jueves, 8 de enero de 2015

Flora (Primera parte de tres)

El anciano abrió la puerta todo lo rápido que le permitió la mano que no apoyaba en el bastón. A través de la mosquitera de la puerta abatible, se conmovió al contemplar el rostro angelical de su hija, que en aquel momento le regalaba una de las sonrisas más hermosas que el viejo había visto en toda su larga y sacrificada vida. Ya habían pasado casi veinte años desde la última vez que sus ojos habían podido deleitarse con la dulce sonrisa de su querida hija. Y ahora estaba justo allí, delante de él, de vuelta en la granja de su padre.


¡Hija mía! ―exclamó con los labios trémulos por la emoción desbordante―. ¿De verdad eres tú? No... no puede ser. No puede ser. ¡Hija mía, cuánto te he echado de menos!

De un manotazo, empujó la mosquitera y el anciano hizo ademán de abalanzarse sobre ella para estrecharla en un sentido abrazo, olvidándose incluso del bastón que tanta falta le hacía. Justo antes de que perdiera totalmente el equilibrio, Flora se adelantó y sujetó el cuerpo del viejo entre sus brazos. Lo apretó fuerte al tiempo que le acariciaba con los dedos el escaso cabello ralo y blanco de la nuca.

Yo también te he echado mucho de menos, padre ―respondió ella, con su sonrisa enmarcada por sendos hoyuelos―. Ha pasado mucho tiempo ―suspiró―. Demasiado.

Tienes razón, hija. ¿cuánto ha sido? ¿Diecinueve... veinte años desde que me dejaste aquella carta? Pensaba que ya no querías saber nada de tu viejo e inútil padre, querida. Pensaba que te había perdido para siempre, Flora.

No, padre ―lo corrigió ella, que agarró a su padre firmemente por los hombros y lo miró directamente a los ojos―. Yo nunca olvidaré todo lo que usted hizo por mí.

¿Entonces por qué te marchaste de esa manera, Flora? De un día para otro, sin decir nada antes. Yo... Yo no supe qué hacer y esa carta que dejaste... Ponía que no te fuera a buscar. Y yo... ni siquiera sabía por dónde empezar. Estaba perdido y la policía no pudo...

Flora se abrazó de nuevo a él y el anciano rompió en un llanto desconsolado.

Me has hecho tan feliz, Flora. Creía que moriría sin verte otra vez.

No se preocupe, padre. Estoy aquí, con usted. Ande, vayamos al sofá.

Esta vez la joven fue el bastón del anciano, que caminaba sin apartar la vista de ella, atesorando cada milésima de segundo por si Flora decidía volver a desaparecer repentinamente. Ella lo ayudó a sentarse sobre su mugriento sofá marrón, y una nube de polvo salió despedida cuando su peso cayó sobre los cojines.

Pe.. perdona que esté todo tan... tan como está. Debí haber limpiado. De haber sabido que ibas a venir yo... ―y miró fijamente cómo ella dejaba su bolso sobre la mesilla de en medio y se sentaba tranquilamente en el sillón de enfrente, sin perder ni un segundo aquella sonrisa esplendorosa en sus labios sonrosados.

Esto no es de verdad, ¿no? ―supuso el padre de ella―. Debe de ser un sueño o... o quizás una alucinación. Debo de estar ante las mismas puertas de la muerte y eres un ángel con su aspecto que ha venido a consolarme.

Flora marcó más aún su sonrisa. Sus ojos se encogieron y un brillo destelló en ellos fugazmente. Colocó su mano sobre la dolorida rodilla del anciano padre.

Estoy aquí, padre. Y soy yo. No es un sueño.

Entonces seguro que no estarás mucho tiempo aquí, ¿verdad? Es eso, ¿no? ¿Te vas a volver a marchar? Bueno, ¡qué pregunta! Lo sé, estoy seguro de ello. Nunca pasa nada bueno en esta dichosa granja del quinto pino. Lo último bueno que recuerdo fue cuando te encontré, justo ahí fuera, entre el trigo... Así que imagínate si ha pasado tiempo... Mejor no me hago ilusiones entonces..., ¿no?

El anciano estaba nervioso y se enjugaba las lágrimas mientras hablaba a trompicones, como si se tratase de un niño asustado que no quisiese alejarse de la protección de su madre. Flora abandonó su asiento y se colocó justo al lado de su padre. Le cogió ambas manos entre las suyas y lo miró a la cara. Él la miraba con temor a volver a perderla.

He venido a quedarme, padre.

El anciano padre no pudo contener las lágrimas y apretó los labios al tiempo que asentía con la cabeza sin saber por qué. Tragó saliva y notó cómo las manos de su hija contenían el temblor de las suyas. No supo qué decir, solo se esforzaba en contener un llanto que cada vez parecía más incontrolable. Flora se dejó llevar por la emoción del momento y volvió a abrazar a su padre. Ambos se fundieron en un sentido gesto de cariño hasta que ella habló.

Padre, he encontrado a otro como yo.

2 comentarios:

  1. Un reencuentro muy emotivo. ¡Y un final contundente! ¿Otro como ella? ¡Nos has dejado con la miel en los labios! ¡Qué malo eres! XD
    Tendré que esperar para saber qué ser fue lo que encontró el anciano entre el trigo... (¡la curiosidad me va a matar!)
    Me alegro de que ya estés de vuelta :)
    ¡Un abrazo!

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    1. Muchísimas gracias por tu comentario, y me encanta que te esté gustando la historia. Saber eso ya me da ganas de seguir escribiéndola. Espero que te mole el desenlace cuando llegue.

      ¡Un abrazo muy fuerte, Carmen!

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