sin antes pararse un breve instante en el tiempo como en un gesto de despedida. Y comenzó luego su caída a través del helado aire de la mañana. El viento sopló de nuevo.

Pensativo, siguió la caída de su lágrima con la mirada para luego seguirla con su cuerpo. El viento volvió a soplar mientras él se abría paso ahora desde las alturas. En la caída, vio su propia lágrima huyendo delante de él hasta que la perdió de vista. Entonces ya tan solo podía fijarse en el contundente suelo que se acercaba sin remedio a su encuentro. Parpadeó repetidas veces para evitar el viento en sus ojos, pero ello no le impidió ver que, desde el suelo, su sombra le esperaba con los brazos abiertos. Por fin alguien quería darle un abrazo.

Y, sin dudarlo, abrió los brazos de par en par para fundirse en un abrazo con su propia sombra. Un abrazo duro y mortal, que terminó con su solitaria existencia y le privó del hermoso regalo de la vida. Ya en el suelo, destrozado, la lágrima cayó sobre él.

No muy lejos de allí, una chica desconocida lloraba desconsolada sobre su cama, sin saber por qué. Tan solo sabía que hoy había perdido a alguien importante. Alguien que no conocía, pero que le habría dado sentido a su mundo… Alguien que estaba destinada a conocer, pero que ahora jamás conocería.

Triste, la chica miró por la ventana… Estaba lloviendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario