jueves, 25 de septiembre de 2014

El fin (Segunda parte de dos)

El caos más salvaje se había propagado por las calles como una lengua de fuego que cabalga sobre combustible. De un momento para otro, las normas, las reglas, las leyes... Todas las directrices existentes habían desaparecido de un plumazo. Cualquier resquicio de civismo había quedado relegado al olvido, y ni siquiera la poca policía que quedaba de servicio era capaz de contener la vorágine autodestructiva. La humanidad daba señales de haber desaparecido ya, incluso antes de que el asteroide impactara contra la superficie del planeta. En las calles, pocos escaparates quedaban sin romper. Los saqueadores se agolpaban bajo los boquetes abiertos en los cristales, mientras otros tantos salían de los locales cargando con cajas demasiado pesadas para sus fuerzas o demasiado grandes para sus brazos. Ahora, se mirase donde se mirase, nadie caminaba, todos los transeúntes corrían sorteando los coches que algunos otros habían abandonado en mitad de la carretera o sobre la acera. Los escasos vehículos que aún circulaban lo hacían a duras penas y a base de bocinazos, aunque los había que se abrían camino con la contundencia de los golpes de sus parachoques. Atropellos, robos, peleas, gritos y llantos. La raza humana agonizaba en sus últimos instantes, asediada por el miedo y la desesperación.


Yuri caminaba deprisa por la acera, esquivando los hombros de los que pasaban raudos a su lado, chocándose a veces con ellos o recibiendo empujones que lo vapuleaban de un lado para otro. A Yuri se le pusieron los pelos de punta cuando vio que una chica huía a la carrera en medio del asfalto. Estaba llorando, e intentaba a duras penas mantener los jirones de su camiseta en su sitio. A los pocos segundos, Yuri se vio en medio de un grupo de adolescentes que la perseguían apresuradamente, armados con palos que seguramente habrían saqueado de algún comercio cercano. Yuri volvió la mirada y los perdió de vista entre la multitud enloquecida. Consideró durante unos segundos ir en auxilio de la joven, pero se convenció a sí mismo de que ya no podía hacer nada al respecto. La prioridad absoluta de Yuri era Nelli, y no tenía mucho tiempo para encontrarla. Era ella a quien Yuri debía rescatar primero del caos.

Cuando llegó al portal, el grueso cristal de la puerta estaba hecho añicos. Yuri entró, pisando con firmeza los crujientes pedazos del suelo y, sin pensárselo, comenzó a subir por la escalera. No recordaba muy bien si vivía en el tercero o en el cuarto..., hacía casi cuatro años que no entraba en ese edificio. Las rodillas le temblaban a medida que saltaba los escalones de dos en dos. De pronto, Yuri miró alrededor en el rellano en el que se encontraba. Le resultaba familiar. Los recuerdos volvieron a su mente con la fuerza de una mano invisible que le ahogó la garganta. Después de tanto tiempo, volvía a estar justo en ese mismo punto donde tanto había llorado hacía tanto tiempo. Y ante sus ojos, estaba la misma puerta, la de ella, la misma que se había cerrado entonces dejándolo a él fuera, en ese mismo rellano. Yuri se fijó mejor en ella. No tenía ni un solo rasguño, y la cerradura estaba intacta. Suspiró aliviado y se armó de valor, mientras empezaba a pensar qué iba a decir cuando le abriese. Tenía el dedo índice suspendido en el aire justo delante del timbre, cuando reflexionó sobre lo que estaba a punto de hacer. “Son menos de veinticuatro horas”, se convenció a sí mismo. Y tocó el timbre repetidas veces. Además, a sabiendas de que Nelli no abriría la puerta a causa de los disturbios, Yuri gritó su nombre.

¡Nelli! ¡Abre, por favor! Soy Yuri. Solo... solo quiero saber que estás bien. Todo el mundo se ha vuelto loco”. Y guardó silencio unos segundos, pero no hubo respuesta del otro lado. “Nelli, por favor, si estás ahí, solo quiero verte una vez más antes de que...”. A Yuri le faltó voluntad para terminar la oración. Parecía que no había nadie en casa. Cayó de rodillas y perdió la vista en la rendija bajo la puerta. “...Antes de que todo acabe”, susurró él en voz baja.

Justo entonces, la puerta empezó a abrirse lentamente y Yuri levantó la mirada empañada de lágrimas encharcadas. Delante de él, contempló a un joven que sostenía en alto un bate de béisbol. “¿Quién cojones eres tú?”, Yuri le oyó decir a él. Todavía de rodillas, su mente no terminaba de comprender ni quién era aquel hombre que estaba en casa de Nelli ni qué hacía allí, hasta que la mano de ella se posó sobre el hombro del muchacho y ella apareció por detrás, con gesto de preocupación en su rostro.

Tranquilo, Martin ―dijo Nelli, en tono suave, al chico del bate―. Lo conozco, no pasa nada.

Vale ―contestó él, con el ceño fruncido y los labios encogidos. Bajó el bate y señaló a Yuri con la punta―. Sea quien sea, despídete de él pronto, Nelli, y no te entretengas demasiado, por favor. Nos iremos pronto y no es buena idea dejar la puerta abierta.

Martin dio media vuelta y se perdió en el pasillo del apartamento, mientras Nelli cogía a Yuri de la mano para que se pusiese de pie.

¿Qué rayos haces aquí, Yuri? ¿Es que no has visto todo lo que está pasando? Por el amor de los Altos, no deberías estar aquí..., deberías estar en tu casa.

Quería venir ―respondió Yuri, perdiéndose en la belleza del rostro de ella. Había pasado tanto tiempo sin verla... Le pareció más guapa que nunca, pero, a pesar de que estaba a tan solo un paso de distancia, nunca antes se había sentido más alejado de ella―. Quería... despedirme.

Ella asintió, con una sonrisa cálida.

Fue una buena época, ¿verdad? ―se sinceró Nelli―. Mientras duró.

Sí ―respondió él, enjugándose las lágrimas furtivas que se le escapaban―. La mejor.

Nelli suspiró entrecortadamente, al tiempo que contenía sus sollozos, y Yuri bajó la vista, incapaz de aguantarle la mirada. De repente, ella lo abrazó fuertemente y Yuri se dejó llevar, envolviéndola también firmemente con sus brazos, con toda su voluntad, con toda su alma, con todo su corazón asustado y encogido, como si no fuera a dejarla ir jamás. Aquel sería su último abrazo, el definitivo, el que Yuri recordaría mientras el asteroide lo estuviese aplastando. Él cerró los ojos para disfrutar de la sensación reconfortante, pero Nelli ya daba por finalizado el abrazo y empezó a separarse de él. Yuri hizo ademán de besarla, pero ella alejó sus labios emocionada, y negó levemente con la cabeza. Para cuando Yuri volvió a mirarla, ella ya se encontraba de nuevo al lado de la puerta, a punto de cerrarla.

Martin y yo nos vamos al monte Sargas. Algunos recomiendan ir a sitios elevados por si... ―la chica dejó de hablar al ver que Yuri tenía la mirada perdida en el vacío que los separaba―. Yuri, escúchame, ve allí, ¿de acuerdo? Y trae a los tuyos. Hay que intentar salir de esta como sea. Y quién sabe... A lo mejor todo esto pasa y volvemos a vernos... algún día.

Él asintió tímidamente.

Eso espero..., de verdad. Adiós, Nelli.

Adiós..., Yuri.

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