El calor del fuego y su cálida
luz reunían a los cuatro amigos sentados a su alrededor. Arropada
bajo una manta con Fabio, Mireia miraba con ojos adormecidos cómo
las llamas de la pequeña fogata subían y bajaban. Él tomó un
sorbo de su chocolate caliente y miró al frente, donde estaba
sentado su amigo Dennis, abrigado hasta las cejas y abrazado a sus
propias rodillas. Dennis solamente se movía levemente de vez en
cuando para mirar de reojo a Daniela, sentada sobre un tronco caído
a su lado, en silencio y como ausente. Fabio mantuvo la mirada firme
hacia su amigo hasta que este no tuvo más remedio que devolvérsela.
Con un gesto de cabeza, Fabio le señaló disimuladamente hacia
Daniela. Lo estaba invitando a acercarse a ella para que no pasaran
tanto frío, pero Dennis negó con disimulo, cohibido por su timidez.
De buenas a primeras, la voz cansada y aburrida de Mireia se escuchó
por encima del crepitar del fuego.
―Esto es un puto aburrimiento
―se quejó, acomodándose en los brazos de su novio Fabio―.
Estamos en mitad del bosque, se nos está helando el culo aquí
fuera, y no tenemos nada que hacer. Tu idea de ir de acampada está
siendo todo un éxito, Fabio.
Este bajó la mirada y se apartó
un poco de ella para poder verla bien.
―Esto es un plan distinto.
Diferente. Siempre hacemos lo mismo y cuando lo propuse nadie puso
ninguna pega.
―Porque no sabíamos que íbamos
a aburrirnos como ostras. Mira a Dennis y a Daniela. A los pobres les
va a dar una pulmonía ahí sentados. Y este fuego que has hecho es
muy pequeño para el frío que está haciendo.
―¿Algo más que haya hecho mal
y que quieras compartir con el grupo? ―repuso Fabio con sorna.
―Pues sí. Deberías ir y traer
más madera para que el fuego crezca y no sé... a lo mejor, si haces
eso, no nos morimos de frío.
Dennis contemplaba desde el otro
lado cómo aquella pareja era capaz de abrazarse y discutir al mismo
tiempo. Se atrevió a mirar a un lado y compartir una sonrisa de
complicidad con Daniela, pero esta ni siquiera se dio por aludida,
absorta en la danza de las llamas.
―¿Estás loca? ―protestó
Fabio―. ¿De verdad quieres que vaya a por leña en mitad de la
noche? ¿En este bosque? ¿Es que acaso no has visto ninguna peli de
miedo en tu vida? Si salgo por ahí a por leña, me toparé seguro
con un asesino en serie que me partirá en dos con un machete. Y te
quedarás luego sin novio y sin leña ―tomó un sorbo de su
chocolate―. No, no pienso arriesgarme.
―Muy gracioso... Pues entonces
vayámonos a las tiendas de campaña a dormir. No hay otra cosa que
podamos hacer aquí fuera.
―¿Y si contamos historias de
miedo? ―propuso Fabio, con la mirada encendida por la que creía
que era la idea perfecta para salvar el naufragio en el que se había
convertido su plan de ir de acampada.
―Paso ―contestó en seco
Mireia, quien ya se había puesto de pie llevándose consigo la manta
sobre los hombros para dirigirse a su tienda de campaña―. Me voy a
mi saco de dormir. SOLA ―puntualizó con contundencia.
―Es verdad. Se me olvidaba que
a ti nada te da miedo... ―trató de provocarla Fabio, apuntando
directamente con sus palabras al ego de ella.
―A mí me da miedo el mar ―dijo
de pronto Dennis, quien se había atrevido a hablar para llamar la
atención de Daniela y, de paso, echar una mano a su amigo Fabio en
su empeño de hacer que la noche fuera memorable.
―¿El mar? ―preguntó Fabio
con asombro―. Pero si solo es agua.
Detrás de Fabio, Mireia se había
detenido en la entrada de su tienda. Agachada delante del cierre de
cremallera, escuchaba atenta la confesión de Dennis. Sin embargo,
Daniela fue la única que parecía inmune a la curiosidad por saber
más sobre Dennis. La muchacha se mantuvo tan distraída como antes,
de modo que Dennis profundizó en sus miedos para ver si conseguía
sacarla de su ensoñación.
―No es solo agua ―lo corrigió
Dennis―. Imagínate estar metido en el océano, en alta mar, en una
noche oscura sin luna, y todo está absolutamente negro a tu
alrededor. Estás mojado y el agua está fría. Y no ves
absolutamente nada, ni siquiera puedes ver el chapoteo de tus manos
en el agua mientras luchas todo el rato para no ahogarte. Y no solo
eso, imagina que de repente algo te roza los pies descalzos bajo el
agua negra y fría. Imagina que sientes un mordisco, y a tu alrededor
no hay nada que pueda salvarte. Solo agua, oscuridad y un monstruo
debajo de tus pies dispuesto a comerte trozo a trozo... Esa sería mi
peor pesadilla.
Mireia y Fabio se quedaron
pasmados mirando a Dennis. Este se sintió cohibido de nuevo y
recogió una ramita a sus pies para empezar a golpear con la punta la
tierra del suelo. Así tendría una excusa para bajar la mirada un
rato y no afrontar las miradas de sus amigos.
―Pues a mí esa pesadilla tuya
me parece horrible ―comentó Mireia. Fabio se sorprendió de que
interviniera en la conversación―. Pero creo que es mucho peor que
te devore una araña gigante.
―¡Qué dices! ―replicó
Fabio―. No hay arañas que puedan comerse a una persona entera.
―¿No querías que te dijera
cuál es mi mayor miedo?
―Lo que dije fue que contáramos
historias de miedo.
―Pues las arañas me dan miedo.
Ahí lo tienes. Ser devorada por una araña gigante es lo peor que le
puede pasar a cualquiera. Punto.
―Pfff. No existen arañas tan
grandes.
―¿Eres el juez de esta
conversación o qué? Pues hala, si no te gusta, entonces digo ser
devorada por un montón de arañas pequeñas. ¿Contento? ¡Buenas
noches!
Y Mireia desapareció en el
interior de su tienda de campaña.
―Lo peor no es eso ―contradijo
Fabio a Mireia, con un volumen de voz lo suficientemente bajo como
para que ella no lo escuchara desde su tienda―. Lo que más miedo
da es quedarte atrapado en un sitio pequeño, como un conducto de
ventilación o algo así. Un sitio tan estrecho en el que ni siquiera
puedas darte media vuelta. Y quedarte ahí atrapado hasta que las
fuerzas te abandonen. Eso sí que da miedo. No arañas gigantes que
no existen ni un montón de agua mojada.
Fabio cogió una piedrecita del
suelo y se la tiró a Dennis. Este sonrió a su amigo, que volvía a
insistir con un gesto en que le dijera algo a la distraída Daniela.
―¿Y a ti, Daniela? ―se
atrevió Dennis por fin a preguntarle directamente―. ¿Qué te da
miedo?
La joven entonces alzó la vista
con ojos completamente en blanco y respondió con una voz que parecía
provenir de todas partes.
―Que no me encontréis a tiempo
―fue lo que dijo, dejando a Dennis y a Fabio con la sangre helada.
Los dos chicos parpadearon y, al
siguiente instante, Daniela había desaparecido.
―Dennis, ¿qué coño...?
¿Has... escuchado... has visto eso?
Pero Dennis se había quedado
paralizado, mientras su cabeza trataba de buscar sentido a lo que
acababa de ocurrir. “¿Dónde está Daniela?”, fue la pregunta
que apareció súbitamente dentro de su cabeza. Inmediatamente, se
levantó y fue como una flecha hacia la tienda de campaña de
Daniela. Fabio tiró su bebida y fue tras él.
Cuando abrieron la cremallera de
la tienda de Daniela, la encontraron inconsciente en el suelo.
―¿Qué le ha pasado? ¡¿Qué
hacemos!? ―chilló nervioso Fabio.
―¡No lo sé!
―¿Deberíamos moverla?
―¡No lo sé...! ¡Pide ayuda!
Llama a una ambulancia. ¡Ya! ―gritó Dennis.
A trompicones, Fabio fue a por el
móvil en la tienda de campaña de Mireia, quien también había
salido a causa del alboroto.
La ambulancia no tardó en
llegar. Y pudieron salvar la vida de Daniela. “Diez minutos más
tarde y vuestra amiga no lo hubiera contado”, les llegó a decir el
médico mientras Daniela se recuperaba en la camilla del hospital
tras el lavado de estómago.
Ninguno de ellos nunca fue capaz
de explicarse qué había ocurrido exactamente aquella noche en el
bosque.
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