jueves, 27 de junio de 2013

El manantial (Segunda parte)

“No debería estar aquí. Están demasiado cerca, seguro que me encuentran. Van a matarme y no voy a poder hacer nada”, pensó Abbi, después de que el miedo lo hubiese dejado paralizado detrás de la roca. Esos y otros pensamientos nefastos cruzaron su mente mientras el convoy pasaba despacio justo por delante de su posición. Se apretó todo cuanto pudo contra la tierra de detrás de la piedra que lo ocultaba, como si intentara fundirse con cada grano de arena que se le pegaba a la ropa sudada. El ruido de los motores se volvió insoportable para sus oídos y el corazón se le aceleró como si estuviese escuchando los rugidos de una manada de leones hambrientos y sanguinarios. Pero a pesar de que aquel sonido resultaba intimidatorio, el despiadado rugido mecánico fue disminuyendo de intensidad conforme los vehículos militares frenaban la marcha gradualmente hasta detenerse ante el cadáver del camello.

El momento había llegado: Abbi tendría que echar un vistazo para saber cuántos vehículos formaban el convoy, y lo debería hacer de la manera más sigilosa posible para que los soldados no pudiesen ver nada extraño asomando por aquella roca situada a un lado del camino de tierra, a tan solo unos diez pasos de distancia. Abbi suspiró e introdujo aire caliente en sus pulmones. Luego, se acomodó el fusil, cuyos duros salientes metálicos se le estaban clavando a través de la tela en la tierna carne del vientre. Se arrastró lateralmente sin despegar su cuerpo del suelo, tratando de rodar por encima de cada una de las piedrecitas que tenía debajo. Muy despacio, su ojo fue superando el borde de piedra como un sol castaño que amanece por la ladera de una montaña diminuta. Entonces, se detuvo, ya tenía a la vista todos sus objetivos.



Había un camión delante. Se trataba de un destartalado transporte militar de mercancía. Vomitaba humo negro una y otra vez por los dos escapes que apuntaban al cielo justo por detrás de la cabina del piloto. El olor asfixiante de los gases se mezcló con el aire caldeado, y Abbi incluso pudo saborear la contaminación en su boca. Siguió observando atentamente. El color caqui del camión, con manchas de diferentes tonalidades, ayudaba a mantener el vehículo camuflado cuando se detenía sobre el fondo polvoriento y seco del desierto. En la parte trasera de carga, una tela del mismo color se estiraba encima de unos soportes de metal para ocultar la mercancía de las miradas curiosas. Sin lugar a dudas, lo que Abbi andaba buscando debía encontrarse allí, pero conseguirlo no sería tarea fácil. Al conductor del vehículo lo acompañaba un copiloto, que en ese momento se agitaba en su asiento y señalaba nervioso hacia delante, probablemente furioso a causa del inesperado bloqueo que impedía el paso. Abbi supuso que se trataba del líder del grupo. La mirada de Abbi recorrió el convoy de vehículos, desde el primero al último. El conjunto estaba formado por dos todoterrenos y el camión, que estaba parado entre ellos



El conductor del primer vehículo se había bajado y compartía comentarios asombrados con su acompañante, mientras se rascaba la cabeza por debajo de la gorra. Observaba el camello con perplejidad.



―Le han pegado un tiro dijo, señalando el cráneo destrozado del animal.



¡No seas idiota y coge tu arma! ―le gritó el soldado nervioso del camión―. Nos han tendido una jodida trampa. ¿No te vale con el camello muerto? ¿Necesitas que también pongan un puto cartel para darte cuenta? Aparta ese jodido bicho del camino antes de que se nos echen encima. ¡Rakku! Tú, vigila los flancos ―entonces, se asomó por la puerta del camión y miró atrás, al último todoterreno que había parado tras el camión―. Lailo, tú también vigilas. Y tú ―dijo dirgiéndose al conductor del camión―, quédate al volante y estate atento. Vigila desde aquí por si ves algo.



El líder militar cargó su fusil y bajó del transporte en dirección al camello.



¿Y cómo coño voy a apartar esta mole? ―le preguntó a voz en grito el soldado que seguía rascándose la cabeza.



El líder de los soldados negó decepcionado con la cabeza. La poca profesionalidad que demostraban sus compañeros cada segundo que pasaba le ponía los nervios de punta. Abbi se fijó mejor en los uniformes que vestían, buscando las insignias que mostraban el rango de cada uno. Una sonrisa apareció de repente en una de las comisuras de los labios de Abbi cuando comprobó que se trataban de seis soldados rasos. También se percató en sus movimientos apresurados, sus tartamudeos y sus miradas fugaces y asustadizas. Actuaban como si estuviesen haciendo algo malo, algo incorrecto, algo secreto... Algo de lo que sus superiores no tenían constancia.



El joven Abbi se sintió algo más confiado, aunque era plenamente consciente de que se trataba de un grupo de hombres asustados, armados y alerta. Los soldados Rakku y Lailo comenzaron a patrullar por separado recorriendo un perímetro circular alrededor del convoy y escudriñando cada recoveco con la mirada. No parecían tener intención de separarse de los vehículos. Abbi supuso que la mercancía podía ser tan valiosa que no querían arriesgarse a dejarla desprotegida. El líder y el soldado de la picazón en la cabeza se afanaban en tratar de empujar el animal muerto hacia la pendiente de caída de la montaña, pero la tierra del camino era suelta y el peso hizo que el cuerpo se hundiese, lo que dificultaba mucho más poder desplazarlo tan solo unos centímetros. Los dos soldados restantes habían quedado dentro de sus transportes: uno, en el camión y otro, en el todoterreno de la cola del convoy. Aquel sería el primer objetivo del plan de Abbi. Se imaginó el camino que seguiría para acercarse al vehículo y se colgó el fusil a la espalda, cruzando la correa por delante del pecho. Flexionó las rodillas agazapado tras la piedra y vigiló a la espera de que los soldados de la patrulla le dieran la espalda para que él pudiera salir corriendo hacia la parte de atrás del todoterreno. Hizo un último repaso de que llevaba encima todo lo necesario y observó cómo aquel soldado marchaba de espaldas a él y se alejaba cada vez más, brindándole la oportunidad perfecta para correr a hurtadillas hasta el maletero.



¡A la mierda con esto!”, gritó el soldado líder. Abbi decidió demorar su salida y esperar para descubrir a qué se había debido aquel grito. Segundos después, vio aparecer al cabecilla. Tenía la cara roja y algunas gotas de sudor caían por su frente, seguramente a causa del esfuerzo para apartar el cuerpo del camello. “Un puto camello muerto no va a pararme ahora”, dijo aquel soldado raso que dirigía a los otros cinco, cuando salió del camión sujetando una granada de fragmentación en la mano.

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