jueves, 10 de marzo de 2016

Llanto primero: Loba

El coche avanzaba con dificultad por el sendero de tierra, que apenas se podía adivinar entre la maleza del camino. Laura conducía con las dos manos firmes sobre el volante del turismo, soportando las sacudidas de la dirección, que sufría abriéndose camino entre las rocas. De reojo, echó un vistazo a su hermana. Saray guardaba silencio y miraba por la ventana distraída con el lento paso de los árboles con la luz de la tarde de fondo. Laura sopesó si decir algo, pero ya había discutido hacía unos minutos con Saray, y todavía notaba en su propia cara el calor del enfado que le había hecho coger. Laura ya no creía en que volver a sacar el tema de la decisión de su hermana fuese a cambiar algo, de modo que reafirmó sus manos en el volante y se concentró en no perder la vaga senda que se adentraba en el bosque y terminaba unos kilómetros más adelante, en la arboleda más profunda y menos transitada. Según Saray, el lugar perfecto para desaparecer para siempre.


No quiero que te sientas mal por esto ―sonó de repente la voz de Saray dentro del coche―. Es lo mejor, créeme.



De pronto, aquellas palabras hicieron reaccionar a Laura. Esta paró el coche en seco de un frenazo, apartó la mirada del camino y miró a Saray. Saboreó el silencio de la arboleda mientras una nube de polvo se elevaba alrededor del coche. Se giró y se acomodó en su asiento de conductora, apoyando el codo en el volante. Miró a su hermana e imitó el gesto de la madre de ambas, adoptando la expresión propia de ella justo antes de proferir una dura reprimenda a una de sus hijas. Saray agachó la mirada, con su vergüenza de hermana menor veinteañera consciente de su error. Pero, aun así, negó con la cabeza.



Es lo mejor, Lau. No se me ocurre otra solución.



¿Y tu solución es esto? ―gritó Laura, extendiendo los brazos para que mirara a su alrededor y contemplara el denso y agreste bosque―. Si te he traído hasta aquí es para que veas que esto no es ningún juego. Mira a tu alrededor. ¿Cuánto tiempo vas a durar aquí tú sola sin refugio ni comida? ¡Es de locos! Dime, ¿en qué momento se te ocurrió que perderte en el bosque sería “lo mejor”? ¡Dime!



Saray alzó la mirada hacia Laura, y esta descubrió los ojos de Saray encharcados de lágrimas. El corazón de Laura dio un vuelco y no tuvo más remedio que refrenar sus ganas de seguir gritándole. Saray aprovechó la ocasión para seguir explicándose.



Laura, yo... ―un sollozo incontrolable de Saray le quebró la voz. La chica parecía derrumbarse emocionalmente delante de su hermana―. Tengo miedo, Lau. Mucho miedo.



La joven comenzó a llorar desconsoladamente, escondiendo su vergüenza entre sus manos.



Ven aquí, bichito ―Laura se aproximó a ella para abrazarla con ternura y consolar su pena con lentas caricias en el pelo―. Podemos encontrar una solución diferente, Sary. ¿No ves que esto es una tontería? ―Laura se corrigió y templó su enfado latente tratando de usar un vocabulario menos ofensivo―. Esto que quieres hacer no tiene sentido. Ya te lo he dicho mil veces. Sea lo que sea eso que te pasa por las noches, podremos solucionarlo, si estamos juntas. No puedes apartarte de todo y de todos.



Pero tú lo has visto, Lau. Lo has visto. No son imaginaciones mías. Has visto toda la sangre y las...



Eh, Sary. ¡Sary, mírame! Mírame, ¿vale? Deja de pensar en eso, ¿de acuerdo? Eso ya pasó. No sigas dándole vueltas.



No, Lau. No ha pasado. Ya va para una semana. Y todas las noches es lo mismo, y ya no puedo más. Todas las noches pierdo el control cuando me voy a dormir y amanezco rodeada de sangre y... ¿¡Qué me está pasando, Lau!?



No... no lo sé, Sary. Pero quizás podamos encontrar a alguien... Alguien que nos ayude. Siempre se puede recurrir a alguien.



Pero esto no es normal, Lau. Y no quiero que nadie sufra por mi culpa.



Nadie lo hará. Escucha, tienes que contar conmigo, con mamá y con papá. No estás sola, Sary. Estamos todos dispuestos a ayudarte con lo que sea.



Saray tragó saliva y sorbió el moco, mientras miraba de cerca los ojos lacrimosos de su hermana, también emocionada.



No quiero hacer daño a nadie por la noche. Debo estar sola.



Pero Saray, tú no harías daño a nadie.



¡No lo sé! ―vociferó ella―. Pierdo el control y todo se vuelve borroso. Veo destellos e imágenes horribles y noto mi respiración fuerte y profunda, y mis manos afiladas y negras. Por las noches no soy yo, Lau. Y me doy miedo, porque no me controlo. No puedo. Solo me dejo llevar, y cuando amanece y vuelvo en mí, despierto en mi piso rodeada de animales muertos y con las manos y la boca manchadas de su sangre.



Laura la escuchaba en silencio. Ella ya lo sabía. Saray se lo había contado desde el primer día. Pero, una vez más, trataba de hacer encajar cada una de sus palabras con una explicación lógica que parecía no encontrar nunca.



¿Y si un día me despierto y no son animales lo que hay a mi alrededor, Lau? ―la pregunta heló la mirada de Laura.



Estás... exagerando.



¿Acaso es exagerado tener que quitarte trozos de animales descuartizados de entre lo dientes cada mañana?



Sary, esto no... Tú no podrías...



Es cierto, Lau. Y me está pasando. Yo no podría hacer daño a nadie. Me horrorizo solo de pensarlo. Pero es que creo que por las noches no soy yo... Ni siquiera soy normal... Ni humana, creo... Soy algo diferente, salvaje y espantoso. Y no puedo controlarlo, Lau. No puedo. Solo puedo apartarlo de los demás. Alejarlo para que no llegue a hacer daño a nadie.



Sary..., no me importa. No voy a dejar a mi hermana sola en el bosque. No lo haré.



Estaré bien. Puedes buscar ayuda mientras. Quizás haya alguien, quién sabe, pero mientras tanto estaré bien. Aquí hay animales de sobra y no hay nadie en kilómetros a la redonda. Yo...



No lo haré, Sary ―y quitó las llaves del contacto―. Si no vuelves conmigo ahora, nos quedaremos las dos en el coche esta noche en el bosque.



¡No, Lau! ¡Por favor! ¡No lo hagas! ¡Se va a hacer de noche pronto, y ya casi hemos llegado!



Está decidido. Nos quedamos las dos.



Saray miró fijamente a su hermana. Casi podía escuchar los latidos acelerados de su corazón. El sol se estaba poniendo.



Te quiero mucho, hermana ―dijo de repente Saray.



Justo después, estampó un beso en la mejilla de Laura, agarró la mochila que tenía a sus pies y abrió la puerta del coche para salir corriendo y perderse entre los árboles. “¡Saray!”, gritó Laura, que al tratar de salir del coche a toda prisa no atinó a encontrar la manecilla de la puerta. Cuando salió, fue corriendo entre los árboles tras su hermana. Al principio, siguió el ruido de sus pisadas, pero pronto se dio cuenta de que estaba persiguiendo sombras y hacía tiempo que le había perdido el rastro entre los árboles. “¡Saray!”, gritó a pleno pulmón. Al final no iba a tener más remedio que llamar a la policía para que buscaran a su hermana. Se palpó los bolsillos en busca del teléfono y recordó que lo había dejado sobre el salpicadero del coche. Se dio media vuelta para regresar y emprendió la carrera para llamar lo antes posible.



Al pasar un minuto, se extrañó de no haber llegado ya. Miró alrededor, pero no reconoció el lugar. No recordó haber pasado por allí antes. “¡Saray!”, gritó, notando que una amarga angustia empezaba a apretarle la garganta.



Laura estaba sola en el bosque y se había perdido. La noche ya caía lenta, pero implacable. Y Laura deseó con todas sus fuerzas que en aquel bosque no hubiese lobos.

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