jueves, 25 de agosto de 2016

Edith: origen

La pared estaba completamente cubierta de monitores, como si fuese un enorme panal de abejas. Sin embargo, tan solo uno de ellos permanecía encendido, iluminando con su mortecina luz gris el rostro serio del doctor Miller. Sentado a escasos centímetros de la pantalla, mantenía la vista clavada en él por encima de sus dedos cruzados. Vigilaba a la joven Edith, aún inconsciente en el suelo de su celda acolchada. El aire olía al cigarro que se consumía en el cenicero como un palo de incienso. Dentro de su cabeza, el doctor no dejaba de preguntarse si había hecho lo correcto con ella. Entonces, la puerta se abrió y apareció una silueta oscura sujetando el pomo de la cerradura. Entró sin hacer ruido, cerró la puerta y se apoyó en la pared a un lado. Se recreó en el silencio aderezado con el zumbido eléctrico del monitor. El olor del tabaco se había estancado dentro de la habitación cerrada.

Creía que los médicos no fumaban ―dijo el visitante, con aquel tono ronroneante que tanto sacaba de quicio a Miller. Este se reclinó en la silla y suspiró para tomar fuerzas para contestar con desgana.

No fumo, Sabio. Ya no, al menos. Pero el olor me tranquiliza cuando estoy nervioso.

¿Está nervioso, doctor Miller?

Esta vez, no le respondió. No estaba dispuesto a entrar en su juego dialéctico. A Sabio le gustaba juguetear en sus conversaciones, preguntando evidencias o usando el sarcasmo o la ironía. Se divertía cuando se sentía en control de la conversación, como un torero que despista a su interlocutor y lo conduce a donde desea. Sabio se creía más listo que los demás, y se regodeaba de ello. De hecho, todos en el laboratorio lo conocían como “Sabio, el hombre al que recurrir cuando todo se va al cuerno”. Él disfrutaba de su fama, y le gustaba demostrar a la mínima que era una fama merecida. Sin embargo, en aquel momento, Miller tenía problemas más importantes que la insaciable sed de superioridad del ego de Sabio.

Es casi como si fuera su hija, ¿no es cierto? ―insistió Sabio―. Usted y los suyos la han convertido en lo que es ahora. Es la hija de sus libros, sus fórmulas y sus jeringuillas.

El doctor negó con la cabeza.

Sé lo que me va a decir ahora, buen doctor ―Sabio se fue acercando despacio, casi con el mismo ritmo pausado con el que salían las palabras de su boca―. “Pero es que yo solo quería salvarle la vida...” “Pero es que yo no sabía que iba a tener esos efectos secundarios...” “Pero es que no disponíamos de otro sujeto para probar la fórmula...” “Pero es que tenía que aprovechar la oportunidad...” “Pero es que...” “Pero es que...” “Pero es que...” ―Sabio se apoyó en el respaldo de la silla. Miller sintió su aliento en la calva de coronilla―. Excusas penosas que no son dignas de alguien de su nivel intelectual, buen doctor.

Miller volvió a negar en silencio.

¡Negación silenciosa y rabiosa! ―y Sabio dio una palmada en el aire―. ¡Estupendo! ¡Bien! El primer paso hacia la aceptación. Va por el buen camino, buen buen doctor. Buen camino, buen doctor. Derechito hacia la aceptación. Aceptación de que ha metido la pata, doctor. Aceptación de que casi nos mete a todos en un buen lío, doctor. Aceptación de que, de no ser por mí, la policía la hubiera capturado, la hubiera analizado de pies a cabeza y aceptación de que su preciosa fórmula secreta de resurrección hubiera terminado en primera página de los periódicos de mañana.

Miller giró el asiento de su silla y miró con ira a Sabio, sin molestarse ni siquiera en levantarse de su asiento.

¡Vaya! ―exclamó Sabio, simulando terror con una mueca forzada―. ¡Qué carita más aterradora se le ha puesto! Tendré pesadillas... Pero, una cosa: ¿usted la caga inyectándole su suero y ahora soy yo el malo? No se confunda, buen doctor. Con ese fruncido ceño está mirando al que está limpiando su mierda. No focalice en mí la rabia que debería sentir hacia sí mismo.

El doctor ya no pudo soportarlo más y su puso en pie para mirarlo directamente a los ojos.

¡No tiene ni idea de lo que dice! ¡Esa joven estaba a punto de morir por mi culpa! ¡Por mi culpa! Yo no hubiera podido vivir con eso en mi conciencia. Ella jadeaba entre el amasijo retorcido de metal y en el maletín yo llevaba el que podía ser nuestro milagro. Una segunda oportunidad. Para que ella viviera, y para que yo pudiera seguir viviendo. Tenía que intentarlo. Tenía que probar el suero con ella.

Bua, bua... Lo que tuvo que haber hecho era prestar más atención a la carretera.

Es usted despreciable. Sigue viva gracias a la fórmula. Se recuperó gracias a ella. Y solamente hizo falta una dosis. ¿Es que no es capaz de entender que lo hice con la mejor intención?

Todos los que la cagan como usted decís lo mismo. “Pero si lo hice con buena intención...”. Dais pena. Permítame darle un consejo, buen doctor: la próxima vez que sienta ese impulso de las buenas intenciones de boyscout, no use material del laboratorio para ellas.

Un extraño calor encendió las mejillas de Miller, y este apretó los puños para contener las ganas de propinarle un puñetazo en su sabionda cara.

¿Lo he enfadado bien enfadado? ¿Está calentito? ¿Sí? ¡Genial! Pues demos buen uso a esa buena rabia, buen doctor. Usemos esa ira contenida en esa redonda y espaciosa barriga suya, y canalícela en ella. La retendremos aquí un día más. Ni uno más. Hágale pruebas, sáquele sangre, hágale un puto examen de matemáticas si le parece. Cualquier cosa que se le pase por su bien intencionada cabeza de médico. Haga con ella lo que quiera y descubra por qué su suero para resucitar muertos ha terminando convirtiéndola en una Supergirl del extrarradio.

¿Qué pasará con ella y con su hermano después? ¿Y conmigo...?

Eso, mi buen doctor, dependerá de lo que descubra.

Sabio se dio media vuelta y salió de la sala como si no hubiese dejado a nadie dentro. Miller se apoyó en la mesa y vio que Edith ya estaba despierta. La chica empezaba a gritar y a pedir auxilio, mientras palpaba los muros acolchados de su celda en busca de una puerta que parecía no existir. De buenas a primeras, el pelo de la chica comenzó a agitarse por el fuerte viento que se desató dentro de la celda.

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