jueves, 5 de enero de 2017

Nombre

Estoy sola en mi torre. No hablo para no quejarme, no lloro para no alarmarme, no grito para no desgañitarme. Estoy sola en mi torre, y soy la única responsable. Estoy sola en mi torre, y nadie lo sabe.

Suelo sucio, paredes frías y techo inalcanzable. Pies sucios, cuerpo sucio y cabeza sucia. A mi alrededor, ladrillos curiosos que se asoman para presenciar cómo me marchito. Arriba, una ventana enrejada que me promete un sol de cuyo brillo no me quito. Proyecta mi sombra en la pared, la única compañía que me puedes ver.

Me resigno y suspiro. Miro y no encuentro. Vacío polvoriento y eco de unas palabras nunca dichas. Lamento sordo para unos oídos que no escuchan, sufrimiento invisible para unos ojos que no escuchan, llanto seco para unos latidos que no escuchan. Y, como no escuchan, no hablo. Como no hablo, callo. Como callo, vivo. Como vivo, aguanto. Y así resisto el paso de los días con mis pasos que no conducen a ninguna parte.

A solas conmigo misma, a veces me veo entre las sombras. Unas veces danzo al son del piano dentro de mi cabeza. Otras veces, me acurruco en un rincón y espero a que amanezca. Algunas otras cuento los años que llevo de encierro, algunas veces sonrío con esmero, y algunas veces te sigo echando de menos.

Mi celda hueca se llena de dobles, y contemplo que algunos tienen miedo, otros lloran, algunos intentan escapar y otros no dejan de gritar. Y el piano sigue sonando, y yo contemplo a mis yos. La cordura desaparece cuando asoma bocabajo una doble mía agarrada del techo como un escarabajo.

Pero todas mis dobles desaparecen en un parpadeo cuando es al cuervo a quien yo veo. De un graznido y un aleteo, a la realidad me trae de nuevo. Entre los barrotes de mi ventana, me ofrece un grano de arroz con su pico. Como si preocupado por mí estuviera, el pájaro más negro que yo nunca viera. Lo deja caer y examina el diámetro de mi prisión redonda, el salón de mis desgracias por donde corretean mis penas y pedalean mis temores. Grazna asustado, y escapa el afortunado alado. Atrás deja su regalo, un grano de cordura. Me mantiene viva, me cura la locura.

Lamo el suelo y me tomo con devoción el grano de arroz como si fuera una medicación. Y es entonces cuando mi cabeza recuerda el tiempo cuando estaba yo cuerda. Como si de un fogonazo se tratara, me sobreviene el nombre que me fue dado. Me siento y me maravillo, mi nombre es tan adecuado. Soledad es mi nombre y así es como me llamarían... Nombre nuevo y sin uso. Si al menos hubiese alguien a quien le importara... Si al menos hubiese alguien que se interesara.

No hay comentarios:

Publicar un comentario