―¿Besarte en los labios? ―Kara
no terminaba de creérselo―. ¿Me salvarás con un beso en los
labios?
Asáliah la contemplaba sin
dibujar expresión alguna en su rostro. Se mostraba contemplativa
mientras esperaba a que Kara decidiese si darle el beso o no.
―Con el beso quedarás
vinculada al lado celestial. Es así como se hace, Kara Robbinson
―con la mano libre, Asáliah apretó las plumas del ala plegada
contra le herida. Aun así, la sangre seguía fluyendo y goteando en
la tierra. En los momentos de silencio, se podía oír el goteo
marcando el paso de los segundos―. Con el beso quedará sellada tu
elección por el lado divino y toda esta situación tocará a su fin.
Después del beso, volverás a tu casa, descansarás, y mañana no
recordarás nada de lo sucedido para que así puedas seguir con tu
vida normal.
Asáliah hablaba, pero Kara, en
lugar de prestar atención, no dejaba de recorrer con la mirada el
cuerpo del ángel femenino. En su cabeza, no dejaba de cuestionarse a
sí misma cómo aquel ser había podido perder el brazo y por qué
tenía en su poder una espada de aspecto tan siniestro. Aun así, a
pesar de que Kara superara todos esos recelos iniciales para besar a
Asáliah en los labios, aún le quedaba por superar un escollo más,
y era que aquel ángel tenía aspecto de mujer. Kara sentía
profundos reparos al imaginarse a sí misma posando sus temblorosos
labios con sabor a lágrimas en los labios perfumados a menta de
Asáliah.
―¿Cómo sé... que no me estás
mintiendo? ―se atrevió a preguntar Kara―. ¿Cómo voy a estar
segura de que todo esto que me cuentas es verdad?
―Pocas cosas hay ciertas en la
existencia, Kara Robbinson. Depende de ti tomar la decisión que
creas oportuna. Y depende de ti afrontar las consecuencias de tu
acierto o de tu error.
―Vaya... Pues eso no me ayuda.
De verdad, todo esto es simplemente... demasiado para asimilarlo
así... de golpe ―nerviosa, Kara se recogió el pelo a un lado y
volvió a recorrer visualmente a aquel ángel, terriblemente real y
de pie ante ella―. ¿Y por qué me pasa esto a mí? ¿Es que soy
especial o algo así? ¿Voy a ser la madre del elegido o algún otro
rollo mesiánico de ese tipo?
Asáliah negó con la cabeza.
Kara se mostraba muy nerviosa y confundida, de modo que Asáliah
comenzó su explicación con una pregunta.
―¿Te sientes más sola esta
noche, Kara Robbinson?
La chica se ruborizó y, de
pronto, volvieron todos los recuerdos de su reciente ruptura, como un
bofetón emocional en su frías mejillas.
―¿A qué viene esa pregunta
ahora?
―Hoy te ha sucedido algo
tremendamente entristecedor, Kara Robbinson. Lo percibo en tu
corazón, latiendo al ritmo de los suspiros de tu alma apenada.
Sufres una terrible tristeza y te sientes muy sola, Kara. ¿A qué se
debe tanto pesar en un alma tan joven como la tuya?
La chica dudó en contestar.
Prefería mantener sus problemas en privado y adoptó una postura
defensiva.
―Pensaba que los ángeles lo
sabían todo ―se defendió ella, que se sentía atacada en su
intimidad.
―No te apures. No pretendo
hacerte contar aquello que te incomoda o te produce sufrimiento.
Simplemente trato de hacerte entender por qué te encuentras en la
situación en la que te encuentras, y por qué estoy aquí ahora
hablando contigo, y no con otro mortal ―Asáliah apretó los
dientes para soportar el latigazo de dolor que le originó el roce
inesperado de sus dedos en la herida. Aquella mueca no pasó
desapercibida para Kara.
―Tampoco sabía que los ángeles
sentían dolor. ¿Quieres que te haga un torniquete o busque ayuda
o...?
―No tienes que preocuparte por
mí, Kara, aunque agradezco tu preocupación. Yo estoy a salvo. Esta
herida, aunque merma mis capacidades, no es nada suficiente como para
acabar con alguien como yo.
―¿Si te beso..., te curarás?
―Te ruego que contengas tu
curiosidad sobre mi estado y te centres en tu próxima decisión de
esta noche ―Asáliah acomodó el ala alrededor de la herida para
ocultar la sangre de la vista de la inquisitiva joven―. Mi estado
no debe influir en el hecho de que decidas besarme o no.
―Bueno, pues te beso y ya está.
Decidido. Todo esto acabará y pasará a ser un recuerdo olvidado
dentro de mi cabeza. ¿Verdad?
―Eso último es cierto, pero
insisto en que...
Sin embargo, Kara ya había
escuchado suficiente, y no soportaba quedarse mirando cómo aquella
preciosa muchacha alada se desangraba delante de ella esperando a que
tomase una decisión. De modo que dio los dos pasos que la separaban
de Asáliah, hizo de tripas corazón, juntó los labios y cerró los
ojos para estampar un beso en los labios del ángel.
Asáliah apartó la cabeza y
retrocedió un paso. Kara casi cae de bruces al no encontrarse con el
rostro de Asáliah a la distancia que esperaba.
―¿Por qué has hecho eso?
¿Pensaba que era eso lo que querías?
―Entiende, Kara, por favor, que
no debes tomar esta decisión por mí, sino por ti. No debes elegirme
a mí porque esté herida, sino porque entiendes que es lo mejor para
ti.
―¿¡Y qué otra alternativa
tengo!? ―gritó, enfadada por la confusión.
―El otro ángel que han enviado
también quiere un beso tuyo, Kara Robbinson ―empezó a contar
Asáliah―, pero el otro no se detendrá ni te dará oportunidad de
elegir. Ha venido a robar tu beso. Aun así, los mortales sois
impredecibles, y puede que prefieras esa opción. Yo te estoy dando a
elegir lo que desees.
―¿Quién es ese otro ángel?
―Desconozco su nombre, pero se
trata de un enviado de las Profundidades. Es un ser astuto y
embaucador que hará todo lo posible para conseguir tu beso. En la
caída desde las Alturas pude enfrentarme a él. Me hirió, como ya
has visto, pero yo al menos le pude arrebatar su arma ―y con la
barbilla, Asáliah señaló a la espada que llevaba a la espalda.
―No comprendo por qué me
sucede todo esto a mí... Soy tan solo una más entre muchas. Y ya
tengo suficiente con lo mío como para encima tener este tipo de
preocupaciones extrañas ahora. Ahora mismo lo que me apetece es
estar sola y... ―”llorar” era la palabra que quiso decir, pero
Kara dejó la frase sin acabar.
―Esas emociones que te inundan
son precisamente lo que te hace especial esta noche, Kara. Tu alma ha
soportado hoy un duro golpe emocional ―empezó a explicar Asáliah―.
Un golpe tan devastador que incluso has preferido no compartirlo
conmigo y guardarlo en las esquinas doloridas de tu corazón. Respeto
tu silencio. Sin embargo, aunque yo desconozco cuál es el motivo de
tu tremenda pena, sí que ha habido un ángel hoy que conoció de
primera mano el motivo de tu pesar.
―¿Otro ángel? ¿Te refieres a
ese otro que viene a por mí?
―No, Kara. No hablo del otro.
Me refiero a ese ángel invisible que te ha acompañado en todo
momento desde el mismo instante de tu nacimiento. Un ángel al que se
le había encargado desde el principio que cuidara de ti y velara por
tu bienestar para siempre.
―¿Estás hablando de mi ángel
de la guarda...?
―Cierto, Kara. Nunca lo has
visto, pero siempre ha estado ahí, a tu lado, para ayudarte y
protegerte.
―Bueno, pues deja que te diga
que ese angelito invisible debe de estar de vacaciones hoy, porque he
tenido un día asqueroso.
―En realidad, tu ángel de la
guarda te ha protegido hoy como nunca antes lo había hecho, Kara
Robbinson. Y se ha sacrificado por ti. La pena que hoy se ha anclado
en tu corazón es tan pesada y tan inabarcable que, con el tiempo, te
hubiese arrastrado a la soledad primero, luego a la locura y por
último a la perdición. Tu ángel de la guarda se dio cuenta de ello
justo a tiempo y decidió cargar con parte del peso de tu
sufrimiento. Pero el pesar resultó ser muy amargo, y tu pérdida ha
sido demasiado dolorosa. Tu ángel no pudo hacer nada para evitar
verse desbordado y arrastrado por el torbellino de amargura de tu
espíritu.
―Espera un momento... ¿Qué
quieres decir con todo eso?
―...Que tu pena ha matado a tu
ángel de la guarda, Kara Robbinson, y tu alma ha quedado
desamparada. Un alma sin su protector destaca en la oscuridad del
Orden universal como un faro de luz viva en una noche oscura sin
luna, y atrae a todo tipo de seres etéreos, tanto de las Alturas
como de las Profundidades. Esta noche, Kara Robbinson, las Alturas y
las Profundidades se disputarán tu ser, y yo te ofrezco la
posibilidad de decidir si deseas que tu nuevo ángel sea un ser de
las Alturas o de las Profundidades, te doy a elegir entre besarme a
mí o al otro que está por llegar.
―¿Y tú? ―preguntó la
asombrada chica―. ¿De dónde vienes? ¿De arriba o de...?
―Ya te he dicho que me llamo
Asáliah, Kara Robbinson, y mi hogar se encuentra en las Alturas
celestiales ―contestó con rotundidad, al tiempo que seguía
portando a la espalda la desconcertante espada de hoja en llamas.
La chica trató de tragar saliva,
pero su boca estaba completamente seca.
―Esta noche estás sola, Kara
Robbinson, porque ningún ángel vela por ti.
***
Fuera del parque, un coche aparcó
sobre la acera cerca de la entrada. Claude se bajó del vehículo y
apuntó apresuradamente con el índice hacia el bloque de pisos del
otro lado de la calle.
―Kara vive en ese edificio ―y
volvió la mirada atrás para comprobar si su acompañante ya seguía
sus pasos apresurados.
Elémiah bajó de un salto del
techo del coche y se quedó mirando la entrada del parque, iluminada
por la luz amarilla de las farolas.
―No, Claude ―se negó
Elémiah, moviendo ligeramente su ala herida―. Tu hermana está
dentro de este recinto. Y está acompañada del ángel rebelde.
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