jueves, 23 de junio de 2016

Edith: miedo

Edith se acomodó en el sofá y miró a su hermano con cara de no dar crédito a lo que acababa de escuchar.

Te acabo de decir que me da un miedo espantoso caerme de repente ―repuso ella―, ¿y me preguntas si puedo volar alto? A ver si lo entiendes, Ezra. Todo esto también es nuevo para mí y no tengo ni idea de cómo va. Solo sé que me estoy empezando a rayar. Cuando subo en el aire, no hay nada que me agarre o me sujete, ¿sabes? Solo aire por encima y por debajo y no hay ningún apoyo. Es una sensación totalmente en contra del sentido común de mi cabeza. Y me saltan todas las alarmas y no dejo de pensar una y otra vez que me voy a caer en cualquier momento.

¡Pero si hace un minuto estabas disfrutando como una niña yendo de un lado para otro! No parecía que te preocupara caerte entonces.

Sí, pero tú estabas aquí y sabía que me cogerías si me caía. Pero, ¿y si sí que puedo volar alto? ¿Me cogerás entonces cuando me caiga en peso al suelo? ―la muchacha hundió el rostro en sus manos―. Déjalo, no me entiendes, Ezra. Esto no es normal, para nada.

¡Y tanto que no es normal! ¡Joder, hermanita! ¡Puedes volar! Y en vez de estar flipando a base de bien, estás sentada en el sofá llena de paranoias y miedos.

Por favor, Ezra. ¿Podrías tomarme en serio de una vez y dar algo de importancia a lo que pienso por una vez en tu vida? Esto no es tan guay como te parece. Me puedo hacer mucho daño si vuelo alto.

No tienes que ir a por ello de sopetón... Podríamos intentarlo poco a poco. No sé. Metro a metro. Y llevarías protecciones o lo haríamos sobre una colchoneta o algo.

Ezra, no me estás ayudando.

Entonces, ¿qué quieres que haga? Porque no sé qué quieres, y todo lo que te digo te parece una mala idea.

Quizás debería ir al médico... A lo mejor esto me pasa por algo. A lo mejor es un síntoma y tengo una enfermedad.

Su hermano la contempló en silencio. Suspiró profundamente y, sin decir nada, consultó la hora en su teléfono móvil.

Hermanita, ya llego tarde a recoger a Nadia, y aquí creo que estoy perdiendo el tiempo en una conversación que da vueltas en círculo. Me tengo que ir. Hablamos luego cuando estés más calmada, ¿vale?

Ezra se levantó, pero su hermana se puso de pie de un salto y le cortó el paso. Ezra la miró a la cara. De verdad parecía muy preocupada.

¿Pero crees que debería ir al médico?

Edith, por favor. ¿No crees que el médico también se quedará alucinado? Seguramente te cogerá para hacer pruebas y te dará a conocer. Y... ah, sí. Te cambiará la maravillosa vida vacía que tienes. ¿No era eso lo que querías evitar que pasara? Disculpa, Edith... Voy a buscar a Nadia.

La chica cayó de rodillas y comenzó a llorar, temblando del pánico y la incertidumbre. La pena hizo flotar su cuerpo sobre el suelo mientras sus lágrimas chocaban con un sonido sordo en el tejido trenzado de la alfombra.

No sé qué voy a hacer con esto ―balbuceó entre sollozos―. Yo solo quiero ser normal y dejar de estar asustada.

Ezra se aproximó a ella y la abrazó con cuidado mientras ella levitaba. No estaba seguro de si el gesto cariñoso haría que su hermana aterrizara, pero ella recibió el abrazo en el aire.

Esto que tienes es un don, Edith. ¿Es que tanto te cuesta verlo? Es una oportunidad maravillosa que, por lo que sea, te ha tocado a ti. Deberías aprovecharla como creas que es correcto. Pero primero, deberías conocer sus límites y aprender a controlarlo. Al menos, eso es lo que yo haría.

¿Y cómo puedo hacer eso sin hacerme daño?

Ezra pensó durante unos segundos.

Pues en un lugar donde no te pueda pasar nada si te elevas y te caes... ¿Te apetece ir a la piscina?

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