La intensa emoción que sintió
Edith le hizo perder la concentración y sus pies volvieron a tocar
el suelo.
―¿Qué ha sido eso? ―le
preguntó Ezra, todavía agarrándola por los hombros como si ella se
fuera a caer.
Ezra se asustó al principio,
pero se le pasó en cuanto vio la cara de Edith. Jamás había visto
el rostro de su hermana tan rebosante de alegría. Sus ojos
detellaban de ilusión y parecía incapaz de dejar de sonreír de
oreja a oreja.
―A ver si puedo hacerlo de
nuevo ―y apartó un poco a su atónito hermano para que le dejara
algo de espacio alrededor.
Edith cerró los ojos, agachó
levemente la cabeza y, de pronto, todo su cuerpo se elevó en
vertical sobre el suelo, como si un elevador invisible la subiese en
el aire. Ezra retrocedió unos pasos con el ceño fruncido.
―Lo he hecho, ¿verdad?
―preguntó ella sin abrir los ojos para no perder la
concentración―. Noto que no estoy tocando el suelo. Ezra, esto es
genial. Parece que es un sueño, pero no lo es. Es real. Tú estás
aquí, y lo estás viendo. No es un sueño. Estoy... volando.
Su hermano guardaba silencio, a
causa del estupor y del miedo a que sus palabras desconcentraran a
Edith. No daba crédito a lo que estaba viendo, y dio vueltas
alrededor de su hermana con el propósito de encontrar dónde estaba
el truco de aquella ilusión. Miró el techo, buscó alguna cuerda o
algún soporte invisible, e incluso pasó la mano por el hueco entre
los pies de ella y la alfombra. Pero no pudo encontrar ningún
artilugio escondido que explicara aquel imposible.
―¿Cómo estás haciendo esto?
―tuvo que preguntar finalmente.
Edith abrió los ojos y aterrizó
de nuevo suavemente. Se sentó de un salto en el sofá y le tiró uno
de los cojines a Ezra. Este lo cogió, lo abrazó y se sentó al lado
de ella sin dejar de mirarla ni un instante.
―No estoy segura. Empezó esta
mañana. Por eso te llamé. ¡Estaba atacada! Menudo susto me llevé
cuando abrí los ojos y me vi flotando encima de la cama. Me llevé
un susto de muerte, porque no podía bajar. Era como estar nadando en
el aire, o como estar en el espacio. Me costó horrores coger el
teléfono de la mesita para llamarte. Pero ahora creo que ya le voy
cogiendo el truco. Creo que solo hay que cerrar los ojos y
concentrarse en pensar que el aire tira de ti hacia arriba. Eso es lo
que hago. A lo mejor tú también puedes hacerlo. Quizás lo llevamos
en la sangre y no lo sabíamos.
Ezra parpadeó mientras procesaba
la información. Soltó el cojín y se puso de pie delante de su
hermana. Esta, ansiosa por comprobar si su hermano también lo
conseguiría, cruzó las piernas y abrazó el cojín que había
soltado su hermano.
―Como esto sea una broma tuya,
te vas a enterar.
―Tú cierra los ojos y piensa
en que flotas en el aire.
Ezra obedeció, cerró los ojos,
guardó silencio y se imaginó a sí mismo cada vez más cerca del
techo. Pero los segundos pasaron, y sus zapatillas seguían en
contacto con el suelo irremediablemente. Suspiró y se vio
mentalmente a sí mismo de pie en el salón. Pensó que estaba
haciendo el ridículo.
―Esto es una tontería ―dijo
después de abrir los ojos. Delante vio a su hermana, con las piernas
cruzadas y flotando por encima del sofá.
―Esto es una pasada ―abrió los ojos, se mantuvo en el aire y se
empujó a sí misma apoyándose en la pared para salir levitando por
el salón alrededor de Ezra.
Este sacó el móvil del bolsillo
y se dispuso a grabar un vídeo de su hermana volando de aquí para
allá en el salón.
―¿Qué haces? ―le preguntó
ella, sorteando la lámpara del techo.
―Grabar un vídeo de esto. Nos
vamos a hacer de oro.
Edith se impulsó con las piernas
dando un salto en una pared y se lanzó hacia su hermano. Le arrebató
el teléfono de las manos y aterrizó a su lado.
―Nadie más puede saberlo,
Ezra. Nadie.
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