viernes, 19 de diciembre de 2014

El testamento del dragón (Tercera parte de tres)

Aún no te puedo ver bien, escriba ―le dijo el dragón―. Camina hasta aquí delante.

Pragun daba pasos cortos sin apartar la vista del voluminoso cuerpo de la criatura. Las alas, agrietadas y rasgadas, estaban encogidas sobre el lomo, muy por encima de la cabeza del escriba. La sólidas escamas del vientre se solapaban unas encima de otras formando una formidable armadura que a todas luces parecía completamente impenetrable ante cualquier ataque de lanza, flecha o espada. A medida que caminaba, las escamas iban disminuyendo de tamaño y grosor según se aproximaba a la zona del cuello. Las de esa zona se reducían hasta desaparecer totalmente y dejar paso a una zona blanda de carne pálida, justo bajo el largo cuello del dragón. La luz de la antorcha iba y venía acorde al vaivén de la respiración de la criatura, que removía todo el aire de la cámara de piedra. De pronto, Pragun divisó un asa de madera astillada asomando por la parte carnosa del cuello, en medio de una zona empapada de sangre. Las llamas de la antorcha se agitaron con el suspiro de la bestia, y la luz del fuego iluminó la cresta de la criatura entre la que sobresalía la punta de la lanza. El arma le había atravesado el cuello de abajo arriba, desatando todo el caudal de sangre que fluía por la piedra plana y bajaba por la pendiente de la gruta. El dragón yacía ahora con su pesada cabeza apoyada en la roca, incapaz de elevarla un palmo del suelo. Sus ojos, entrecerrados, miraron de reojo al escriba.

Aah... ―dijo, lastimeramente―. Ya puedo verte, escriba. Por favor, avanza un poco más. Y cuidado con dónde pones los pies ―la criatura gruñó de dolor―, ahí delante hay un abismo temible.

Pragun adelantó la luz de la antorcha y comprobó que, a unos pasos del hocico, la roca terminaba bruscamente en una caída hacia un infinito de oscuridad insondable. No se atrevió a acercarse más al borde, y miró alrededor en busca de un lugar que le sirviera de apoyo para redactar la última voluntad de aquel ser. Miró en todas direcciones, pero la roca a sus pies era completamente lisa, de modo que encajó la antorcha en un hueco entre dos rocas en la pared, se sentó con las piernas cruzadas y comenzó a sacar un pergamino de su bolsa, ignorando completamente la peligrosa presencia del dragón.

Huelo tu miedo, escriba ―comenzó a decir la portentosa voz del reptil alado―. ¿Soy acaso yo el que origina tanta inquietud en tu ánimo?

El escriba no contestó. Sacó la pluma, colocó el tintero en el suelo, se acomodó el pergamino sobre la rodilla y se aprestó a escribir tan pronto como hubo humedecido la punta de su herramienta de trabajo.

Pero el dragón no dijo nada. A lo que Pragun respondió elevando tímidamente la mirada asustada para contemplar por primera vez el rostro de la criatura.

El dragón arrastraba su ancha barbilla por el suelo, dejando tras de sí un rastro de saliva caliente y sangre tibia. El hocico chato no dejaba de temblar levemente, al tiempo que el aire expandía y contraía sus fosas nasales. Lo que más impactó a Pragun fueron los ojos de la criatura, de un color miel brillante, intensificado por el brillo triste de las lágrimas que humedecían sus ojos inyectados de sangre. Su ceño, blindado y robusto, se fruncía otorgando al conjunto de su rostro una expresión compasiva y asustada. El dragón tenía miedo de su propia muerte. Y el dragón estaba afligido de tener que abandonar su vida de ese modo tan violento.

Pragun, entonces, no supo qué contestar.

Contempla la carnicería que los tuyos han hecho conmigo y responde luego a quién deberías temer, escriba ―sentenció el dragón―. Los que son como tú, y las lanzas que empuñan, han decidido que este mundo no es lo suficiente amplio para la convivencia de nuestras dos especies, escriba. Y uno a uno han matado a todos los míos. Uno a uno han asesinado a toda mi generación, a toda mi familia... Incluso esos malnacidos cobardes derribaron a mi amada en pleno vuelo y la despedazaron según cayó a tierra. Dime, escriba, ¿es esa la humanidad de la que tanto presumís? ¿Es acaso “humano” matar a una hembra que tan solo estaba consiguiendo comida para la prole que portaba en su vientre? No..., no respondas, pues no hay ninguna respuesta satisfactoria para semejante barbarie. Se os llena la boca de valores ejemplares, pero al final sois las peores alimañas, escriba. Nos habéis exterminado, sin importar nuestra edad, sin importar nuestro sexo, sin importaros nada en absoluto. Solo os preocupan vuestros ganados y vuestras cosechas. ¿Desde cuándo los animales o las plantas son propiedad de alguien? Pero con esa excusa, nos habéis matado a todos. A todos. Porque yo soy el ultimo, escriba. Y después de mí, ya no quedará ninguno.

Lo lamento”, se le ocurrió decir a Pragun, aunque cuando habló, no fue eso lo que dijo.

Yo estoy aquí solo para redactar su última voluntad. No creo que yo deba...

Ah, sí... Mi última voluntad... No hará falta escribirla.

¿Cómo...?

Pero la zarpa se movió deprisa, y Pragun no tuvo tiempo de esquivarla. Para cuando quiso darse cuenta, Pragun estaba atrapado dentro del puño de la criatura.

Si pides ayuda, te arrancaré la cabeza con mi último aliento, y moriremos los dos inútilmente.

¡Suéltame! ¡Por lo que más quieras, suéltame!

Lo que más quería me lo arrebataron hace mucho humanos como tú.

Yo no tuve nada que ver con eso. ¡Yo no tuve nada que ver con eso! Y lo lamento, de veras. Pero si no me sueltas, no podré redactar lo que me digas.

Ya te he dicho que no tendrás que escribir nada.

Pragun continuó forcejeando atrapado entre las garras del dragón hasta que, de buenas a primeras, sus ojos se encontraron con los del dragón. Refulgían con un tenue brillo de color miel que lentamente relajaron a Pragun y lo sumieron en un estado de trance. La penetrante mirada del dragón comenzó a rezumar una leve bruma brillante que, muy despacio, manó de los ojos de la criatura y flotó hasta los del hipnotizado escriba. El flujo de bruma continuó en un trasvase del dragón al humano hasta que los ojos del escriba absorbieron todo el vapor de color miel. Justo después, las fuerzas abandonaron a la criatura y sus garras se aflojaron, dejando caer al escriba a tan solo un paso del precipicio oscuro. Este volvió en sí y se puso de pie de un salto mientras no dejaba de mirar alrededor en busca de una explicación a lo que acababa de suceder. Como un acto reflejo, cogió la antorcha de la pared y la empuñó contra la criatura como si de una espada se tratase. Sin embargo, el dragón ya apenas podía tener los ojos abiertos y contemplaba a Pragun fijamente.

Ahora, tú eres el dragón, escriba. Tú portas la semilla de mi especie, humano. Vive, porque nosotros hemos muerto. Ten hijos, porque nosotros hemos desaparecido. Atraviesa el tiempo con tu estirpe, porque nosotros hemos dejado de existir. Y un día, lejos de esta época, ocurrirá la maravilla y un vientre humano engendrará un bebé dragón. Y en ese momento retomaremos la guerra donde la dejamos, humano. Nos cobraremos nuestra venganza sobre los hombres. Pero hasta entonces, nuestra esencia está en ti y en tu descendencia, escriba humano. Tú... eres... mi última voluntad.

Y el dragón guardó silencio, para siempre.

Pragun sostuvo la antorcha sin saber qué hacer. Al bajar la mirada, se encontró con el pergamino en blanco a sus pies.

El alba comenzó a despuntar y el capitán de la orden del trigo empezaba a impacientarse fuera de la cueva. De repente, escuchó pasos a su espalda. Las sandalias del escriba seguían pisando el rastro de sangre, pero la sangre ya estaba seca. Al verlo salir de la cueva, el capitán se acercó rápidamente al escriba.

¿Cuál ha sido la última voluntad de esa bestia?

Sin decir palabra alguna, Pragun entregó el pergamino al capitán, para que este lo leyera.

Volveremos a encontrarnos”, leyó el capitán, escrito con sangre de dragón.

El capitán miró a Pragun con gesto de incomprensión. El sol de la mañana apareció en ese momento y brilló entre las ramas de los árboles de alrededor. La luz incidió en los ojos del escriba, que brillaron con el mismo color de la miel.

2 comentarios:

  1. ¡Hola Aio! Ya echaba de menos tus historias, aunque he leído que te vas a tomar unas vacaciones. Yo seguiré esperando estas magníficas historias con latido, cargadas de emociones y fantasía, así que ¡a disfrutar de las vacaciones! Que cuando vuelvas con las pilas bien cargadas, seguro que te salen cosas que merecerá la pena leer.

    En cuanto a la última parte del Testamento del Dragón, qué puedo decir. Me ha encantado. El dragón está en todo su derecho de querer tomarse su venganza. Estoy de acuerdo en muchas de las cosas que decía :) Y ha sido toda una sorpresa que, en un futuro lejano, nazca del vientre de una humana ¡un bebé dragón! Enhorabuena, como siempre, un gran trabajo.

    Bueno, pues solo desearte felices fiestas y que esperamos tu regreso :)
    Un beso muy fuerte ^^

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    1. Muchísimas gracias por tus palabras, Carmen. Espero que hayas pasado unas fiestas geniales y estés teniendo un comienzo de año espectacular.

      Pronto habrá una nueva historia, y me pondré al día también con las magníficas historias de tu blog.

      ¡Muchos besos!

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