Jack no tenía ni idea de quién
estaba dejando las cajas de cartón debajo de su cama. Pero cada
mañana, cuando se despertaba, allí había una nueva caja vacía
esperándole. Eran cajas pequeñas, como de zapatos, y no tenían
absolutamente nada dentro, ni tampoco tenían nada impreso: ni un
logo, ni una marca. Tan solo era cartón que no albergaba nada en su
interior.
La primera vez, Jack supuso que
había sido un mero despiste. “Una caja que olvidé ahí abajo hace
tiempo”, pensó, sin darle mayor importancia que la que se le da a
un despiste cotidiano. Al día siguiente, mientras buscaba su
zapatilla izquierda, volvió a mirar bajo la cama, y allí se topó
de nuevo con el cartón de una caja. Jack sonrió. “Juraría que te
tiré a la basura ayer”, comentó para sí mismo. Aplastó el
cartón, y, cuando abrió la tapa del cubo de basura de la cocina,
descubrió los restos de la que había tirado el día anterior.
Volvió a sonreír y negó con la cabeza, sorprendido de no haber
visto la segunda caja el día anterior.
Al tercer día, Jack ya no
sonrió. ¿Cómo era posible que hubiese otra caja por tercer día
consecutivo? Se aseguró, y comprobó el cubo. Allí seguían estando
los restos de las dos cajas anteriores. Desconcertado, decidió
amarrar la bolsa de basura y llevarla al contenedor. Al regresar a su
apartamento, Jack no pudo controlar su inquietud y examinó la
cerradura de la puerta. La revisó concienzudamente, pero no encontró
signos de que nadie la hubiese forzado para colarse en su casa. De
todas maneras, aunque los hubiese encontrado, sabía que la hipótesis
de un posible intruso no tendría sentido. ¿Quién se iba a colar en
su casa tan solo para dejar una caja de cartón vacía debajo de su
cama? No tenía ningún tipo de lógica.
Aquel tercer día, Jack estuvo
inquieto durante todo el rato. Llamó por teléfono a sus padres, a
sus amigos, e incluso fue capaz de llamar a algunas de sus ex a las
que les había hecho alguna copia de la llave. Pero todos sus
contactos reaccionaban de la misma forma: “te estás burlando de mí
o qué”. Cuando escuchaba ese comentario, Jack les seguía el juego
para no quedar como un auténtico tarado, aunque algunas de sus ex
simplemente se limitaron a mandarlo a la mierda y colgar
inmediatamente el teléfono.
Por la noche, a Jack le costó
conciliar el sueño. De vez en cuando, se asomaba bajo la cama para
comprobar si había aparecido alguna caja nueva. De madrugada, el
cansancio pudo finalmente con él, y Jack pudo dormir, aunque lo hizo
a intervalos, despertándose continuamente para echar un nuevo
vistazo.
Lo despertó la luz del sol que
entraba por la ventana. Tan pronto se dio cuenta de que ya era un
nuevo día, se abalanzó para comprobar si había una caja nueva. Y
allí estaba la cuarta caja, que terminó en el contenedor de la
basura donde habían acabado las anteriores.
Los días pasaron y, con cada
amanecer, Jack se encontraba una nueva caja debajo de su cama. En su
mente se le ocurrió que quizás él fuese sonámbulo y fuese él
mismo quien colocaba las cajas. “Pero, ¿de dónde voy a
sacarlas?”, pensaba. Jack no lo entendía. De modo que una noche,
probó dejar la cámara web de su portátil grabando toda la noche.
A Jack le costó dormir con la luz encendida, pero soportó esa
incomodidad para que la grabación saliese lo mejor posible
Al amanecer, lo primero que hizo
fue comprobar si había una caja nueva. Cuando la vio, fue raudo a
visionar la grabación de la cámara. El vídeo comenzó con él
enseñando los bajos de la cama, en los que no había nada. Luego, se
veía a él metiéndose en la cama y acomodándose entre las sábanas.
Jack observaba la pantalla con atención e hizo clic en el avance
rápido. Su cuerpo se acomodaba de un lado para otro encima del
colchón mientras dormía, pero no observaba nada extraño a su
alrededor. Pronto en la pantalla, la oscuridad que se veía por la
ventana de la habitación empezó a clarear, y Jack se vio a sí
mismo despertándose por la mañana para detener la grabación. El
vídeo había terminado. Decepcionado por no haber encontrado ninguna
respuesta, Jack se quedó un rato sentado en el suelo observando la
nueva caja debajo de la cama. En la grabación no apreció nada fuera
de lo común: nadie había entrado, y él no se había levantado
inconscientemente. ¿Cómo había aparecido entonces aquella caja
nueva? Por mucho que pensó, no se le ocurrió nada.
Pero la caja estaba ahí, como
cada mañana.
Jack empezó a hartarse, de modo
que esta vez no quitó la caja, sino que la dejó debajo de la cama y
se marchó al trabajo. Cuando regresó, trató de no pensar en ella y
se obligó a sí mismo a no mirar debajo de la cama. Fue difícil
controlar la incertidumbre, pero se sobrepuso a sus impulsos e
incluso fue capaz de dormir en la cama sin echar ni un solo vistazo
bajo ella.
A la mañana siguiente, la
curiosidad pudo con él y miró debajo de la cama. La misma caja
seguía estando justo donde la había dejado. Pero esta vez estaba
abierta.
Jack la recogió con cuidado y
miró en su interior. Dentro solo había un pedazo de papel en
blanco.
Frunció el ceño y soltó la
caja inmediatamente, como si se tratara de algo antinatural y
terrorífico. Durante unos segundos se quedó quieto, de pie,
contemplando la caja en el suelo y el papel a su lado. Entonces, a
Jack se le ocurrió algo. Cogió un rotulador del escritorio y
recogió el papel del suelo.
“¿Quién eres?”, escribió
en el papel.
Metió el papel en la caja. La
cerró. Y la volvió a dejar debajo de la cama.
Esa noche, Jack no durmió. Se
quedó toda la noche en vela, vigilando. Con el primer rayo de sol
que detectó, se dejó caer de rodillas al lado de la cama y cogió
la caja.
La abrió y cogió el papel de su
interior. Era un trozo de papel diferente, era amarillento y parecía
haber envejecido durante años bajo un sol ardiente. Tenía algo
escrito con una caligrafía sinuosa que claramente no era la de Jack.
Este apenas pudo contener el latido desbocado de su corazón asustado
cuando leyó lo que estaba escrito:
“Yo soy mejor que tú”.
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