jueves, 5 de diciembre de 2013

Zona en obras (Tercera parte)

¿Esto es una broma pesada o es que te has fumado algo? ―preguntó David, claramente enfadado con su compañero―. Espero que tengas una buena explicación para esto, porque la ambulancia que he llamado viene de camino.


Claude, en cuclillas cerca del ángel semisepultado por los escombros, giró la cabeza para mirar a David con el ceño fruncido. No comprendía las quejas de su compañero vigilante, y menos aún que no estuviese boquiabierto al ver a un auténtico ángel herido delante de sus narices.



¿Pero es que no lo ves? Es un ángel... Uno de verdad. Me he fijado de cerca y no es un disfraz, te lo prometo. Hay heridas que sangran y plumas que se meten en la piel de las alas...



Claude, ¿de qué cojones estás hablando?



Este, cuando se dio cuenta de la férrea incredulidad de David, se puso de pie y se acercó a él para cogerlo del hombro y acercarlo al montón de bloques partidos que aprisionaba el cuerpo alado. Pero David se apartó del alcance de Claude con un tirón de hombro.



¿Estás mal de la cabeza o qué te pasa?



¡Pero si está ahí mismo! Acércate y lo verás mejor.



Escucha, yo solo veo un montón de piedras que acaban de caerse, y punto. Y será exactamente lo mismo que vean los de la ambulancia cuando lleguen y busquen al herido. Escúchame bien, Claude, porque esto te lo diré una sola vez. Tómate en serio este trabajo o no vas a durar una noche más. No permitiré tomaduras de pelo de este tipo. O te tomas tu trabajo como un adulto o hablaré con Javier para que te ponga de patitas en la calle.



Pero David, si es que...



Ni David ni hostias. Estás en tu puesto de trabajo. Sé profesional, cojones. De verdad, no me esperaba esto de ti. ¿Sabes lo deprisa que he venido porque creía que estabas en apuros o que había una urgencia? ¿Te crees que esto es un juego? ¿Y si alguien ha entrado por mi sector por estar aquí de cháchara contigo y con tu ángel invisible? No sé tú, Claude, pero yo tengo un alquiler que hay que pagar todos los meses, y no voy a perder este trabajo por gilipollas bromistas como tú.



No... No lo entiendo. Perdona, David, pero es que está ahí...



¡Que te calles de una puta vez! ―David guardó silencio unos segundos y cogió aire profundamente para tranquilizarse―. Mira, Claude, déjalo ya. Yo regreso a mi sector. Tú... tú saca unas fotos de este destrozo para enseñárselas a Javier por la mañana, y déjate de tonterías. Luego regresa a la caravana, lávate la cara, despéjate de estupideces y regresa a hacer tu ronda. Y que el Alto te libre si se te ocurre gastarme otra bromita más.



Claude abrió la boca para decir algo, pero David ya se había dado media vuelta y bajaba por la escalera a medio construir con paso firme y furioso. Atrás dejó a Claude, preguntándose una y otra vez por qué David no había visto al ángel. Cuando miró al muro desplomado, volvió a encontrarse con el ángel retorcido bajo las piedras. Se arrodilló y le apartó el mechón de sucio pelo rubio que le ocultaba el rostro. Tenía los ojos cerrados y parecía dormido. Ya había intentado tomarle el pulso, sin éxito. No estaba seguro de si un ángel caído, que solo él podía ver, debería tener pulso. Claude arrugó la frente en un gesto de preocupación. ¿Y si de verdad estaba viendo cosas? Inconscientemente, negó con la cabeza. El ángel estaba allí delante, lo podía tocar, podía sostener su ala, incluso podía oler su delicado aroma a canela. Pero, por muchos detalles que percibiese, para David aquel ser no existía. Su compañero solo quería unas fotos de un montón de piedras partidas y montones de tierra. Quizás, cuando viera la imagen en el móvil, pudiera demostrarle que efectivamente allí había un ser celestial.



Metió la mano en el bolsillo y sacó el teléfono. Un par de toques con el pulgar en la pantalla y ya estaba enfocando la escena con la cámara. Situó la pila de escombros en el centro y, en el fondo, se podían ver los trozos de pared aún en pie. Pero en la pantalla no vio ni rastro del ángel. Miró la escena con sus ojos directamente y se aseguró una vez más de que una de alas sobresalía claramente. Sin embargo, en la imagen no aparecía nada. Ni siquiera las plumas diseminadas por el suelo.



La luz de la pantalla iluminaba el gesto extrañado de Claude cuando, de pronto, escuchó un ruido. El ángel se estaba moviendo. Con los ojos muy abiertos, miró de nuevo el móvil y presenció en la imagen que las piedras aparecían como si se estuviesen moviendo solas. Por alguna razón, la cámara no era capaz de captar la imagen de aquel ser divino. El ángel emitió un débil gruñido y soltó aire. Una nube de polvo se levantó delante de su rostro conforme iba recuperando la conciencia y apartando trozos de pared de encima.



Claude reaccionó y le dio al botón de grabar vídeo. Quizás David lo pudiese creer cuando viese un montón de piedras moviéndose y rodando por sí solas. Aunque la grabación terminó abruptamente a los pocos segundos. El aparato se le cayó al suelo cuando los ojos del ángel se abrieron y refulgieron con un intenso brillo azulado entre el polvo que danzaba en las penumbras. No tardó en mirar a Claude, directamente, mientras recogía y plegaba sus alas a la espalda. El vigilante se mantuvo quieto. No sentía miedo, tan solo una aleada abrumadora de asombro que lo dejó clavado al suelo.



Tú... ―empezó a decir el ángel―, tú no eres Kara Robbinson.



Claude sintió una punzada en el estómago cuando escuchó aquel nombre. Tardó en responder, su mente iba a la mitad de su velocidad habitual. Pero, al rato, el vigilante negó con la cabeza y en silencio.



No eres ella, pero tus venas llevan sangre como la suya.



Claude asintió, algo más calmado.



S... soy su hermano ―tuvo el valor de decir―. Me llamo...



Claude Robbinson ―se adelantó el ángel―. Mi nombre es Elémiah, Claude Robbinson. Confieso que me agrada conocer en persona al hermano de Kara Robbinson, pero, aunque siempre resulte agradable interactuar con mortales de buen corazón, mejor será que no pierda tiempo en presentaciones cordiales, Claude. Debo partir en busca de tu hermana.



El ángel se abrió paso tambaleándose entre los restos del tabique y se dirigió a la escalera para salir del edificio en construcción. Pasó delante de Claude sin prestarle la menor atención. El vigilante tardó en volver en sí y darse cuenta de que seguía mirando al sitio donde ya no estaba el ser divino. Cuando reaccionó, bajó presuroso la escalera. Allí fuera, el ángel intentaba una y otra vez emprender el vuelo, pero sangraba profusamente por una de sus alas. Cuando Claude se acercó con cautela, el ángel habló.



Estoy herido, Claude Robbinson ―dijo, con tono preocupado―. Voy a necesitar que me lleves cuanto antes a donde se encuentre tu hermana. Deprisa. El tiempo corre.



No... Pero... Es que... ¿Por... por qué buscas a mi hermana?



Porque otro ser como yo va a matarla esta noche.

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