jueves, 26 de marzo de 2015

Boda de ladrones (Cuarta parte de cinco)

¿Por qué haces esto?”, oyó decir Hanzo. Este frunció el ceño y dejó de apartar la tierra sobre la tapa del ataúd de madera sobre el que estaba de rodillas. Alzó la mirada hacia lo alto y vio a Kayra de pie al borde de la zanja que él acababa de cavar en la húmeda tierra del cementerio. La joven lo miraba en silencio, con la pala del enterrador apoyada sobre el hombro derecho.


¿Por qué te paras? ―preguntó la ladrona, con las estrellas de la noche parpadeando con fuerza muy por encima de su melena negra con flequillo azul―. Ya casi lo has conseguido.

¿Has oído algo? ―preguntó él, enjugándose el sudor de la frente.

Ella abrió los ojos todo lo que pudo y negó rápidamente con movimientos de cabeza cortos.

¿Ya estás escuchando fantasmas, Hanzo? ¿Aparte de tener principios, tienes miedo a los fantasmas? Debo reconocer que eres un ladronzuelo muy peculiar.

No sé cómo diantres me has convencido para esto...

Deja de quejarte y abre esa tapa de una vez. Fíjate, menuda pánfila. Si hasta tiene un corazón tallado en la tapa. Aquí, todo tiene forma de corazón, hasta las flores... ―y dio una patada a una de las que había florecido al lado de la tumba.

Hanzo pasó de nuevo su mano enguantada sobre la madera húmeda y apartó la tierra suelta. Descubrió una forma de corazón roto tallada encima del ataúd. “No quieres hacer esto. Es peligroso. ¿Por qué haces esto?”, volvió a escuchar claramente Hanzo, pero esta vez no se dio por enterado ante Kayra. Se trataba de una voz suave, casi imperceptible, pero inconfundiblemente de mujer. Cada vez que la escuchaba, Hanzo notaba como una brisa fría recorría el interior de su cuerpo y se extendía desde sus oídos hasta ramificarse helada e implacable por cada una de sus terminaciones nerviosas. “Será por el cansancio”, se excusó mentalmente el ladrón, exhausto tras haber forzado la puerta del cobertizo del enterrador, haber robado la pala, haber cavado en la tierra y haber casi desenterrado la parte superior de la tumba de “la dama del cementerio”.

Venga, ábrelo ya ―apremiaba Kayra, quien ya se cubría el rostro con su pañuelo negro para hacer más llevadero el olor a podredumbre que pronto lo impregnaría todo.

Hanzo asintió, resignado. Se elevó el pañuelo hasta el tabique nasal y tiró hacia arriba de la mitad superior de la tapa. No consiguió abrir, pues el borde chocaba con una piedra que sobresalía de la pared del hoyo, pero, tras unos cuantos tirones, Hanzo consiguió que la tapa se abriese de par en par y golpease contra la otra pared. Hanzo se puso de pie y apretó el pañuelo contra la nariz. Bajo sus pies estaban los restos de la dama. Sus pelo rubio todavía conservaba cierto esplendor apagado y su rostro aún recordaba la belleza de un rostro angelical en vida. Aun así, el rostro estaba seco y la piel arrugada y pegada al hueso del cráneo. El corazón de Hanzo dio un vuelco y supo a ciencia cierta que aquello que estaba haciendo era completamente incorrecto. Alzó la mirada una última vez hacia Kayra, en busca de una señal de esta para que se detuviera, para que no siguiera adelante. Sin embargo, esta se puso en cuclillas, con un brillo avaricioso destellando en su mirada. Alargó su mano hacia abajo y elevó ligeramente el dedo anular.

Ponme el anillo, Hanzo ―fue todo lo que Kayra llegó a decir.

No tienes por qué hacerlo”, dijo la voz de nuevo. Hanzo miró de reojo hacia el cuerpo y se aseguró de que aquellos labios resecos no eran los que pronunciaban aquellas palabras. Desde los labios bajó la mirada por el hombro hasta el brazo y llegó hasta la mano. Allí, reluciendo entre los dedos despellejados, había un anillo que parecía estar hecho de plata. Parecía brillar con luz propia y estaba decorado con un dibujo de ramas y hojas entrecruzadas.

Hanzo se arrodillo y, muy despacio, agarró el anillo con los dedos y tiró de él. Estaba pegado a la piel reseca.

No sale... ―trató de excusarse él.

Pues tira más fuerte... No creo que ella vaya a quejarse.

No lo hagas, por favor”, insistió la voz.

Pero él tiró, llevándose consigo algunos pedazos de la dama. Hanzo sintió un escalofrío y salió de la tumba de un salto con el anillo entre sus dedos. Se alejó varios pasos para huir del mal olor y se apoyó en la estatua del ángel.

¡Lo has hecho! ―gritaba Kayra―. Has cogido el anillo, para mí ―chillaba, sin el menor temor de que la escucharan.

Hanzo la agarró por los hombros para que se calmara y guardara silencio, pero ella no dejaba de dar saltos delante de él para que le colocara el anillo en el dedo.

¡Basta, Kayra! Por favor, guarda silencio. Estás llamando la atención.

¡Venga ya! Aquí no hay nadie, ya te lo he dicho. Venga ya. ¡Pónmelo!

No lo hagas”, advirtió la voz de la chica.

Pero Hanzo estaba cansado y quería poner fin a aquella noche de una vez por todas, de modo que deslizó el anillo en el dedo de la joven ladrona. Cuando ella sintió el tacto del frío metal sobre su piel, dejó de saltar y ser quedó mirando el anillo, con una sonrisa congelada y desconcertante.

Gracias, Hanzo ―dijo, en tono seco, y pasó al lado de este como si nada hubiese pasado. El joven ladrón volvió la mirada atrás y observó la tumba abierta. Apretó los labios y decidió volver para, al menos, volver a dar sepultura a la dama. Cuando bajó a la tumba de un salto, el cuerpo estaba tal y como lo había dejado. “Lo siento mucho”, pensó él. Y cerró la tapa para luego echar las paladas de tierra.

Con el trabajo terminado, Hanzo se apresuró a marcharse del cementerio detrás de Kayra, para no perderle la pista. Detrás de él, dejó una tumba cerrada y cubierta de tierra sobre la que brillaba una estrella celestial. La estrella de un alma pura y blanca, a la que Hanzo no había hecho el menor caso.

El alma de la dama del cementerio trató de advertirle desde el Alto firmamento, pero el ladrón no la escuchó.

Y allí retumbaron sus palabras de advertencia, en el cementerio solitario, repitiendo una y otra vez: “Pobre, pobre, pobre Kayra”.

3 comentarios:

  1. x_x
    Un fantasma... Al final, apareció un fantasma...
    Definitivamente, no me gusta Kayra. Y él es un bobo por no escuchar las advertencias de la mujer. Porque, sea lo que sea de lo que le advertían, parece que les va a pasar factura.
    Muy bueno, como siempre :)
    ¡Un abrazo!

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    1. ¡Hola, Carmen! Pues sí, apareció un fantasma al final, pero su historia la contaré la semana que viene. :)

      Me alegro mucho de que te esté gustando. Con esta historia intenté unos personajes un poco distintos, que no fueran la pareja perfecta: ella es un poco manipuladora y él es un poco pelele. XD

      En fin, a ver cómo terminan. ^^

      Un abrazo muy fuerte, Carmen. y perdona por la tardanza en responder.

      :D

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    2. XD Un poco pelele... XD Además de verdad... ;)
      Me voy a ver cómo termina este lío en el que les has metido. ¡Hasta ahora!

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