Estoy sola en mi torre. No hablo
para no quejarme, no lloro para no alarmarme, no grito para no
desgañitarme. Estoy sola en mi torre, y soy la única responsable.
Estoy sola en mi torre, y nadie lo sabe.
Suelo sucio, paredes frías y
techo inalcanzable. Pies sucios, cuerpo sucio y cabeza sucia. A mi
alrededor, ladrillos curiosos que se asoman para presenciar cómo me
marchito. Arriba, una ventana enrejada que me promete un sol de cuyo
brillo no me quito. Proyecta mi sombra en la pared, la única
compañía que me puedes ver.
Me resigno y suspiro. Miro y no
encuentro. Vacío polvoriento y eco de unas palabras nunca dichas.
Lamento sordo para unos oídos que no escuchan, sufrimiento invisible
para unos ojos que no escuchan, llanto seco para unos latidos que no
escuchan. Y, como no escuchan, no hablo. Como no hablo, callo. Como
callo, vivo. Como vivo, aguanto. Y así resisto el paso de los días
con mis pasos que no conducen a ninguna parte.
A solas conmigo misma, a veces me
veo entre las sombras. Unas veces danzo al son del piano dentro de mi
cabeza. Otras veces, me acurruco en un rincón y espero a que
amanezca. Algunas otras cuento los años que llevo de encierro,
algunas veces sonrío con esmero, y algunas veces te sigo echando de
menos.
Mi celda hueca se llena de
dobles, y contemplo que algunos tienen miedo, otros lloran, algunos
intentan escapar y otros no dejan de gritar. Y el piano sigue
sonando, y yo contemplo a mis yos. La cordura desaparece cuando asoma
bocabajo una doble mía agarrada del techo como un escarabajo.
Pero todas mis dobles desaparecen
en un parpadeo cuando es al cuervo a quien yo veo. De un graznido y
un aleteo, a la realidad me trae de nuevo. Entre los barrotes de mi
ventana, me ofrece un grano de arroz con su pico. Como si preocupado
por mí estuviera, el pájaro más negro que yo nunca viera. Lo deja
caer y examina el diámetro de mi prisión redonda, el salón de mis
desgracias por donde corretean mis penas y pedalean mis temores.
Grazna asustado, y escapa el afortunado alado. Atrás deja su regalo,
un grano de cordura. Me mantiene viva, me cura la locura.
Lamo el suelo y me tomo con
devoción el grano de arroz como si fuera una medicación. Y es
entonces cuando mi cabeza recuerda el tiempo cuando estaba yo cuerda.
Como si de un fogonazo se tratara, me sobreviene el nombre que me fue
dado. Me siento y me maravillo, mi nombre es tan adecuado. Soledad es
mi nombre y así es como me llamarían... Nombre nuevo y sin uso. Si
al menos hubiese alguien a quien le importara... Si al menos hubiese
alguien que se interesara.
No hay comentarios:
Publicar un comentario