jueves, 17 de enero de 2013

Ego

―Dispara cuando quieras. Me las sé todas.

Kay se mecía en la silla con aires despreocupados. Tenía una sonrisa bobalicona incrustada en la boca y mantenía la vista clavada en Patrick, sentado frente a él. A su alrededor no había nadie más, tan solo ellos y la mesa de aluminio a la que estaban sentados. Patrick pasó algunas páginas de su informe mientras jugueteaba nervioso con el botón del bolígrafo.

―¿A qué rayos esperas, Patrick? Empieza con las dichosas preguntas. Ahora mismo tenemos cosas más importantes que hacer que estar aquí sentados jugando a los interrogatorios.

―No te impacientes, Kay. Sabes de sobra que debemos ser especialmente cautos. No podemos saltarnos ningún paso del protocolo de seguridad.

―¡Qué estirado eres! ―Kay se rascó la nariz―. De verdad, te lo digo como amigo. Relájate o nunca echarás un polvo.

―Desde luego, el sentido del humor no te ha cambiado...

―Pues espera a mañana ―Kay paró de mecerse y dejó caer los codos bruscamente sobre la mesa―. Cuando mañana salgamos en las noticias, ya verás que cambiarán muchas cosas.

―Tú recuerdas que estamos grabándolo todo, ¿verdad? ―y Patrick señaló el espejo a su espalda, tras el cual se encontraba una habitación oculta―. ¿De verdad quieres quedar inmortalizado como un jodido crío con un subidón de azúcar?

―Patrick, lo siento, pero me acabo de acordar de que tu gilipollez ya no tiene cura. ¡Venga ya! Empieza con el dichoso cuestionario y terminemos con esto. Quiero ver el vídeo de la prueba.

Patrick se acomodó el puente de las gafas sobre la nariz y se pasó la mano por la incipiente calva de la coronilla. Suspiró profundamente y lanzó la primera pregunta.

―¿Cómo te llamas?

―Kay Vanderssen. Con lo de “doctor” delante, no nos olvidemos.

―¿En qué año estamos?

―En el 2050 ―Kay se rascó el pecho.

―¿Cuándo naciste?

―El 8 de enero del 2013.

―¿Entonces cuántos años tienes?

―37, Patrick. Tengo 37. Oye, ¿de verdad tenemos que pasar por esto? Ya he contestado el cuestionario escrito que tienes delante de tus narices, y ya ha quedado grabado que sigo siendo el de siempre. Pasemos de esto y volvamos a la sala de juntas a ver el vídeo de la prueba.

Patrick hizo oídos sordos y continuó con las preguntas.

―¿Dónde vives?

―En el 21 de la avenida Doyle. Vivo con mi mujer Anna Bérnaes y mi perro Alcyon. Me casé a los 25 por la iglesia y, por lo tanto, llevo doce años de feliz matrimonio. Anna es ayudante de laboratorio en la compañía Shangri-Pharm y mi perro es un pastor alemán de cinco años. Soy Capricornio, diestro, me gusta el hockey sobre hielo, mi película favorita es “La mosca” y el último concierto al que fui fue un tributo a los Jethro Tull... ―Kay dejó que pasaran unos segundos mientras se rascaba la barbilla―. ¿Podemos terminar ahora, “profe”? ―preguntó, con tono socarrón.

―Solo una más. ¿Sabes por qué te estoy haciendo todas estas preguntas?

Kay se reclinó hacia delante y se acercó todo lo que pudo a Patrick.

―Porque acabamos de hacer historia.

―Por favor, Kay, sé concreto y así terminaremos antes.

―De acuerdo. Yo, el doctor Kay Vanderssen, he sido el primer ser humano teletransportado de una cabina situada en un punto A a otra cabina situada en un punto B. Y ahora, según los protocolos de seguridad, me estás sometiendo a una serie de pruebas con el fin de asegurarte de que la persona que salió del punto B es la misma que entró en el punto A. ¿Ya estás contento, Patrick?

Pero no dijo nada. Tan solo siguió hojeando el informe y el cuestionario escrito. Kay se fijó en que su amigo estaba temblando.

―¿Qué ocurre, Patrick? ―preguntó, pero solo hubo silencio―. ¿Ha habido algún problema?

Patrick alzó la mirada y contempló a Kay a través de las lágrimas que se amontonaban en sus ojos, pero seguía sin decir nada.

―Bueno, si no me dices lo que pasa, lo descubriré yo mismo.

Kay se levantó raudo de la silla y se dirigió a la puerta con grandes zancadas. Cuando su mano trató de accionar la manecilla, se dio cuenta de que la puerta estaba cerrada con pestillo.

―Patrick, ¿qué coño pasa? Abre esta puerta inmediatamente.

―¡Díselo de una vez, por lo que más quieras! ―chilló Patrick al aire.

―¿Cómo que “díselo”, Patrick? ¿¡Qué cojones pasa aquí!? ¿Con quién hablas?

Justo entonces, la estancia de detrás del espejo se iluminó y se volvió visible para ambos. Tras el cristal, ahora transparente, Kay distinguió el piloto rojo de la cámara mientras grababa cada detalle de lo que sucedía. Kay, asombrado, se tambaleó hacia el cristal hasta que lo tuvo al alcance de la mano. La persona que estaba de pie al lado de la cámara era exactamente igual que él. Por un instante, pensó que estaba viendo su propio reflejo, pero él no tenía a su lado ninguna cámara. Y la espalda de Patrick tampoco aparecía reflejada en el cristal. Aquella imagen no era su reflejo. Otro hombre idéntico a él estaba al otro lado.

―Yo te lo explicaré ―dijo aquel individuo.

El Kay de la sala de interrogatorios colocó la mano sobre el cristal, pero el del otro lado no imitó sus movimientos.

―¿Quién cojones es ese tío, Patrick? Tú también puedes verlo, ¿no?

 ―Algo no salió como esperábamos ―empezó a contar su doble al otro lado del cristal―. Efectivamente, tú saliste de la cápsula B, pero yo permanecí en la A.

―¿Qué...? Oye, no me jodas. Esto es una...

―No hubo transporte alguno ―le dijo su falso reflejo―. No hubo teletransporte alguno. Tan solo hubo... duplicación.

Kay golpeó violentamente el cristal.

―No me jodas, cabronazo. ¡Déjame salir de aquí ya! No sé quién cojones eres, pero  tengo que llamar a Anna y contarle que...

Un repentino pinchazo en el cuello hizo que se le entumeciera la lengua y cayera sobre sus rodillas. Patrick le había suministrado un tranquilizante y ahora, poco a poco, se sumía en un sueño cada vez profundo.

―Seguid haciéndole pruebas ―oyó decir Kay a su otro yo mientras el mundo se oscurecía lentamente―. Tomad muestras de sangre, de orina, de heces y de semen. Hacedle un escáner completo, un encefalograma, pruebas de rendimiento, de resistencia y todas las demás pruebas que se os pasen por la cabeza. Grabadlo todo en vídeo y haced una copia de todos los resultados obtenidos. Mantenedlo con vida todo el tiempo que haga falta y luego acabad con él. Ese ser no existe, y este jodido incidente no debe salir de este laboratorio bajo ningún concepto.

Kay cayó inconsciente. Ya no estaba seguro de quién era. No sabía si volvería a despertar. No sabía si quería despertar.

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