Frío, afilado y desangelado acero quirúrgico. Eso era todo cuanto
Dennis pudo ver sobre la mesita de metal que tenía al lado. Lentamente, fue despertando de su sueño sobre la camilla, y
la imagen del pulido instrumental se fue definiendo. Trató de
llevarse las manos a la cara para desperezarse, pero algo se lo
impidió. El corazón se le aceleró cuando bajó la mirada y se dio
cuenta de que estaba desnudo y atado de pies y manos con correas.
Tiró fuertemente de las de sus muñecas, pero no fue capaz de
liberarse de ellas. Estaba fuertemente atado a aquella helada camilla
cromada. Echó un vistazo alrededor. Con incredulidad, mantuvo la
mirada fija en la amplia pared que tenía más allá de sus pies
descalzos. Aquella superficie estaba completamente cubierta de varias
filas de compuertas metálicas, herméticas y rectangulares. Todas
estaban cerradas, todas salvo una.
Dennis dejó caer la cabeza sobre la almohadilla. No podía creerse
que estuviese dentro de un depósito de cadáveres, y negó con la
cabeza varias veces en silencio tratando de convencerse de que se
trataba de una pesadilla. Recorrió la habitación con la mirada en
busca de algún detalle familiar que le permitiera recordar cómo
había llegado allí o quién lo había atado. Aunque no fue capaz de
encontrar nada que incentivara su memoria, sí que logró avivar su
miedo. Sus asustadas pupilas no dejaron de posarse sobre terroríficas
herramientas cortantes diseñadas para diseccionar carne, partir
hueso o manejar órganos humanos. Dennis pensó en gritar pidiendo
auxilio, pero se contuvo. Quizás no fuese buena idea anunciar a viva
voz que ya había recuperado la conciencia.
Meció el peso de su cuerpo para intentar volcar la camilla, pero
estaba atornillada al reluciente suelo de impolutas baldosas blancas.
Cogió todo el aire que pudo y lo contuvo dentro de sus pulmones.
Necesitaba tranquilizarse, tenía que huir del bloqueo mental al que
sus nervios lo estaban conduciendo. Retuvo el aire unos segundos más y
luego lo fue soltando muy despacio, dejando que los pulmones se
vaciaran lentamente y, poco a poco, fuesen calmando y sosegando su
desbocado corazón. Dennis trató de adaptarse a la tensa situación
lo mejor posible. Se esforzó en acomodar su desnudez sobre el frío
metal e intentó sentirse a gusto, tranquilo y en paz. Solo de ese
modo podría pensar con claridad, solo así podría encontrar una
explicación y una salida.
Una salida, eso era justo lo que necesitaba. Hasta ese momento, no
había visto ninguna puerta, por lo que dedujo que debía encontrarse
justo en la pared que tenía fuera del alcance de su vista. Levantó
la barbilla y alzó la mirada cuanto pudo para encontrar, por fin, la
enorme puerta que daba a la cámara. Sin embargo, no pudo evitar
emitir un pujido de terror absoluto. Alguien, vestido con bata verde,
acababa de entrar, dejando tras de sí la puerta batiéndose en un
vaivén cada vez menos amplio. Dennis llevó rápidamente la mirada
al techo y consideró la idea de hacerse el dormido. Aterrado,
escuchó el restallido de unos guantes de plástico. El pánico pudo
más que su presunta tranquilidad, y Dennis no fue capaz de quedarse
callado.
―¡Oye! ¡OYE! Suéltame, por
favor. No sé cómo... No sé cómo he llegado aquí, pero...
Unos pasos lentos comenzaron a
retumbar entre las paredes de la amplia sala, y aquella persona
con bata verde apareció justo por la izquierda de Dennis. Se había puesto un par
de guantes de goma y, en ese instante, se acomodaba la mascarilla que
ocultaba su boca. Luego, se ajustó el gorro blanco que cubría su
pelo y posicionó mejor las gafas protectoras que ocultaban sus
ojos. No obstante, a pesar de los esfuerzos de aquella persona para
esconder su identidad, no pudo hacer nada para camuflar su voz.
―Tranquilo, Dennis, todo
acabará pronto ―dijo, brotando su voz femenina por debajo de la
mascarilla de tela.
―¿Sabes mi nombre...? Un
momento... Esa voz... ¿Eres una mujer?
―Tranquilo Dennis, todo acabará
pronto ―repitió.
―No, espera. Espera. Te... te
conozco. Venga ya, te conozco. Tu voz... Esa voz la he oído antes.
¡Te conozco! Ahora mismo... No sé... No sé quién eres, pero te
conozco.
―Ahora resulta que ni siquiera reconoces mi
voz... ―la mujer de bata verde empezó a rebuscar entre bisturís,
tijeras y sierras.
―No, pero espera. Dame un
segundo, por favor. Suéltame y lo podemos hablar. No sé si te he
hecho algo...
Justo entonces, Dennis supo quién
era.
―¿¡Amanda!? Joder, Amanda,
¡eres tú! ―la mujer corrigió su postura. Parecía que la
incomodaba oír aquel nombre―. ¡Eres tú! Déjate de tonterías,
Amanda. No sé quién te habrá ayudado a montar esto, pero...
―¡No me ha ayudado nadie!
―gritó ella, esgrimiendo un bisturí delante de los ojos de
Dennis.
―¡Vale...! Vale. No quería...
―Nunca creíste en mí, Dennis.
Y sigues sin hacerlo. Para ti, nunca fui capaz de hacer nada bien
por mí misma...
―¿¡Qué!? ¡Pero qué dices!
Oye, Amanda, por favor. Si lo que querías era asustarme, vale, lo
has conseguido. Si quieres que te pida perdón, vale, te pido perdón.
Hasta puedo pedirte perdón de rodillas, pero, por favor, desátame
antes de que hagas una locura.
Amanda ya había escuchado antes
esa cantinela, de modo que, sin decir media palabra, hundió la hoja
del bisturí en el pecho de Dennis. Este gritó de dolor desde lo más profundo
de su ser mientras se retorcía luchando con las
correas que lo ataban irremediablemente a su tormento. Dennis chilló
y pidió socorro, pero solo le respondía el eco de los lejanos y
desiertos pasillos del sótano de más allá del depósito. La hoja afilada fue abriéndose paso por la
piel muy despacio, a medida que el firme pulso de Amanda trazaba una línea
circular sobre la parte izquierda del pecho de Dennis. La sangre
manaba en abundancia y varios hilillos de líquido rojo cayeron por
los costados y empezaron a encharcarse en el suelo. Amanda se tomó
su tiempo en terminar de cerrar el corte circular. Lo había planeado
todo para tener todo el tiempo del mundo y regodearse en su tortura.
Dennis no dejaba de retorcerse y en alguna ocasión el bisturí se clavó en la piel más
de la cuenta. Cada vez que pasaba esto, la sangre
salpicaba y la víctima chillaba aun más. Tras una eternidad para Dennis,
la chica terminó el corte y colocó el bisturí en la bandeja. El
muchacho estaba llorando.
―Estás como una puta cabra,
Amanda... ―le reprochó, sumido en dolor lacerante.
―Vaya... Ahora veo que lloras.
Creo que no lloraste tanto cuando me dejaste...
―¿¡Qué!? ―con voz
temblorosa, Dennis se negaba a creer que todo aquello se debía a su
ruptura con ella seis meses atrás.
―Pero tranquilo, mira el lado
positivo ―le aconsejó ella―, el corte dejará cicatriz, y a las
chicas les gustan los chicos con alguna cicatriz.
―Amanda, por favor, no sigas
con esto. Lo siento mucho, de verdad. Pero, por favor, para.
Pero ella se limitó a coger con
su guante ensangrentado una nueva herramienta de la bandeja.
―Mira el lado positivo ―le
dijo Amanda cuando le arrancó la piel de encima del corte―, ahora ya no
tienes que preocuparte de ese lunar en el pecho que decías que no te gustaba.
―Mira el lado positivo ―le
dijo Amanda cuando hizo trizas el músculo del pecho para dejar al
descubierto las costillas―, ya no tendrás que preocuparte de ir al
gimnasio para poner en forma ese pectoral.
―Mira el lado positivo ―le
dijo Amanda cuando partió las costillas con el martillo―, ya no
tendrás que preocuparte de que te moleste mi cabeza recostada en tu
pecho.
―Mira el lado positivo ―le
dijo Amanda cuando se abrió paso por el pulmón a base de cortes―,
ya no tendrás que preocuparte por ese catarro que siempre tenías
para no quedar conmigo.
―Mira el lado positivo ―le
dijo finalmente Amanda al cadáver de Dennis cuando le arrancó el
corazón de cuajo―, ya no tendrás que preocuparte de que te lo
rompan.
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