miércoles, 16 de abril de 2014

Evan (Cielo cromado: 12 - final)

Justo entonces, aunque carecía de ojos reales, Evan los pudo abrir de par en par.

¿Evan?”. “¿Quién es Evan?”, se preguntó, sin pronunciar palabra alguna. El nombre le sonaba. Tanto fue así que llegó a identificarse con él. “Yo me llamo Evan... O me llamaba Evan... O me llamaré... ¿Evan?”. La pregunta retumbó y el eco se repitió dentro de su cabeza. No, aquello no era su cabeza.

Utilizó sus ojos abiertos para ver, y miró. Evan miró, pero no comprendió. El espacio alrededor estaba vacío, hueco, sin nadie, sin nada. Tan solo unas lejanas, relucientes y semitransparentes paredes que se curvaban hacia arriba hasta unirse con el techo, tan reluciente y translúcido como el mismo suelo, el que tenía bajo sus pies. “¿Y mis pies?”, se preguntó cuando no los encontró al final de su cuerpo. “¿Y mis piernas?”. “¿Y mi cuerpo?”. “¿Y mis brazos?”. Evan no encontró nada de sí mismo. Había quedado reducido a una conciencia flotante que no dejaba de hacerse preguntas y de mirar cosas. Sin comprender. Sin entender. Solo había preguntas y un nombre. “Evan”.

Un olor acudió a su memoria dispersa por el amplio lugar reluciente. Un aroma intenso, penetrante, artificial, industrial. Olía a rojo. Olía a pintura. El recuerdo trajo consigo una emoción, y la emoción trajo consigo una pregunta: ¿por qué? Y la pregunta trajo consigo una forma. Ante su mirada, una neblina azulada se arremolinó y tomó la forma de una mano vaporosa que se mecía suavemente delante de él. “Esta es mi mano”. “¿Fue mi mano?”. “¿Lo será?”. De la muñeca etérea comenzó a manar unos finos jirones de niebla de un color rojo intenso. Entonces, recordó el dolor, el dolor le hizo recordar los cortes, los cortes le hicieron recordar el cuchillo, el cuchillo le hizo recordar sus muñecas.

No estoy muerto”. “¿Estoy muerto?”. “¿Lo estaré?”. Trató de encontrar respuestas alrededor. Pero solo había espacio. Trató de recorrer el espacio, pero no tenía cuerpo para moverse. Estaba anclado dentro de sí mismo, sin estar seguro de su propia existencia, en un espacio ovalado, enorme y acristalado. Tan solo podía mirar, y miró.

Alejó la vista más allá de las paredes transparentes y vio la enorme ciudad, extendida por toda la explanada como una mancha de cemento y antenas que se perdía en el horizonte. Y justo donde su vista se perdía, vio el agua, el muro de agua. Acercándose inexorablemeente. La inquietud agitó la conciencia de Evan y, por un momento, sintió la imperiosa urgencia de auxiliar a los que estaban a punto de morir ahogados. Pero Evan no podía hacer nada. No tenía el cuerpo que una vez tuvo. Tan solo miró cómo moría la gente, cómo gritaban, cómo se lamentaban. Los veía, los oía, los sentía. Se compadeció de cada uno de ellos.

Cuando el agua inundaba todas las calles, Evan dejó de estar solo. De un segundo para otro, la sala acristalada comenzó a ocuparse de entes nebulosos que flotaban estáticos y en silencio. Evan trató de mover los labios, de decir algo, de comunicarse con sus nuevos acompañantes. Pero tan solo podía escuchar los alaridos de los que morían abajo en la ciudad.

El espacio reluciente era cada vez más concurrido, y la multitud de entes ya resultaba innumerable y dificultaban la visión de Evan. Apenas podía ver la ciudad a causa de la cantidad ingente de seres que habían aparecido.

La segunda ola no la pudo ver, pero notó sus efectos, pues aparecieron miles de nuevos seres etéreos. Todos quietos, todos contemplando con ojos invisibles, todos planteándose las mismas preguntas. Evan entonces captó la emoción compartida por la multitud nebulosa: miedo. Terrorífica sensación que se acrecentó con la tercera ola, y con la cuarta. Del mismo modo que se acrecentó la cantidad de entes.

El día se convirtió en noche, y el espacio que una vez había ocupado solo Evan ahora lo compartía con los que en vida habían vivido en la misma ciudad que él. El agua los había matado a casi todos, pero ninguno de ellos estaba muerto.

Fue entonces cuando Evan bajó la mirada y se dio cuenta de que ya no podía ver los edificios más allá del suelo transparente. Ahora, solo veía oscuridad y estrellas en el suelo. Alzó la vista. Oscuridad y estrellas en lo alto. Miró al frente, y vio una multitud de entes nebulosos que miraban hacia el mismo lugar: aquel extraño planeta verde azulado al que se estaban acercando.

Evan no recuerda el aterrizaje. Evan tampoco recuerda qué pasó después. Evan apenas recuerda su vida anterior. Tan solo recuerda que, un día extraño, volvió nacer en un planeta extraño diferente al suyo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario