Su hermano Ezra ya llegaba veinte
minutos tarde. Edith lo esperaba en el callejón de la parte trasera
de la biblioteca. No podía evitar mirar constantemente de un lado a
otro para vigilar las entradas y asegurarse de que únicamente su
hermano fuese quien apareciese. Miró hacia arriba. La biblioteca era
un edificio bajo, y el bloque de su espalda apenas tendría unos
siete pisos. Su intención era entregarse, pero mentalmente trazó un
plan de escapatoria por si la rodeaban y la cosa se ponía fea. Sería
arriesgado, pero, para escapar, volaría hasta la azotea de la
biblioteca y luego se impulsaría hasta la del bloque de pisos. Así
se libraría de cualquier encerrona, a no ser que apostaran
francotiradores en las cercanías, idea que le pareció exagerada.
Sacó el móvil del bolso e
intentó llamar a Ezra, pero no contestaba. Consultó la hora a la
que se había conectado. Hacía quince minutos desde la última vez
que abrió su aplicación de mensajería. La imaginación de Edith se
disparó con posibles motivos para el retraso de Ezra hasta que, de
pronto, el móvil comenzó a vibrar y el nombre de su hermano
apareció en la pantalla.
―¿Dónde coño te has metido?
―le soltó ella nada más descolgar.
―Hola, hermanita ―respondió
él, con un tono serio, lento y grave―. Me han pillado.
―¿¡Cómo que te han pillado!?
¿Quién te ha pillado? ―pero Ezra no dijo nada. Por el auricular,
Edith escuchaba su respiración acelerada y profunda. Parecía
tremendamente asustado―. ¿Qué te pasa, Ezra? ¿Estás bien?
¿Dónde estás?
―Quieren que vengas, Edith.
Tenías razón. Te quieren a ti.
Edith alzó la mirada al cielo,
tan lejano y azul como ajeno al peso aplomado que hundió su estómago
con la más amarga preocupación por su irritante y querido hermano
mayor.
―Vale. Vale ―dijo ella,
ordenando las ideas de su cabeza―. Calma. No pasa nada. Me iba a
entregar de todos modos. Diles que estaré en la comisaría en menos
de...
―No estoy en comisaría.
―¿Qué?
―Estos no son policías, Edith.
Se escuchó un golpe y un grito.
Edith abrió los ojos de par en par. ¿Acababa de chillar su hermano?
“¡Va a venir, va a venir!”,
le oyó decir, asustado y como si de repente se hubiese alejado del
teléfono. El auricular crepitó con nuevos sonidos, como si alguien
lo recogiera del suelo y una nueva voz sonó por la línea, una voz
monótona y grave que sonaba como la voz distraída de alguien recién
levantado.
―¿Lady Libélula?
―Me llamo Edith. ¿Qué le han
hecho a mi hermano?
―No, no ―se apresuró a
corregirla el desconocido, con una garganta ronroneante―. Su
hermano está perfectamente bien. Le aseguro que no ha sido víctima
de ningún maltrato, salvo el maltrato que le inflige su propio
miedo. Solamente está asustado, el pobre. Nada más. Nadie le ha
puesto un solo dedo encima. Se lo garantizo. Está muy nervioso y, al
parecer, se vuelve... torpe. Manazas. Simplemente se le ha caído el
teléfono, Lady Libélula.
―Que me llamo Edith. ¿Y están
reteniendo a mi hermano por lo de la piscina? ¿En serio? Esto no es
para nada necesario. Él no ha tenido nada que ver con nada. Todo ha
sido idea mía ―mintió―. Yo soy la que sale en el vídeo, y
estoy dispuesta a entregarme y a colaborar con la policía.
―Ya... La policía... ―y
mantuvo la palabra en el aire hasta que se fue desvaneciendo poco a
poco la entonación―. Vamos a dejar a las autoridades fuera de todo
esto, ¿le parece? Ya sabe... Por el bien de su hermano.
―¿Quién eres? ―preguntó
Edith, con un nudo en la garganta.
―Me imagino que conoce el
círculo de rascacielos del centro ―comentó, ignorando por
completo tanto la pregunta de Edith como su tono de angustia―. Ya
sabe: esos edificios tan altos y esbeltos que desde arriba no se
puede ver la miseria sobre la que se construyeron. Sabe a cuáles me
refiero, ¿verdad? ¿Sí? ¿No? Debería, al menos, ya que se ha
pasado toda la vida en esta sucia ciudad. ¿El edificio
Inspirational, por ejemplo? ¿Le parece bien?
―¿QUIÉN ERES?
―Vaya a la azotea del
Inspirational en veinte minutos.
―¿Quién coño eres? ¡Suelta
a mi hermano!
―Descuide, Lady. Si no está
allí en esos veinte minutos, desde luego que soltaré al asustado
Ezra. Al fin y al cabo, soy un hombre de palabra. Y así, de paso,
comprobaré si lo de volar es cosa de familia.
Y no dijo nada más. Colgó y
Edith se quedó escuchando en silencio el tono del teléfono. No se
lo podía creer y tardó unos segundos en asimilar lo ocurrido
manteniendo el móvil todavía pegado a la oreja. “¿La
conversación ha sido en serio?”, reflexionó en un esfuerzo por
dominar sus nervios. “¿Lo he entendido bien? ¿De verdad ese tipo
acaba de amenazar de muerte a mi hermano Ezra? ¿Cómo rayos ha
llegado la situación hasta este punto?”
Apretó el puño y guardó el
teléfono en el bolsillo. Una extraña corriente de viento se
arremolinó a su alrededor. Su pelo se agitaba como látigos
eléctricos y Edith lanzó el bolso con rabia contra el suelo. El
corazón le latía deprisa y la sangre le ardía en las venas. Para
cuando quiso darse cuenta, ya estaba muy por encima de la biblioteca.
Giró sobre sí misma en el aire y divisó el círculo de rascacielos
en el horizonte de la ciudad y, en medio, el edificio Inspirational.
Ya no le importaba que la gente de la calle la viese con sus bocas
abiertas y sus teléfonos móviles grabando. Edith estaba decidida, y
sobrevoló la ciudad tan rápido como pudo para salvar la vida de su
hermano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario