viernes, 19 de agosto de 2016

Edith: doctor

El rascacielos Inspirational: una torre esbelta de cristal azul y metal cromado. Un hito más de la humanidad, clavado con metal y hormigón en el asfalto de la ciudad, que se elevaba como un espolón muy por encima del perfil irregular del horizonte. Justo entre los rascacielos Reflexion e Illumination, el Inspirational era el segundo más alto del círculo de rascacielos, tan solo superado por el illumination, que los presidía a todos como el frontal de una corona real puntiaguda que gobernaba majestuosa en la llanura urbana. Edith ascendía despacio por la fachada, muy pegada al cristal. De cuando en cuando, apoyaba la mano en los salientes de las ventanas para tener un sitio al el que asirse por si perdía el equilibrio. Sin embargo, lo que realmente había perdido en aquel momento era la cuenta de pisos que había superado. Evitó a toda costa mirar abajo y miró arriba en su lugar, para comprobar si aún le quedaba mucho para alcanzar una azotea que parecía no llegar nunca.

Tras casi tres minutos más de ascenso, el borde de hormigón de la azotea ya estaba a su alcance, y se agarró a él para subir. De pie sobre la azotea, miró a su alrededor: respiraderos de ventilación por todas partes y una escalerilla de metal que subía hasta un helipuerto en el otro extremo. Era casi mediodía y notó que el calor hacía que el sudor le cayera por la espalda. Aunque volar parecía un acto sin esfuerzo alguno, lo cierto es que la cansaba tanto como correr. Avanzó unos pasos examinando cada rincón con la mirada. “Hola”, se aventuró a llamar en voz alta. Pero nadie respondió. Alzó el vuelo de nuevo para ganar altura y abarcar algo más de campo con su visión. La superficie llana y verde del helipuerto se descubrió ante ella. Su hermano Ezra yacía de lado sobre la enorme H mayúscula que marcaba el lugar. Edith se apresuró a acudir a su lado y voló hasta llegar hasta él.

¡Ezra! ―le gritó tan pronto como aterrizó a su lado. Colocó su mano sobre su hombro y lo sacudió para que despertara―. ¡Ezra! ¿Estás bien?

Pero su hermano no abrió los ojos. Edith se llevó las manos a la boca y miró en todas direcciones sin saber qué hacer. Se apresuró a colocar las puntas de sus dedos en el cuello de Ezra para comprobar si tenía pulso.

Tranquila ―dijo una voz a su espalda―. Solo está inconsciente.

Edith se dio media vuelta y se alzó sobre el suelo. Por la escalerilla del helipierto acababa de subir un hombre de mediana edad, robusto, y que compensaba su calvicie con una poblada barba blanca que le daba un aspecto de gnomo bonachón. Edith no se lo podía creer, pero lo reconoció en el acto.

¿Qué hace usted aquí? ―preguntó Edith, alzando las manos para defenderse como si fuese a disparar por las palmas de las manos. Aunque no estaba segura de cómo funcionaba esa otra habilidad, manipularía el aire a su alrededor si era necesario. Tal y como había hecho con el vigilante en la piscina―. ¿Usted le ha hecho esto a mi hermano? ¿Por qué?

Aquel hombre era el doctor Miller, el médico de urgencias que había tratado a Edith tras su accidente, y a quien ella le debía la vida. Ahora ya no llevaba la bata blanca, solamente unos pantalones de pinza beige y un jersey celeste. No daba la más mínima sensación de amenaza, más bien parecía él quien estaba asustado. El doctor levantó las manos en señal de inocencia.

No he sido yo, Edith ―dijo en voz alta, para compensar el silbido del viento que empezaba a levantarse.

¿Entonces qué hace usted aquí? Me dijeron que viniera. Me dijeron que viniera a por mi hermano. ¿Está usted metido en esto también? ¿QUÉ RAYOS HACE USTED AQUÍ?

El doctor negó con la cabeza, decepcionado consigo mismo.

Solamente tenía que distraerte... Lo... lo siento.

El viento silbó en el helipuerto con fuerza. Edith estaba confusa, asustada y furiosa, y un zumbido atravesó las ráfagas hasta clavarse en el cuello de la chica. Esta perdió el equilibrio y perdió altura. Inmediatamente, notó algo pegado en el lateral del cuello. Se llevó la mano y tocó un objeto extraño que sobresalía de su piel. Le dolió cuando tiró de él, pero se lo arrancó para poder verlo. Se trataba de un dardo pequeño y metalizado. Una gota de su sangre brillaba en la punta de la aguja con el brillo del sol del mediodía.

¿Doctor...? ―balbuceó Edith, antes de caer redonda en el suelo, al lado de su hermano también inconsciente.

El doctor Miller se pasó la mano por la calva y dio un breve y nervioso paseo en círculo. Se quedó de espaldas a los hermanos. Le asqueaba pensar que él había colaborado para destruir la vida de aquellos dos jóvenes. Suspiró y desenganchó el walkie que llevaba enganchado en el cinturón a su espalda. Pulsó el botón.

Ya está ―dijo con voz temblorosa―. Has hecho diana.

Pues claro que he hecho diana, joder ―respondió la lenta voz ronroneante por el walkie. El doctor dirigió la mirada hacia la azotea del rascacielos Illumination y divisó el destello del fusil de francotirador―. No te muevas de ahí ―continuó diciendo― y vigila a los objetivos. No sabemos si el sedante afecta igual a la chica esa. Ya el helicóptero viene de camino. Pronto todo habrá terminado.

Pero la han visto llegar hasta aquí. Seguro. Y verán el helicóptero cuando llegue. Todo esto no puede salir bien.

Pero la voz ronroneante no contestó. De lejos, empezó a escucharse el murmullo de las aspas girando.

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