—Esos ojos... Esos
macabros ojos negros... No me los quita de encima ni un segundo. ¿Os
habéis fijado?
Susana y Liam se miraron sorprendidos el uno al otro. Ninguno de los
dos había entendido del todo lo que acababa de decir su amigo Mikka.
Con una sonrisa juguetona en su cara, tomó un sorbo de su refresco y
luego dejó el vaso sobre la mesa. Tragó tranquilamente y fijó sus
ojos en la oscura mirada de la pequeña que lo estaba observando. Se
reclinó hacia delante y mantuvo los ojos abiertos de par en par.
Intentaba averiguar si la chiquilla sería capaz de aguantar sin
parpadear. Entretanto, Susana y Liam se mantuvieron en silencio,
tratando de descifrar el extraño comportamiento de su amigo, que no
dejaba de mirar hacia donde no había nadie. Cuando casi había
pasado un minuto, Mikka no pudo aguantar más la sequedad de sus
globos oculares y no tuvo más remedio que parpadear.
—¡Vaya! ¡Me ha ganado! —rió
Mikka, despreocupadamente—. Esta niña es buena.
—Tío... —empezó a decir
Liam—, ¿de qué coño estás hablando?
—Tío..., cuida esa boca tuya
—y señaló con un disimulado movimiento de cejas hacia dónde se
encontraba la niña que él podía ver. Liam, sin embargo, frunció
el ceño y negó con la cabeza en señal de incomprensión— ¡Venga
ya! ¿Me lo preguntas en serio? —Mikka, con una sonrisa incrédula,
tomó un nuevo trago—. ¿Es que no ves a la niña gótica que está
al lado de tu silla? No se ha apartado de tu lado en todo el rato
desde que nos sentamos. Creo que le caes bien...
—¿De qué niña hablas?
—preguntó Susana, escudriñando el lugar con la mirada.
—¡Vamos! ¿Esto qué es? ¿Una
broma o algo así? ¡Pero si está ahí mismo! A ver, me refiero a la
única niña pálida con trenzas y vestida de negro que está justo
al lado de Liam... Creo que salta a la vista. Y la pequeña me acaba
de ganar en un concurso de miradas. Ya os he dicho que es buena
—Mikka volvió a beber otro poco.
Sus amigos empezaron a
preocuparse. No comprendían a qué se refería. Hasta ese momento,
habían pasado una agradable tarde viendo cómo atardecía lentamente
en la terraza de aquella cafetería.
—Déjate de gilipolleces,
Mikka. Al lado de mi silla no hay nadie.
—Ya... Claro —y tomó otro
sorbo.
—¿Seguro que eso que te estás
tomando no tiene alcohol? —bromeó Susana.
—Eso... Genial... Seguid de
cachondeo los dos —negó con la cabeza mientras sonreía
socarronamente—. Oye, no tengo ni idea de qué estáis tramando los
dos con todo esto de que no la veis y tal, pero, si lo que queréis
es jugármela, lo vais a tener chungo si creéis que voy a caer en
una broma tan cutre. Aunque, ya me explicaréis de dónde habéis
sacado a esa chiquilla siniestra y cómo la convencisteis de que se
disfrazara de la familia Addams y se plantara al lado de Liam.
—Mikka, déjalo ya —le
reprendió Susana—. No hay ninguna niña al lado de Liam. Déjalo
ya. Ha dejado de tener gracia desde hace un rato.
—Así que no hay nadie al lado
de Liam, ¿no? —preguntó Mikka, mientras rebuscaba en su bolsillo.
Segundos después sacó su teléfono móvil y apuntó la lente de la
cámara hacia su amigo—. Sonríe. Tú también puedes sonreír,
niña gótica —dijo Mikka, justo antes de sacar la foto.
—Este tío está para que lo
encierren... —dijo Susana en voz baja, al tiempo que miraba al
suelo.
Mikka pasó rápidamente el dedo
por la pantalla táctil de su móvil para ver la imagen que acababa
de tomar.
—¡Ajá! —exclamó, y
extendió el brazo para entregarle el teléfono a Susana—. Ahora me
dirás que no hay una niña al lado de Liam, ¿no?
Susana cogió el teléfono sin
dejar de mirar la cara de satisfacción de Mikka. Lentamente, revisó
la imagen y, acto seguido, devolvió el teléfono a su dueño.
—Tío, ahí no hay nadie más
que Liam y la gente del fondo. Yo me voy al servicio. Liam, mira a
ver si tú consigues que deje de portarse como un gilipollas para
cuando vuelva.
Liam asintió mientras examinaba
la foto. Susana se alejaba entre las mesas de la terraza cuando Liam
devolvió el móvil a Mikka.
—De verdad, Mikka, tienes que
dejarte de estas estupideces. Susana está ya harta de tus tonterías.
Déjalo ya, ¿quieres? No vamos a seguirte el juego. Ahí solo salgo
yo, ¿de acuerdo?
Mikka resopló. Se creía más
listo que ellos y estaba seguro de que se la estaban jugando. A sus
ojos, la niña siniestra aparecía claramente en la foto. Justo
entonces, la camarera pasó al lado de su mesa.
—¡Perdona! Perdona, ¿puedes
atenderme? —dijo Mikka, levantando la mano.
—Dígame, caballero —contestó
la amable y atractiva camarera morena—. ¿Qué quería pedir?
—En realidad no quería pedir
nada, solo quería que me diera su opinión sobre esta foto que acabo
de sacar —y sin perder tiempo le mostró la pantalla del teléfono—.
¿Qué ve?
La chica miró con atención unos
segundos. En su oficio, había aprendido a ir con cuidado. Algunos
clientes se tomaban más confianzas de las debidas con las camareras
guapas como ella. Tras unos segundos, y tras asegurarse de que no
se trataba de nada de mal gusto, contestó.
—Veo a su amigo y un poco del
hombro de la chica que estaba antes sentada a su lado.
—Vale... Y no ve a nadie más
al lado de...
—Muchas gracias, de verdad
—interrumpió Liam, que quería evitar que su amigo quedase como un
desquiciado delante de la chica—. Cuando pueda, tráiganos la
cuenta, por favor.
La chica asintió satisfecha y
siguió caminando de camino a la barra.
—Tío, ¿qué coño te pasa con
ese rollo de la niña? ¿De qué va esto?
Mikka frunció el ceño y observó
a la chiquilla directamente. Seguía allí, exactamente en el mismo
lugar del principio, en total y absoluto silencio. Mikka, harto de
que no le creyesen, cogió una de las servilletas de encima de la
mesa e hizo una bola de papel con ella.
—¿Qué coño haces ahora?
Habla conmigo, Mikka —le rogó Liam.
Pero lo que hizo Mikka en lugar
de hablar fue tirar la bola de papel contra la niña. El diminuto
proyectil atravesó a la niña trasparente. Aquello era imposible, y
Mikka empezó a sentir que el temor se enraizaba cerrando la boca de
su estómago. Decidió actuar con decisión y coger a la chiquilla
del hombro, pero su mano la atravesó como si fuese una imagen
proyectada en el mismo aire. A trompicones, Mikka se puso de pie sin
perder de vista a la chiquilla. Al ver su reacción, Liam se levantó
también y trató de calmar a su amigo.
—Mikka, tranquilo. ¿Qué pasa?
¿Qué te pasa? No te pongas nervioso, ¿vale? Habla conmigo.
Los clientes de las mesas
cercanas se alarmaron y todos se quedaron mirando a Mikka. Este se
sintió observado, vigilado, expuesto. Demasiadas miradas, demasiados
ojos, demasiadas personas juzgándole. Y entre todas ellas, la niña
de ojos negros. Se sintió desbordado, avergonzado, desquiciado. La
niña no existía, pero la veía. La niña no existía, pero lo
observaba. La niña no existía, y ahora todos lo observaban a él
por su culpa. Angustiado, sintió unas imperiosas ganas de huir. Y
así lo hizo. Dio media vuelta y salió corriendo.
Lo que sucedió a continuación
no quedó del todo claro para la mente de Mikka. Oyó voces gritando
de fondo, sintió la velocidad de sus zancadas atravesando la calle,
escuchó el frenazo de un coche cerca de él y fue consciente del
desplazamiento brusco en una dirección diferente a la de su carrera.
Aun así, consiguió alcanzar la acera del otro lado. Sin aliento y
confuso, volvió la mirada atrás. Algo había sucedido. La gente se
arremolinaba alrededor del coche que había dado el frenazo. Cuando
Mikka bajó la mirada, vio que un brazo ensangrentado asomaba entre
las ruedas del coche. La gente gritaba y vociferaba. Entre el gentío
alterado, un consternado Liam abrazaba a una Susana que ocultaba su
gesto de impresión con la mano. ¿Qué había pasado? Justo
entonces, cayó en la cuenta de que había algo familiar en el brazo
que asomaba por los bajos del coche. El reloj de pulsera de aquella
muñeca era igual que el suyo. Rápidamente, comprobó su propia
muñeca. Ya no llevaba el reloj, pero recordaba claramente habérselo
puesto antes de salir de su casa. Entonces, se percató de la
presencia de la niña cerca de él. Ahora estaba a su lado, mirándolo
fijamente. Sin mediar palabra, la niña tendió su blanca mano hacia
él. Mikka miró de nuevo hacia el alterado gentío y comprendió que
ya no podría volver a cruzar la calle para estar con sus amigos.
Sin saber qué le aguardaba a
partir de ese instante, Mikka tomó la mano de la niña, llamada
Muerte, y ambos comenzaron a caminar entre las tinieblas de la noche
que comenzaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario