Edith se acomodó en el sofá y
miró a su hermano con cara de no dar crédito a lo que acababa de
escuchar.
―Te acabo de decir que me da un
miedo espantoso caerme de repente ―repuso ella―, ¿y me preguntas
si puedo volar alto? A ver si lo entiendes, Ezra. Todo esto también
es nuevo para mí y no tengo ni idea de cómo va. Solo sé que me
estoy empezando a rayar. Cuando subo en el aire, no hay nada que me
agarre o me sujete, ¿sabes? Solo aire por encima y por debajo y no
hay ningún apoyo. Es una sensación totalmente en contra del sentido
común de mi cabeza. Y me saltan todas las alarmas y no dejo de
pensar una y otra vez que me voy a caer en cualquier momento.
―¡Pero si hace un minuto
estabas disfrutando como una niña yendo de un lado para otro! No
parecía que te preocupara caerte entonces.
―Sí, pero tú estabas aquí y
sabía que me cogerías si me caía. Pero, ¿y si sí que puedo volar
alto? ¿Me cogerás entonces cuando me caiga en peso al suelo? ―la
muchacha hundió el rostro en sus manos―. Déjalo, no me entiendes,
Ezra. Esto no es normal, para nada.
―¡Y tanto que no es normal!
¡Joder, hermanita! ¡Puedes volar! Y en vez de estar flipando a base
de bien, estás sentada en el sofá llena de paranoias y miedos.
―Por favor, Ezra. ¿Podrías
tomarme en serio de una vez y dar algo de importancia a lo que pienso
por una vez en tu vida? Esto no es tan guay como te parece. Me puedo
hacer mucho daño si vuelo alto.
―No tienes que ir a por ello de
sopetón... Podríamos intentarlo poco a poco. No sé. Metro a metro.
Y llevarías protecciones o lo haríamos sobre una colchoneta o algo.
―Ezra, no me estás ayudando.
―Entonces, ¿qué quieres que
haga? Porque no sé qué quieres, y todo lo que te digo te parece una
mala idea.
―Quizás debería ir al
médico... A lo mejor esto me pasa por algo. A lo mejor es un síntoma
y tengo una enfermedad.
Su hermano la contempló en
silencio. Suspiró profundamente y, sin decir nada, consultó la hora
en su teléfono móvil.
―Hermanita, ya llego tarde a
recoger a Nadia, y aquí creo que estoy perdiendo el tiempo en una
conversación que da vueltas en círculo. Me tengo que ir. Hablamos
luego cuando estés más calmada, ¿vale?
Ezra se levantó, pero su hermana
se puso de pie de un salto y le cortó el paso. Ezra la miró a la
cara. De verdad parecía muy preocupada.
―¿Pero crees que debería ir
al médico?
―Edith, por favor. ¿No crees
que el médico también se quedará alucinado? Seguramente te cogerá
para hacer pruebas y te dará a conocer. Y... ah, sí. Te cambiará
la maravillosa vida vacía que tienes. ¿No era eso lo que querías
evitar que pasara? Disculpa, Edith... Voy a buscar a Nadia.
La chica cayó de rodillas y
comenzó a llorar, temblando del pánico y la incertidumbre. La pena
hizo flotar su cuerpo sobre el suelo mientras sus lágrimas chocaban
con un sonido sordo en el tejido trenzado de la alfombra.
―No sé qué voy a hacer con
esto ―balbuceó entre sollozos―. Yo solo quiero ser normal y
dejar de estar asustada.
Ezra se aproximó a ella y la
abrazó con cuidado mientras ella levitaba. No estaba seguro de si el
gesto cariñoso haría que su hermana aterrizara, pero ella recibió
el abrazo en el aire.
―Esto que tienes es un don,
Edith. ¿Es que tanto te cuesta verlo? Es una oportunidad maravillosa
que, por lo que sea, te ha tocado a ti. Deberías aprovecharla como
creas que es correcto. Pero primero, deberías conocer sus límites y
aprender a controlarlo. Al menos, eso es lo que yo haría.
―¿Y cómo puedo hacer eso sin
hacerme daño?
Ezra pensó durante unos
segundos.
―Pues en un lugar donde no te
pueda pasar nada si te elevas y te caes... ¿Te apetece ir a la
piscina?
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