jueves, 12 de diciembre de 2013

Zona en obras (Cuarta parte)

Los pies de Kara se apresuraron desesperadamente sobre el césped para regresar al sendero del parque. Sus pasos nerviosos y asustados se amortiguaban en la hierba con un sonido sordo, mientras la chica no dejaba de lanzar miradas hacia atrás para comprobar si aquel ser la estaba siguiendo. Hacía tan solo unos segundos, Kara había conseguido mantenerse tranquila y estática delante de aquel ángel; femenino, mutilado y arrodillado. Pero, finalmente, su miedo se había sobrepuesto al asombro. Las sensaciones de peligro e incertidumbre la obligaron a emprender una huida angustiosa para alejarse todo lo posible de aquel ser, cuya existencia creía imposible.


Sorteó algunos troncos y saltó por encima de algunas ramas caídas para, justo después, divisar delante el sendero de tierra, iluminado por farolillos. Tan solo le quedaba superar un seto bajo para luego recorrer la senda estrecha que la conduciría hasta la salida del parque. Después, tocaría cruzar la calle, llegar hasta su portal y meterse en el edificio para empezar a olvidar aquello que creía haber visto, pero que debía de ser imposible. Kara calculó la distancia que cubría con sus zancadas, midió sus pasos y saltó por encima del seto para aterrizar en el camino. Tuvo que dar unos cuantos saltitos para no perder ni el equilibrio ni el impulso de la carrera. Esta vez, no miró atrás, tenía la vista clavada en lo que tenía delante, exactamente en el giro que tenía a cinco metros. En ese instante, un golpe de aire le dio en la cara y escuchó el sonido de un cuerpo voluminoso surcando el aire velozmente por encima de su cabeza. Pronto distinguió delante de ella el reguero de gotas de sangre, que empezaron a caer desde arriba en dirección al árbol de enfrente. Allí, las ramas altas crujieron y algunas hojas cayeron despacio cuando la criatura angelical afianzó la mano que le quedaba en el tronco seco y agrietado. Apoyó los pies descalzos en la corteza y se quedó quieta, encaramada a una rama que se balanceaba, como si se tratase de una gárgola divina que, en lugar de vomitar agua de lluvia desde las alturas de alguna edificación, expulsaba sangre por el muñón de su brazo izquierdo desde la oscuridad de las copas de los árboles. Aquel ser miró a Kara desde arriba y la chica aminoró su marcha hasta detenerse casi a los pies del tronco. La mujer alada la contemplaba con gesto cansado y resignado, su expresión daba la sensación de que estaba perdiendo demasiada sangre. Despacio, se llevó su ala izquierda hasta la herida abierta y colocó sus impolutas plumas blancas sobre el manantial de sangre para frenar un poco la pérdida de líquido. Hizo una mueca de dolor y se soltó del tronco para caer de rodillas delante de Kara, que tuvo que dar unos pasos hacia atrás. El ángel trataba de incorporarse con torpeza, pero Kara decidió no esperar a que lo consiguiera y continuó huyendo. Reemprendió su marcha sin apartar la vista del ser divino que estaba dejando atrás, cuando, de pronto, tropezó con algo y cayó sobre la tierra. Sintió el puntiagudo filo de una multitud de piedrecitas clavándose en las palmas de sus manos. Se revolvió en el suelo y se dio media vuelta para comprobar si tenía a aquella criatura cerca, pero la mujer alada estaba erguida a los pies del árbol, mirando a Kara con su débil mirada verdosa brillando en las tinieblas. Kara bajó la mirada y se encontró con aquello con lo que había tropezado.



Se trataba de una espada a medio enterrar. Pero no era una espada como las que Kara conocía de libros o películas. La parte de la hoja a la vista era negra y curvada, y su filo, rojo y llameante. La oscura y reluciente empuñadura terminaba abajo en un pomo plateado con forma de cráneo. Carecía de mandíbula inferior, pero los colmillos superiores eran afilados como agujas. Más arriba, el guardamano estaba decorado con multitud de formas puntiagudas y retorcidas, que se asemejaban a unas llamas negras petrificadas.



Kara se dio cuenta de que la mujer angelical también miraba fijamente el arma. La chica pensó que aquel objeto era el motivo de todo, y el terror y la confusión la hicieron llegar a la conclusión de que aquel ser que la perseguía quería recuperar la espada para hacerle daño, de modo que se apresuró a recogerla antes que el ser alado.



¡No la toques, Kara! ―advirtió el ángel, a voz en grito y alzando la mano en señal de prohibición.



La dulce voz femenina resonó con contundencia entre los árboles del parque, y, a juzgar por el sepulcral silencio posterior, había parecido que los troncos se habían estremecido por el tono imperativo de aquella orden tajante. Kara obedeció y se detuvo justo antes de que su mano se cerrase alrededor de la empuñadura.



No toques esa espada, Kara Robbinson ―insistió una vez más el ángel femenino―. Es un arma dañina. Con solo tocarla, mancillará todo tu ser.



Kara apartó rápidamente la mano, como si rehuyese de un fuego invisible que la estuviese quemando. Observó entonces con detenimiento cómo el ángel emergía de las sombras hacia la luz de uno de los farolillos. Fue en aquel momento cuando pudo contemplar su cuerpo en detalle. Tenía el aspecto de una hermosa chica joven y atlética, aunque lo verdaderamente inhumano de su apariencia, aparte de las alas emplumadas, eran sus pechos, sin pezones ni aureola, y su pubis, completamente carente de sexo. La melena plateada le caía sobre los hombros, y sus portentosas alas la dotaban de un aspecto sobrecogedor, aunque el ala izquierda ahora estaba plegada sobre su hombro para cubrir la herida sangrante de su brazo.



Kara trató de alejarse un poco más arrastrando los pies por el suelo, pero la mirada del ángel recuperó su intensidad y pareció conseguir calmar los nervios de Kara y sosegar sus ansias de huir. Cuando el ángel llegó donde estaba la espada, se agachó y la recogió sin más.



No te preocupes, Kara. A los nuestros no nos afectan estas armas. Podemos tocarlas sin peligro alguno. Y calma tu corazón, muchacha, no la voy a usar en tu contra.



¿Eres... eres de verdad? ―preguntó con tono asustado la joven, aún en el suelo. El ángel acomodó la espada dañina entre el interior del ala izquierda y el hombro, y tendió la mano a Kara para ayudarla a levantarse. Al estar cerca del ser divino, Kara captó su refrescante aroma a menta.



Soy real, Kara Robbinson. Puedes verme, oírme, tocarme y sentirme. Me llamo Asáliah.



Kara había escuchado claramente el complicado nombre, pero al segundo ya lo había olvidado. Su cerebro estaba demasiado ocupado tratando de asimilar todo el conjunto de la situación.



¿Qué... qué quieres de mí? ¿Por qué dijiste antes que corría peligro?



Porque es cierto que estás en peligro, Kara. Esta noche resultará decisiva para tu porvenir, tanto en este mundo como en el siguiente. Y debemos apresurarnos. Las profundidades han enviado a otro para hacerse contigo, y debemos actuar antes de que nos encuentre. Por suerte, pude hacerme con su espada en la caída y desviarlo de su ruta para ganar algo de tiempo. Pero el tiempo sigue siendo un recurso escaso, Kara. Se está acercando raudo, lo presiento.



Un momento... ―interrumpió Kara, confusa, y se llevó las manos al gorro de lana para quitárselo. De pronto, tenía calor― ¿Qué dices? ¿Las profundidades han enviado a otro... a por mí? ¿Pero por qué? ¿Y si viene de abajo, por qué caíais los dos del cielo? ¿De qué va todo esto?



Escucha, Kara Robbinson: esta noche, el bien y el mal van a disputarse tu vida.



Kara frunció el ceño y negó con la cabeza.



Esto no está pasando...



Sí que está pasando, Kara. Y mejor será que venzas pronto tu incredulidad y escuches lo que tengo que decirte, porque el otro se acerca. Yo estoy aquí para salvarte, pero no te puedo obligar a aceptar la salvación. Los humanos sois libres de elegir, para eso se os concedió el libre albedrío. Necesito que me escuches para que puedas elegir con conocimiento de causa.



Esto... no está pasando, definitivamente. Oye, no sé si esto es una alucinación o un sueño o si me he muerto y estoy flipando, pero la verdad es que he tenido un día bastante asqueroso y... Oye, además, que yo tengo mis propios problemas..., problemas reales..., como para encima tener ahora que...



Kara... ―dijo el ángel, en un suspiro resignado, consciente de que apremiaba el tiempo.



Además, ¿qué se supone que tengo que hacer entonces para salvarme? ―interrumpió Kara, con voz histérica y asustada. Hablaba deprisa y las palabras se le amontonaban en la boca por los nervios que agarrotaban sus cuerdas vocales―. ¿Tengo que matar a ese otro o algo así? Porque si esto va de algo de eso, la verdad es que no podré hacer nada parecido ni por asomo.



Asáliah negó con la cabeza despacio. Luego, miró a Kara directamente a los ojos, con su intenso brillo verdoso, que caló hondo en la mortal hasta el punto de intimidarla. Kara no entendía cómo un ángel podía tener una mirada tan desconcertante.



Si de verdad deseas ser salvada, Kara Robbinson ―comentó Asáliah―, lo único que tienes que hacer es besarme en los labios.

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