Mi corazón bombea sangre por todo mi cuerpo. Sangre roja y
contundente que no me pertenece, sino que es la mezcla de
generaciones que se pierden en las brumas del tiempo pasado. Siento cómo
fluye por mí: sangre, tiempo, fuerza..., las experiencias de
parientes perdidos, las vivencias de personas que nunca llegué a
conocer, las vidas de antepasados que vivieron, amaron, lucharon y
desaparecieron. Son parte de mí, soy su producto, soy el último
eslabón de una cadena anclada en muchas paredes.
Soy descendiente, soy semilla, soy fruto, soy futuro, soy hijo. La
historia la escriben los vencedores, y soy uno de sus vástagos. Soy
hijo de vencedores. Soy hijo de guerreros, de luchadores, de los que
no se rindieron, de los que siguieron adelante y ahora saborean las
mieles de las victorias conseguidas. Soy continuador, heredero de
ningún imperio, y poseedor de todo un universo luminoso. Soy un
punto y seguido, una rama más de un árbol de tronco macizo y raíces
profundas, que excavan sin temor hasta el núcleo ardiente del
planeta. Estirpe fuerte regada con un caudal de valor incomprensible e
incomprendido y con torrentes de sacrificio inmerecido e inabarcable, al que
estaré eternamente agradecido.
Soy prueba de la victoria, el testimonio de innumerables actos
heroicos imposibles de creer y que no publica prensa alguna. Soy
espectador asombrado de proezas de resistencia sobrehumana, de
paciencia infinita y de fuerza incontenible. Lo he presenciado todo,
lo he vivido todo, y aún no salgo de mi asombro. Soy hijo de padres
honorables y justos, rectos y admirables. Con ideas claras, objetivos
claros, prioridades claras. Seguir adelante, nada más. Cuidar de la
prole, nada menos. Frente alta y dientes apretados, héroes,
valientes, orgullo de mi alma y espejo en el que me miro.
Soy su hijo, fruto del amor sincero y esforzado, de la lucha sin
armas, de la comida sin apenas dinero, de la lluvia que cae por el techo,
del vendaval que derriba muros, de vastos campos de siembra que
necesitan cuidados, de descanso con la mirada perdida, de noches en
vela, de rutinas interminables de luchas, seguidas de más lucha, de
más dolor, de mayor sacrificio, de malas rachas, de peores rachas,
de rachas mortales, de cambios inesperados, de cambios deseados, de
bofetadas del destino y de breves caricias de la diosa Fortuna. Soy
hijo de mis padres, de mi orgullo, de mi sangre, de mis valores.
Personas, con sus defectos y debilidades, pero humildes, trabajadoras, responsables, serias y
comprometidas. Y yo soy su hijo.
Mírame y verás tras mis pupilas el resultado de tanto sacrificio, de
tanto “primero mis hijos y luego yo”, de tanto dar sin recibir
nada a cambio, de tanto aguante de desplantes, de malas caras, de
caprichos fuera de todo alcance. Pero se aguanta y se lucha, se
sigue, se prosigue, se continúa, se sigue y se consigue. Nada
regalado, nada fácil, nada encontrado por casualidad, todo sembrado,
regado, cuidado y recolectado. Vida dura que curte la piel y cubre de
arrugas y dolores. Batallas pasadas que se cobran su precio en el
presente. Pero la victoria ya ha sido conseguida, y soy la prueba.
Orgullo eterno y ganas de estar a la altura. Soy el presente de su
pasado, y debo estar a la altura. Debo seguir el ejemplo, debo
golpear, luchar, morder y desgarrar si hace falta. Prioridades
claras, deseos claros, amor verdadero perdido, pero una vida por delante.
Soy hijo, y lo porto con la cabeza alta. Quizás, algún día, el
hijo se convierta en padre. Quizás, algún día, mi hijo también se
sienta orgulloso de sus padres.
¡Hola Aio!
ResponderEliminarImpresionante. Sin palabras. Todo el orgullos de ser hijo plasmado a la perfección ;) Y pensar que no lo había leído aún... Gracias por recordarnos lo importante que es sentirnos orgullosos de ser hijos de nuestros padres ^^
¡Un abrazo, Aio!
¡Hola, Carmen!
EliminarMuchísimas gracias por leer esta entrada. Significa mucho para mí. Te lo agradezco enormemente.
Muchos abrazos y besos, Carmen. ¡Nos seguimos leyendo!