jueves, 23 de mayo de 2013

Las cuatro insidiosas: Muerte

Esos ojos... Esos macabros ojos negros... No me los quita de encima ni un segundo. ¿Os habéis fijado?

Susana y Liam se miraron sorprendidos el uno al otro. Ninguno de los dos había entendido del todo lo que acababa de decir su amigo Mikka. Con una sonrisa juguetona en su cara, tomó un sorbo de su refresco y luego dejó el vaso sobre la mesa. Tragó tranquilamente y fijó sus ojos en la oscura mirada de la pequeña que lo estaba observando. Se reclinó hacia delante y mantuvo los ojos abiertos de par en par. Intentaba averiguar si la chiquilla sería capaz de aguantar sin parpadear. Entretanto, Susana y Liam se mantuvieron en silencio, tratando de descifrar el extraño comportamiento de su amigo, que no dejaba de mirar hacia donde no había nadie. Cuando casi había pasado un minuto, Mikka no pudo aguantar más la sequedad de sus globos oculares y no tuvo más remedio que parpadear.



¡Vaya! ¡Me ha ganado! —rió Mikka, despreocupadamente—. Esta niña es buena.



Tío... —empezó a decir Liam—, ¿de qué coño estás hablando?



Tío..., cuida esa boca tuya —y señaló con un disimulado movimiento de cejas hacia dónde se encontraba la niña que él podía ver. Liam, sin embargo, frunció el ceño y negó con la cabeza en señal de incomprensión— ¡Venga ya! ¿Me lo preguntas en serio? —Mikka, con una sonrisa incrédula, tomó un nuevo trago—. ¿Es que no ves a la niña gótica que está al lado de tu silla? No se ha apartado de tu lado en todo el rato desde que nos sentamos. Creo que le caes bien...



¿De qué niña hablas? —preguntó Susana, escudriñando el lugar con la mirada.



¡Vamos! ¿Esto qué es? ¿Una broma o algo así? ¡Pero si está ahí mismo! A ver, me refiero a la única niña pálida con trenzas y vestida de negro que está justo al lado de Liam... Creo que salta a la vista. Y la pequeña me acaba de ganar en un concurso de miradas. Ya os he dicho que es buena —Mikka volvió a beber otro poco.



Sus amigos empezaron a preocuparse. No comprendían a qué se refería. Hasta ese momento, habían pasado una agradable tarde viendo cómo atardecía lentamente en la terraza de aquella cafetería.



Déjate de gilipolleces, Mikka. Al lado de mi silla no hay nadie.



Ya... Claro —y tomó otro sorbo.



¿Seguro que eso que te estás tomando no tiene alcohol? —bromeó Susana.



Eso... Genial... Seguid de cachondeo los dos —negó con la cabeza mientras sonreía socarronamente—. Oye, no tengo ni idea de qué estáis tramando los dos con todo esto de que no la veis y tal, pero, si lo que queréis es jugármela, lo vais a tener chungo si creéis que voy a caer en una broma tan cutre. Aunque, ya me explicaréis de dónde habéis sacado a esa chiquilla siniestra y cómo la convencisteis de que se disfrazara de la familia Addams y se plantara al lado de Liam.



Mikka, déjalo ya —le reprendió Susana—. No hay ninguna niña al lado de Liam. Déjalo ya. Ha dejado de tener gracia desde hace un rato.



Así que no hay nadie al lado de Liam, ¿no? —preguntó Mikka, mientras rebuscaba en su bolsillo. Segundos después sacó su teléfono móvil y apuntó la lente de la cámara hacia su amigo—. Sonríe. Tú también puedes sonreír, niña gótica —dijo Mikka, justo antes de sacar la foto.



Este tío está para que lo encierren... —dijo Susana en voz baja, al tiempo que miraba al suelo.



Mikka pasó rápidamente el dedo por la pantalla táctil de su móvil para ver la imagen que acababa de tomar.



¡Ajá! —exclamó, y extendió el brazo para entregarle el teléfono a Susana—. Ahora me dirás que no hay una niña al lado de Liam, ¿no?



Susana cogió el teléfono sin dejar de mirar la cara de satisfacción de Mikka. Lentamente, revisó la imagen y, acto seguido, devolvió el teléfono a su dueño.



Tío, ahí no hay nadie más que Liam y la gente del fondo. Yo me voy al servicio. Liam, mira a ver si tú consigues que deje de portarse como un gilipollas para cuando vuelva.



Liam asintió mientras examinaba la foto. Susana se alejaba entre las mesas de la terraza cuando Liam devolvió el móvil a Mikka.



De verdad, Mikka, tienes que dejarte de estas estupideces. Susana está ya harta de tus tonterías. Déjalo ya, ¿quieres? No vamos a seguirte el juego. Ahí solo salgo yo, ¿de acuerdo?



Mikka resopló. Se creía más listo que ellos y estaba seguro de que se la estaban jugando. A sus ojos, la niña siniestra aparecía claramente en la foto. Justo entonces, la camarera pasó al lado de su mesa.



¡Perdona! Perdona, ¿puedes atenderme? —dijo Mikka, levantando la mano.



Dígame, caballero —contestó la amable y atractiva camarera morena—. ¿Qué quería pedir?



En realidad no quería pedir nada, solo quería que me diera su opinión sobre esta foto que acabo de sacar —y sin perder tiempo le mostró la pantalla del teléfono—. ¿Qué ve?



La chica miró con atención unos segundos. En su oficio, había aprendido a ir con cuidado. Algunos clientes se tomaban más confianzas de las debidas con las camareras guapas como ella. Tras unos segundos, y tras asegurarse de que no se trataba de nada de mal gusto, contestó.



Veo a su amigo y un poco del hombro de la chica que estaba antes sentada a su lado.



Vale... Y no ve a nadie más al lado de...



Muchas gracias, de verdad —interrumpió Liam, que quería evitar que su amigo quedase como un desquiciado delante de la chica—. Cuando pueda, tráiganos la cuenta, por favor.



La chica asintió satisfecha y siguió caminando de camino a la barra.



Tío, ¿qué coño te pasa con ese rollo de la niña? ¿De qué va esto?



Mikka frunció el ceño y observó a la chiquilla directamente. Seguía allí, exactamente en el mismo lugar del principio, en total y absoluto silencio. Mikka, harto de que no le creyesen, cogió una de las servilletas de encima de la mesa e hizo una bola de papel con ella.



¿Qué coño haces ahora? Habla conmigo, Mikka —le rogó Liam.



Pero lo que hizo Mikka en lugar de hablar fue tirar la bola de papel contra la niña. El diminuto proyectil atravesó a la niña trasparente. Aquello era imposible, y Mikka empezó a sentir que el temor se enraizaba cerrando la boca de su estómago. Decidió actuar con decisión y coger a la chiquilla del hombro, pero su mano la atravesó como si fuese una imagen proyectada en el mismo aire. A trompicones, Mikka se puso de pie sin perder de vista a la chiquilla. Al ver su reacción, Liam se levantó también y trató de calmar a su amigo.



Mikka, tranquilo. ¿Qué pasa? ¿Qué te pasa? No te pongas nervioso, ¿vale? Habla conmigo.



Los clientes de las mesas cercanas se alarmaron y todos se quedaron mirando a Mikka. Este se sintió observado, vigilado, expuesto. Demasiadas miradas, demasiados ojos, demasiadas personas juzgándole. Y entre todas ellas, la niña de ojos negros. Se sintió desbordado, avergonzado, desquiciado. La niña no existía, pero la veía. La niña no existía, pero lo observaba. La niña no existía, y ahora todos lo observaban a él por su culpa. Angustiado, sintió unas imperiosas ganas de huir. Y así lo hizo. Dio media vuelta y salió corriendo.



Lo que sucedió a continuación no quedó del todo claro para la mente de Mikka. Oyó voces gritando de fondo, sintió la velocidad de sus zancadas atravesando la calle, escuchó el frenazo de un coche cerca de él y fue consciente del desplazamiento brusco en una dirección diferente a la de su carrera. Aun así, consiguió alcanzar la acera del otro lado. Sin aliento y confuso, volvió la mirada atrás. Algo había sucedido. La gente se arremolinaba alrededor del coche que había dado el frenazo. Cuando Mikka bajó la mirada, vio que un brazo ensangrentado asomaba entre las ruedas del coche. La gente gritaba y vociferaba. Entre el gentío alterado, un consternado Liam abrazaba a una Susana que ocultaba su gesto de impresión con la mano. ¿Qué había pasado? Justo entonces, cayó en la cuenta de que había algo familiar en el brazo que asomaba por los bajos del coche. El reloj de pulsera de aquella muñeca era igual que el suyo. Rápidamente, comprobó su propia muñeca. Ya no llevaba el reloj, pero recordaba claramente habérselo puesto antes de salir de su casa. Entonces, se percató de la presencia de la niña cerca de él. Ahora estaba a su lado, mirándolo fijamente. Sin mediar palabra, la niña tendió su blanca mano hacia él. Mikka miró de nuevo hacia el alterado gentío y comprendió que ya no podría volver a cruzar la calle para estar con sus amigos.



Sin saber qué le aguardaba a partir de ese instante, Mikka tomó la mano de la niña, llamada Muerte, y ambos comenzaron a caminar entre las tinieblas de la noche que comenzaba.

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