El caos más salvaje se había
propagado por las calles como una lengua de fuego que cabalga sobre
combustible. De un momento para otro, las normas, las reglas, las
leyes... Todas las directrices existentes habían desaparecido de un
plumazo. Cualquier resquicio de civismo había quedado relegado al
olvido, y ni siquiera la poca policía que quedaba de servicio era
capaz de contener la vorágine autodestructiva. La humanidad daba
señales de haber desaparecido ya, incluso antes de que el asteroide
impactara contra la superficie del planeta. En las calles, pocos
escaparates quedaban sin romper. Los saqueadores se agolpaban bajo
los boquetes abiertos en los cristales, mientras otros tantos salían
de los locales cargando con cajas demasiado pesadas para sus fuerzas
o demasiado grandes para sus brazos. Ahora, se mirase donde se mirase,
nadie caminaba, todos los transeúntes corrían sorteando los coches
que algunos otros habían abandonado en mitad de la carretera o sobre
la acera. Los escasos vehículos que aún circulaban lo hacían a
duras penas y a base de bocinazos, aunque los había que se abrían
camino con la contundencia de los golpes de sus parachoques.
Atropellos, robos, peleas, gritos y llantos. La raza humana agonizaba
en sus últimos instantes, asediada por el miedo y la desesperación.
Yuri caminaba deprisa por la
acera, esquivando los hombros de los que pasaban raudos a su lado,
chocándose a veces con ellos o recibiendo empujones que lo
vapuleaban de un lado para otro. A Yuri se le pusieron los pelos de
punta cuando vio que una chica huía a la carrera en medio del
asfalto. Estaba llorando, e intentaba a duras penas mantener los
jirones de su camiseta en su sitio. A los pocos segundos, Yuri se vio
en medio de un grupo de adolescentes que la perseguían
apresuradamente, armados con palos que seguramente habrían saqueado
de algún comercio cercano. Yuri volvió la mirada y los perdió de
vista entre la multitud enloquecida. Consideró durante unos segundos
ir en auxilio de la joven, pero se convenció a sí mismo de que ya
no podía hacer nada al respecto. La prioridad absoluta de Yuri era
Nelli, y no tenía mucho tiempo para encontrarla. Era ella a quien
Yuri debía rescatar primero del caos.
Cuando llegó al portal, el
grueso cristal de la puerta estaba hecho añicos. Yuri entró,
pisando con firmeza los crujientes pedazos del suelo y, sin
pensárselo, comenzó a subir por la escalera. No recordaba muy bien
si vivía en el tercero o en el cuarto..., hacía casi cuatro años
que no entraba en ese edificio. Las rodillas le temblaban a medida
que saltaba los escalones de dos en dos. De pronto, Yuri miró
alrededor en el rellano en el que se encontraba. Le resultaba
familiar. Los recuerdos volvieron a su mente con la fuerza de una
mano invisible que le ahogó la garganta. Después de tanto tiempo,
volvía a estar justo en ese mismo punto donde tanto había llorado
hacía tanto tiempo. Y ante sus ojos, estaba la misma puerta, la de
ella, la misma que se había cerrado entonces dejándolo a él fuera,
en ese mismo rellano. Yuri se fijó mejor en ella. No tenía ni un
solo rasguño, y la cerradura estaba intacta. Suspiró aliviado y se
armó de valor, mientras empezaba a pensar qué iba a decir cuando le
abriese. Tenía el dedo índice suspendido en el aire justo delante
del timbre, cuando reflexionó sobre lo que estaba a punto de hacer.
“Son menos de veinticuatro horas”, se convenció a sí mismo. Y
tocó el timbre repetidas veces. Además, a sabiendas de que Nelli no
abriría la puerta a causa de los disturbios, Yuri gritó su nombre.
“¡Nelli! ¡Abre, por favor!
Soy Yuri. Solo... solo quiero saber que estás bien. Todo el mundo se
ha vuelto loco”. Y guardó silencio unos segundos, pero no hubo
respuesta del otro lado. “Nelli, por favor, si estás ahí, solo
quiero verte una vez más antes de que...”. A Yuri le faltó
voluntad para terminar la oración. Parecía que no había nadie en
casa. Cayó de rodillas y perdió la vista en la rendija bajo la
puerta. “...Antes de que todo acabe”, susurró él en voz baja.
Justo entonces, la puerta empezó
a abrirse lentamente y Yuri levantó la mirada empañada de lágrimas
encharcadas. Delante de él, contempló a un joven que sostenía en
alto un bate de béisbol. “¿Quién cojones eres tú?”, Yuri le
oyó decir a él. Todavía de rodillas, su mente no terminaba de
comprender ni quién era aquel hombre que estaba en casa de Nelli ni
qué hacía allí, hasta que la mano de ella se posó sobre el hombro
del muchacho y ella apareció por detrás, con gesto de preocupación
en su rostro.
―Tranquilo, Martin ―dijo
Nelli, en tono suave, al chico del bate―. Lo conozco, no pasa nada.
―Vale ―contestó él, con el
ceño fruncido y los labios encogidos. Bajó el bate y señaló a
Yuri con la punta―. Sea quien sea, despídete de él pronto, Nelli,
y no te entretengas demasiado, por favor. Nos iremos pronto y no es
buena idea dejar la puerta abierta.
Martin dio media vuelta y se
perdió en el pasillo del apartamento, mientras Nelli cogía a Yuri
de la mano para que se pusiese de pie.
―¿Qué rayos haces aquí,
Yuri? ¿Es que no has visto todo lo que está pasando? Por el amor de
los Altos, no deberías estar aquí..., deberías estar en tu casa.
―Quería venir ―respondió
Yuri, perdiéndose en la belleza del rostro de ella. Había pasado
tanto tiempo sin verla... Le pareció más guapa que nunca, pero, a
pesar de que estaba a tan solo un paso de distancia, nunca antes se
había sentido más alejado de ella―. Quería... despedirme.
Ella asintió, con una sonrisa
cálida.
―Fue una buena época, ¿verdad?
―se sinceró Nelli―. Mientras duró.
―Sí ―respondió él,
enjugándose las lágrimas furtivas que se le escapaban―. La mejor.
Nelli suspiró entrecortadamente,
al tiempo que contenía sus sollozos, y Yuri bajó la vista, incapaz
de aguantarle la mirada. De repente, ella lo abrazó fuertemente y
Yuri se dejó llevar, envolviéndola también firmemente con sus
brazos, con toda su voluntad, con toda su alma, con todo su corazón
asustado y encogido, como si no fuera a dejarla ir jamás. Aquel
sería su último abrazo, el definitivo, el que Yuri recordaría
mientras el asteroide lo estuviese aplastando. Él cerró los ojos
para disfrutar de la sensación reconfortante, pero Nelli ya daba por
finalizado el abrazo y empezó a separarse de él. Yuri hizo ademán
de besarla, pero ella alejó sus labios emocionada, y negó levemente
con la cabeza. Para cuando Yuri volvió a mirarla, ella ya se
encontraba de nuevo al lado de la puerta, a punto de cerrarla.
―Martin y yo nos vamos al monte
Sargas. Algunos recomiendan ir a sitios elevados por si... ―la
chica dejó de hablar al ver que Yuri tenía la mirada perdida en el
vacío que los separaba―. Yuri, escúchame, ve allí, ¿de acuerdo?
Y trae a los tuyos. Hay que intentar salir de esta como sea. Y quién
sabe... A lo mejor todo esto pasa y volvemos a vernos... algún día.
Él asintió tímidamente.
―Eso espero..., de verdad.
Adiós, Nelli.
―Adiós..., Yuri.
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