jueves, 10 de enero de 2013

La nueva camisa de Marcos

—Así que ahora vives aquí. No está mal. Un poco oscuro, pero es acogedor.

—¿Qué quieres?

—¡Vaya! ¡Menudos modales! Antes eras más atento conmigo.

—¿Qué es lo que quieres?

—Nada. ¿Es que ya no puedo pasarme a hacerte una visita? Sé que últimamente andas un poco solitario y pensé: ¿por qué no visitar a mi querido Marcos?

—¿Marcos? Antes no me llamabas Marcos.

 —Sí, es verdad, “Marc”. Pero antes las cosas eran diferentes, ¿no te acuerdas?

—¿Cómo no voy a acordarme si no dejas de recordármelo cada jodido día que pasa? ¿No te parece que ya es suficiente? Ya me has ayudado bastante. Desaparece y déjame solo.

—¿No te apetece hablar y contarme tus penas?

—¿Para qué? No puedes decirme nada que yo no sepa ya.

—¿Sabes? Si colaboraras un poco, quizás podría ayudarte.

—¿Ayudarme? ¿Tú? Si ahora estoy aquí es por tu culpa. ¿Crees que eso ha sido ayudarme?

—¡Tranquilo! ¡Vaya carácter! Antes tampoco eras así.

—Por favor, cállate y vete. No me digas nada más.

—Sabes que puedo marcharme tan pronto como lo desees. Pero en el fondo, tú y yo sabemos que no quieres que me vaya. Disfrutas conmigo. Cada vez que aparezco, cada vez que hablo contigo, sufres y te regodeas en tu padecimiento.

—No quiero seguir escuchándote.

—Pero no haces nada para impedirlo.

—Ya basta, por favor. Es suficiente. Márchate. No sacaré nada bueno de esta tortura. Déjame tranquilo, por favor.

—Vale... De acuerdo... Me marcho. Pero, ¿no quieres un abrazo de despedida?

—Por el amor de... ¿Es que tu crueldad no conoce límites? Sabes que no puedo abrazarte, es imposible. Aunque quisiera, no puedo de ninguna manera.

—Lástima..., porque quizás no regrese.

—¡Espera un segundo! Mañana volverás, ¿verdad?

—¡Al final tenía razón! Me necesitas. Es inevitable. Bueno, pues ahora que lo sé seguro, a lo mejor mañana no vuelvo.

—¡No, venga ya! Deja de jugar conmigo. Mañana volverás a verme, ¿verdad?

—Quizás no. ¿No dijiste antes que querías estar solo?

—Pero no me refería a eso...

 —Solo.

—Tan solo dime que mañana te veré.

—Solo.

—Deja de repetir eso y contéstame.

—Solo.

—¡Para!

—Solo.

—¡Para ya!

—Solo, solo, solo, solo... ¡Solo!

—¡Cállate ya! ¡Por favor!

Marcos comenzó a golpearse la cabeza contra la pared. Esperaba que el sonido de los golpes acallase los gritos de la voz que escuchaba. Pero no lo consiguió. Los cabezazos apenas hacían ruido contra la pared acolchada de su celda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario