jueves, 31 de marzo de 2016

Llanto cuarto: Samy

Greg se detuvo delante de la puerta del dormitorio de su hija, suspiró y se apoyó en el marco. Echó un vistazo dentro, pero no encontró a la pequeña Diana por ninguna parte. El cuarto estaba tan a oscuras que difícilmente podía ver el color rosa pastel de las paredes, las pegatinas de mariposas en el cabecero de la cama o las estanterías repletas de muñecas. La única luz que entraba en aquella habitación era la que provenía del pasillo y convertía a Greg en una silueta oscura en el umbral. Estuvo a punto de llamar a su hija en voz alta, pero justo en ese momento escuchó su sollozo. La pequeña se había escondido debajo de la cama.

Greg no dijo palabra alguna, pues sabía que la niña no iba a hacerle caso alguno. Se limitó a acercarse a la cama en silencio al tiempo que pensaba cómo conseguir que su hija se calmara. Diana respiraba entrecortadamente, y sonaba fatigada, como si ya estuviese cansada de llorar. Greg suspiró de nuevo, y frunció el ceño. Volvió la vista atrás para asegurarse de que su esposa no estaba cerca, y se sentó en el suelo al lado de la cama. Miró cómo la sábana caía desde el colchón hasta casi tocar el suelo. Detrás de aquella sábana, como si de una cortina se tratase, su hija escondida bajo la cama rompía a llorar de nuevo desconsoladamente.

Hola, peque. Soy yo. Papá.

Diana siguió llorando, como si no hubiese escuchado nada en absoluto.

Diana, ¿te... te gustaría salir de ahí?

¿No se te ocurre nada mejor?”, pensó Greg para sí mismo, en un momento en el que dudaba de si algún día en su vida llegaría a ser un buen padre.

No ―respondió Diana, con voz temblorosa.

Greg ya se esperaba esa respuesta, así que reflexionó durante unos segundos. No podía permitir que su querida hija continuase escondida y llorando debajo de la cama, así que probó con una cosa.

Samy está aquí conmigo, Diana ―dijo él, refiriéndose al amigo imaginario que su hija mencionaba una y otra vez―. Y a Samy le gustaría que salieras de ahí abajo. Está muy triste, el pobre, porque tú estás llorando y a él no le gusta que...

Eso es mentira ―lo interrumpió la niña―. Samy no está contigo, está conmigo aquí. Y está enfadado.

El padre negó con la cabeza, decepcionado al comprobar que cualquier cosa que intentaba no funcionaba para hacer salir a su hija.

Diana, por favor, sal de ahí para que pueda verte.

¡No! ¡No quiero! Y Samy tampoco quiere que salga. Está muy, muy enfadado.

No, cariño, tienes que... tienes que salir de ahí. Y dile a Samy que no esté enfadado. Lo que ha pasado antes ha sido sin querer... Un accidente. Mami no quería hacerte daño. Mamá te quiere mucho, Diana.

¡No! ¡Ella no me quiere! ―chilló la niña―. Y yo no la quiero a ella, porque es mala.

Escuchar aquellas palabras rompieron el corazón de Greg. Carla, su esposa, era una buena persona. Pero a veces su mente no distinguía la diferencia entre la realidad y la fantasía, por ello seguía un tratamiento que la ayudaba a mantenerse centrada.

Cariño ―empezó a decir Greg, con un tono muy suave de voz―. Mami no es mala, mi vida. Es solo que está malita, y necesita que, tanto tú como yo, tengamos un poco de paciencia.

Pero la cría seguía llorando sin control y lamentándose sin consuelo.

Cariño, lo que ha pasado esta noche con mamá no es culpa suya. Ella... ella lleva un par de días sin tomar sus pastillas y está un poco nerviosa, nada más. Pero ella te quiere mucho, y ahora mismo ella también está llorando en su cama, porque se siente mal. Ella no quería hacerte daño, cariño.

El llanto de la niña se volvió más pausado, no porque Greg la hubiera tranquilizado, sino porque la cría ya estaba muy cansada de llorar.

Ella no me quiere. Samy me lo dijo.

Samy se equivoca, cielo. Ella te quiere mucho. Y yo también. Y me gustaría verte ahora mismo para poder darte un fuerte abrazo ―Greg se emocionó con sus propias palabras y se le hizo un nudo en la garganta. Toda la situación de aquella noche tras la cena se había descontrolado demasiado deprisa y notaba que un aluvión de emociones se le venía encima de repente―. Te quiero mucho, peque. Y mami también te quiere. Por favor, sal, Diana. Y así podré verte y abrazarte.

La niña tardó en responder. Greg se enjugó las lágrimas que le caían mientras escuchaba a su hija cuchichear en voz baja bajo la cama.

¿Diana...?

Al instante de preguntar por ella, la pequeña Diana apareció gateando por debajo de la sábana, y se lanzó de un salto a abrazarse con su padre. La pequeña estaba temblando. A pesar de su pequeño tamaño, la niña se abrazó muy fuerte a su padre, como si no quisiera soltarlo jamás por miedo a que llegase su madre y volviera a golpearla.

Ya está, peque. Ya pasó.

Greg trató de apartarse ligeramente del abrazo. Quería verle la cara a su hija. Cuando pudo verla, llamaron poderosamente su atención los borbotones de lágrimas que caían profusamente de sus brillantes ojos y el delicado hilo de sangre que le caía desde la brecha que tenía abierta en la ceja izquierda.

Ya está, ya pasó ―la consoló él, mientras Diana apretaba los labios muy fuerte, como si estuviese a punto de llorar de nuevo―. Vamos a lavarte esa bonita carita, ¿de acuerdo? ―le dijo, al tiempo que la cogía en brazos para llevarla al baño a lavarle la herida―. También le puedes decir a Samy que salga de debajo de la cama y venga con nosotros si quiere.

Samy ya no está debajo de la cama ―respondió ella, con la cabeza hundida en el hombro de su padre.

¿Ah, no? ―Greg ya caminaba por el pasillo con su hija en brazos―. ¿Y dónde está Samy ahora?

Me dijo que iba a hablar con mamá.

Justo entonces, Greg escuchó un golpe seco seguido de un ruido de algo que cae. Parecía provenir del dormitorio principal.

A lo mejor es él ―se aventuró a decir la niña.

Greg se había dado cuenta de que su esposa Carla ya llevaba demasiado tiempo a solas. Al no haber tomado su medicación durante los últimos días, no era buena idea dejarla mucho tiempo sin vigilancia. De modo que Greg se apresuró a dejar a Diana en el baño y la dejó de pie delante del lavabo.

Ahora mismo vuelve papi, ¿vale? ―le dijo Greg apresuradamente―. Voy a ver cómo está mami.

Estará con Samy.

Greg no supo cómo reaccionar a aquella palabras y forzó una sonrisa para aparentar, sin éxito, tranquilidad. Inmediatamente después, corrió por el pasillo hasta que alcanzó la puerta del dormitorio y la abrió de par en par. Greg no pudo evitar llevarse las manos a la cabeza.

Había sangre por todas partes.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Es cierto. ^^

      Muchas gracias por dejar un comentario, y espero que te haya gustado. ¡Muchas gracias por leerme!

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