jueves, 21 de marzo de 2013

Mariposas en las paredes (Séptima y última parte)

Lo que Fran estaba viendo lo dejó sin aliento.

De los ojos de Nórah no dejaban de caer grandes lágrimas, y con su mirada clamaba auxilio de una forma tan desesperada como silenciosa. Algo le retorcía la boca para esbozar una sonrisa forzada dirigida a su novio, quien tampoco fue capaz de articular palabra alguna. Se fijó en sus ojos y comprendió que Nórah seguía allí, dentro de su cuerpo, y la muchacha trataba de expulsar algo extraño de su interior a través de un vertido constante de lágrimas.

Bebiéndose su propio llanto, Nórah se inclinó sobre el cuerpo del vagabundo y hundió sin miramientos la mano entre las entrañas podridas de la barriga reventada. La peste inundó el aire y Fran apretó la tela de su camiseta contra la nariz al tiempo que intentaba encontrar algún sentido a aquel acto. La chica sacó la mano, goteando con fluidos en descomposición, se dio media vuelta y continuó dibujando mariposas en la pared del fondo. Ya estaba terminando de dibujar los lunares de las alas de la tercera.

—Nórah... ¿Qué rayos te crees que estás haciendo? —consiguió decir, pero ella no respondió—. Venga, deja eso, por favor. Ven conmigo. Como... Como no salías, he llamado a emergencias, ¿sabes? Van a mandar una patrulla. No es buena idea que...

—¡Jo, este ya no pinta! —lo interrumpió ella de pronto, como si fuese una niña caprichosa.

—Nórah, por lo que más quieras. Escúchame. Algo... algo te ha afectado esta noche —le pareció increíble haber dicho esas palabras—. Fíjate en lo que estás haciendo. Aquí hay un tío muerto y destrozado, y tú estás... Joder, ahora hay huellas tuyas y mías por todas partes y va a venir la policía. Venir aquí ha sido una pésima idea...

—¿Y ahora cómo puedo terminar mi dibujo? —Nórah parecía totalmente ajena a lo que decía Fran—. ¡Ya lo sé!

La chica se dio media vuelta y miró a Fran con su mirada desesperada. Sus ojos rompieron a llorar. Nórah ya sabía qué le iba a obligar a hacer la presencia de su interior.

—Ya sé cómo voy a terminar mi dibujo —proclamó.

Nórah se llevó el dedo índice a la boca y se lo arrancó de un mordisco.

—Pintaré con esto —dijo, mientras sus ojos, abiertos al máximo, chillaban de dolor en silencio—. ¿Quieres pintar conmigo? —y la muchacha encaró otra vez el muro para continuar con su tarea, pintando con la herida abierta de su dedo.

A Fran se le nubló la vista y, durante una milésima de segundo, tuvo la impresión de que estaba viviendo la peor de las pesadillas y de que no había forma de que todo lo que estaba sucediendo fuese real.

—¡Pero qué haces, Nórah! —y salió corriendo hacia ella, para sacarla de la casa a la fuerza.

Sin previo aviso, algo frío puso sus manos sobre la cara de Fran y lo empujó contra la pared. Su cuerpo golpeó el muro con una violencia brutal. Sintió un tacto helado que lo presionaba contra la dura superficie hasta que le sacó todo el aire de los pulmones. Fran se retorció hasta que consiguió liberarse. La ráfaga de aire frío lo atravesó y salió rauda por la puerta.

—¡Has asustado a mi hermanito! —gritó la chica, cuando dejó de dibujar.

“Perdóname, Nórah”, pensó Fran y, sin pensárselo dos veces, le asestó un fuerte golpe en la cabeza con la lámpara de la mesilla de noche para dejarla inconsciente. La chica cayó redonda en el suelo. Cuando soltó la lámpara, Fran sollozó y se limpió las lágrimas del rostro. La piel se le erizó y tuvo la sensación de que algo dañino y poderoso iría a por él en cuestión de segundos. Se acomodó la mochila a la espalda y cogió en brazos el cuerpo inconsciente de Nórah.

Cada paso dado era un paso menos dentro de la casa y uno más cerca de la salida. A su alrededor, en la planta baja, en el techo, por todas partes, empezó a escuchar correteos, golpes y portazos. Pero Fran siguió caminando hasta la escalera. Las piernas le temblaban, las lágrimas se le amontonaban, el miedo lo atosigaba, y, allí abajo, estaba la puerta de salida. Cerrada, pero la ventana seguía rota.

El olor a podrido regresó, y empezó a notar frío por la espalda. Un empujón lo lanzó por los aires escaleras abajo y lo hizo caer al suelo con Nórah a su lado. El chico se puso de pie lo antes posible, pero apenas pudo dar un paso. Se dio cuenta de que se había torcido el tobillo. Perdió el equilibrio y tuvo que apoyarse en la pared. Delante, a unos pocos pasos, la puerta de salida se abrió sola, y Fran se obligó a ser fuerte. Para cuando fue a recoger a Nórah, el viento gélido arrastraba el cuerpo de la chica a la escalera que bajaba al sótano. Fran se tiró al suelo y agarró la mano de su novia tan fuerte como pudo. Pero aquella fuerza que tiraba de ella era incontenible y comenzó a arrastrar a Fran con ella hasta que su mano se escapó de la suya.

—¡No! —chilló él. Y pensó en alguna distracción para que soltara a Nórah. Una dolorosa idea apareció en su mente, tan evidente como urgente. Debía hacerlo cuanto antes. Fran se llevó el dedo índice a la boca y trató de mordérselo, pero no fue capaz, dolía demasiado. Nórah ya casi había llegado a la bajada de la escalera, él tenía que hacer algo. Fran eligió entonces una tarea más sencilla: el meñique. Lo colocó entre los dientes y, sin dudarlo, se dio un golpe seco en la mandíbula inferior para cerrarla. El dolor fue insoportable, pero aun así no fue capaz de arrancarse el dedo del todo, tan solo lo destrozó y torció, pero la sangre que manaba de él era lo que importaba.

—¡Eh! ¡Mira! ¡Mira! Mira esta mariposa. ¡Aquí! ¡Justo aquí! —y empezó a dibujar una en la pared más cercana con la herida que se había abierto.

La ráfaga de viento dejó de arrastrar a Nórah. De reojo, Fran pudo ver mientras dibujaba con su propia sangre que una sombra negra y espesa salía serpenteando por la espalda de ella, mientras esta sollozaba sin aliento cuando el ser oscuro abandonaba su cuerpo. Fran abrió mucho los ojos y terminó de dibujar, sintiéndose observado a su espalda por dos seres: uno invisible y uno oscuro. Notaba sus presencias, pero ahora estaban tan quietos y calmados que parecían hipnotizados por aquella figura mal dibujada en la pared. Viento y oscuridad. Frío y sombra se arremolinaban y contoneaban contentos alrededor del dibujo, al tiempo que gemían entre ecos de risitas infantiles lejanas. Fran comenzó a ver borroso, pero aprovechó el momento para recoger el cuerpo de Nórah y dirigirse a la puerta. Justo cuando se dispuso a cruzar el umbral, la puerta se cerró. Las risas y el jolgorio espectral habían terminado. Reclamaban otra mariposa. Mejor, más grande, con más sangre. Fran lo sabía, de modo que no dio tiempo a que lo atraparan. No a los dos. De modo que fue directo a la ventana y lanzó a Nórah como pudo por el hueco abierto entre los cristales. Cuando Fran se encaramó al alféizar para salir, algo tiró de sus pies y el cuerpo del chico cayó de lleno sobre los cristales rotos de la ventana. Tiraron de él hacia atrás y el vidrio afilado rasgó la piel del muchacho, lo arrastraron de vuelta al interior y lo lanzaron contra el muro que había decorado con su sangre. Fran cayó de bruces contra el suelo. Dolorido, se llevó una mano a la barriga. Los cortes eran profundos y sintió que algo caliente y húmedo salía de sus heridas. La puerta se abrió de nuevo, dejando entrar un tímido rayo de luz de luna que iluminó su rostro magullado y confuso. Empezó a arrastrarse, pero, esta vez, la puerta comenzaba cerrarse lentamente delante de él mientras unas crueles risas de procedencia imprecisa resonaron en sus oídos. Levantó la mano con el meñique destrozado en un último intento de alcanzar la salida, pero la puerta se cerró del todo, y lo dejó dentro con la sombra y el frío.

Nórah, inconsciente, yacía fuera sobre la tierra mientras la sangre de los cristales fluía lentamente sobre la fachada. La pobre chica, a salvo, no pudo escuchar ni uno de los gritos de Fran.

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