jueves, 7 de marzo de 2013

Mariposas en las paredes (Quinta parte)

Sostenía la videocámara entre sus manos, mientras movía continuamente los dedos para que ningún pedazo de la carcasa de plástico se escabullera entre sus dedos. El aparato estaba hecho pedazos, pero aun así la agrietada pantalla estaba mostrando el vídeo de Nórah. Fran se limpió un hilo de sangre de la mejilla acercándose el hombro al rostro, tomó aire y no perdió ni un solo detalle de lo que estaba viendo.

A veces, algún cable de los entresijos del aparato se aflojaba más de lo debido y el vídeo se pixelaba y llegaba a congelarse. Pero Fran acomodó su postura para moverse lo menos posible y consiguió que la imagen verdosa de la visión nocturna se estabilizase.

Podía ver parte de la barbilla de Nórah en primer plano. La chica preparaba la cámara para la grabación. Tras unos segundos y algunos golpes en el micrófono, se apartó y apareció maravillosa en pantalla. Fran apretó los dientes y su estómago se encogió. Había pasado poco más de una hora desde la última vez que la había visto, pero Fran no pudo evitar emocionarse cuando pudo ver su precioso rostro. Contuvo las lágrimas, que presentía que iban a asomar, y continuó atento.

“De acuerdo”, empezó a decir ella. “Son las dos de la mañana del siete de marzo del año 2013. Estoy en la casa conocida como “la casa de las mariposas” y me dispongo a pasar una hora a oscuras en el sótano donde hallaron muertos a los padres de la familia que vivía aquí. A ver si hay suerte y ocurre algo”. Tras su presentación, flexionó las rodillas para sentarse en el mugriento suelo.

Fue entonces cuando Fran pudo verlo, pues hasta ese momento Nórah lo había estado ocultando con su cuerpo. En primer plano, todo era normal. Allí estaba ella, sentada con los ojos cerrados, totalmente ajena a lo que tenía justo a su espalda. Fran acercó la imagen a sus ojos y parpadeó varias veces mientras examinaba el trozo de pared al lado de la escalera, pero aquella forma extraña seguí allí, quieta, clavada, impeturbable, detrás de Nórah. “Joder, esto no puede ser”, pensó varias veces Fran. Con gran cuidado de no perder la calidad del vídeo, Fran pasó el pulgar sobre el cristal de la pantalla. Pero aquello que trataba de borrar no era ninguna mancha, ni era polvo, ni siquiera era un trozo de cristal astillado. Fran tuvo serias dificultades a la hora de dar forma a aquel peculiar volumen traslúcido que veía justo entre la pared del fondo y la espalda de Nórah. Trató de comprender la imagen como si fuese algún efecto de las sombras o algún relieve de la pared. Pero por mucho que se esforzase, aquella visión seguía siendo inexplicable. Los ojos de Fran se fijaron en el rostro de la chica, que seguía con los ojos cerrados y con expresión relajada. Luego, los nerviosos ojos de Fran miraron donde debía situarse la cabeza de aquella sombra, pero tan solo pudo ver la imagen de la pared del fondo deformada por el volumen de aquel ser invisible. No fue capaz de mantener la mirada mucho tiempo, pues aquella silueta imposible convertía el frío de su interior en puñales de hielo, que se clavaban hasta la empuñadura en su estómago. “¿Por qué rayos habremos venido a esta jodida casa?”, pensó, arrepentido.

Negó con la cabeza. No podía asimilar lo que estaba viendo. Lentamente, alargó el pulgar hasta el botón de avance rápido hasta que consiguió pulsarlo suavemente para no perder la señal. El vídeo avanzó diez minutos, veinte, treinta..., cincuenta..., la hora completa. Y aquella dichosa sombra seguía quieta detrás de Nórah, sin moverse ni un ápice en todo el rato, vigilando a la chica desde la distancia profunda y oscura del sótano sin que ella se diese cuenta. Un sonido repentino hizo que Fran saltara en su asiento. La alarma del reloj de Nórah había empezado a sonar y la chica abrió los ojos. Se puso de pie y miró a los lados. A tientas, rebuscó en la mochila hasta que encontró la linterna y la encendió. Iluminó alrededor, pero no encontró nada que llamase su atención. La forma seguía allí, incluso la había iluminado, pero ella no podía verla.

“Aquí no ha pasado nada de nada”, se quejó en voz baja. Se puso de pie y salió del plano, dejando la escena despoblada, tan solo con la forma transparente al fondo. Fran pulsó el botón de nuevo y el vídeo avanzó unos minutos más.

“...Y lo más extraño es que no se oye nada de nada. No he oído ningún ruido desde que entré. Parece que estoy en el espacio”, decía ella, todavía fuera de plano. Fran reconoció aquella frase. Era la última conversación que habían mantenido. Y allí seguía la sombra, mirándola desde el fondo con sus ojos invisibles. “Me río de ti, que no es lo mismo. Voy para allá, genio de la comedia. Corto y cierro”, decía ella, cuando reapareció en la imagen para recoger la cámara del suelo. Fran perdió de vista el fondo del sótano y solo pudo ver parte de la cremallera del abrigo que llevaba puesto Nórah. De nuevo, escuchó los golpes que la chica daba sin querer al micrófono del aparato.

“¿Qué ha sido eso?”, preguntó ella de repente. Enfocó con la cámara hacia la bajada de la escalera. El ser ya no estaba allí. “¿Qué ha sido eso?”, volvió a cuestionarse en voz baja. A la tercera, Fran pudo escuchar aquel ruido. Tres golpes secos retumbaron en el sótano, pero no provenían de aquel lugar. “Vienen de arriba”, apuntó Nórah, y la cámara siguió grabando mientras ella se dirigía hasta la escalera y comenzaba a subir. Cuando ya casi estaba arriba, Nórah emitió un pujido ahogado, la imagen se balanceó en todas direcciones y Fran vio que el aparato caía escaleras abajo. Con el último golpe, la pantalla se volvió negra. La grabación había llegado a su fin.

Fran lanzó los restos de la videocámara a un lado y apretó el botón del comunicador por radio.

—¡Nórah, por lo que más quieras, responde de una vez! Nórah, responde. Nórah, responde. Nórah, dime algo, por favor. No me hagas esto... No... No... Joder, Nórah responde de una vez. ¡Nórah, adelante, soy Fran, responde!

Pero seguía sin haber respuesta. Fran se quitó el comunicador bruscamente y lo lanzó contra el parabrisas. Rebuscó en su bolsillo y sacó el teléfono. Los dedos le temblaban, y se equivocó varias veces, pero al final consiguió marcar el número correcto. La llamada dio el primer tono.

—Emergencias, ¿qué ocurre? —le dijo una amable voz femenina.

—Sí... Hola... —Fran no sabía qué decir exactamente, de modo que fue al grano—. Necesito ayuda, he perdido a mi novia y no sé dónde está. Creo que está en peligro, pero... No sé. Solo sé que no sé dónde está y creo que le ha pasado algo... malo —Fran tuvo la impresión de que se estaba expresando como si fuese un niño nervioso y asustado, pero no era momento de detenerse a elegir las palabras.

—Tranquilícese, señor. Hable con calma. ¿Desde cuándo no ve a su novia?

—Desde hace algo más de una hora.

 —Señor, deben pasar al menos cuarenta y ocho horas para...

—Oiga, oiga, no estoy hablando de una desaparición. ¡Ella está en peligro!

—Cálmese, señor, y explíqueme por qué piensa que su novia está en peligro.

—Oiga, aquí hay unos tipos con mala pinta y no sé dónde está mi novia —mintió—. ¡Manden a alguien ya, joder!

—Dígame la dirección.

—No... No... No me sé la dirección. Esto es un puto descampado en el quinto coño. No hay nombre de la calle. Bueno espere... “La casa de las mariposas”. Estamos en esa casa que llaman “la casa de las mariposas”.

—Dígame su nombre y el de su novia.

—Me llamo Fran Amitay. Y mi novia se llama Nórah Gold.

—De acuerdo, ¿el número desde el que llama es su teléfono móvil? —Fran se lo confirmó—. Muy bien, el aviso ha pasado a la policía. No se separe de su teléfono por si se ponen en contacto con usted. Mantenga la calma y no se acerque a esos hombres. Una patrulla llegará en breve.

Era todo lo que Fran necesitaba escuchar. Apretó el botón de colgar y apoyó la frente sobre el volante, cerró los ojos y comenzó a respirar muy despacio. Notaba los latidos de su corazón en todo el pecho. Cuando consiguió calmarse un poco, levantó la mirada y contempló la casa. Los destellos de una linterna asomaban por las ventanas del primer piso.

Sin pensárselo dos veces, Fran recogió el comunicador de radio del suelo para intentar de nuevo ponerse en contacto con ella, pero el golpe contra el parabrisas había reventado el auricular. Fran se echó el móvil al bolsillo junto con las llaves, echó la linterna dentro de la mochila, salió del coche con ella al hombro y fue corriendo hacia la casa. Aquella luz tenía que ser de la linterna de Nórah, y estaba tan ansioso por verla de nuevo y sacarla de allí que no dio tiempo a que el miedo o las dudas le retrasasen. Se apresuró hacia la ventana rota por la que había escapado, pero la puerta principal se abrió lentamente delante de él. Fran aminoró la carrera, subió los tres escalones de la entrada y atravesó el umbral como si fuese un animal que supiese que se dirige irremediablemente a una trampa. Cuando entró en el vestíbulo, la puerta se cerró tras él tan despacio como se había abierto. Aliviado, comprobó que la ventana seguía estando rota.

En ese instante, los volvió a oír. Los tres golpes secos que Nórah había escuchado en la grabación. “Vienen de arriba”, dijo Fran en voz baja. Y comenzó a subir por la escalera.

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