Más allá de nuestro sol,
nuestro sistema y nuestra galaxia, más allá de la insondable
oscuridad por la que avanzan las galaxias en su peregrinaje
universal, más allá de la fuente del tiempo que riega de creación
las costas de la existencia, más allá de la multitud infinita de
universos arremolinados y superpuestos, más allá de los planos
dimensionales de toda la existencia material, más allá de la
membrana de orden que mantiene la cohesión del conjunto, más allá
del cordón umbilical de luz entrelazada que mantiene el latido
constante y eterno, más allá de todo cuanto hay y habrá, se
encuentra Todo, un ser inconcebible para cualquier forma de vida.
Único, solitario... y enamorado.
Fuera de todo espacio y todo
tiempo, el amor de Todo es lo único que existe para él. Y esta
fuerza universal más allá de cualquier tipo de comprensión ha
hecho que hoy Todo hinque la rodilla ante su idolatrada Nada, la
dueña de su corazón, la dominadora de su sentido, la chispa que
hizo que dentro de él estallara su corazón y diera lugar a toda una
creación de dimensiones y universos inconmensurables.
Todo ello fruto del amor de Todo
por Nada. Ahora, de rodillas ante Nada, Todo se dispone a pedirle que
se una a él para siempre.
―¿Qué haces, Todo? ―le
preguntó Nada.
Todo no contestó a su pregunta.
Introdujo su mano en su propio pecho, y de su corazón sacó una
alianza dorada sobre la que relucía una brillante piedra esférica
celeste. Todo extendió sus robustos brazos hacia Nada y le ofreció
a ella su alianza.
―No entiendo este gesto tuyo,
Todo. ¿Qué pretendes?
―Observa, amada Nada, dentro de
la piedra del anillo ―contestó Todo, con la cabeza gacha para que
la incomprensible belleza de Nada no amedrentara su corazón― ¿Qué
ves?
Nada se cernió con su oscuridad
clara y su vacío repleto sobre la joya que le ofrecía Todo. Perdió
su vista en la magnitud encerrada dentro de la piedra preciosa y,
allí dentro, encontró el planeta azul que le otorgaba el brillo a
la alianza.
―Es un planeta, ¿verdad? Una
de esas esferas que flotan dentro de tu corazón.
―Así es, amada Nada. Es un
planeta que Vida hizo suyo, y desde entonces ha captado mi atención.
Vida ha hecho maravillas con este pedazo de piedra, agua y lava, y ha
hecho florecer una cantidad de formas de vida que incluso a mí me
asombra. Sin embargo, es la raza dominante del lugar la que más
interés me provoca. Se trata de unas formas de vida complejas, cuyas
tradiciones me resultan cuanto menos curiosas.
―¿A dónde quieres ir a parar,
Todo? ¿Por qué me ofreces este planeta?
―Los enamorados de esta raza
tienen por costumbre regalar un anillo a aquellas personas por las
que sienten un profundo amor. Y lo hacen en señal de compromiso y
voluntad de querer pasar juntos toda su existencia.
―¿De verdad hacen eso, Todo?
―Así es, amada Nada.
Nada agitó su manto y ocultó la
inesperada sonrisa que se le había dibujado en el rostro.
―¿Y qué se supone que debo
hacer ahora, Todo?
―Aceptar, si tu deseo también
es pasar la eternidad juntos y unidos.
Nada volvió a mirar de cerca la
joya, exaltada por el gesto de Todo y nerviosa por la novedad del su
gesto. Sin embargo, algo hizo que Nada diera un respingo y se alejara
de Todo.
―¿Qué es eso, Todo?
―¿A qué te refieres, amada
Nada?
―¿Acaso pretendes engañarme?
¿Aprovecharte de mí? ¿O reírte de mí?
―Desconozco a qué te refieres,
amada Nada.
―He mirado de cerca esta joya
tuya, Todo. Y he encontrado belleza, cierto. Pero también he visto
dolor, sufrimiento, muerte... ¡En ese planeta también hay muerte!
¿Cómo es posible si es propiedad de Vida?
―Ambos llegaron a un acuerdo.
―¿Y pretendes conquistarme con
una joya donde la muerte campa a sus anchas?
―Forma parte de su existencia.
―Pero es que también he visto
crueldad y odio en esa raza a la que tanto admiras. He visto cómo se
maltratan entre ellos, cómo incluso se provocan la muerte e incluso
algunos se alegran de ello o presumen de ello. Es un planeta hermoso,
pero horrible al mismo tiempo.
―Como nosotros, amada Nada.
Somos opuestos que se necesitan, que se complementan, que se aman.
―Yo solo veo un planeta hermoso
plagado de miedo, contagiado del mismo miedo y la misma inseguridad
que tú, Todo. Has contagiado de ti lo mismo que has creado.
―Pero, amada Nada, no pretendía
ofenderte. Podrías darle otra oportunidad. Es un lugar precioso que
luciría radiante en el dedo anular de tu esbelta mano.
―No pienso lucir semejante joya
infestada de dolor e injusticia.
―Puedo encontrar otro planeta,
si así gustas, oh, amada Nada.
Pero Nada no respondió. Volvió
a desaparecer sumiéndose en su propia inexistencia. Y Todo se volvió
a quedar solo, observando cómo aquel planeta giraba dentro de la
joya, tan solo como él. Sin embargo, no se dio por vencido.
Mejoraría aquel planeta, o buscaría algún otro que no desagradara
a Nada. A pesar del contratiempo sufrido, Todo estaba decidido a
conquistar a Nada y tener con ella su propio hijo. Tal y como hacían
aquellos que se llamaban “humanos” a sí mismos: amarse y
procrear. Cada vez que Todo se lo imaginaba, un nuevo universo
aparecía dentro del latido de su corazón. Un hijo de Todo con Nada.
El simple hecho de pensarlo lo llenaba de gozo. Incluso ya había
decidido qué nombre le pondría a su descendencia. Siempre le había
gustado el nombre de Caos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario