jueves, 2 de mayo de 2013

Las cuatro insidiosas: Calamidad

“Otra vez esos ojos... esos extraños ojos amarillos mirándome fijamente”. Denisse se acomodó en el asiento de plástico y dejó de mirar a aquella niña de mirada áurea, sentada justo enfrente de ella. Bajó la mirada al suelo y deseó con todas sus fuerzas que los otros tres chicos que estaban en la sala de espera no se hubieran dado cuenta de que había estado mirando fijamente a una silla. Para ellos, el asiento en cuestión estaba vacío, pero, para los ojos de Denisse, estaba ocupado por una chiquilla que no le quitaba los ojos de encima.

La puerta del fondo se abrió y apareció una señora con una tablilla en la mano. Se colocó mejor las gafas sobre la nariz y consultó la lista que había imprimido esa mañana.



¿El señor David Rendado? —preguntó la secretaria en voz alta.



Uno de los jóvenes se levantó, sin prisa. Cuando pasó por delante de Denisse, la chica se fijó en que caminaba tranquilo y no transmitía ni la más mínima señal de nerviosismo. El aroma de su colonia permaneció unos instantes en el aire y Denisse lo vio desaparecer junto a la secretaria tras la puerta. Denisse suspiró preocupada. Aquellos chicos suponían una competencia muy dura para ella. De reojo, se fijó en los dos que todavía quedaban en la sala. Cada uno vestía traje con corbata y, al lado de cada una de sus sillas, habían dejado sus respectivos maletines negros. Tragó saliva y empezó a pensar que, a lo mejor, debió haber venido más arreglada. Su falda le pareció demasiado colorida, su camiseta demasiado sosa y su pelo... A Denisee nunca le había gustado su pelo. Llegó incluso a pensar que posiblemente tendría más posibilidades de conseguir el trabajo si al menos hubiese venido algo más escotada o, quizás, si la falda hubiese sido más corta, o incluso si hubiese dejado sus gafas en casa y se hubiese puesto las lentillas que tanto le molestaban.



Te has vuelto a equivocar, Denisse —empezó a decir la niña, leyéndole el pensamiento a la chica—. Y como siempre, te has dado cuenta demasiado tarde de tu error. ¿A quién se le ocurre venir así vestida a una entrevista de trabajo? ¡Hay que enseñar un poco de carne, chica! Pero bueno, ¿sabes qué? Pensándolo mejor, casi mejor que no enseñes nada. Con lo fea que eres a lo mejor le entran ganas de vomitar al que te entrevista y te echa antes de hacerte la primera pregunta.



Denisse agachó más la cabeza. Parecía querer esconderse debajo de la silla. Comenzó a sentir la mirada de los chicos clavada en ella. Temblorosa, la resistió y se mantuvo callada. No podía responder a los insultos de la chiquilla, inexistente para ellos. Solo podía limitarse a escucharla. Si respondía a sus insultos, quedaría como una tarada delante de aquellos jóvenes tan elegantes.



Ahora resulta que te preocupa lo que esos dos chicos de ahí piensen de ti, ¿verdad? ¿Tú los has visto bien? ¿Te has fijado bien en ellos? Altos, repeinados, afeitados... hasta huelen bien para ser hombres. ¿Piensas que pueden estar interesados en ti? ¿Crees que te ven como una mujer atractiva y apetecible? ¡Despierta, Denisse! Son demasiado para ti. No están a tu alcance ni de lejos. Y si te miran, es o para reírse de ti, o para criticarte, o para insultarte, o simplemente porque se compadecen de ti. No merece la pena ni que les devuelvas la mirada, Denisse. Les das asco, Denisse. Les das asco. Es todo lo que les puedes dar. Espero que ahora entiendas por qué estás tan sola siempre.



La joven levantó tímidamente su temblorosa mano para enjugarse una lágrima que empezaba a asomar. Rápidamente, se secó disimuladamente el dorso de la mano en la falda. Rehuyó la intensa mirada brillante de la niña y agachó más la cabeza para que los chicos dejaran de observarla. Uno de ellos le dijo algo al otro, y ambos comenzaron a cuchichear.



¿Los oyes, Denisse? ¿Oyes lo que están diciendo? Claro que no lo oyes. No lo oyes, porque ellos no quieren que lo oigas. Te están criticando, Denisse. Están hablando mal de ti delante de tus propias narices. Seguro que se están riendo de ti. De tu ropa, de tu pelo, de lo mal que te sientas en la silla... Y no me sorprende. Para ellos seguro que es tronchante ver a una perdedora como tú aspirando a un trabajo como este. Créeme, al menos les has alegrado el día. Y cuando salgan esta noche, lo comentarán con los amigos y se carcajearán a mandíbula batiente recordando a aquel adefesio de chica insensata que se creía capaz de aspirar al mismo puesto de trabajo que ellos.



Denisse apretó fuertemente con sus manos la carpeta azul que tenía sobre su regazo.



La verdad es que me sorprende que hayas llegado hasta aquí —siguió hablando la niña. Cada una de sus palabras atravesaba los oídos de Denisse y se clavaba directamente en su corazón—. ¿No te cansas nunca de que te digan que no en las entrevistas de trabajo? Debe de ser que no te cansas, porque no dejas de venir, a pesar de que te repito una y otra vez que no te cogerán nunca. ¿Qué problema tienes? ¿Por qué no me haces caso? Cuanto antes asumas que jamás te van a elegir, antes terminarás con esta pantomima. Además, piensa en esto: en caso de que te escojan, vete tú a saber por qué, ¿de qué te va a servir? El trabajo te quedará grande y no estás preparada para hacerlo ni por asomo. Todo te supera y no vales para nada en absoluto. Y créeme, no tardarán demasiado en darse cuenta de que eres una completa incompetente. Te echarán, te despedirán y, si lo haces especialmente mal, puede que hasta te denuncien por alguna metedura de pata de las tuyas.



Denisse ya no podía soportarlo más. Levantó la mirada con gran esfuerzo, como si un peso tirase continuamente hacia abajo de su barbilla. Contempló a la niña, sentada y balanceando los pies en el aire al tiempo que sus ojos brillaban con una intensa luz amarilla. Fugazmente, lanzó una mirada a los chicos, absortos en su conversación. No le prestaban la más mínima atención. Denisse empezó a negar con la cabeza y contuvo sus desgarradoras ansias de gritar. Llevaba demasiado tiempo soportando aquellos crueles comentarios, y ya no lo aguantaba más. Justo en ese momento, se volvió a abrir la puerta y salió el chico que había entrado unos minutos antes.



¿La señorita Denisse Morales? —preguntó a continuación la secretaria de la tablilla.



Denisse se puso de pie como un resorte y se quedó quieta durante unos segundos, abrazada a la carpeta como único medio de protección. La niña le sonrió y señaló hacia la secretaria con un rápido movimiento de cabeza.



No lo conseguirás —le dijo la niña, llamada Calamidad—. Nunca lo harás, Denisse.



La chica rompió a llorar y salió corriendo hacia la salida. La secretaria, boquiabierta, compartió su mirada atónita con los chicos que estaban esperando.



¿Alguien sabe a qué ha venido eso? —preguntó en voz alta. Ambos chicos se encogieron de hombros.



Calamidad se levantó del asiento y empezó a acercarse a la salida dando saltitos. Tenía que llegar a casa de Denisse para seguir hablando con ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario