jueves, 5 de septiembre de 2013

Visiones

¿Quiere patatas fritas con la hamburguesa?



La joven del establecimiento de comida rápida se quedó mirando a Elías con gesto interrogativo. El silencio estaba durando más de lo esperado.

Señor..., que si quiere patatas fritas con su hamburguesa ―repitió la joven rellenita.



S.. sí ―tartamudeó Elías finalmente.



La muchacha disimuló un gesto de disgusto y obedeció sirviendo una ración de patatas que se desparramó encima de la bandeja de plástico. El aceite empezó a empapar el papel de la bandeja, que mostraba el dibujo de un payaso sonriente que daba brincos sobre un columpio. El papel empezó a arrugarse en la parte del rostro del payaso, hasta torcer su sonrisa en una mueca escalofriante. Elías retuvo esa imagen en su mente mientras el mundo a su alrededor desaparecía. Apenas podía escuchar que la chica le repetía una otra vez el precio de la comida, para que pagara y se apartara de la fila.



De pronto, Elías abandonó su ensoñación y se quedó ensimismado contemplando el rostro cubierto de granos de aquella chica, que movía los labios sin que él pudiera escuchar lo que decía. “¿Es que a nadie más le llama la atención?”, se preguntó para sí mismo. Él miraba fijamente los ojos de la joven, vacíos, sin pupila. Eran completamente blancos y estaban recubiertos de líneas venosas azules. “¿Qué le ha pasado a esta pobre muchacha? ¿Acaso es ciega...? Pero si me mira directamente y me ha servido la comida...”, pensaba Elías, sin llegar a reaccionar ni a comprender por qué aquella chica tenía los ojos sin vida.



Señor, por favor, pague y apártese, por favor. Está formando una cola detrás de usted.



La chica parecía totalmente ajena al terrible estado de sus ojos, de modo que Elías prefirió callar y obedecer. Tras pagar, cogió la bandeja con pulso tembloroso y sorteó la aglomeración de personas hasta llegar a una mesa vacía.



Todos a su alrededor lo estaban mirando con los mismos ojos blancos y siniestros. Elías se sintió tan incómodo al sentir todas aquellas miradas muertas encima de él que dejó la bandeja de su almuerzo sobre la mesa y abandonó el establecimiento. Pensó que seguramente estaba viendo cosas extrañas por haber dormido tan poco y tan mal la noche anterior, y necesitaba tomar un poco de aire fresco para despejar la cabeza.



Cuando salió a la calle, suspiró profundamente, cerró los ojos y levantó la cabeza hasta encarar directamente el azul insondable del cielo infinito. Cuando se sintió algo más calmado, abrió los ojos y bajó la mirada lentamente. Su estómago estaba encogido, pues temía que todavía pudiese ver a alguien con la mirada vacía. Sin embargo, lo que vio fue mucho peor.



Las fachadas de los edificios estaban derruidas, y podía ver fuego a través de algunas ventanas rotas. El humo se elevaba en columnas vertiginosas que marcaban los puntos incendiarios. Elías no pudo evitar retroceder unos pasos a causa de la fuerte impresión. Sin querer, se tropezó con alguien.



Tío, mira por dónde vas ―dijo aquel hombre a Elías.



Pero Elías ni siquiera pudo disculparse, tan solo fue capaz de quedarse balbuceando cuando vio que la cara de aquel hombre estaba quemada y despellejada.



Jodido friki ―le insultó el hombre mientras se marchaba, con las palabras saliendo de su boca llena de dientes y sin labios.



Elías se llevó las manos a la cara y decidió regresar al único lugar seguro que le brindaría un poco de seguridad y estabilidad mental. Sin pensárselo dos veces, se encaminó hacia su piso y clavó la mirada en los adoquines de la acera. Pero hasta el suelo que pisaba tenía un aspecto aterrador. Había grietas por todas partes, manchas de sangre y restos de personas sembrados por doquier. Las pocas veces que Elías se atrevió a levantar la mirada, vio a gente destrozada, desnuda o recubierta del polvo de los escombros, pero todas ellas actuaban con normalidad, llevando sus bolsas de la compra, hablando por sus smartphones y discutiendo sobre lo malos que son los políticos.



Elías ansiaba que que todas aquellas terribles visiones desaparecieran una vez que se tumbara un rato en la cama. Dentro de sí mismo, notaba cómo su cordura empezaba a deshilacharse cada vez más.



Cuando giró la llave y abrió la puerta, la cerró y se apoyó en ella con la espalda. Suspiró aliviado y se encaminó hacia su dormitorio, aunque le sorprendió ver tierra sobre la alfombra. Justo entonces, levantó la mirada y contempló el cielo gris que se veía a través del boquete que había en el techo. En torno a él, todo estaba destrozado y apenas quedaban paredes en pie. Los muebles estaban calcinados y casi no quedaba nada del muro que daba a la calle. Elías se acercó al borde del muro destrozado y contempló la ciudad a sus pies, en llamas y humeante. Sobrecogido, fue corriendo hacia su cuarto. Y allí se encontró a sí mismo durmiendo ya sobre el colchón agujereado y sucio, abrazado a un palo de madera como único medio de defensa y con algunas botellas de agua y provisiones bajo la cama.



Elías cayó de rodillas y se llevó las manos a la boca. Deseó con todas sus fuerzas que aquellas visiones nunca se hiciesen realidad.

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