Su padre, incrédulo ante lo que
acababa de escuchar, se separó lentamente en el abrazo a su hija y
la miró a través de sus lágrimas con gesto de incomprensión.
―¿Cómo que has encontrado a
“otro como tú”?
Flora tenía los ojos húmedos.
Las lágrimas de emoción que comenzaron a brotar de ellos eran de un
tenue color verdoso. En sus mejillas, dejaron un rastro de ese mismo
color, que descendía desde los párpados hasta las comisuras de sus
labios.
―Otro como yo, padre ―asintió
ella, orgullosa―. Otro nacido de la Tierra.
―Pero... ¿es eso posible? ―a
su padre le costaba creerlo―. Tú eres mi regalo, Flora. La dulce
niñita que me regalaron los Altos entre el trigo hace más de veinte
años para superar la pérdida de Gladis. No... no es posible que
exista alguien más como tú. ¿Cómo es que estás tan segura de
eso?
―Es como yo, padre. Su sangre
es como la mía ―la chica enjugó sus lágrimas verdosas con la
punta de sus dedos―. Incluso sus lágrimas también son como las
mías. Él es igual que yo.
Flora enseñó la punta de sus
dedos a su padre y este observó la pigmentación verdosa danzando
dentro de cada lágrima. Pero su padre no le prestó atención. Le
seguía retumbando una sola palabra dentro de la cabeza: “él”.
―Entonces..., se trata de un
chico. Un chico... nacido de la Tierra... ¿Como tú?
―Sí, padre. Aidan es como yo
―al mencionar su nombre, la sonrisa de Flora cambió, irradiando
plena felicidad, una sonrisa inconfundible para los ancianos ojos de
su padre. Su niña estaba feliz―. ¿Y ese tal... ese chico es
tu...?
Flora parpadeó y asintió.
―¿Y desde cuándo sois...?
―Desde el momento que nos
vimos. Fue una atracción inevitable, como si fuésemos imanes que se
atraen sin importar la distancia. Fue como si estuviésemos
predestinados a encontrarnos. Y cuando hablamos por primera vez, fue
como si nos conociésemos desde antes de nacer.
El anciano cambió su postura en
el sofá. Sorbió el moco y perdió la vista al frente, deambulando
dentro de su mente y suplicando por que ese tal Aidan no tratase de
aprovecharse de su querida e inmaculada Flora.
―¿Estás segura entonces de
que es como tú? Los chicos pueden ser mentirosos y muy crueles,
Flora.
―No se preocupe, padre. Sé que
no me miente. He visto con mis propios ojos cómo su sangre verde
fluía sobre su piel ―respondió ella, en un tono firme para
tranquilizar a su padre―. Sé que está preocupado, padre, pero no
hay motivo para ello. Aidan es bueno, y me está ayudando a saber
mejor quién soy.
―¿Y cómo lo consigue? ¿Qué
te ha dicho ese tal Aidan que te hace sonreír como cuando tenías
cinco años?
―Aidan me ha enseñado a hablar
con ella ―su padre frunció el ceño, no comprendía a quién se
refería―. Con Gaia, con la Tierra misma... con mi madre, padre.
Aidan me ha enseñado a hablar con mi madre ―y Flora cogió su
bolso de la mesita y dio unas palmaditas sobre él―. Y aquí traigo
el regalo que madre Gaia nos ha dado.
¡Oh! ¡Qué interesante! ¡Y qué bonito! Así que son hijos de la misma tierra... Vaya, vaya... ¿Y qué será lo que les ha regalado? No se me pasa por la cabeza qué podría ser...
ResponderEliminarMe ha hecho gracia la parte en que dices:
"Le seguía retumbando una sola palabra dentro de la cabeza: “él”. "
Jejeje Cómo sois los hombres, eh?? XD
Ya espero con muchas ganas el desenlace. ¡Un besote, Aio! ^^
¡Muchas gracias por el comentario! Jejeje. Supongo que el padre de Flora se preocupa mucho por su pequeña y no quiere que le hagan daño. Habrá que conocer mejor a ese tal Aidan, supongo. :P
Eliminar¡Un beso, y gracias de nuevo!