Contempló la pastilla durante
unos segundos. No pudo evitar que su mente buceara en el doloroso
recuerdo que le encogía el corazón y le anudaba la garganta. Tan
pronto volvió en sí, se lanzó la pastilla dentro de la boca y la
obligó a bajar por la garganta a base de grandes y sonoros tragos de
agua. Pasó su mano por el rostro y se dio cuenta de que todavía
estaba temblando. Zack tomó aire con calma para relajarse y permitir
que el tranquilizante fuese haciendo su efecto. Apagó la luz de la
mesita de noche y se acomodó entre las sábanas de la cama. Un
profundo suspiro supuso el inicio de una noche que Zack esperaba
pasar a base de fármacos.
Pero el sueño no llegó, y le
sobrevino un segundo suspiro. Esta vez, con un nuevo matiz. En el
dormitorio percibió un aroma en el aire. Se trataba de un olor
suave, dulce, apetecible... Una fragancia a limpio y fresco propia
del de una persona que acaba de salir de su baño diario. A Zack no
le incomodó en absoluto aquel olor ni le preocupó de dónde podría
provenir. Tan solo trató de sacarle partido como un recurso más
para relajarse y alcanzar el tan ansiado sueño.
Lentamente, Zack fue sintiendo
cómo lo embargaba el sopor del sueño, que borra todo rastro de
remordimiento durante toda una noche.
―No vas a poder dormir, Zack
―dijo de pronto una voz dentro del oscuro dormitorio.
Las sábanas no impidieron que
Zack diese un salto sobre el colchón y rodara hacia un lado, cayendo
por el borde de la cama. A tientas, atinó a encender la luz de la
mesita. No había nadie más en la habitación. Sin embargo, estaba
completamente seguro de que había oído hablar a alguien, y tenía
la sensación de que aquella voz había venido de la silla en el
lateral de la habitación. Pero el asiento estaba vacío, solamente
había algunas camisetas colgadas del espaldar. Revisó la parte de
abajo de la cama, los armarios, e incluso echó un vistazo por la
ventana. No encontró a nadie que pudiese haber pronunciado aquellas
palabras. Un nuevo suspiro y Zack volvió a acariciar su rostro con
la mano. El temblor había empeorado. Cerró los ojos resignado y una
imagen fugaz del volante de su vehículo apareció justo detrás de
sus párpados. Dio un respingo y el corazón comenzó a latir
desbocado. El tranquilizante no estaba haciendo efecto. Apretó los
labios y meditó si tomar un segundo comprimido. Negó con decisión
con la cabeza y se metió a la fuerza en la cama de nuevo. Tenía que
dormir. Tenía que descansar. Y debía hacerlo sin tomar demasiados
químicos para poder rendir bien en el trabajo al día siguiente.
Suspiró. Apagó la luz. Se
acomodó.
―NO DOR-MIIIII-RÁAAAAAAAS.
Esta vez, Zack controló el
escalofrío que heló toda la sangre de su cuerpo y tuvo la calma
suficiente para mirar hacia la silla sin encender la luz. Allí
estaba aquel hombre, vestido de traje y corbata, y mirando a Zack con
una sonrisa bobalicona en su cara.
Zack se revolvió sobre el
colchón y dio un salto para alejarse de aquel individuo. Encendió
la luz y levantó las manos para defenderse de cualquier posible
ataque.
―¿Qué cojones haces...?
Se calló repentinamente cuando
se dio cuenta de que estaba hablando con una silla vacía. Zack
volvió a mirar en todas direcciones, e incluso recorrió todo su
apartamento para comprobar puertas y ventanas, pero allí dentro no
había nadie. Se sacudió el pelo repetidamente para sacudirse
también de paso las visiones y hacer que su mente se centrara. Miró
el reloj, ya era la una de la mañana y el despertador sonaría a las
seis y media. Debía aprovechar el tiempo que le quedaba hasta el
amanecer para poder descansar un poco. Regresó al dormitorio con
paso lento y comprobó cada esquina del dormitorio con la mirada a
medida que se iba adentrando entre las sábanas. Una idea alocada
asomó en su mente. Sin tenerlas todas consigo, la puso en práctica.
Zack apagó la luz y, sin
recostarse, miró hacia la silla. Allí estaba de nuevo el hombre
sentado. Zack se arrastró por el colchón hasta que lo interpuso
entre él y su visitante.
―Tío, fuera de mi casa o llamo
a la policía.
―Adelante, llama a las
autoridades, Zack ―lo desfió el hombre―. A ver cómo les
explicas a los agentes que hay un asaltante en tu casa que únicamente
aparece cuando apagas la luz.
Aquello era imposible. No podía
ser. Zack tenía la lámpara de la mesita de noche justo al lado.
Zack encendió la luz, y el hombre desapareció. Volvió a apagarla,
y reapareció. Zack no daba crédito a lo que estaba viendo. Volvió
a encender y volvió a apagar, y el resultado fue el mismo.
―¿Te diviertes? ―le preguntó
el hombre mientras se abotonaba distraído los gemelos en sus mangas.
―¿Estoy soñando? ―le
preguntó Zack.
El hombre contuvo la risa en su
garganta.
―Eso es lo que a ti te
gustaría.
―¿Quién eres...? ¿Qué
quieres? Yo no tengo mucho dinero...
―No quiero tu dinero,
insensato.
―Entonces...
―Vengo a hacerte compañía,
Zack, y a asegurarme de que te mantengo despierto todo el tiempo
posible.
―Pero..., ¿por qué?
―Yo podría hacerte la misma
pregunta, Zack. ¿Por qué? ¿Por qué se te ocurrió contestar ese
mensaje mientras conducías? ¿Por qué no prestaste atención a la
carretera, Zack? ¿Por qué no paraste cuando notaste aquel fuerte
golpe en el coche, Zack? ¿Por qué no te detuviste para comprobar
qué había sido, Zack? O quizás, podría preguntarte por qué no
llamaste a la policía cuando aparcaste y viste las manchas de sangre
en el capó. Podría hacerte muchas preguntas, Zack. Y, de hecho, voy
a hacértelas. Una y otra vez. Durante toda la noche, durante todas
las noches. Hasta que un buen día te vuelvas loco o expíes tu
culpa. Lo que sea que pase primero.
El hombre sonrió. A Zack le
faltó el aliento. Iba a ser una noche muy larga. Y también lo
serían las que estaban por llegar.
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