jueves, 10 de octubre de 2013

Culpa

Contempló la pastilla durante unos segundos. No pudo evitar que su mente buceara en el doloroso recuerdo que le encogía el corazón y le anudaba la garganta. Tan pronto volvió en sí, se lanzó la pastilla dentro de la boca y la obligó a bajar por la garganta a base de grandes y sonoros tragos de agua. Pasó su mano por el rostro y se dio cuenta de que todavía estaba temblando. Zack tomó aire con calma para relajarse y permitir que el tranquilizante fuese haciendo su efecto. Apagó la luz de la mesita de noche y se acomodó entre las sábanas de la cama. Un profundo suspiro supuso el inicio de una noche que Zack esperaba pasar a base de fármacos.

Pero el sueño no llegó, y le sobrevino un segundo suspiro. Esta vez, con un nuevo matiz. En el dormitorio percibió un aroma en el aire. Se trataba de un olor suave, dulce, apetecible... Una fragancia a limpio y fresco propia del de una persona que acaba de salir de su baño diario. A Zack no le incomodó en absoluto aquel olor ni le preocupó de dónde podría provenir. Tan solo trató de sacarle partido como un recurso más para relajarse y alcanzar el tan ansiado sueño.



Lentamente, Zack fue sintiendo cómo lo embargaba el sopor del sueño, que borra todo rastro de remordimiento durante toda una noche.



No vas a poder dormir, Zack ―dijo de pronto una voz dentro del oscuro dormitorio.



Las sábanas no impidieron que Zack diese un salto sobre el colchón y rodara hacia un lado, cayendo por el borde de la cama. A tientas, atinó a encender la luz de la mesita. No había nadie más en la habitación. Sin embargo, estaba completamente seguro de que había oído hablar a alguien, y tenía la sensación de que aquella voz había venido de la silla en el lateral de la habitación. Pero el asiento estaba vacío, solamente había algunas camisetas colgadas del espaldar. Revisó la parte de abajo de la cama, los armarios, e incluso echó un vistazo por la ventana. No encontró a nadie que pudiese haber pronunciado aquellas palabras. Un nuevo suspiro y Zack volvió a acariciar su rostro con la mano. El temblor había empeorado. Cerró los ojos resignado y una imagen fugaz del volante de su vehículo apareció justo detrás de sus párpados. Dio un respingo y el corazón comenzó a latir desbocado. El tranquilizante no estaba haciendo efecto. Apretó los labios y meditó si tomar un segundo comprimido. Negó con decisión con la cabeza y se metió a la fuerza en la cama de nuevo. Tenía que dormir. Tenía que descansar. Y debía hacerlo sin tomar demasiados químicos para poder rendir bien en el trabajo al día siguiente.



Suspiró. Apagó la luz. Se acomodó.



NO DOR-MIIIII-RÁAAAAAAAS.



Esta vez, Zack controló el escalofrío que heló toda la sangre de su cuerpo y tuvo la calma suficiente para mirar hacia la silla sin encender la luz. Allí estaba aquel hombre, vestido de traje y corbata, y mirando a Zack con una sonrisa bobalicona en su cara.



Zack se revolvió sobre el colchón y dio un salto para alejarse de aquel individuo. Encendió la luz y levantó las manos para defenderse de cualquier posible ataque.



¿Qué cojones haces...?



Se calló repentinamente cuando se dio cuenta de que estaba hablando con una silla vacía. Zack volvió a mirar en todas direcciones, e incluso recorrió todo su apartamento para comprobar puertas y ventanas, pero allí dentro no había nadie. Se sacudió el pelo repetidamente para sacudirse también de paso las visiones y hacer que su mente se centrara. Miró el reloj, ya era la una de la mañana y el despertador sonaría a las seis y media. Debía aprovechar el tiempo que le quedaba hasta el amanecer para poder descansar un poco. Regresó al dormitorio con paso lento y comprobó cada esquina del dormitorio con la mirada a medida que se iba adentrando entre las sábanas. Una idea alocada asomó en su mente. Sin tenerlas todas consigo, la puso en práctica.



Zack apagó la luz y, sin recostarse, miró hacia la silla. Allí estaba de nuevo el hombre sentado. Zack se arrastró por el colchón hasta que lo interpuso entre él y su visitante.



Tío, fuera de mi casa o llamo a la policía.



Adelante, llama a las autoridades, Zack ―lo desfió el hombre―. A ver cómo les explicas a los agentes que hay un asaltante en tu casa que únicamente aparece cuando apagas la luz.



Aquello era imposible. No podía ser. Zack tenía la lámpara de la mesita de noche justo al lado. Zack encendió la luz, y el hombre desapareció. Volvió a apagarla, y reapareció. Zack no daba crédito a lo que estaba viendo. Volvió a encender y volvió a apagar, y el resultado fue el mismo.



¿Te diviertes? ―le preguntó el hombre mientras se abotonaba distraído los gemelos en sus mangas.



¿Estoy soñando? ―le preguntó Zack.



El hombre contuvo la risa en su garganta.



Eso es lo que a ti te gustaría.



¿Quién eres...? ¿Qué quieres? Yo no tengo mucho dinero...



No quiero tu dinero, insensato.



Entonces...



Vengo a hacerte compañía, Zack, y a asegurarme de que te mantengo despierto todo el tiempo posible.



Pero..., ¿por qué?



Yo podría hacerte la misma pregunta, Zack. ¿Por qué? ¿Por qué se te ocurrió contestar ese mensaje mientras conducías? ¿Por qué no prestaste atención a la carretera, Zack? ¿Por qué no paraste cuando notaste aquel fuerte golpe en el coche, Zack? ¿Por qué no te detuviste para comprobar qué había sido, Zack? O quizás, podría preguntarte por qué no llamaste a la policía cuando aparcaste y viste las manchas de sangre en el capó. Podría hacerte muchas preguntas, Zack. Y, de hecho, voy a hacértelas. Una y otra vez. Durante toda la noche, durante todas las noches. Hasta que un buen día te vuelvas loco o expíes tu culpa. Lo que sea que pase primero.



El hombre sonrió. A Zack le faltó el aliento. Iba a ser una noche muy larga. Y también lo serían las que estaban por llegar.

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