jueves, 8 de agosto de 2013

El lado positivo

Frío, afilado y desangelado acero quirúrgico. Eso era todo cuanto Dennis pudo ver sobre la mesita de metal que tenía al lado. Lentamente, fue despertando de su sueño sobre la camilla, y la imagen del pulido instrumental se fue definiendo. Trató de llevarse las manos a la cara para desperezarse, pero algo se lo impidió. El corazón se le aceleró cuando bajó la mirada y se dio cuenta de que estaba desnudo y atado de pies y manos con correas. Tiró fuertemente de las de sus muñecas, pero no fue capaz de liberarse de ellas. Estaba fuertemente atado a aquella helada camilla cromada. Echó un vistazo alrededor. Con incredulidad, mantuvo la mirada fija en la amplia pared que tenía más allá de sus pies descalzos. Aquella superficie estaba completamente cubierta de varias filas de compuertas metálicas, herméticas y rectangulares. Todas estaban cerradas, todas salvo una.

Dennis dejó caer la cabeza sobre la almohadilla. No podía creerse que estuviese dentro de un depósito de cadáveres, y negó con la cabeza varias veces en silencio tratando de convencerse de que se trataba de una pesadilla. Recorrió la habitación con la mirada en busca de algún detalle familiar que le permitiera recordar cómo había llegado allí o quién lo había atado. Aunque no fue capaz de encontrar nada que incentivara su memoria, sí que logró avivar su miedo. Sus asustadas pupilas no dejaron de posarse sobre terroríficas herramientas cortantes diseñadas para diseccionar carne, partir hueso o manejar órganos humanos. Dennis pensó en gritar pidiendo auxilio, pero se contuvo. Quizás no fuese buena idea anunciar a viva voz que ya había recuperado la conciencia.



Meció el peso de su cuerpo para intentar volcar la camilla, pero estaba atornillada al reluciente suelo de impolutas baldosas blancas. Cogió todo el aire que pudo y lo contuvo dentro de sus pulmones. Necesitaba tranquilizarse, tenía que huir del bloqueo mental al que sus nervios lo estaban conduciendo. Retuvo el aire unos segundos más y luego lo fue soltando muy despacio, dejando que los pulmones se vaciaran lentamente y, poco a poco, fuesen calmando y sosegando su desbocado corazón. Dennis trató de adaptarse a la tensa situación lo mejor posible. Se esforzó en acomodar su desnudez sobre el frío metal e intentó sentirse a gusto, tranquilo y en paz. Solo de ese modo podría pensar con claridad, solo así podría encontrar una explicación y una salida.



Una salida, eso era justo lo que necesitaba. Hasta ese momento, no había visto ninguna puerta, por lo que dedujo que debía encontrarse justo en la pared que tenía fuera del alcance de su vista. Levantó la barbilla y alzó la mirada cuanto pudo para encontrar, por fin, la enorme puerta que daba a la cámara. Sin embargo, no pudo evitar emitir un pujido de terror absoluto. Alguien, vestido con bata verde, acababa de entrar, dejando tras de sí la puerta batiéndose en un vaivén cada vez menos amplio. Dennis llevó rápidamente la mirada al techo y consideró la idea de hacerse el dormido. Aterrado, escuchó el restallido de unos guantes de plástico. El pánico pudo más que su presunta tranquilidad, y Dennis no fue capaz de quedarse callado.



¡Oye! ¡OYE! Suéltame, por favor. No sé cómo... No sé cómo he llegado aquí, pero...



Unos pasos lentos comenzaron a retumbar entre las paredes de la amplia sala, y aquella persona con bata verde apareció justo por la izquierda de Dennis. Se había puesto un par de guantes de goma y, en ese instante, se acomodaba la mascarilla que ocultaba su boca. Luego, se ajustó el gorro blanco que cubría su pelo y posicionó mejor las gafas protectoras que ocultaban sus ojos. No obstante, a pesar de los esfuerzos de aquella persona para esconder su identidad, no pudo hacer nada para camuflar su voz.



Tranquilo, Dennis, todo acabará pronto ―dijo, brotando su voz femenina por debajo de la mascarilla de tela.



¿Sabes mi nombre...? Un momento... Esa voz... ¿Eres una mujer?



Tranquilo Dennis, todo acabará pronto ―repitió.



No, espera. Espera. Te... te conozco. Venga ya, te conozco. Tu voz... Esa voz la he oído antes. ¡Te conozco! Ahora mismo... No sé... No sé quién eres, pero te conozco.



Ahora resulta que ni siquiera reconoces mi voz... ―la mujer de bata verde empezó a rebuscar entre bisturís, tijeras y sierras.



No, pero espera. Dame un segundo, por favor. Suéltame y lo podemos hablar. No sé si te he hecho algo...



Justo entonces, Dennis supo quién era.



¿¡Amanda!? Joder, Amanda, ¡eres tú! ―la mujer corrigió su postura. Parecía que la incomodaba oír aquel nombre―. ¡Eres tú! Déjate de tonterías, Amanda. No sé quién te habrá ayudado a montar esto, pero...


¡No me ha ayudado nadie! ―gritó ella, esgrimiendo un bisturí delante de los ojos de Dennis.



¡Vale...! Vale. No quería...



Nunca creíste en mí, Dennis. Y sigues sin hacerlo. Para ti, nunca fui capaz de hacer nada bien por mí misma...



¿¡Qué!? ¡Pero qué dices! Oye, Amanda, por favor. Si lo que querías era asustarme, vale, lo has conseguido. Si quieres que te pida perdón, vale, te pido perdón. Hasta puedo pedirte perdón de rodillas, pero, por favor, desátame antes de que hagas una locura.



Amanda ya había escuchado antes esa cantinela, de modo que, sin decir media palabra, hundió la hoja del bisturí en el pecho de Dennis. Este gritó de dolor desde lo más profundo de su ser mientras se retorcía luchando con las correas que lo ataban irremediablemente a su tormento. Dennis chilló y pidió socorro, pero solo le respondía el eco de los lejanos y desiertos pasillos del sótano de más allá del depósito. La hoja afilada fue abriéndose paso por la piel muy despacio, a medida que el firme pulso de Amanda trazaba una línea circular sobre la parte izquierda del pecho de Dennis. La sangre manaba en abundancia y varios hilillos de líquido rojo cayeron por los costados y empezaron a encharcarse en el suelo. Amanda se tomó su tiempo en terminar de cerrar el corte circular. Lo había planeado todo para tener todo el tiempo del mundo y regodearse en su tortura. Dennis no dejaba de retorcerse y en alguna ocasión el bisturí se clavó en la piel más de la cuenta. Cada vez que pasaba esto, la sangre salpicaba y la víctima chillaba aun más. Tras una eternidad para Dennis, la chica terminó el corte y colocó el bisturí en la bandeja. El muchacho estaba llorando.



Estás como una puta cabra, Amanda... ―le reprochó, sumido en dolor lacerante.



Vaya... Ahora veo que lloras. Creo que no lloraste tanto cuando me dejaste...



¿¡Qué!? ―con voz temblorosa, Dennis se negaba a creer que todo aquello se debía a su ruptura con ella seis meses atrás.



Pero tranquilo, mira el lado positivo ―le aconsejó ella―, el corte dejará cicatriz, y a las chicas les gustan los chicos con alguna cicatriz.



Amanda, por favor, no sigas con esto. Lo siento mucho, de verdad. Pero, por favor, para.



Pero ella se limitó a coger con su guante ensangrentado una nueva herramienta de la bandeja.



Mira el lado positivo ―le dijo Amanda cuando le arrancó la piel de encima del corte―, ahora ya no tienes que preocuparte de ese lunar en el pecho que decías que no te gustaba.



Mira el lado positivo ―le dijo Amanda cuando hizo trizas el músculo del pecho para dejar al descubierto las costillas―, ya no tendrás que preocuparte de ir al gimnasio para poner en forma ese pectoral.



Mira el lado positivo ―le dijo Amanda cuando partió las costillas con el martillo―, ya no tendrás que preocuparte de que te moleste mi cabeza recostada en tu pecho.



Mira el lado positivo ―le dijo Amanda cuando se abrió paso por el pulmón a base de cortes―, ya no tendrás que preocuparte por ese catarro que siempre tenías para no quedar conmigo.



Mira el lado positivo ―le dijo finalmente Amanda al cadáver de Dennis cuando le arrancó el corazón de cuajo―, ya no tendrás que preocuparte de que te lo rompan.

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