“Otra vez esos ojos... esos extraños ojos amarillos mirándome
fijamente”. Denisse se acomodó en el asiento de plástico y dejó
de mirar a aquella niña de mirada áurea, sentada justo enfrente de
ella. Bajó la mirada al suelo y deseó con todas sus fuerzas que los
otros tres chicos que estaban en la sala de espera no se hubieran
dado cuenta de que había estado mirando fijamente a una silla. Para
ellos, el asiento en cuestión estaba vacío, pero, para los ojos de
Denisse, estaba ocupado por una chiquilla que no le quitaba los ojos
de encima.
La puerta del fondo se abrió y apareció una señora con una
tablilla en la mano. Se colocó mejor las gafas sobre la nariz y
consultó la lista que había imprimido esa mañana.
—¿El señor David Rendado?
—preguntó la secretaria en voz alta.
Uno de los jóvenes se levantó,
sin prisa. Cuando pasó por delante de Denisse, la chica se fijó en
que caminaba tranquilo y no transmitía ni la más mínima señal de
nerviosismo. El aroma de su colonia permaneció unos instantes en el
aire y Denisse lo vio desaparecer junto a la secretaria tras la
puerta. Denisse suspiró preocupada. Aquellos chicos suponían una
competencia muy dura para ella. De reojo, se fijó en los dos que
todavía quedaban en la sala. Cada uno vestía traje con corbata y,
al lado de cada una de sus sillas, habían dejado sus respectivos
maletines negros. Tragó saliva y empezó a pensar que, a lo mejor,
debió haber venido más arreglada. Su falda le pareció demasiado
colorida, su camiseta demasiado sosa y su pelo... A Denisee nunca le
había gustado su pelo. Llegó incluso a pensar que posiblemente
tendría más posibilidades de conseguir el trabajo si al menos
hubiese venido algo más escotada o, quizás, si la falda hubiese
sido más corta, o incluso si hubiese dejado sus gafas en casa y se
hubiese puesto las lentillas que tanto le molestaban.
—Te has vuelto a equivocar,
Denisse —empezó a decir la niña, leyéndole el pensamiento a la
chica—. Y como siempre, te has dado cuenta demasiado tarde de tu
error. ¿A quién se le ocurre venir así vestida a una entrevista de
trabajo? ¡Hay que enseñar un poco de carne, chica! Pero bueno,
¿sabes qué? Pensándolo mejor, casi mejor que no enseñes nada. Con
lo fea que eres a lo mejor le entran ganas de vomitar al que te
entrevista y te echa antes de hacerte la primera pregunta.
Denisse agachó más la cabeza.
Parecía querer esconderse debajo de la silla. Comenzó a sentir la
mirada de los chicos clavada en ella. Temblorosa, la resistió y se
mantuvo callada. No podía responder a los insultos de la chiquilla,
inexistente para ellos. Solo podía limitarse a escucharla. Si
respondía a sus insultos, quedaría como una tarada delante de
aquellos jóvenes tan elegantes.
—Ahora resulta que te preocupa
lo que esos dos chicos de ahí piensen de ti, ¿verdad? ¿Tú los has
visto bien? ¿Te has fijado bien en ellos? Altos, repeinados,
afeitados... hasta huelen bien para ser hombres. ¿Piensas que pueden
estar interesados en ti? ¿Crees que te ven como una mujer atractiva
y apetecible? ¡Despierta, Denisse! Son demasiado para ti. No están
a tu alcance ni de lejos. Y si te miran, es o para reírse de ti, o
para criticarte, o para insultarte, o simplemente porque se
compadecen de ti. No merece la pena ni que les devuelvas la mirada,
Denisse. Les das asco, Denisse. Les das asco. Es todo lo que les
puedes dar. Espero que ahora entiendas por qué estás tan sola
siempre.
La joven levantó tímidamente su
temblorosa mano para enjugarse una lágrima que empezaba a asomar.
Rápidamente, se secó disimuladamente el dorso de la mano en la
falda. Rehuyó la intensa mirada brillante de la niña y agachó más
la cabeza para que los chicos dejaran de observarla. Uno de ellos le
dijo algo al otro, y ambos comenzaron a cuchichear.
—¿Los oyes, Denisse? ¿Oyes lo
que están diciendo? Claro que no lo oyes. No lo oyes, porque ellos
no quieren que lo oigas. Te están criticando, Denisse. Están
hablando mal de ti delante de tus propias narices. Seguro que se
están riendo de ti. De tu ropa, de tu pelo, de lo mal que te sientas
en la silla... Y no me sorprende. Para ellos seguro que es tronchante
ver a una perdedora como tú aspirando a un trabajo como este.
Créeme, al menos les has alegrado el día. Y cuando salgan esta
noche, lo comentarán con los amigos y se carcajearán a mandíbula
batiente recordando a aquel adefesio de chica insensata que se creía
capaz de aspirar al mismo puesto de trabajo que ellos.
Denisse apretó fuertemente con
sus manos la carpeta azul que tenía sobre su regazo.
—La verdad es que me sorprende
que hayas llegado hasta aquí —siguió hablando la niña. Cada una
de sus palabras atravesaba los oídos de Denisse y se clavaba
directamente en su corazón—. ¿No te cansas nunca de que te digan
que no en las entrevistas de trabajo? Debe de ser que no te cansas,
porque no dejas de venir, a pesar de que te repito una y otra vez que
no te cogerán nunca. ¿Qué problema tienes? ¿Por qué no me haces
caso? Cuanto antes asumas que jamás te van a elegir, antes
terminarás con esta pantomima. Además, piensa en esto: en caso de
que te escojan, vete tú a saber por qué, ¿de qué te va a servir?
El trabajo te quedará grande y no estás preparada para hacerlo ni
por asomo. Todo te supera y no vales para nada en absoluto. Y créeme,
no tardarán demasiado en darse cuenta de que eres una completa
incompetente. Te echarán, te despedirán y, si lo haces
especialmente mal, puede que hasta te denuncien por alguna metedura
de pata de las tuyas.
Denisse ya no podía soportarlo
más. Levantó la mirada con gran esfuerzo, como si un peso tirase
continuamente hacia abajo de su barbilla. Contempló a la niña,
sentada y balanceando los pies en el aire al tiempo que sus ojos
brillaban con una intensa luz amarilla. Fugazmente, lanzó una mirada
a los chicos, absortos en su conversación. No le prestaban la más
mínima atención. Denisse empezó a negar con la cabeza y contuvo
sus desgarradoras ansias de gritar. Llevaba demasiado tiempo
soportando aquellos crueles comentarios, y ya no lo aguantaba más.
Justo en ese momento, se volvió a abrir la puerta y salió el chico
que había entrado unos minutos antes.
—¿La señorita Denisse
Morales? —preguntó a continuación la secretaria de la tablilla.
Denisse se puso de pie como un
resorte y se quedó quieta durante unos segundos, abrazada a la
carpeta como único medio de protección. La niña le sonrió y
señaló hacia la secretaria con un rápido movimiento de cabeza.
—No lo conseguirás —le dijo
la niña, llamada Calamidad—. Nunca lo harás, Denisse.
La chica rompió a llorar y salió
corriendo hacia la salida. La secretaria, boquiabierta, compartió su
mirada atónita con los chicos que estaban esperando.
—¿Alguien sabe a qué ha
venido eso? —preguntó en voz alta. Ambos chicos se encogieron de
hombros.
Calamidad se levantó del asiento
y empezó a acercarse a la salida dando saltitos. Tenía que llegar a
casa de Denisse para seguir hablando con ella.
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