El anciano abrió la puerta todo
lo rápido que le permitió la mano que no apoyaba en el bastón. A
través de la mosquitera de la puerta abatible, se conmovió al
contemplar el rostro angelical de su hija, que en aquel momento le
regalaba una de las sonrisas más hermosas que el viejo había visto
en toda su larga y sacrificada vida. Ya habían pasado casi veinte
años desde la última vez que sus ojos habían podido deleitarse con
la dulce sonrisa de su querida hija. Y ahora estaba justo allí,
delante de él, de vuelta en la granja de su padre.
―¡Hija mía! ―exclamó con
los labios trémulos por la emoción desbordante―. ¿De verdad eres
tú? No... no puede ser. No puede ser. ¡Hija mía, cuánto te he
echado de menos!
De un manotazo, empujó la
mosquitera y el anciano hizo ademán de abalanzarse sobre ella para
estrecharla en un sentido abrazo, olvidándose incluso del bastón
que tanta falta le hacía. Justo antes de que perdiera totalmente el
equilibrio, Flora se adelantó y sujetó el cuerpo del viejo entre
sus brazos. Lo apretó fuerte al tiempo que le acariciaba con los
dedos el escaso cabello ralo y blanco de la nuca.
―Yo también te he echado mucho
de menos, padre ―respondió ella, con su sonrisa enmarcada por
sendos hoyuelos―. Ha pasado mucho tiempo ―suspiró―. Demasiado.
―Tienes razón, hija. ¿cuánto
ha sido? ¿Diecinueve... veinte años desde que me dejaste aquella
carta? Pensaba que ya no querías saber nada de tu viejo e inútil
padre, querida. Pensaba que te había perdido para siempre, Flora.
―No, padre ―lo corrigió
ella, que agarró a su padre firmemente por los hombros y lo miró
directamente a los ojos―. Yo nunca olvidaré todo lo que usted hizo
por mí.
―¿Entonces por qué te
marchaste de esa manera, Flora? De un día para otro, sin decir nada
antes. Yo... Yo no supe qué hacer y esa carta que dejaste... Ponía
que no te fuera a buscar. Y yo... ni siquiera sabía por dónde
empezar. Estaba perdido y la policía no pudo...
Flora se abrazó de nuevo a él y
el anciano rompió en un llanto desconsolado.
―Me has hecho tan feliz, Flora.
Creía que moriría sin verte otra vez.
―No se preocupe, padre. Estoy
aquí, con usted. Ande, vayamos al sofá.
Esta vez la joven fue el bastón
del anciano, que caminaba sin apartar la vista de ella, atesorando
cada milésima de segundo por si Flora decidía volver a desaparecer
repentinamente. Ella lo ayudó a sentarse sobre su mugriento sofá
marrón, y una nube de polvo salió despedida cuando su peso cayó
sobre los cojines.
―Pe.. perdona que esté todo
tan... tan como está. Debí haber limpiado. De haber sabido que ibas
a venir yo... ―y miró fijamente cómo ella dejaba su bolso sobre
la mesilla de en medio y se sentaba tranquilamente en el sillón de
enfrente, sin perder ni un segundo aquella sonrisa esplendorosa en
sus labios sonrosados.
―Esto no es de verdad, ¿no?
―supuso el padre de ella―. Debe de ser un sueño o... o quizás
una alucinación. Debo de estar ante las mismas puertas de la muerte
y eres un ángel con su aspecto que ha venido a consolarme.
Flora marcó más aún su
sonrisa. Sus ojos se encogieron y un brillo destelló en ellos
fugazmente. Colocó su mano sobre la dolorida rodilla del anciano
padre.
―Estoy aquí, padre. Y soy yo.
No es un sueño.
―Entonces seguro que no estarás
mucho tiempo aquí, ¿verdad? Es eso, ¿no? ¿Te vas a volver a
marchar? Bueno, ¡qué pregunta! Lo sé, estoy seguro de ello. Nunca
pasa nada bueno en esta dichosa granja del quinto pino. Lo último
bueno que recuerdo fue cuando te encontré, justo ahí fuera, entre
el trigo... Así que imagínate si ha pasado tiempo... Mejor no me
hago ilusiones entonces..., ¿no?
El anciano estaba nervioso y se
enjugaba las lágrimas mientras hablaba a trompicones, como si se
tratase de un niño asustado que no quisiese alejarse de la
protección de su madre. Flora abandonó su asiento y se colocó
justo al lado de su padre. Le cogió ambas manos entre las suyas y lo
miró a la cara. Él la miraba con temor a volver a perderla.
―He venido a quedarme, padre.
El anciano padre no pudo contener
las lágrimas y apretó los labios al tiempo que asentía con la
cabeza sin saber por qué. Tragó saliva y notó cómo las manos de
su hija contenían el temblor de las suyas. No supo qué decir, solo
se esforzaba en contener un llanto que cada vez parecía más
incontrolable. Flora se dejó llevar por la emoción del momento y
volvió a abrazar a su padre. Ambos se fundieron en un sentido gesto
de cariño hasta que ella habló.
―Padre, he encontrado a otro
como yo.
Un reencuentro muy emotivo. ¡Y un final contundente! ¿Otro como ella? ¡Nos has dejado con la miel en los labios! ¡Qué malo eres! XD
ResponderEliminarTendré que esperar para saber qué ser fue lo que encontró el anciano entre el trigo... (¡la curiosidad me va a matar!)
Me alegro de que ya estés de vuelta :)
¡Un abrazo!
Muchísimas gracias por tu comentario, y me encanta que te esté gustando la historia. Saber eso ya me da ganas de seguir escribiéndola. Espero que te mole el desenlace cuando llegue.
Eliminar¡Un abrazo muy fuerte, Carmen!