jueves, 6 de diciembre de 2012

Paraíso

[Esta historia se me ocurrió mientras escuchaba la canción "Finality", del grupo Woods of Ypres. Recomiendo escucharla después de la lectura].
Todo era negro. El cielo, el suelo, el mismísimo aire. Mirase dónde mirase, Leo solo podía contemplar la inmensidad oscura perdiéndose en el infinito. Sus ojos se desorientaron, incapaces de posarse sobre alguna forma reconocible. Se llevó una mano al rostro y trató de recordar cómo había llegado allí. El tiempo pasó casi sin que se diera cuenta. Cuando recordó lo que le había sucedido, distinguió una figura resplandeciente a unos pasos de distancia.
Aquella pálida muchacha descansaba con la mirada perdida, sentada sobre una parte del suelo negro que se había elevado para formar su asiento oscuro. Leo la reconoció inmediatamente, y creyó sentir otra vez el vigor de su propio corazón en el pecho. Pero no prestó atención a esa farsa, pues en el lugar en el que ahora estaba era imposible cualquier latido. Contuvo sus ansias y decidió acercarse despacio hasta ella.

―¿Recuerdas lo que te decía? ―empezó a decir él―. Ni siquiera la muerte nos iba a poder separar.

―Sí... ―respondió ella―, lo recuerdo. Pero nunca me lo tomé en serio. Jamás pensé que...

―No ha podido hacerlo, Nerea. No ha podido separarnos.

La muchacha apartó la mirada de su ensoñación y contempló a Leo. Este pidió permiso para acercarse con un gesto de cabeza, al que ella asintió. La oscuridad que formaba el suelo se alzó de nuevo y formó otro asiento junto a la chica. Leo se sentó junto a ella y se recreó en su belleza. Entre tanta negrura, la chica brillaba como una constelación de soles celestes.

―¿Qué tal te fue al final? ―preguntó Leo.

―Creo que bien, Leo. Tengo..., quiero decir..., tuve una buena vida. Al fin y al cabo, de eso se trataba, ¿no? De vivir lo mejor posible.

―Sí, de eso se trataba ―las palabras se agolpaban en su cabeza. Se calmó y las fue eligiendo una a una―. ¿Cumpliste todos tus sueños?

―No ―confesó―. La verdad es que creo que nadie cumple todos sus sueños en vida. Pero luché por ellos, de eso estoy segura. Aun así, ¿sabes qué? Creo que la mayor parte de ellos sí que los cumplí al final, al menos los más importantes para mí.

Leo asintió con la cabeza con gesto de satisfacción.

―¿Y tú? ―preguntó Nerea―. ¿Cómo te fue? ¿Cumpliste tú todos tus sueños?

Leo suspiró y la miró directamente a los ojos.

―No, claro que no. Solo algunos... Sí... Pero bueno, muy pocos.

―¿Luchaste por ellos?

―No lo suficiente. En parte por eso llevo aquí más tiempo que tú.

Nerea apretó los labios en un gesto de decepción, que luego disimuló frunciendo el ceño en señal de pena.

―Lo lamento, Leo.

―No, no pasa nada. Míranos. Al final de todo, poco importan nuestros sueños. Todos terminamos en el mismo lugar.

―Los sueños importan, Leo. Puede que para nosotros ya no, pero sí para los que dejamos atrás.

―Tienes razón. Bueno, como siempre. No sé por qué me sigo sorprendiendo.

Leo quería decirle la verdad, pero no sabía cómo. De repente, no solo hubo oscuridad, sino también silencio.

―¿Qué fue lo mejor para ti? ―preguntó él.

―Las alegrías, sin duda. Todas y cada una de las veces que me divertí, que sonreí, que amé... ―Nerea dejó de hablar de repente, como si se hubiese dado cuenta de que había dicho una tontería―. No debe de ser una respuesta muy original, ¿verdad?

Ella sonrió.

―Sí... ―comentó Leo, con los ojos rayados de lágrimas―, desde luego, lo mejor fue tu sonrisa.

Nerea compartió una mirada cariñosa con él. Una oleada de calidez recorrió todo el espíritu del chico, que no pudo evitar arrodillarse delante de ella y abrazarla por la cintura. Colocó la cabeza en su regazo y cerró los ojos. Esta puso su mano sobre la cabeza de Leo, que no pudo evitar que se le escaparan algunas lágrimas.

―La muerte no ha podido con nosotros ―repitió ella.

Leo callaba, a pesar de que conocía la verdad escondida tras el reencuentro. Sabía que aquella a quien abrazaba no era la auténtica Nerea. Seguramente, la chica de la que se había enamorado en vida seguía sonriendo y respirando muy lejos de allí, y con un poderoso pulso en sus venas. Sin embargo, Leo abrazaba cada vez más fuerte a aquella muchacha de mentira, una réplica recreada por su espíritu. Ahora, Leo estaba en su propio paraíso, y podía diseñarlo a su gusto. No necesitaba nada. No necesitaba a nadie más. Solo a ella, aunque fuese tan solo un reflejo de su amada. La falsa Nerea empezó a acariciar el pelo de Leo, y dijo lo que aquel chico tanto había deseado escuchar.

―Ahora estamos juntos, Leo.

El muchacho lloró, abrazado fuertemente a su mentira. Una mentira que aliviaría su tormento y apaciguaría su soledad. De ese modo, al menos, podría intentar ser feliz en el más allá. Para siempre, abrazado a ella. Eternamente.

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