jueves, 30 de junio de 2016

Edith: agua

El coche avanzaba despacio y sin apenas hacer ruido. El motor ronroneaba suavemente mientras la goma de los neumáticos recorría el sucio asfalto de la calle trasera del gimnasio del distrito. La luz naranja de las farolas iluminaba la dañada carrocería del pequeño utilitario azul, que iba entre sombras y luces. Con más kilómetros a sus espaldas que cuidados por parte de su dueño, la maquinaria funcionaba, siempre diligente y sin averías. La dirección giró suavemente y el coche se detuvo delante de la valla de alambre. En el interior del coche, Ezra bajó la cabeza para comprobar por la ventanilla la altura del vallado. Tenía unos cuatro metros y los tubos de soporte terminaban con un saliente inclinado hacia fuera con alambre de espino entre ellos. Ezra suspiró y miró a su hermana, sentada en el asiento del copiloto. Ella ya se había puesto las protecciones en codos y rodillas y estaba terminando de ajustarse la correa del casco debajo de la barbilla.


Tenías razón ―confesó él, mientras se colocaba un gorro de lana negro y sacaba unas gafas de sol de un estuche―. No podemos trepar por encima.



Edith a su vez sacó unas gafas de piscina del bolso de deporte que tenía a sus pies y se quedó pensativa mirándolas.



¿De verdad crees que habrá un vigilante ahí dentro?



No tengo ni idea, hermanita ― y se puso sus gafas de sol mientras se miraba en el espejo retrovisor―. Ya hemos dado cinco vueltas alrededor y me he bajado a mirar, pero no he visto ninguna luz dentro. En cualquier caso, nosotros vamos a colarnos ahí dentro sin permiso. No es que vayamos a hacer nada malo ni nada, solo vamos a ponerte a prueba y eso. Pero eso sí, vamos a colarnos... sin permiso. O al menos a intentarlo. Seamos precavidos. No queremos que nos reconozcan.



¡Pero si es un gimnasio de mala muerte! Ya apenas viene nadie desde que abrieron el centro deportivo nuevo.



Ezra le quitó las gafas de piscina de las manos.



Escucha, tú tienes que ponértelas de todas formas ―y su hermano se las colocó con cuidado―, puede que la piscina tenga más cloro por la noche para limpiar el agua. Así te protegerás los ojos. Yo me pongo estas de sol..., pues porque soy así de guay.



¿Y cuál es el plan? ¿Cómo entramos?



Pues por la puerta. Por aquella puerta ―Ezra señaló una puerta en la valla, justo delante del coche.



Pero estará cerrada, genio.



Hermanita de poca fe. Fíjate mejor.



Edith miró de nuevo la puerta. Vio que la cerradura estaba rota, pero la puerta estaba cerrada con una cadena firmemente bloqueada con un candado grande, de aspecto sólido e inquebrantable.



Yo solo veo una puerta cerrada con una cadena gorda y un candado enorme. Espera..., ¿no pretenderás que pase volando por encima de la valla? Porque para eso, no hacía falta venir hasta aquí.



Pues no es que no se me haya pasado eso por la cabeza, hermanita. Pero por suerte para ti ―Ezra sacó un destornillador de la guantera―, tengo la llave para ese candado.



Dudo que puedas abrirlo con eso. Pero pongamos que lo logras y entramos. ¿Cuál es el plan de huida si algo sale mal?



Pues el plan de huida es... huir ―contestó Ezra, saliendo por la puerta del coche.



Edith lo siguió con paso ligero y mirando hacia los lados de la calle una y otra vez. Ezra vestía de negro, y ella vestía un grueso abrigo largo y oscuro que la joven mantenía cerrado delante del pecho con ambas manos. Debajo, llevaba un bañador de una pieza, listo para usar en cuanto divisase el agua. Hacía frío, y Edith lo notó erizándole la piel de las piernas. Ezra se agachó delante del candado y comenzó a hurgar en la cerradura.



¿Desde cuándo sabes abrir candados? ― le preguntó Edith, tiritando por el frío que se le colaba por debajo del abrigo―. No sabía que mi hermano era un delincuente.



De buenas a primera, la cadena dejó de estar tensa y el candado cayó pesado al suelo.



No soy un delincuente. En esta vida hay que saber de todo, hermanita voladora ―Ezra abrió la puerta delante de ella―. Las allanadoras, primero.



A Edith se le escapó una sonrisa. Aunque a veces su hermano era duro con ella, en ocasiones sabía cómo hacerla reír. Ella respondió a su comentario, elevándose sobre el suelo y pasando por delante de él como si fuera un fantasma.



¡Muy bien, hermanita! ―dijo, cerrando de nuevo la puerta detrás de él―. Veo que ya no te da tanto miedo. ¡Ya era hora!



Ambos comenzaron a recorrer a hurtadillas los alrededores del gimnasio en dirección a la piscina al aire libre. A medida que avanzaban, sus sospechas de que no había vigilancia parecían confirmarse, y fueron ganando confianza. Edith se mantenía flotando tan solo unos centímetros por encima del suelo, simplemente por ir poniéndose a prueba. En ese momento, ella se notaba en control y empezó a disfrutar, a pesar de que era presa de los nervios y de la emoción. Parecía que llevaba una sonrisa imborrable debajo de las gafas de piscina. Asentía con la cabeza al tiempo que sus pensamientos se aclaraban y le marcaban un posible camino a seguir en la vida.



Todavía me da respeto esto de volar... ¿sabes? ―empezó a decir, rompiendo el silencio―. ¡Qué raro se me hace hasta decirlo! Pero he tenido toda la tarde para pensar y... esto puede ser algo bueno... muy bueno para mí. A lo mejor estoy destinada a hacer grandes cosas con este don.



¡Vaya! Suena a que te vas a poner una máscara y una capa y vas a empezar a salvar a la peña en los incendios.



No digas tonterías, Ezra ―aunque a ella, en realidad, no le sonaba tan descabellado usar su habilidad para ayudar a los demás.



Y justo entonces, después de doblar una esquina, la piscina apareció ante ellos con sus destellos de agua celeste. Sin embargo, lo primero que vio Edith fue el trampolín. Estaba algo oxidado, pero su estructura se elevaba hasta los tres metros sobre la piscina.



Bueno, ¿cómo quieres hacer esto? ¿Te metes en el agua y vas subiendo poco a poco o...?



Pero ella ya había aterrizado y había empezado a correr hacia el trampolín dejando atrás el abrigo en el césped seco. Con las protecciones firmes en codos y rodillas, se acomodó el casco y las gafas antes de empezar a subir por la escalerilla.



¿No crees que eso es un poco radical para empezar, Edith? ―dijo su hermano en voz alta―. ¿Te recuerdo que esta mañana estabas acojonada?



¡Solo es agua! ―repuso ella―. Si me caigo, me daré un chapuzón, nada más ―Edith alcanzó la cima y se quedó de pie en lo alto―. Pero no va a pasar nada.

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