―¿Esto es una broma pesada o
es que te has fumado algo? ―preguntó David, claramente enfadado
con su compañero―. Espero que tengas una buena explicación para
esto, porque la ambulancia que he llamado viene de camino.
Claude, en cuclillas cerca del
ángel semisepultado por los escombros, giró la cabeza para mirar a
David con el ceño fruncido. No comprendía las quejas de su
compañero vigilante, y menos aún que no estuviese boquiabierto al
ver a un auténtico ángel herido delante de sus narices.
―¿Pero es que no lo ves? Es un
ángel... Uno de verdad. Me he fijado de cerca y no es un disfraz, te
lo prometo. Hay heridas que sangran y plumas que se meten en la piel
de las alas...
―Claude, ¿de qué cojones
estás hablando?
Este, cuando se dio cuenta de la
férrea incredulidad de David, se puso de pie y se acercó a él para
cogerlo del hombro y acercarlo al montón de bloques partidos que
aprisionaba el cuerpo alado. Pero David se apartó del alcance de
Claude con un tirón de hombro.
―¿Estás mal de la cabeza o
qué te pasa?
―¡Pero si está ahí mismo!
Acércate y lo verás mejor.
―Escucha, yo solo veo un montón
de piedras que acaban de caerse, y punto. Y será exactamente lo
mismo que vean los de la ambulancia cuando lleguen y busquen al
herido. Escúchame bien, Claude, porque esto te lo diré una sola
vez. Tómate en serio este trabajo o no vas a durar una noche más.
No permitiré tomaduras de pelo de este tipo. O te tomas tu trabajo
como un adulto o hablaré con Javier para que te ponga de patitas en
la calle.
―Pero David, si es que...
―Ni David ni hostias. Estás en
tu puesto de trabajo. Sé profesional, cojones. De verdad, no me
esperaba esto de ti. ¿Sabes lo deprisa que he venido porque creía
que estabas en apuros o que había una urgencia? ¿Te crees que esto
es un juego? ¿Y si alguien ha entrado por mi sector por estar aquí
de cháchara contigo y con tu ángel invisible? No sé tú, Claude,
pero yo tengo un alquiler que hay que pagar todos los meses, y no voy
a perder este trabajo por gilipollas bromistas como tú.
―No... No lo entiendo. Perdona,
David, pero es que está ahí...
―¡Que te calles de una puta
vez! ―David guardó silencio unos segundos y cogió aire
profundamente para tranquilizarse―. Mira, Claude, déjalo ya. Yo
regreso a mi sector. Tú... tú saca unas fotos de este destrozo para
enseñárselas a Javier por la mañana, y déjate de tonterías.
Luego regresa a la caravana, lávate la cara, despéjate de
estupideces y regresa a hacer tu ronda. Y que el Alto te libre si se
te ocurre gastarme otra bromita más.
Claude abrió la boca para decir
algo, pero David ya se había dado media vuelta y bajaba por la
escalera a medio construir con paso firme y furioso. Atrás dejó a
Claude, preguntándose una y otra vez por qué David no había visto
al ángel. Cuando miró al muro desplomado, volvió a encontrarse con
el ángel retorcido bajo las piedras. Se arrodilló y le apartó el
mechón de sucio pelo rubio que le ocultaba el rostro. Tenía los
ojos cerrados y parecía dormido. Ya había intentado tomarle el
pulso, sin éxito. No estaba seguro de si un ángel caído, que solo
él podía ver, debería tener pulso. Claude arrugó la frente en un
gesto de preocupación. ¿Y si de verdad estaba viendo cosas?
Inconscientemente, negó con la cabeza. El ángel estaba allí
delante, lo podía tocar, podía sostener su ala, incluso podía oler
su delicado aroma a canela. Pero, por muchos detalles que percibiese,
para David aquel ser no existía. Su compañero solo quería unas
fotos de un montón de piedras partidas y montones de tierra. Quizás,
cuando viera la imagen en el móvil, pudiera demostrarle que
efectivamente allí había un ser celestial.
Metió la mano en el bolsillo y
sacó el teléfono. Un par de toques con el pulgar en la pantalla y
ya estaba enfocando la escena con la cámara. Situó la pila de
escombros en el centro y, en el fondo, se podían ver los trozos de
pared aún en pie. Pero en la pantalla no vio ni rastro del ángel.
Miró la escena con sus ojos directamente y se aseguró una vez más
de que una de alas sobresalía claramente. Sin embargo, en la imagen
no aparecía nada. Ni siquiera las plumas diseminadas por el suelo.
La luz de la pantalla iluminaba
el gesto extrañado de Claude cuando, de pronto, escuchó un ruido.
El ángel se estaba moviendo. Con los ojos muy abiertos, miró de
nuevo el móvil y presenció en la imagen que las piedras aparecían
como si se estuviesen moviendo solas. Por alguna razón, la cámara
no era capaz de captar la imagen de aquel ser divino. El ángel
emitió un débil gruñido y soltó aire. Una nube de polvo se
levantó delante de su rostro conforme iba recuperando la conciencia
y apartando trozos de pared de encima.
Claude reaccionó y le dio al
botón de grabar vídeo. Quizás David lo pudiese creer cuando viese
un montón de piedras moviéndose y rodando por sí solas. Aunque la
grabación terminó abruptamente a los pocos segundos. El aparato se
le cayó al suelo cuando los ojos del ángel se abrieron y
refulgieron con un intenso brillo azulado entre el polvo que danzaba
en las penumbras. No tardó en mirar a Claude, directamente, mientras
recogía y plegaba sus alas a la espalda. El vigilante se mantuvo
quieto. No sentía miedo, tan solo una aleada abrumadora de asombro
que lo dejó clavado al suelo.
―Tú... ―empezó a decir el
ángel―, tú no eres Kara Robbinson.
Claude sintió una punzada en el
estómago cuando escuchó aquel nombre. Tardó en responder, su mente
iba a la mitad de su velocidad habitual. Pero, al rato, el vigilante
negó con la cabeza y en silencio.
―No eres ella, pero tus venas
llevan sangre como la suya.
Claude asintió, algo más
calmado.
―S... soy su hermano ―tuvo el
valor de decir―. Me llamo...
―Claude Robbinson ―se
adelantó el ángel―. Mi nombre es Elémiah, Claude Robbinson.
Confieso que me agrada conocer en persona al hermano de Kara
Robbinson, pero, aunque siempre resulte agradable interactuar con
mortales de buen corazón, mejor será que no pierda tiempo en
presentaciones cordiales, Claude. Debo partir en busca de tu hermana.
El ángel se abrió paso
tambaleándose entre los restos del tabique y se dirigió a la
escalera para salir del edificio en construcción. Pasó delante de
Claude sin prestarle la menor atención. El vigilante tardó en
volver en sí y darse cuenta de que seguía mirando al sitio donde ya
no estaba el ser divino. Cuando reaccionó, bajó presuroso la
escalera. Allí fuera, el ángel intentaba una y otra vez emprender
el vuelo, pero sangraba profusamente por una de sus alas. Cuando
Claude se acercó con cautela, el ángel habló.
―Estoy herido, Claude Robbinson
―dijo, con tono preocupado―. Voy a necesitar que me lleves cuanto
antes a donde se encuentre tu hermana. Deprisa. El tiempo corre.
―No... Pero... Es que...
¿Por... por qué buscas a mi hermana?
―Porque otro ser como yo va a
matarla esta noche.
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