El coche avanzaba con dificultad
por el sendero de tierra, que apenas se podía adivinar entre la
maleza del camino. Laura conducía con las dos manos firmes sobre el
volante del turismo, soportando las sacudidas de la dirección, que
sufría abriéndose camino entre las rocas. De reojo, echó un
vistazo a su hermana. Saray guardaba silencio y miraba por la ventana
distraída con el lento paso de los árboles con la luz de la tarde
de fondo. Laura sopesó si decir algo, pero ya había discutido
hacía unos minutos con Saray, y todavía notaba en su propia cara el
calor del enfado que le había hecho coger. Laura ya no creía en que
volver a sacar el tema de la decisión de su hermana fuese a cambiar
algo, de modo que reafirmó sus manos en el volante y se concentró
en no perder la vaga senda que se adentraba en el bosque y terminaba
unos kilómetros más adelante, en la arboleda más profunda y menos
transitada. Según Saray, el lugar perfecto para desaparecer para
siempre.
―No quiero que te sientas mal
por esto ―sonó de repente la voz de Saray dentro del coche―. Es
lo mejor, créeme.
De pronto, aquellas palabras
hicieron reaccionar a Laura. Esta paró el coche en seco de un
frenazo, apartó la mirada del camino y miró a Saray. Saboreó el
silencio de la arboleda mientras una nube de polvo se elevaba
alrededor del coche. Se giró y se acomodó en su asiento de
conductora, apoyando el codo en el volante. Miró a su hermana e
imitó el gesto de la madre de ambas, adoptando la expresión propia
de ella justo antes de proferir una dura reprimenda a una de sus
hijas. Saray agachó la mirada, con su vergüenza de hermana menor
veinteañera consciente de su error. Pero, aun así, negó con la
cabeza.
―Es lo mejor, Lau. No se me
ocurre otra solución.
―¿Y tu solución es esto?
―gritó Laura, extendiendo los brazos para que mirara a su
alrededor y contemplara el denso y agreste bosque―. Si te he traído
hasta aquí es para que veas que esto no es ningún juego. Mira a tu
alrededor. ¿Cuánto tiempo vas a durar aquí tú sola sin refugio ni
comida? ¡Es de locos! Dime, ¿en qué momento se te ocurrió que
perderte en el bosque sería “lo mejor”? ¡Dime!
Saray alzó la mirada hacia
Laura, y esta descubrió los ojos de Saray encharcados de lágrimas.
El corazón de Laura dio un vuelco y no tuvo más remedio que
refrenar sus ganas de seguir gritándole. Saray aprovechó la ocasión
para seguir explicándose.
―Laura, yo... ―un sollozo
incontrolable de Saray le quebró la voz. La chica parecía derrumbarse
emocionalmente delante de su hermana―. Tengo miedo, Lau. Mucho
miedo.
La joven comenzó a llorar
desconsoladamente, escondiendo su vergüenza entre sus manos.
―Ven aquí, bichito ―Laura se
aproximó a ella para abrazarla con ternura y consolar su pena con
lentas caricias en el pelo―. Podemos encontrar una solución
diferente, Sary. ¿No ves que esto es una tontería? ―Laura se
corrigió y templó su enfado latente tratando de usar un vocabulario
menos ofensivo―. Esto que quieres hacer no tiene sentido. Ya te lo
he dicho mil veces. Sea lo que sea eso que te pasa por las noches,
podremos solucionarlo, si estamos juntas. No puedes apartarte de todo
y de todos.
―Pero tú lo has visto, Lau. Lo
has visto. No son imaginaciones mías. Has visto toda la sangre y
las...
―Eh, Sary. ¡Sary, mírame!
Mírame, ¿vale? Deja de pensar en eso, ¿de acuerdo? Eso ya pasó.
No sigas dándole vueltas.
―No, Lau. No ha pasado. Ya va
para una semana. Y todas las noches es lo mismo, y ya no puedo más.
Todas las noches pierdo el control cuando me voy a dormir y amanezco
rodeada de sangre y... ¿¡Qué me está pasando, Lau!?
―No... no lo sé, Sary. Pero
quizás podamos encontrar a alguien... Alguien que nos ayude. Siempre
se puede recurrir a alguien.
―Pero esto no es normal, Lau. Y
no quiero que nadie sufra por mi culpa.
―Nadie lo hará. Escucha,
tienes que contar conmigo, con mamá y con papá. No estás sola,
Sary. Estamos todos dispuestos a ayudarte con lo que sea.
Saray tragó saliva y sorbió el
moco, mientras miraba de cerca los ojos lacrimosos de su hermana,
también emocionada.
―No quiero hacer daño a nadie
por la noche. Debo estar sola.
―Pero Saray, tú no harías
daño a nadie.
―¡No lo sé! ―vociferó
ella―. Pierdo el control y todo se vuelve borroso. Veo destellos e
imágenes horribles y noto mi respiración fuerte y profunda, y mis
manos afiladas y negras. Por las noches no soy yo, Lau. Y me doy
miedo, porque no me controlo. No puedo. Solo me dejo llevar, y cuando
amanece y vuelvo en mí, despierto en mi piso rodeada de animales
muertos y con las manos y la boca manchadas de su sangre.
Laura la escuchaba en silencio.
Ella ya lo sabía. Saray se lo había contado desde el primer día.
Pero, una vez más, trataba de hacer encajar cada una de sus palabras
con una explicación lógica que parecía no encontrar nunca.
―¿Y si un día me despierto y
no son animales lo que hay a mi alrededor, Lau? ―la pregunta heló
la mirada de Laura.
―Estás... exagerando.
―¿Acaso es exagerado tener que
quitarte trozos de animales descuartizados de entre lo dientes cada
mañana?
―Sary, esto no... Tú no
podrías...
―Es cierto, Lau. Y me está
pasando. Yo no podría hacer daño a nadie. Me horrorizo solo de
pensarlo. Pero es que creo que por las noches no soy yo... Ni
siquiera soy normal... Ni humana, creo... Soy algo diferente, salvaje
y espantoso. Y no puedo controlarlo, Lau. No puedo. Solo puedo
apartarlo de los demás. Alejarlo para que no llegue a hacer daño a
nadie.
―Sary..., no me importa. No voy
a dejar a mi hermana sola en el bosque. No lo haré.
―Estaré bien. Puedes buscar
ayuda mientras. Quizás haya alguien, quién sabe, pero mientras
tanto estaré bien. Aquí hay animales de sobra y no hay nadie en
kilómetros a la redonda. Yo...
―No lo haré, Sary ―y quitó
las llaves del contacto―. Si no vuelves conmigo ahora, nos
quedaremos las dos en el coche esta noche en el bosque.
―¡No, Lau! ¡Por favor! ¡No
lo hagas! ¡Se va a hacer de noche pronto, y ya casi hemos llegado!
―Está decidido. Nos quedamos
las dos.
Saray miró fijamente a su
hermana. Casi podía escuchar los latidos acelerados de su corazón.
El sol se estaba poniendo.
―Te quiero mucho, hermana ―dijo
de repente Saray.
Justo después, estampó un beso
en la mejilla de Laura, agarró la mochila que tenía a sus pies y
abrió la puerta del coche para salir corriendo y perderse entre los
árboles. “¡Saray!”, gritó Laura, que al tratar de salir del
coche a toda prisa no atinó a encontrar la manecilla de la puerta.
Cuando salió, fue corriendo entre los árboles tras su hermana. Al
principio, siguió el ruido de sus pisadas, pero pronto se dio cuenta
de que estaba persiguiendo sombras y hacía tiempo que le había
perdido el rastro entre los árboles. “¡Saray!”, gritó a pleno
pulmón. Al final no iba a tener más remedio que llamar a la policía
para que buscaran a su hermana. Se palpó los bolsillos en busca del
teléfono y recordó que lo había dejado sobre el salpicadero del
coche. Se dio media vuelta para regresar y emprendió la carrera para
llamar lo antes posible.
Al pasar un minuto, se extrañó
de no haber llegado ya. Miró alrededor, pero no reconoció el lugar.
No recordó haber pasado por allí antes. “¡Saray!”, gritó,
notando que una amarga angustia empezaba a apretarle la garganta.
Laura estaba sola en el bosque y
se había perdido. La noche ya caía lenta, pero implacable. Y Laura
deseó con todas sus fuerzas que en aquel bosque no hubiese lobos.
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