jueves, 3 de octubre de 2013

Vueltas en círculo y callejones sin salida

¿Y cuánto tiempo llevas aquí?



Para atajar el frío, Alain dio palmas con las manos dentro de sus manoplas y luego dedicó unos segundos a contar los meses mentalmente.

Creo que llevo más de un año, pero no me hagas mucho caso. Aquí dentro es bastante difícil llevar la cuenta del tiempo. Cuando ya llevas más de dos semanas caminando, todos los días te parecen iguales.



Vaya... ―respondió Ámber con un tono apenado en su voz―, eso es mucho tiempo.



No es para tanto. Lo curioso es que te terminas acostumbrando. Y una vez que te acostumbras, no está tan mal.



¿En serio? Pues yo llevo aquí tres días y ya estoy de los nervios. Menos mal que te he encontrado, porque sola me hubiera vuelto loca. Estoy deseando encontrar de una vez la salida.



¿La salida? ―Alain sonrió y compartió una mirada escépitca con la chica―. ¿Pero es que eso existe?



Tiene que existir. En todo laberinto hay una entrada y una salida. Tan solo hay que recorrerlo para encontrarla.



Tu nombre era Ámber, ¿verdad?



Sí.



Pues mira, Ámber, en todo este tiempo que llevo dando vueltas aquí dentro, jamás he encontrado nada parecido a una salida. A veces, cuando hace calor, puede que haya visto algún espejismo..., alguna pared que parece que da al vasto horizonte. Otras veces, cuando hay nieve, como hoy, el brillo del hielo te hace creer que delante de ti el muro desaparece. Pero nada de eso es real. Tanto en un caso como en otro, las supuestas salidas son solo meras ilusiones. Jamás he doblado una esquina y he visto una salida ante mí, créeme. Si no, no estaría aquí hablando contigo ahora mismo. Lo único que hay aquí dentro son callejones sin salida y caminos que te hacen dar vueltas en círculo. Ni más, ni menos.



Hablas como si no quisieras salir de aquí.



Alain la miró fijamente, sin que ninguno de los dos dejase de caminar. Ámber le devolvió la mirada. Sus ojos eran de un castaño dulce y brillaban con la chispa de la esperanza. Alain se sintió sobrecogido por la belleza de la muchacha y durante unos segundos no supo qué decir. Solo se escuchaba el crujir de la nieve escarchada bajo sus botas.



¡Claro que quiero salir...! Si no quisiera salir, dejaría de caminar y me refugiaría en cualquiera de los agujeros donde paso las noches.



Entonces, si quieres salir de verdad, ¿has hecho alguna vez algún mapa de los caminos que has tomado o has memorizado alguna ruta?



Últimamente no ―respondió, avergonzado.



Pues entonces es que no quieres salir. Al menos, creo que no “deseas” salir. ¿Sabes lo que digo? Si de verdad quisieras salir, harías todo lo posible para...



Oye, ¿te acabo de conocer y ya me estás dando lecciones? Te propuse que me acompañaras para que nos hiciéramos compañía, no para que me hagas sentir como un capullo.



Te sientes como un capullo, porque has estado actuando como un capullo. ¿Más de un año aquí dando vueltas y no has hecho un miserable mapa?



Lo intenté, ¿vale? Durante los primeros meses, lo intenté, pero eso no funciona. Aquí dentro no funciona lo de los mapas o lo de la memoria. Este laberinto no tiene fin y cada día parece que las esquinas cambian de sitio. De verdad, Ámber, no pretendo desanimarte, tan solo quiero que veas la realidad. Y la realidad dice que de aquí no hay salida.



¿Y por qué no volvemos al principio? Podríamos regresar a la entrada y salir de este lugar.



¿Te sabes el camino de vuelta?



Ámber se detuvo y volvió la vista atrás. Se llevó el índice a la barbilla e intentó rememorar cada uno de los giros que había dado, hasta que se dio cuenta de que eran demasiados para recordarlos todos. La chica guardó silencio y avanzó a paso rápido hasta que llegó de nuevo a la altura de Alain.



Sigamos caminando ―propuso él.



¿Para qué? ¿Para no ir a ninguna parte?



¿Es que prefieres quedarte parada?



Prefiero hacer algo útil que nos saque de aquí.



¿Como qué?



Dejar un rastro... Hacer marcas en el camino... Buscar algún sitio elevado desde el que ver todo el laberinto...



Ya, claro...



Alain... ―la chica habló más despacio que antes―, con esa actitud no me extraña que lleves tanto tiempo en el laberinto.



Alain se paró en seco y se dirigió a la muchacha.



¿Y qué quieres que haga? He intentado todo eso que dices y no sirve nada. ¿¡Qué más quieres que haga!?



Que digas de corazón que quieres encontrar la salida.



Alain empezó a llorar y las palabras que iba a decir se atragantaron en la estrechez que el llanto formó en su garganta. Ámber lo cogió de la mano.



Yo sí quiero salir de este laberinto ―le dijo la chica―. Y quiero salir de aquí contigo.



Ámber tomó la delantera y tiró del compungido Alain para que mantuviera su paso. Cuando giraron la siguiente esquina, la salida estaba frente a ellos. El rostro de la muchacha se iluminó de alegría, soltó la mano de Alain y se apresuró a atravesar la puerta para salir de una vez del laberinto. Alain fue detrás de ella, con paso lento e inseguro. Con el asombro marcado en su cara, se quitó el gorro de lana y empezó a estrujarlo entre las manos mientras Ámber jugaba con la nieve al otro lado del muro de piedra del laberinto. La chica lo miró, proyectando una preciosa sonrisa que iluminaba más que el anaranjado sol naciente que salía por la cordillera de detrás de ella. Ámber se acercó a la salida desde fuera y, desde su lado, extendió la mano hacia Alain para que saliera y estuviera con ella.



Alain titubeó y dio un primer paso inseguro hacia la salida. Ámber lo esperaba fuera, con la promesa de libertad y de amor. Alain llevaba demasiado tiempo en el laberinto y estaba acostumbrado a caminar sin ir a ninguna parte. Eso era a lo que se había dedicado hasta convencerse a sí mismo de que ese era su verdadero destino. Sin embargo, aquella muchacha había aparecido de buenas a primeras y había puesto su mundo patas arriba. En aquel momento, un nuevo horizonte se abría ante él. No estaba seguro de qué hacer: ¿debería salir y arriesgarse o quedarse y continuar con lo que ya conocía? El exterior del laberinto le daba miedo. Estaba asustado. Pero Alain dio otro paso, y la sonrisa de Ámber era cada vez más hermosa.

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