¡Muy buenas a todos!
"Historias con latido" se tomará unas pequeñas vacaciones. Volveremos a vernos próximamente con las nuevas aventuras de "Lana Mandala".
¡Muchas gracias a todos por estar ahí!
¡Saludos!
Historias con latido
Una historia nueva cada jueves
Contenido
- Boda de ladrones
- Cielo cromado
- Claudio
- Diario
- Dormiré contigo
- Edith
- El fin
- El manantial
- El testamento del dragón
- En busca de
- Flora
- Grietas en el cielo
- Historias con latido
- Historias cortas
- Imágenes con latido
- La mansión
- La nueva vida de Dana
- Lady Noche
- Lágrimas de sueño
- Lana Mandala
- Las cuatro insidiosas
- Latidos de libreta
- Llantos
- Mariposas en las paredes
- No se lo digas a mi hija
- Notas del autor
- Ojos negros colmillos blancos
- Sujeto de prueba 001
- Zona en obras
jueves, 6 de abril de 2017
Lana Mandala (Segunda parte)
La enorme mano apareció de
repente muy por encima de la abertura de Foso. Surgió y se interpuso
en la luz con la misma contundencia que la de un astro que bloquea
los rayos del sol. Con el árbol sujeto entre los dedos, la mano se
colocó justo encima del agujero en la tierra, dispuesta a soltarlo
en cualquier momento. Lana, agarrada fuertemente a una rama, miró
abajo, más allá de la bandada asustada de pájaros que volaba por
debajo de ella, y vio que una oscuridad aún más densa que la sombra
del gigante se hundía en las profundidades del Foso. Pronto caería
junto con el árbol, de modo que aprovechó que el gigante estaba
parado y ya no balanceaba el árbol con el vaivén de sus pasos para
reunir valor para trepar hasta la mano y así evitar la caída. Justo
cuando estaba preparada para comenzar a trepar, un repentino mareo le
subió por la garganta y por un instante creyó que perdía el
conocimiento. El gigante ya había tirado el árbol dentro del Foso.
jueves, 30 de marzo de 2017
Lana Mandala (Primera parte)
El gigante se reclinó sobre
Lana. Ella no pudo evitar retroceder unos pasos al creer que iba a
ser aplastada. Instintivamente, alzó la mano hacia el mástil de la
guitarra que llevaba a la espalda, como si se tratara de un arma
capaz de hacer mella en semejante criatura imponente. Pero el gigante
se movía despacio y con delicadeza mientras flexionaba su cuerpo
para acercar su rostro al suelo de la planicie, en lo alto de la
meseta. Estaba convencida de que de poco le iban a servir las tres
piezas de armadura oxidada que llevaba puestas si aquel ser colosal
simplemente decidía aplastarla de un manotazo. La mujer sintió que
todo su interior se sobrecogía y la fuerte impresión la desbordó
con lágrimas incontenibles en los ojos. Aquel ser colosal ocupaba
todo su campo visual, y daba la impresión de que todo un mundo se
arrodillaba delante de ella y agachaba su rostro para contemplarla
desde lo alto con unos ojos del tamaño de enormes lunas llenas.
jueves, 23 de marzo de 2017
jueves, 16 de marzo de 2017
De paso
En aquel saloon perdido en el
oeste, se encontraba sentado, justo en la esquina a la que no se
atrevía a llegar la luz de las lámparas de aceite, el forajido que
golpeaba su vaso contra la mesa. Pum. Pum. Pum. Pum. Lo hacía una y
otra vez sin detenerse ni un momento, desde que se ponía el sol
hasta que volvía a salir. El golpeteo era constante e incansable,
como las campanadas que nunca acaban de una iglesia desquiciada.
Aquel extraño individuo había aparecido de la noche a la mañana en
el establecimiento, y ya llevaba tres años frecuentando aquel
decrépito lugar. A pesar de lo tremendamente molesto de los golpes
continuos, nadie se había atrevido a llamarle la atención... Al
menos después de lo que le había hecho al sheriff, quien había
quedado reducido a una mancha en la pared. Desde entonces, la mera
visión de la ropa de aquel extraño, siempre cubierta de barro y
sangre seca, disuadían a cualquiera de cualquier acercamiento.
jueves, 9 de marzo de 2017
Claudio (Segunda parte de dos)
―Hola, Claudio ―saludó el
doctor Nibben, arrastrando una silla y colocándola delante del
ordenador portátil.
―Hola, doctor ―respondió la
máquina.
jueves, 2 de marzo de 2017
Claudio (Primera parte de dos)
Eran las tres de la mañana
cuando el doctor Nibben entró en la antesala de la cámara del
superordenador y se colocó las gafas sobre sus ojos adormecidos. Se
quedó plantado en la entrada de la puerta y alzó las palmas de las
manos a la espera de una explicación a por qué le habían hecho
volver al Centro de Investigación Climatológica a semejante hora.
Delante, tenía a Christopher McKay, jefe del departamento
informático, al joven becario Benny Higgins y al vigilante nocturno
Frank Linares. Todos ellos situados en torno a una mesa que habían
colocado en medio de la sala, sobre la que reposaba un portátil que
mostraba el escritorio del sistema operativo en pantalla. Los
presentes se quedaron en silencio mirando al doctor Nibben, cuya
paciencia ya estaba a punto de agotarse para dar paso al más feroz
de los enfados. Pero nadie fue capaz de pronunciar palabra alguna, a
pesar de la bronca que se les avecinaba.
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